jueves, enero 31, 2008

I Concurso Sinergia - Realidades Alteradas


Sergio Gaut vel Hartman me envía las bases de este concurso. Por si alguien quiere participar, las copio aquí:
I Concurso Sinergia - Realidades Alteradas:

1) Pueden participar en este concurso escritores de todo el mundo.
2) Los cuentos deberán estar escritos en castellano y tener 1.000 palabras o 7.000 caracteres con espacios como mínimo y 3.000 palabras o 20.000 caracteres con espacios como máximo. Esta regla no admite excepciones.
3) El tema del concurso serán las “realidades alteradas”. Cada participante elegirá qué tipo de alteración experimenta la realidad y en qué clase de espacio o tiempo conjetural decide jugar la trama.
4) Los cuentos de vampiros, hombres lobos, dragones, princesas vírgenes y héroes anabolizados serán descalificados inmediatamente. El propósito de este concurso es promover la narrativa conjetural y proponer una alternativa a la literatura fantástica dominante.
5) El jurado seré yo (Sergio Gaut vel Hartman), entre otras cosas porque no deseo impedir la participación en el concurso de un cierto número de amigos escritores.
6) Los ganadores serán tres, aunque me reservo el derecho de subir la cifra a cuatro o hasta cinco. El propósito es que no queden buenos cuentos sin premio. Cada uno de los ganadores recibirá un paquete de libros y los cuentos serán publicados en Sinergia. En segunda instancia, existe la posibilidad de que los cuentos ganadores sean publicados en una antología, recibiendo por ello una pequeña suma monetaria. Esto depende, claro, de que el libro se haga.
7) Los cuentos deben ser enviados a la dirección de “Colaboraciones” que figura en “Comunicación” en la página de Sinergia (colaboraciones@nuevasinergia.com.ar).
8) El concurso queda abierto a partir de este momento y se cerrará el 29 de febrero de 2008. El ganador se conocerá el 30 de abril de 2008. No se aceptarán cuentos con seudónimo y mantendré correspondencia con todos aquellos que quieran preguntar o comentar algo.

R. Crumb. Recuerdos y opiniones, de Robert Crumb y Peter Poplaski






He preferido que sean las imágenes quienes cuenten, también, lo que este libro supone.
Se trata de una edición para quitarse el sombrero, que aúna prosa y cómic: un CD con música de Crumb y sus bandas, un marcador de libros, declaraciones de famosos, capítulos en prosa en los que el dibujante cuenta su vida y opina sobre el arte y el mundo, cómics, reproducciones de postales, posters de cine de sus películas y de otros filmes, fotografías de él y de su familia y de actores y de dibujantes, carteles de exposiciones, portadas de discos y de tebeos y de revistas, dibujos sueltos, serigrafías, cuadernos personales... Una joya de 442 páginas.
Se echan en falta, sin embargo, sus dibujos sobre Charles Bukowski (sólo se incluye uno). Y en algunas viñetas la letra es tan diminuta que pensé en buscar una lupa. Copio un fragmento en el que Robert Crumb cuenta su descubrimiento de Jack Kerouac y En el camino:
El mensaje de aquel libro, el hecho de que alguien pudiera ser tan arrojado como para vivir de ese modo, fue devastador para mí. Kerouac fue revolucionario por transmitir a mi generación la convicción de que no tenía por qué agachar la cabeza. Podíamos dejar la universidad y olvidarnos de todo el rollo responsable que nuestros padres nos habían inculcado: trabajo, matrimonio y familia.

“El burlado”

La lectura, en días pasados, del libro “Amarillo”, en el que Félix Romeo escribe sobre su amigo Chusé Izuel, escritor que puso fin a su vida saltando desde el balcón de su piso de Barcelona, allá por el año noventa y dos, trae a la memoria la obra y la semblanza de otros poetas y escritores suicidas. En seguida pensé en el zamorano Justo Alejo, quien a la edad de treinta y cinco años saltó desde una ventana del Ministerio del Aire de Madrid. La obra poética de Alejo está recogida en dos volúmenes que leí gracias al préstamo de la Biblioteca Pública. Y Luis González editó hace años su “Prosa errante” en Editorial Semuret. También José Agustín Goytisolo se arrojó desde un balcón. En “Amarillo” hay varias referencias a John Kennedy Toole, autor de una obra maestra del humor, “La conjura de los necios”, publicada póstumamente gracias a los esfuerzos de su madre. A Izuel le gustaba mucho J.K.T. Y creo que a cualquiera con buen gusto le agradan las cómicas desventuras de Ignatius Reilly.
De Toole, Alejo, Goytisolo y otros nombres he pasado a recordar una antología que tengo en mi biblioteca. “Suicidas”, se titula. Y la publicó Ópera Prima en mayo de 2003, con prólogo de Benjamín Prado. Antología de narrativa, de cuentos y relatos cuyos autores decidieron ingerir veneno, o atravesarse con una espada, o pegarse un tiro, o inhalar gas, o llenarse los bolsillos de piedras para poder hundirse en la frialdad de un río. Además, en casi todos los cuentos (y ésta era una de las particularidades más notables de este libro) el tema era el suicidio, o se mencionaba, o algún personaje decidía poner fin a su vida. La lista de autores recogidos en “Suicidas” me sigue pareciendo impresionante: Guy de Maupassant, Virginia Woolf, Ernest Hemingway, Malcom Lowry, Dylan Thomas, Yukio Mishima, Sylvia Plath… Sin embargo, de todos esos relatos sólo me ha quedado uno en la memoria. Pese a mis esfuerzos por recordar, el único cuento cuya huella permanece aún es el de Jack London. Se titula “El burlado” y es una narración magnífica. Resulta curioso que los autores que los academicistas consideran de menor prestigio sean luego los autores de las novelas que resuenan en nuestra memoria durante años. Autores, por ejemplo, que se centraban en la aventura: Emilio Salgari, Alejandro Dumas, el propio London.
En “El burlado” encontramos a un hombre con las manos atadas a la espalda. Es un ladrón de pieles, ahora prisionero. Aguarda su ejecución. Sus captores ya han liquidado a los compañeros de este hombre, que no teme a la muerte, sino a la tortura. La misma que han sufrido sus compañeros antes de perecer. Subienkow, así se llama el protagonista, sabe que tiene que evitar ser torturado: “Era una afrenta a su espíritu. Una afrenta, no por el dolor que tuviera que soportar, sino por el triste espectáculo que le haría ofrecer ese dolor”. Se niega a rogar, a suplicar, a humillarse, como han hecho quienes le han precedido. Así que Subienkow inventa una mentira. Se inventa una medicina para ofrecérsela al jefe de sus enemigos. Una pomada hecha con bayas y raíces secretas que, aplicada a la piel, volvería tan dura a ésta que ningún filo de hacha sería capaz de cortarla. Entre el jefe y él establecen un trueque: si la pomada funciona, Subienkow vivirá como esclavo. “Te daré la vida”. El único modo de probar su veracidad es aplicándose él mismo la pomada y soportando el filo de un arma. Subienkow se unta un poco de pomada en el cuello y ruega al verdugo que, para probar su eficacia, le dé un golpe de hacha contundente. El verdugo le corta la cabeza. Y de ese modo, engañando a sus enemigos, el ladrón muere sin ser torturado.

miércoles, enero 30, 2008

Portadas exquisitas


The Gum Thief: A Novel, de Douglas Coupland. Inédita en España.

80

Una declaración de Jack Nicholson en una revista de cine me alegra la mañana: “Cuando llevo gafas de sol, soy Jack Nicholson. Cuando me las quito, soy un hombre gordo de 70 años”.

El perfume del cardamomo. Cuentos chinos, de Andrés Ibáñez


Andrés Ibáñez ha sabido utilizar elementos propios de la poesía y la literatura china para contarnos estos cuentos. Elementos como el paisaje, el clima, las leyendas, la filosofía de los ancianos, los fantasmas, los piratas, los dragones, los pescadores... Billy Collins decía que los poetas chinos eran capaces de revelarte todo entre el título y el primer verso: dónde transcurre el poema, si llueve o hace frío, qué hace el protagonista. Los comienzos de estos relatos son así, arrancan de ese modo: "Un día de sol en medio del invierno..." o "Una hermosa tarde de principios de primavera..." o "Chi Hsin Mien era un hombre tan insaciable en sus apetitos voluptuosos que tenía a sus tres mujeres desesperadas" o "Lejana, solitaria, azulada y siempre fresca se eleva al final del pensamiento la Montaña del Alma".
Estos cuentos chinos están concebidos con humor y sabiduría oriental. Hay historias sobre una mujer que se enamora de un zorro que se transforma en hombre cuando quiere, sobre un hombre tan sexual que, una vez muerto, vuelve como fantasma a fornicar con sus mujeres y es expulsado del cielo y del infierno, sobre piratas que descubren que la lectura es otra manera de viajar, sobre alquimistas que se tropiezan con brujas.
La introducción es de Félix Romeo, y el libro se presenta esta tarde en La Central del Reina Sofía de Madrid.

Llamadas telefónicas en la noche

Esta historia transcurre en mi tierra, Zamora. Pero, para mí, empieza en la ciudad en la que vivo, Madrid. Empieza una noche de viernes. La noche del viernes, día diecinueve de enero, al sábado, día veinte de enero. En ese momento, y en torno a la una y pico de la madrugada, estoy viendo una película en casa. Una comedia con la que estoy muy entretenido. No suelo apagar el móvil hasta que me voy a la cama. Y el móvil suena exactamente a la una y cuarenta y un minutos. Me asusto. Me da un vuelco el corazón porque no es frecuente que alguien te llame a esas horas. Para mí es un susto doble porque hace años, cuando todavía dejaba el móvil encendido, me llegó de madrugada un mensaje de un familiar diciéndome que un pariente nuestro se había suicidado. La otra noche miré la pantalla del teléfono. Me llamaba un tipo con el que a veces charlo en los bares de Zamora. Intenté buscar una razón para esa llamada. ¿Qué motivos le inducirán a telefonear a estas horas? Respondí.
Lo primero que me sorprendió fue su voz. Parecía él y a la vez no parecía él. Dijo que había dejado a los niños en casa y estaba tomando algo por ahí. Siguió un diálogo en el que me hizo preguntas extrañas. Cosas que él debería saber y que yo contestaba entre atónito y molesto. ¿Por qué no sales a tomar algo? Porque estoy en Madrid. ¿Qué haces en Madrid? Vivo aquí. A su lado se oía a alguien cuchicheando. Una voz de mujer. Entonces le pregunté qué le pasaba, le notaba raro, no entendía el motivo de la llamada. Me dijo que había bebido. Y con esa excusa me di por satisfecho respecto al raro tono de voz y a sus preguntas misteriosas. Luego empezó a cabrearme. A insinuar historias extrañas y a montar un festival de mentiras sobre mí. Que si amantes, que si putas, que si tal, que si cual. Dado que empecé a echarle un rapapolvo, dijo que era una broma. Pero prosiguió los ataques y acusaciones. Anuncié que iba a colgar. Y entonces la voz me deseó que me dieran por retambufa (sus palabras exactas no fueron esas), y colgó. Me quedé tan molesto y tan extrañado por su comportamiento que decidí que no volvería a dirigirle la palabra jamás. Era la una y media de la mañana, la broma no tenía gracia y las acusaciones eran muy fuertes.
Y unos días después supe, primero a través de un amigo común y luego por parte del propietario del móvil, la verdadera historia: el motivo de esa llamada. El tipo que yo conozco había ido a ver un concierto a un pub de Zamora. Puso el móvil en la barra y, en un despiste, se lo birlaron. Tiene sus sospechas sobre la identidad de los autores. Los fulanos y las fulanas que le hurtaron el teléfono se dedicaron, durante horas, a llamar a los números que aparecían en su agenda de contactos. Llamaron a sus amigos, a sus conocidos, a clientes de la empresa en la que trabaja. Se hicieron pasar por él. En todos los casos en los que les cogían el teléfono se dedicaban a insultar, a inventarse historias, a soltar patrañas. Como resultado, hay gente que (como yo, creyendo que era él) al dueño del móvil le ha retirado la palabra. Hay clientes muy ofendidos. Hay parejas que han discutido porque el marido respondió al teléfono de su mujer. El dueño del móvil, este colega del que hablo, me dijo que llevaba una semana dando explicaciones e intentando convencer a la gente de su inocencia. “Cuando me toca encargarme de los niños, jamás salgo. Eso es sagrado”, me dijo. Ahí metieron la pata sus burladores. Pero yo no lo sabía. “Temo ir por la calle y que alguien me pegue una hostia sin venir a cuento”. Y eso es lo que le han preparado. Un agravio antológico. Si yo fuera él, y encontrara a los culpables, me haría una bufanda con sus lenguas.

martes, enero 29, 2008

Into The Wild (Hacia rutas salvajes)


La última película escrita y dirigida por Sean Penn cuenta la historia real de Chris McCandless, un joven que, siguiendo los pasos de Thoreau, decidió irse a vivir a los bosques de Alaska, para estar en soledad y en comunión con la naturaleza. La película describe su viaje por las carreteras y los valles de Estados Unidos y sus días en Alaska, viviendo en el interior de un bus abandonado. McCandless viajó a lo Jack Kerouac en Los Vagabundos del Dharma: mochila al hombro, autostop, noches a la intemperie, saltos a trenes en marcha, encuentros con otra gente, trabajos esporádicos.
Sean Penn ha hecho una película muy literaria (está basada en un libro de Jon Krakauer, contiene alusiones a London, Thoreau, Pasternak, Tolstoi, el protagonista escribe sus vivencias en un cuaderno y las palabras a menudo aparecen sobreimpresas en la pantalla) y muy americana (en el buen sentido de la palabra, en el sentido de Kerouac y London: carreteras polvorientas, montañas, valles, desiertos, ríos, caballos salvajes, hombres y mujeres que viven on the road), probablemente la mejor de sus películas. En cualquier caso, es superior a The Crossing Guard y a The Pledge, y está a la altura de The Indian Runner. Una reflexión sobre la libertad y el materialismo de la sociedad y el mal que lleva el hombre en su interior.
Además, está la banda sonora con canciones de Eddie Vedder. Y, por una vez, sí aparecen en el filme y no sólo en el disco. Y está el poema de Sharon Olds, Regreso a mayo de 1937, que recitan al principio de la película y que he colgado abajo, o en link directo: aquí.

Regreso a mayo de 1937

Los veo ante las severas puertas de su Universidad,
veo a mi padre
bajo el arco de arenisca ocre,
las tejas rojas brillando
vomo platos de sangre volcados detrás de su cabeza,
veo a mi madre con unos cuantos libros apoyados en la cadera,
ante la columna de minúsculos ladrillos
con la verja de hierro forjado a su espalda,
sus puntas de espada negras bajo la luz de mayo;
están a punto de licenciarse, están a punto de casarse,
son unos críos, aturdidos, lo único que saben es que son
inocentes, que nunca harán daño a nadie.
Quiero aparecer ante ellos y decirles parad,
no lo hagáis. Ella es la mujer equivocada,
él el hombre equivocado, vais a hacer cosas
que ni siquiera imagináis,
vais a hacer daño a los hijos,
vais a sufrir como nunca habíais soñado,
vais a desear la muerte. Quiero aparecer
ante ellos bajo el sol de finales de mayo
........y decirlo,
la hambrienta, bonita e inexpresiva cara de ella vuelta
........hacia mí,
su cuerpo hermoso, lastimoso e inmaculado,
pero no lo hago. Quiero vivir.
Los veo como muñecos de papel,
un hombre y una mujer, y los uno
por las caderas como esquirlas de sílex
para arrancar chispas de ellos, y digo:
Haced lo que vais a hacer,
........y yo lo contaré.

Sharon Olds, recogido en la antología Al diablo con el amor

Portadas exquisitas


The Book of Other People, antología editada por Zadie Smith, que agrupa historias de 23 autores (David Mitchell, Nick Hornby, Dave Eggers, Adam Thirlwell, George Saunders, Andrew O'Hagan, Daniel Clowes, Jonathan Lethem...). Inédita en España.

Con demasiada antelación

Desde que vivo en la capital tengo ganas de ir a comer el famoso cocido madrileño a un restaurante. No, probablemente antes. Antes de vivir aquí ya sentía curiosidad por probarlo. Y la curiosidad, no sé si lo he contado alguna vez, nació de un reportaje o un documental en el que Francisco Umbral hablaba de los cocidos que se metía entre pecho y espalda cuando iba a Casa Lhardy. Umbral decía algo así como: “El escritor debe comer bien al menos una vez a la semana”. Y se iba él solo a Lhardy. Se sentaba al fondo y el camarero desplegaba el arsenal de platos que componen el cocido. A pesar de ello, Umbral siempre estuvo flaco, espigado: un dandy en condiciones. Recuerdo que le pregunté a uno de mis tíos de Madrid cuánto podría costar el cubierto en aquel restaurante. Fue hace unos nueve años, más o menos. No recuerdo el precio exacto, pero supe que tendría que aplazar esa visita durante siglos.
Me recomendaron un restaurante donde el menú no es tan caro. La Bola. Está cerca de Ópera. Me dijeron que debería llamar por teléfono y reservar mesa unos días antes. Éramos varios comensales. Llamé al restaurante con tres días de antelación. Pero ya estaba todo lleno. El domingo les quedaba algún hueco. Pero el domingo suelo reservarlo para las tardes de sofá y a veces para ir al cine, así que lo deseché. Mi intención era probar todos los platos del cocido y apartar los garbanzos, o sólo comer una cucharada. No me disgustan las legumbres, pero mi infancia y mi adolescencia estuvieron llenas de alubias, lentejas y garbanzos y mi venganza, ahora que puedo ser mi propio cocinero, consiste en rehusar esa comida, que me cansa un poco y me aburre bastante. Esto de las modas tiene su gracia. Cuando yo era pequeño, el cocido era plato de pobre. Garbanzo y mendrugo de pan y chato de vino: comida de pobre. Mis abuelos maternos comían muchas legumbres. Por ende, a mí me tocaba lo mismo. Hoy, en cambio, es un lujo para la clase alta. Hoy, para comer cocido en un restaurante, tienes que reservar mesa con una semana de antelación y la broma te cuesta un riñón. Pero no es tan grave. Estuvimos buscando locales afamados donde sirvieran un cocido casero y económico. Y alguno hay. Encontramos, navegando por la red, otro sitio que está por La Latina y donde te ponen más platos que en una boda. Se le hacía a uno la boca agua con las fotos. Así que llamamos por teléfono para reservar mesa. Y nada. Unos días antes estaba todo completo. Ahora, en los restaurantes de Madrid, también es temporada de rebajas. Lo vi en un telediario. Imitan a los comercios de ropa tras las navidades. Se supone que estamos en la cuesta de enero y que nadie tiene un chavo, pero yo sigo viendo los bares llenos, las casas de comida llenas, los grandes almacenes llenos, y las librerías y las salas de conciertos, lo mismo, hasta arriba.
En el último momento tuvimos que improvisar. A alguien se le ocurrió una buena idea. Ir a La Gloria de Montera, un amplio y elegante local que está junto a Gran Vía y junto a la calle de las prostitutas. Yo nunca había ido y me gustó. No se puede reservar por teléfono. Debes hacerlo un rato antes y en persona: “¿A qué hora podemos comer?”, y te dicen: “Vuelva dentro de cuarenta y cinco minutos”. Te guardan la mesa y vuelves dentro de cuarenta y cinco minutos, o los que sean. Comimos allí. Cuando nos sentamos, el local ya estaba completo. Lo original del sitio es que los cocineros son jóvenes que pertenecen a la Escuela de Cocina, y por eso los precios son baratos. Pero no malos. Hay calidad, platos originales y buen trato. El cocido madrileño tendrá que esperar. Pero llegará, tarde o temprano.

lunes, enero 28, 2008

Amarillo, de Félix Romeo


Cada vez estoy más convencido de que el acto de escribir, el verdadero y único acto de escribir, consiste en echar toda la puta mierda que llevas dentro. De hecho, no quiero ya oír hablar de creación ni pijadas de ésas. Ni creación, ni hostias. Y lo mismo en cualquier otra actividad. O te sale de las tripas o no vale una mierda. Así de claro. No sirve para nada intentar encontrar algo; o lo tienes o no lo tienes. Sin más.

Lo anterior lo escribió Chusé Izuel en una carta dirigida a su amigo Félix Romeo, con quien compartía piso (el tercer inquilino era Bizén, a quien está dedicado el libro). Chusé Izuel se suicidó un año y pico después de esa carta. El 27 de febrero de 1992 se arrojó por una ventana de aquel piso, como también hizo el poeta Justo Alejo, como hicieron otros tantos, heridos por la vida. Le gustaba mucho La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, otro suicida. Escribía en los periódicos. Admiraba a Carver, Shepard, Bukowski, Salinger... Era un hombre torturado por la ruptura con su novia. Un hombre molido por dentro.

En 1994, Félix Romeo logró publicar los cuentos hasta entonces inéditos de Izuel en el volumen Todo sigue tranquilo. En Amarillo, el autor se dirige a su amigo. Mediante recuerdos, cartas, artículos, fragmentos de relatos y anotaciones, indaga en Izuel y en su última decisión. No es una biografía al uso. Si acaso una semblanza o un sutil retrato de tres hombres: Izuel, Bizén, Romeo. Buscando a Chusé, Romeo indaga en sí mismo. Y viceversa. Es una obra que abre preguntas y que el autor dice que no responde, pero los lectores sabemos que sí hay respuestas: las hay en esas cartas, en esos cuentos, en esas confesiones. El día 27. Un día de dolor absoluto para Chusé Izuel.

Todo empieza con una pregunta: ¿cómo no me di cuenta de que te ibas a suicidar? De esta pregunta sale otra pregunta: ¿por qué tu muerte me produjo un alivio tan grande? De esta pregunta sale otra pregunta: ¿soy responsable de tu muerte? Y de esta pregunta sale una última pregunta: ¿por qué desde hace años arrastro un terrible sentimiento de culpa por tu muerte?

Lo anterior lo escribió Félix Romeo. Vale la pena leer este breve y luminoso libro.

La librería sin nombre

De camino al Rastro, y cerca de casa, han abierto una librería en la que se respira mucha serenidad. Más que en otras librerías, quizá sea la más silenciosa que conozco. Es un local angosto y sin nombre. Las primeras veces que pasé junto a su puerta me daba un poco de apuro entrar y fisgar entre los estantes. Sólo estaba el dueño y no se oía música ni rumor de compradores y está ubicada en la Calle Mira el Sol, un rincón por el que circulan pocos coches y en la que, por cierto, viven dos amigos míos. Una zona en la que, al menos cuando voy de paso por allí, no hay demasiado ruido, lo cual fomenta la paz espiritual que despide la librería.
En los últimos días de Navidad me decidí a entrar. Pasé un rato estudiando los estantes, mirando el modo en que habían clasificado los libros. Narrativa occidental, Cine, Teatro, Ensayo, son algunos de los géneros que hay en el lado derecho del local. El lado izquierdo está ocupado por completo por unos estantes donde se ordena la literatura oriental. Con preferencia por las obras de chinos y japoneses. Al rato lo entendí. Entendí esa preferencia por la literatura de Oriente. Junto al dueño, un español cordial, muy amable, hay una chica asiática. Cuando uno se lleva un libro, mientras el librero cobra, ella, con movimientos delicados, pulcros, minuciosos, repletos de serenidad, envuelve en una bolsa de papel el ejemplar o los ejemplares. Con idéntico mimo, despacio, como si estuviera envolviendo un jarrón chino o una copa de cristal finísimo, le aplica celofán a la apertura. La bolsa no lleva ninguna seña de identidad, ningún nombre de la librería ni de la calle en la que está, salvo un sello. Un sello rojo que imita un símbolo asiático. El primer día se me antojaron unos cuantos libros, pero uno no puede comprarse todos los volúmenes que quisiera, porque se le agota el espacio para guardarlos en casa y porque no se puede leer todo cuanto uno desea y porque al final son muchos gastos. Así que elegí. Compré un libro de crónicas del reportero James Fenton, “Lugares no recomendables”, que jamás había visto por ahí. Y dos tomos que llevaba un tiempo buscando: los artículos y crónicas de David Mamet en “La ciudad de las patrañas” y los de Kenneth Tynan en “La pornografía, Valencia, Lenny, Polanski y otros entusiasmos”. Cuando en una librería doy con títulos casi imposibles de encontrar, sé que estoy en el buen camino. Que debo volver por allí. Cuando pagaba, el librero, observando que el de Tynan es un viejo ejemplar de Anagrama, de los años setenta, me dijo que en la distribuidora en la que encargaba los pedidos tenían montones de ejemplares de aquella época. Y al precio antiguo. Si me interesaba alguno, sólo tenía que pedírselo. Y eso hice, le pedí varios.
De momento, este librero me ha conseguido varias rarezas. Uno de Raúl Núñez, autor escurridizo y maldito y ya fallecido y del que esperan reeditar su poesía. La pequeña antología de Paul Scanlon, “Reportajes. El Nuevo Periodismo en Rolling Stone”, que es anterior a ese volumen de Ediciones B, “Lo mejor de Rolling Stone”. Y una biografía de Aaron Latham sobre F. Scott Fitzgerald cuando estaba de guionista en Hollywood y protagonizaba escándalos por culpa de la bebida. Tengo pedido alguno de Tom Wolfe. Del Wolfe primerizo, el de los ensayos y los artículos y las crónicas sobre los desmadres y la locura de los años setenta. Si la librería tuviera página web o nombre, podría recomendársela a los buscadores de rarezas. Pero creo que, de momento, es necesario ir a la Calle Mira el Sol, entrar en el local, observar los anaqueles y deleitarse con la paz que desprende la tienda.

domingo, enero 27, 2008

Portadas exquisitas


Detective Story, de Imre Kertêsz. Publicada en España por El Acantilado como Un relato policíaco.

Citas. 72

Sólo quienes nos hemos ido sabemos cómo era nuestra ciudad y advertimos hasta qué punto ha cambiado: son los que se quedaron los que no la recuerdan, los que al verla día a día la han ido perdiendo y dejando que se desfigure, aunque piensen que son ellos los que se mantuvieron fieles, y nosotros, en cierta medida, los desertores.
Antonio Muñoz Molina, Sefarad

Zona pop

Detesto las tiendas de ropa. Las tiendas, en general. Me aburren, y sólo yo tengo la culpa. Si no existe la posibilidad de ver los cuatro objetos que me embrujan (libros, discos, cómics, películas), empiezo a bostezar. Sin embargo, existe otro tipo de tiendas, supongo que podríamos llamarlas decorativas, donde la falta de películas, cómics, discos y libros es recompensada por un surtido colorista de figuritas, carteles, chapas, juguetes, camisetas con leyendas, objetos revival y demás complementos. Ahí sí soy capaz de entretener la mirada. Podría citar ese clásico que se llama Electra, una de cuyas sucursales en Madrid está por San Bernardo, pero estaría haciendo trampa porque Electra es, en términos generales, una tienda de cómic. Y hay un montón de tebeos. Si vienen por Madrid y son cinéfilos y están locos por el cómic, les daré dos consejos. El primero es que vayan en seguida a Electra y se pierdan en la amplitud del local, y observen la cantidad y calidad de novelas gráficas nuevas y de tebeos antiguos y toda la parafernalia y el merchandising que algunos genios del marketing y la creatividad son capaces de inventar. El segundo consejo es que no vayan a Electra, porque ese hechizo se vuelve pronto contra uno, y uno quiere comprarlo todo, o al menos un ochenta por ciento de lo que ve, y al final se va desolado y consciente de no poder comprar todo cuanto quería, y, si entró feliz, al final se va deprimido y soñando con ser millonario. Electra es como una dama bellísima y demasiado caprichosa, de antojos caros.
Hablemos de Popland. Está en Malasaña. No hay libros ni cómics ni películas. Sí hay discos, pero para mí no cuentan. Son discos de vinilo, al menos en la tienda que yo visito, y ya no compro vinilos. De modo que no suelo echarles ni un vistazo. Lo que predomina en esta tierra del pop, en este pequeño local de paredes agobiadas por la abundancia de productos, son otras cosas: tazas con portadas de Beatles y de Jimi Hendrix y de “Barbarella” y de “El padrino” y del ojo con pestaña postiza de Alexander de Large (“Alex”, para drugos y fans), bolas de espejo, máquinas de chicles, posavasos, bolsos retro, reproducciones de carteles de películas de Audrey Hepburn y de Boris Karloff y de “La naranja mecánica”, artículos para el fumador, postales de Mirinda y de Mazinger Z y de Jim Morrison, chapas, barajas, peluches, miniaturas, relojes de mesilla. Podría seguir enumerando hasta que nos hartáramos. Lo que más me atrae, y a veces compro, son las camisetas. Prendas con mis viejos iconos, por las que hubiera matado en mi infancia, pero entonces no las había en Zamora ni cerca de ella: “Harry el Sucio”, “Los Goonies”, Travis Bickle, Bruce Lee (han tenido que meter imágenes de archivo de él en un anuncio para que, por fin, se gane el respeto de todo el mundo) y, of course, el ojo de Alex. A Alex le ha ocurrido lo mismo que a Tony Montana (Al Pacino): el mito ha crecido, y hoy ambos están por todas partes, en las tazas, en la ropa, en los muñecos, en los artículos de decoración de lujo, en los despertadores y en las chapas. Cerca de Popland está Cinemaspop, de los mismos dueños. Es similar, pero todos sus objetos están consagrados al cine. También voy por allí y me desespero y al final sólo compro postales, que son lo más barato.
El problema de estas tiendas es que se ponen de moda y a menudo me topo con gente que lleva la misma camiseta que yo. Por eso ahora las pido por internet, a tiendas de otras ciudades e incluso de otros países. Hace meses me regalaron una joya: una camiseta de Iñigo Montoya y su célebre parrafada: “Hola, me llamo Iñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir”. En inglés, claro.

sábado, enero 26, 2008

Caramel / Nadine Labaki






Ayer fui a ver Caramel, buena película que gira alrededor de una peluquería y de la vida de varias mujeres libanesas, alternando el humor con algún toque de amargura. El caramelo del título es la pasta dulce que ellas utilizan para depilarse las piernas. Pero lo que más me fascinó es Nadine Labaki: dirige, protagoniza y es co-autora del guión, y su belleza es sublime (su rostro me obsesiona). Lo que suele llamarse "una mujer con cojones" o, también, una "superwoman".
[Nota: por cierto, el cine empieza a ser prohibitivo en Madrid. Ayer subieron la entrada a 7 euros + 10 céntimos. Luego se quejan del e-mule. Pero dentro de poco ir al cine será un placer reservado sólo a los ricos. Los tipos como yo tendremos que acudir a internet]

Oportunistas

Visto desde fuera, quizá desde otro planeta, parece un cuento. Pero no lo es, en absoluto. Es real y es como sigue. Nacen las bitácoras, por ejemplo. En ellas empiezan a escribir jóvenes. Adolescentes, tipos de treinta años e incluso niños. Y abuelas; también varias abuelas tienen su propio blog y alguna incluso se ha hecho famosa. El mundo observa. Y con el mundo me refiero a las grandes empresas, a los poderosos, a quienes tienen la sartén por el mango. Y al mundo, en general, empezando por los padres de esos chavales y terminando por los jefazos y los que no están a la última de las nuevas tecnologías, le parece que están locos esos muchachos que escriben sus diarios y los cuelgan en la red, o que recopilan noticias sobre medios digitales, o que ponen las fotos de su última parranda o de sus reuniones de antiguos alumnos. Están chiflados, piensan. Son geeks y freaks. Es el colmo. Escribir sin que te paguen en un medio de internet, sin nadie que lo controle. Sin un editor. Un escándalo. Y algunos incluso se rasgan las vestiduras. Presuntos intelectuales que dicen dónde vamos a parar. Que ponen a parir a los blogs y a los bloguers. Tipos serios que acusan con la mano derecha a Google de ser una infamia y un atentado contra la verdad y la antigua documentación mientras con la mano izquierda buscan fotos de mujeres desnudas en Google.
Y también: gente que se niega a hacerse una cuenta de correo electrónico, que se niega a navegar porque odia lo moderno y las modas. Dónde vamos a parar, oiga. Menudos tiempos. Gente que se escandaliza por los programas de intercambio de archivos. Personal que te llama chiflado porque dices que, de vez en cuando, entras en YouTube y buscas vídeos: fragmentos de programas, trozos de entrevistas, cabeceras de series antiguas de televisión, escenas de películas, videoclips de tu banda predilecta, filmaciones caseras, cortometrajes de quienes no tienen dinero para rodar un largo. En los telediarios lo empiezan a contar como si los jóvenes hubieran perdido la cabeza o vinieran de otro mundo. De un mundo raro en el que se combina a diario el móvil, el ratón, el pc, el teclado y la conexión a la red.
Pero un día, alguien le da la vuelta a la tortilla. Siempre hay alguien que tiene más olfato en cada empresa. Alguien se da cuenta de que el futuro está escrito en digital. Alguien se da cuenta de que hay que escribir en blogs porque los internautas los leen. Entonces los periódicos contratan a un famoso para que escriba un blog. Y le pagan. Le pagan por escribir algo que todo el mundo en la red escribe sin obtener beneficio ecoómico. Y eso no está mal. Pero han variado el concepto primigenio. Los partidos políticos advierten que un blog puede ser sinónimo de herramienta de poder. De poder de convocatoria, de publicidad. Y se ponen a escribir sus blogs. Los mismos tipos de traje y corbata y laca en el pelo que escriben esas bitácoras políticas son los mismos que dos días atrás llamaban raros a sus hijos. Ahora, son ellos quienes dicen: “Hijo, enséñame a manejar esto. Quiero abrir un blog”. Las industrias discográficas y cinematográficas deciden que deben cambiar, y se cargan el concepto de los programas de intercambio de archivos. Te dicen: “Puedes descargarte un disco o una película de nuestro catálogo. Pero pagando”. Los periódicos y las televisiones y las radios llenan sus páginas web de bitácoras. Aprenden a colgar vídeos, preparan chats con sus entrevistados. Se han adaptado, pero casi siempre con un beneficio económico detrás. Lo último es el manejo de YouTube por parte de los candidatos a las elecciones generales. Parece un cuento. El cuento de los oportunistas.

viernes, enero 25, 2008

Cartel de The Wackness


Sin duda, uno de los mejores carteles del año. Ficha en IMDb: aquí.

Próximas convocatorias

Miércoles, 30 de enero, 19.00 h. Presentación de El perfume del cardamomo. Asistencia de Andrés Ibáñez, Fernando Rodríguez Lafuente y Enrique Redel. LA CENTRAL DEL REINA SOFÍA. Ronda de Atocha, 2, Madrid. (Metros Atocha y Lavapiés)

Sábado, 2 de febrero, 19:30 h. Presentación de El merodeador y La polla más grande del mundo y otros 69 cuentos. Asistencia de Vicente Muñoz Álvarez y Patxi Irurzun. TRAFICANTES DE SUEÑOS. Embajadores 35, Local 6, Lavapiés. (Metros Latina y Lavapiés)


Sábado, 23 de febrero, 23:45 h. Poesía en los bares II: Tributo a David González. Presentado por Creatura. Asistencia de David González y numerosos poetas (pinchar en la imagen para leer sus nombres). PUB MALUCA. Illescas (Toledo).

Cartel y trailer de Get Smart (Agente 86)


No sé si las nuevas generaciones conocen al disparatado Superagente 86, a quien diera vida Don Adams. De niño, a mí me hacía mucha gracia. Para el remake han contado con el gran Steve Carell, y creo que estará a la altura. El trailer: aquí.

79

Leo un chat de los lectores de un periódico con Julianne Moore. Un internauta le dice que ella es uno de sus mitos eróticos. También Julianne Moore es uno de los míos. Prefiero a esta clase de mujeres antes que a las recauchutadas del Playboy. ¿Soy raro o soy normal?

Hollywood sórdido

El verano pasado, el actor Owen Wilson se cortó las muñecas e ingirió un montón de pastillas en un intento de suicidio del que poco ha trascendido, salvo el rumor de una posible depresión tras su ruptura con la actriz Kate Hudson. Uno de sus dos hermanos (ambos actores: Luke y Andrew Wilson) lo encontró tirado en la cama. Se recuperó en un hospital de Los Ángeles. Lo que más atrajo a quienes hemos visto sus películas es que, en “Los Tenenbaums”, esa obra maestra de Wes Anderson (el único director que le ha dado buenos papeles a Owen), un personaje interpretado por Luke Wilson quería suicidarse cortándose las venas, por culpa de un desamor. No lo conseguía. Pero la sorpresa iba más allá: Owen había escrito el guión con Anderson, y luego él mismo imitó a la ficción que crearon. Hace poco vi el nuevo y estupendo filme de Anderson, “Viaje a Darjeeling”. Aquí, es el personaje de Owen Wilson quien relata un intento de suicidio. Tras rodar esta película, Owen lo intentó de verdad. Los saltos entre la ficción y la realidad ponen la piel de gallina. Parece como si al tándem Wilson / Anderson le obsesionara el suicidio.
Hollywood está acostumbrado a este tipo de historias sórdidas: asesinatos, sobredosis, suicidios, detenciones policiales, juicios, temporadas en la cárcel. Lo cual no significa que no se sorprenda con algunas noticias, si atañen a actores jóvenes. Owen Wilson va a cumplir cuarenta años y, vale, ya no es tan joven, pero no los aparenta. Y además, seamos francos, sorprende que un actor de comedia sea un tipo triste o con tendencias suicidas: creemos, en nuestra ingenuidad, que quienes hacen reír son personas alegres, y las evidencias demuestran lo contrario. Brad Renfro, de veinticinco años y una biografía surtida de escándalos, arrestos, drogas e ingresos en prisión, murió hace menos de un mes por una sobredosis. La noticia no golpeó tanto. Era lo que califican como un chico malo, rebelde, sin futuro. No estaba involucrado en grandes proyectos, y su momento de gloria (“El cliente”, “Sleepers”, “Verano de corrupción”) queda lejos. En los últimos años eran frecuentes sus detenciones y las fotos de su ficha policial corriendo por la red. Tampoco era muy conocido, no era una estrella. Su muerte, pues, no sorprendió tanto.
Todo lo contrario es lo que ha sucedido con el actor australiano Heath Ledger. Su muerte por ingesta de somníferos y tranquilizantes (a estas alturas prosigue la investigación para aclarar las causas) ha sido un mazazo. Actor joven, presuntamente sano, nominado al Oscar por su papel en “Brokeback Mountain” y metido tanto en producciones indies (“I’m Not There”, esa variante sobre Bob Dylan) como en películas que causarán furor (“El Caballero Oscuro”), con unas cuantas interpretaciones notables a sus espaldas. En los medios de comunicación se ha hablado mucho esta semana de su papel como pastor de ovejas bisexual en “Brokeback Mountain”, aunque en algunos telediarios dijeron “Muere el vaquero gay”, equivocando realidad y ficción y haciéndose un lío con el personaje. Son las servidumbres de la fama que proporciona el Oscar. Porque a Ledger también deberíamos recordarlo por ser lo único salvable de la comedia teen “Diez razones para odiarte” (Joseph Gordon-Levitt aún estaba muy verde), por sus papeles de cobarde en “Monster’s Ball” y “Las cuatro plumas”, o por “El secreto de los hermanos Grimm”. Pero, para mí, su mejor registro está, probablemente, en “Candy”, película dolorosa sobre una pareja enganchada a las drogas, sobre la autodestrucción, ese tema tan presente en Hollywood. Dentro y fuera de la industria.

jueves, enero 24, 2008

Nuevo cartel de I'm Not There


Creo que esta película aún no tiene fecha de estreno en España. Seguimos esperando con ansia.

apuntes autistas, de Alberto Fuguet


Merodeaba por La Central de Madrid, que siempre me depara grandes hallazgos, cuando topé con este libro. Nunca había oído hablar del título, pero sí del autor, pues desde hace unas semanas leo el blog de Alberto Fuguet. Leí dos o tres frases sueltas y me lo compré. He disfrutado mucho de su lectura. Fuguet describe apuntes autistas como un libro de "apuntes, crónicas, escritos, columnas y textos".

Fuguet es uno de esos tipos que tienen las mismas obsesiones que yo (cine, cómic, literatura, viajes, música, tipografía), y por ello me siento cómodo leyéndolo. Como si charlara con un doble, con un amigo. Me siento menos solo y menos raro, menos freak. Mis obsesiones me granjean siempre, entre mis amistades más próximas, comentarios como "Estás loco" o "Eres un freak". Libros como éste me demuestran que no estoy tan solo. Porque Fuguet, que es cinéfilo, escritor, guionista, director de cine y antiguo crítico y cronista, aunque divide el libro en varios temas (viajar / mirar / leer / narrar), mezcla en cada texto su pasión por el cine y la literatura y el viaje, con una sabiduría enciclopédica.

Habla de lo que lee, de lo que devora, de lo que narra, de los viajes, de los cines en los que se mete en ciudades remotas y de las películas que ve en esos cines (menciona los Cines Yelmo Ideal de Madrid, que yo visito 2 veces a la semana), y habla de sus entrevistas o encuentros con algunos grandes (Richard Price, Woody Allen, Paul Schrader), de su amistad con Rodrigo Fresán, de sus antepasados. A Woody Allen, por cierto, le sacó cuál era la tipografía usada en los créditos de sus películas: Windsor EF Light Condensed.

Fuguet ha escrito un libro que une esas pasiones, y a la vez es muy pop, muy bloguero, muy confesional. Y tiene un capítulo absolutamente extraordinario que mezcla un par de artículos (uno de ellos, del año 2005, se puede encontrar en su blog de literatura) y que es un alegato contra los pretendidos escritores serios y el canon y a favor de Ray Loriga, Stephen King, Haruki Murakami, lo cual demuestra su condición de pre-Afterpop, el excelente ensayo de Eloy Fernández Porta.

Casarse porque sí

Estábamos tomando una caña y me contaron una historia. Una historia en desarrollo, de la que espero ávido el final, que aún tardaré unos meses en conocer, me temo. La historia es la que sigue. Una pareja está a punto de casarse. Se trata de una pareja joven y, por lo que me dicen, ella siempre ha aspirado al matrimonio. Quienes la conocen lo apuntan: que, ya en sus tiempos de estudiante, cuando aún no tenía novio, su máxima ambición era casarse. Ahora planean la boda con minuciosidad, cuidando de esos miles de detalles que hay que preparar y que dejan a ambos al borde de la angustia y al borde del agotamiento. Pero resulta que, en algunas conversaciones íntimas con sus mejores amigas, la chica dice, de vez en cuando y como quien no quiere la cosa, que ella debería haber roto con su actual novio y que, a menudo, se lo piensa. Pero sigue adelante. Ultima los preparativos del matrimonio, mientras sus amistades más cercanas no dan crédito a esa contradicción entre preparar una boda y, al mismo tiempo, no estar convencida de amar por completo a ese hombre con el que va a unirse.
Este país está repleto de gente así. Gente que se casa a ciegas, a la desesperada, sin plantearse las consecuencias de lo que hace. Vaya por delante que no soy contrario al matrimonio ni tampoco al divorcio (allá cada cual). Pero sí soy contrario, o al menos me molesta, que haya tantas parejas por ahí que se casen, tengan un hijo y, dos años después, o incluso menos, decidan dejarlo. Gente que se casa a ciegas. Personas que se casan porque sí. Por contentar a la madre de ella. Porque ya va siendo hora y se pasa el arroz. Porque quieren tener un hijo y necesitan el apellido de un padre. Porque mola cantidad eso de ser el centro de atención y recibir regalos y hacer la despedida de soltero y pasarlo en grande durante el convite. Porque en ese momento no había nadie más a mano para subir al altar. Porque, bueno, si la cosa no funciona siempre está el divorcio, que ahora se resuelve de modo muy rápido. Porque, mire usted, lo que quieren es protagonizar una boda. Los viejos valores. Convivencia, matrimonio, estabilidad, familia. Hogar. Sí, eso está muy bien. Pero luego, unos años después, o incluso unos meses después, y a veces unas horas después del enlace (echen un vistazo a las bodas de los famosos de Estados Unidos, que a menudo duran menos de un mes), se despiertan una mañana y advierten con sorpresa y dolor que eso no es lo suyo. Que ese tío, o esa tía, que duerme al lado es un completo desconocido. Que se convive mal con él. Que esto no es tan guay como vivir con papá y mamá. Que no aman a ese hombre o a esa mujer. Se dan cuenta de que se han precipitado. No debieron casarse. Quieren una ruptura. Y el hijo, el chaval que han empezado a criar, se queda a dos velas. Repartiéndose, en el futuro, entre la casa de su padre y la de su madre.
A mí me parece que hay muchas parejas de este pelo. Toman la decisión a la ligera. No afrontan el futuro, sólo piensan en el presente. Hay que casarse. Luego ya veremos si el matrimonio es estable. Si mola. No apareció el príncipe azul (o la princesa) con el que habían soñado desde la infancia y, como digo, se apuntan al convite con el tipo que hay más a mano. Y luego están quienes se casan sin haber convivido antes con el otro. Sí, ya sabemos que lo clásico era perder la virginidad y dormir con el hombre sólo a partir de la noche de bodas, pero no estamos en otro siglo. Los tiempos cambian. Las costumbres, también. Hay personas que se casan sin haber vivido antes con su pareja y, luego, tras la boda, algunas de ellas descubren que es imposible convivir con el extraño que duerme a su lado. Y se arrepienten.

miércoles, enero 23, 2008

Heath Ledger (1979 - 2008)




Acaban de encontrar muerto en su casa al actor Heath Ledger, de 28 años, y juro que estoy conmocionado. Se sospecha que podría ser por una sobredosis de drogas. La muerte de Brad Renfro, hace unos días, no me sorprendió tanto porque su carrera estaba llena de altibajos y era un tipo siempre relacionado con detenciones, drogas y alcohol. En cambio, Ledger parecía un tipo sano y estaba en la cumbre de su carrera. Recordemos sus papeles en Monster's Ball, Las cuatro plumas, Brokeback Mountain, El secreto de los hermanos Grimm y, sobre todo, la que para mí es su mejor interpretación, a pesar de que poca gente ha visto la película: su papel en Candy, una historia sobre drogas basada en la novela de Luke Davies. Ledger tiene a punto de estreno la secuela de Batman Begins, The Dark Knight, y I'm Not There, el largometraje sobre Bob Dylan. En la actualidad, rodaba de nuevo junto a Terry Gilliam el filme The Imaginarium of Doctor Parnassus.

Knocked Up (Lío embarazoso)


Judd Apatow, director de Virgen a los 40 y productor de Superbad, dirige esta comedia sobre embarazos no deseados que en España traicionaron con un título absurdo. Apatow hace su propia versión de Nueve meses, pero sin ñoñería ni sentimentalismo y con mucho más humor y mala leche. Al protagonista, Seth Rogen, ya lo habíamos visto en la piel de uno de los polis chiflados de Superbad. Muy divertida.

La vez

Estamos en una pequeña oficina del Rastro, para renovar una tarjeta que autoriza al usuario a acceder al garaje del barrio. En el barrio está prohibido circular con vehículo si no posees una de estas tarjetas, que controlan el área de prioridad residencial del distrito. Ahora hay cámaras que vigilan las calles, y los conductores sin permiso pueden ser multados. En la oficina no hay sala de espera. Nada más franquear la puerta, hay un par de sillas pegadas a la pared del lado derecho, y al lado una pequeña mesa donde un policía expide documentos. A la izquierda de la sala, otra mesa, grande y provista de un ordenador. Al fondo, dos mesas más. Entre la puerta y el resto de la habitación, pues, apenas hay espacio. Cada vez que entra alguien, espera de pie en los primeros metros de la sala. Las sillas están ocupadas. Y entra un montón de gente a resolver sus dudas o a tramitar multas o a renovar la tarjeta. Así que el resultado es una estampa francamente ridícula: nos apretujamos dentro, una vez franqueada la puerta, en el poco sitio que hay para esperar. No se puede guardar una cola de más de dos personas. Falta espacio. Cada uno espera donde puede. Detrás de mí llega una mujer. Pide la vez. Se la doy. Le digo que soy el último. Me pregunta si me importa que vaya hasta la mesa pequeña a preguntarle algo al policía. “No, pase”.
Mientras ella pregunta, la puerta vuelve a abrirse a mis espaldas. Es una señora mayor. Más mayor que la que la precede en el turno. En cuanto aparece, no sé cómo, lo sé: es la clásica señora que le echa morro y se cuela en el supermercado y en la cola de la pescadería, la que siempre te da un codazo para entrar antes que nadie al autobús, como si le fueran a robar el sitio, la que hará lo imposible con tal de no esperar en la cola y ser la primera en todo. Eso se ve. Se nota. Se adivina. Me dice: “¿Quién es el último?” Y pienso rápido: “Veamos. Si le digo que es la mujer de la mesa pequeña, la señora creerá que en cuanto el policía termine de atenderla, le tocará a ella. Entonces se armará el jaleo propio de estos sitios cuando los demás la acusen de colarse. Y la señora me echará la culpa a mí. De modo que, mejor, le digo que soy el último”. Digo: “Soy yo. Soy el último”. La noto nerviosa al ver la cola. “¿Toda esta cola es para lo mismo?” Y respondo: “Creo que sí”. Empieza a contarme su vida: “Mire, yo es que vengo a quitarle una multa a mi hijo. ¿Estamos todos para lo mismo? ¿O para las multas es otra mesa? Ustedes, ¿para qué están?” Y contesto: “Para renovar la tarjeta”. Pregunta a otras personas. El típico tío que sonríe de medio lado, en plan “Te jodes y esperas, como todos”, le responde: “Sí, estamos todos a lo mismo”.
La primera mujer, una vez resueltas sus dudas, regresa a la cola. A mi lado. Se sienta junto a la señora, porque acaban de dejar libres las sillas. Resulta que se conocen, quizá sean vecinas. La señora vuelve al ataque: “Mira, maja, vengo a quitarle una multa a mi hijo”. Y bla, bla, bla. “Y yo voy detrás de este chico”, dice, señalándome. La otra me mira a mí, esperando confirmación y suelta: “No, detrás de él voy yo. Tú vas detrás de mí. ¿Verdad?” Y yo: “Eh, sí, sí, en realidad va ella”. La señora: “Pues a mí me dio la vez él”. Y la primera: “Bueno, pero yo iba antes”. En los siguientes minutos la señora no para. Pregunta a todo el mundo. Trata de colarse. “Ahora vais vosotros, ¿no?”, nos pregunta. “Menos mal que ya queda poco”. Dice que se le hace tarde, que se va. Pregunta a este y al otro y al de más allá. La típica señora que marea. Que nos tiene fritos. Que en la sala de espera del médico te cuenta la vida de su marido. Pregunta por la vez. No hay manera de hacerla callar. Ya saben cómo les digo.

martes, enero 22, 2008

Carrera hacia los Oscar



Ya anunciaron la lista de nominados. Una lista que, como cinéfilo, me agrada mucho, ya que han reunido un montón de gente a la que admiro: Marjane Satrapi, Glen Hansard, Alberto Iglesias, Dario Marianelli, Coen Brothers, Paul Thomas Anderson, Cate Blanchett, Cassey Affleck, Tom Wilkinson, Julie Christie, George Clooney, Johnny Depp, Viggo Mortensen, Daniel Day-Lewis, Tommy Lee Jones, y, por supuesto, y entre otros, Javier Bardem. Algunas de las películas que más me han gustado últimamente están representadas aquí: Ratatouille, Persépolis, Adiós pequeña, adiós, Once, American Gangster, Expiación, El asesinato de Jesse James, Michael Clayton, Promesas del este..., y sobre todas he escrito en este blog. Pero aún nos falta lo mejor: No es país para viejos (8 nominaciones), There Will Be Blood (8 nominaciones) y esa sorpresa, Juno, del hijo de Ivan Reitman.
Copio las principales categorías (quienes quieran conocer la lista completa, que recurran a IMDb o El País):
MEJOR PELICULA
Expiación
Juno
Michael Clayton
No es país para viejos
Pozos de ambición


MEJOR DIRECTOR
Julian Schnabel por La escafandra y la mariposa
Jason Reitman por Juno
Tony Gilroy por Michael Clayton
Joel Coen & Ethan Coen por No es país para viejos
Paul Thomas Anderson por Pozos de ambición
MEJOR ACTOR
George Clooney por Michael Clayton
Daniel Day Lewis por Pozos de ambición
Jonnhy Depp por Sweeney Todd
Tommy Lee Jones por
En el valle de Elah
Viggo Mortensen por Promesas del Este

MEJOR ACTRIZ
Cate Blanchett por Elisabeth: la edad de oro
Julie Christie por Lejos de ella
Marion Cotillard por La vida en rosa
Laura Linney por The Savages
Ellen Page por Juno

MEJOR ACTOR DE REPARTO
Javier Bardem por No es país para viejos
Casey Affleck por El asesinato de Jesse James
Philip Seymour Hoffman por La guerra de Charlie Wilson
Hal HolBrook por Hacia rutas salvajes
Tom Wilkinson por Michael Clayton
MEJOR ACTRIZ DE REPARTO
Cate Blanchett por I'm Not There
Ruby Dee por American Gangster
Saoirse Ronan por Expiación
Amy Ryan por Adiós pequeña, adiós
Tilda Swinton por Michael Clayton
MEJOR GUIÓN ORIGINAL
Diablo Cody por Juno
Nancy Oliver por Lars and the Real Girl
Tony Gilroy por Michael Clayton
Brad Bird por Ratatouille
Tamara Jenkins por The Savages

MEJOR GUIÓN ADAPTADO
Christopher Hampton por Expiación
Sarah Polley por Lejos de ella
Ronald Harwood La escafandra y la mariposa
Joel Coen & Ethan Coen por No es país para viejos
Paul Thomas Anderson por Pozos de ambición

En mil pedazos, de James Frey



Me despierto con el zumbido del motor de un avión y la sensación de que algo tibio me resbala por la barbilla. Levanto una mano para tocarme la cara. Me faltan los cuatro dientes delanteros, tengo un agujero en la mejilla, la nariz rota y los ojos hinchados, casi cerrados. Los abro, miro a mi alrededor: estoy en la parte trasera de un avión y no hay nadie cerca de mí. Me miro la ropa. Tengo la ropa cubierta de una mezcla abigarrada de saliva, mocos, orina, vómito y sangre. Busco el timbre de llamada con la mano y lo encuentro, lo aprieto y espero y treinta segundos después llega una Azafata.
[Portada y fragmento del libro del que hablo en el artículo de abajo o en link directo: aquí]

5

Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, entre zarzas quemadas y pájaros de nieve.

Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, como un viajero gris perdido entre la niebla.

Una verdad cifrada dejé atrás: el humo denso y obsequioso de los brezos y la alegría de mis padres en el anochecer.

En el camino del norte, sin embargo, sólo mendigos locos me acompañan.

Duermo bajo sus capas en las noches de invierno.

Les digo este relato para ahuyentar el miedo.

Julio Llamazares, Memoria de la nieve

Adictivo, explosivo, doloroso

Unos años atrás James Frey sacudió el mundo editorial con su libro “En mil pedazos”, una crónica novelada del tiempo en que intentó curarse de su adicción a las drogas y al alcohol en un centro de tratamiento. Primero presentó el manuscrito como novela, pero las editoriales lo rechazaron. Después dijo que era autobiográfico y lo catalogó de obra de no ficción. Lo aceptaron y fue un éxito rotundo. De ventas y de crítica. Numerosos autores se rindieron a su embrujo y a la violencia y exactitud de su prosa: Alberto Fuguet, Gus Van Sant, Edmundo Paz Soldán, Álvaro Bisama o Bret Easton Ellis son algunos de ellos. Para saber más, sugiero entrar en el estupendo blog de Fuguet, quien hace un par de años escribió en extenso sobre este título. A Frey lo llevó Oprah Winfrey a su show, y luego lo acusaron de faltar a la verdad. Su libro se había vendido a los lectores como autobiográfico y, al parecer, contiene un alto porcentaje de ficción. A consecuencia del escándalo, muchos lectores se sintieron estafados y la editorial devolverá el dinero a quienes compraron el libro y no están conformes. Lo cual, a mi entender, es una solemne estupidez, dado que lo que importa es la prosa de Frey, su talento para emocionarnos y, como diría Fuguet, rompernos en mil pedazos. Si Frey exageró o no, en realidad no es de mi incumbencia, y prefiero incluso que haya exagerado, pues me gustan más las narraciones semi-autobiográficas.
“En mil pedazos” es la confesión del protagonista, James Frey. Comienza asestándonos un golpe de efecto: se despierta en un avión, no sabe de dónde viene ni a dónde va, y tiene la nariz rota y le faltan cuatro dientes y lleva la cara ensangrentada y sufre resaca y múltiples dolores. Su siguiente paso, con ayuda de unos padres en cuya presencia siente furia, será ingresar en el centro. Al principio burla las reglas y se enfurece con celadores y pacientes. Luego, poco a poco, a medida que sufre el síndrome de abstinencia, empieza a mejorar gracias a la amistad, el amor y el contacto familiar. Leamos un pasaje del principio, cuando lo torturan los primeros síntomas de la abstinencia: “Empiezo a llorar. Me corren lágrimas por las mejillas y se me escapan sollozos silenciosos. No sé lo que estoy haciendo ni sé por qué estoy aquí ni sé cómo llegaron las cosas a ponerse tan mal. Intento encontrar respuestas pero no las hay. Estoy demasiado jodido para tener respuestas. Estoy demasiado jodido para todo. Las lágrimas salen con más fuerza y los sollozos se vuelven más sonoros y me acurruco en el suelo de baldosas frías y ya es de día y estoy en algún lugar de Minnesota y no he bebido un solo trago en cinco días y no sé qué coño me está pasando”. Frey, con un estilo directo, llama a las cosas por su nombre. A menudo huye de las comas, y entonces las frases largas remiten a la poesía. Es un autor que me recuerda a la escritura de David González. Frey utiliza una prosa desnuda, sustanciosa, sin florituras ni palabras ambiguas; una prosa sin afeites ni grasa. Sólo hay nervio y dolor y amargura.
Varios pasajes nos hacen un nudo en la garganta: un arreglo dental sin anestesia, los frecuentes vómitos, las peleas, las caídas. El protagonista ha vivido un pasado negro, repleto de delincuencia y abuso de drogas y alcohol. Para purificarse y sobrevivir, debe atravesar el abismo y enfrentarse a sí mismo. No es un libro de autoayuda, pero aliviará a muchas personas. No es una novela, pero se lee como tal. No es un diario, pero refleja la angustia como pocos lo han hecho. Es un libro adictivo, explosivo y doloroso que nos emociona y nos destroza, nos amarga y nos conmueve. Una historia de amor, amistad, superación. Surgida del dolor. Brutal y necesaria.

lunes, enero 21, 2008

Próximamente: Planet 51


Primer cartel de Planet 51, proyecto en marcha del que hablo en el artículo de abajo. O en link directo: aquí.

Cartel de Shine A Light


James Frey


El Joven acudió al Viejo en busca de consejo.
Algo se me ha roto, Viejo.
¿Es grave?
Se ha roto en mil pedazos.
Me temo que no puedo ayudarte.
¿Por qué?
No hay nada que hacer
¿Por qué?
No se puede arreglar.
¿Por qué?
Porque es irreparable. Se ha roto en mil pedazos.

James Frey, extraído de su libro En mil pedazos

Animación 3D

Presten atención porque, aunque su estreno está previsto para el próximo año, voy a hablarles sobre la que será la película más cara del cine español. Un proyecto con varios años de antigüedad. Sus responsables buscaron el presupuesto fuera de España porque aquí nadie se arriesga. Salvo el grupo de empresas creadas por la familia Pérez Dolset y su accionariado, que aportó parte de la pasta, y la editorial Planeta, tuvieron que llamar a las puertas de los despachos de EE. UU. En España somos así.
La película de la que hablo es de animación 3D. Antes se titulaba “Planet One” y, en estos momentos, se conoce como “Planet 51”. La primera vez que le oí a alguien hablar de este proyecto fue a uno de mis primos, José Manuel García. Él es jefe de proyecto de las últimas partes de ese gran videojuego, “Commandos”, de la empresa Pyro Studios. Recuerdo mi visita a Pyro: una planta de oficinas cuyas mesas estaban llenas de gente muy joven y muy creativa. Gente que trabaja mucho. Sé de épocas en las que mi primo ha llegado a vivir en la oficina: además de comer allí, cenaba e incluso pasaba noches y fines de semana. Ostenta su propio récord: cuarenta y tres horas seguidas trabajando sin dormir. Pero incluso una temporada en el infierno tiene su recompensa. Y una de las recompensas es el triunfo y la popularidad de Pyro y sus proyectos, caso de “Commandos” o “Imperial Glory”. Los chicos de Pyro saben que el mercado de los videojuegos no se puede limitar a Madrid y al pueblo de al lado, y por eso desarrollan parámetros con vistas a las ventas en el extranjero: títulos en inglés, equipo de doblaje de primera fila, argumentos y ambientaciones universales.
Un día, hace años, mi primo me reveló un secreto: Jorge Blanco e Ignacio Pérez Dolset, creadores de “Commandos”, estaban metidos en el proyecto de un filme de animación. El primer paso fue crear un estudio: Ilion Animation Studios. Blanco dirige. Pérez Dolset produce. El guionista de la película es Joe Stillman, el mismo tipo que escribió “Shrek” y su primera secuela y varios episodios de “Beavis y Butt-Head”; un autor de pluma ácida. Mi primo, entre otras cosas, iba a encargarse (está metido ya en ello) del videojuego de la película en sus distintas plataformas. El presupuesto ha alcanzado los sesenta millones de euros. De los derechos de distribución internacional se encarga New Line Cinema, que creó “El Señor de los Anillos”. Pero vayamos con la película. Trata de una invasión alienígena. Pero es una invasión al revés, y en clave de comedia. A un planeta de seres verdes llega un hombre, y la visita del humano hará temblar a sus habitantes. Son los extraterrestres quienes creen ser invadidos por un ser blanco de otro planeta, la Tierra. El año pasado, cenando en la casa de mi primo en Madrid, me dijo que me iba a revelar otro secreto. Metió la mano en un cajón y sacó de él una joya que poca gente ha podido ver. Se trataba de un libro voluminoso, de páginas grandes y papel de calidad, en el que constaban todos los pormenores del proyecto de “Planet 51”. Fotos, esbozos, ideas, anotaciones, diseños de personajes, escenarios. Aluciné. El proyecto está calculado hasta en el más ínfimo detalle. Han inventado un planeta verde similar al nuestro, pero en marciano, por así decirlo: restaurantes, casas y edificios, calles, vestimentas, productos de uso común, gorros, muebles y objetos… Era un secreto, entonces, porque ese libro era el que utilizaban para llamar a los estudios norteamericanos, muy hábiles en plagiar proyectos. Hoy ya se pueden ver por internet algunas fotos. Si sienten curiosidad, pongan en Google el título. “Planet 51” se estrenará el año que viene y será un bombazo.

domingo, enero 20, 2008

Portadas exquisitas

Segundo cartel de Midnight Meat Train


Basada en el relato de Clive Barker, que recoge en uno de los Libros de sangre.

Tranquilidad aparente

Desde que empezó el año, noto tranquilidad en el barrio en el que vivo, o al menos en las zonas por las que acostumbro a moverme. No he vuelto a ver peleas ni demás altercados. Excepto una tarde, en la que un alcohólico de pelo blanco amenazaba a otro con matarlo. El aludido estaba sentado en un banco y, a pesar de la violencia de palabra de su antagonista, no se despeinó. Como si el otro fuera un pájaro cantando en una rama, y no un hombre salpicándolo de saliva y amenazas. Algunas noches, los africanos que se reúnen bajo mi ventana o en la esquina, apoltronados a veces junto a la salida infecta de la alcantarilla o junto al contenedor de basuras, inmunes al hedor, se ponen a cantar. En realidad, no cantan todos. Sólo lo hace uno. Y tampoco me atrevería a llamarlos cánticos, sino berridos tribales. Cuando berrea, alguna vecina le grita desde el balcón que se calle. Porque suele hacerlo por la noche, en el momento en que la gente se va a la cama.
La razón para esta serenidad aparente obedece a la presencia policial en las calles. Un sábado por la noche nuestra plaza parecía la Plaza del Dos de Mayo: había cuatro o cinco coches de policía allí aparcados. Lo cual ahuyenta a los alcohólicos, a los vagabundos, a quienes buscan pendencia, a quienes a veces hacen botellón y a los camellos. Pero la presencia de policías a pie, o en sus coches o en motos o en furgones, es constante desde comienzos del año. Patrullan a diario. O, simplemente, aparcan en la plaza, junto al parque infantil, y charlan entre ellos para matar el tiempo. Otra noche estaban abroncando a los negros que suelen berrear bajo la ventana. Mientras un agente les soltaba un discurso, otro sujetaba a un perro para que oliese y rastrease los bajos de los vehículos aparcados en la acera donde se sientan. Buscando droga. Pero dudo que ellos trapicheen. Se parecen a los pandilleros que salen en algunas películas americanas. Tipos que, simplemente, están de pie o sentados en un rincón, en la calle, calentándose las manos en un bidón de aceite o soplando de una botella que comparten. Van a lo suyo. Excepto por uno, ya digo, que, aparte de berrear, a veces se vuelve loco y pega patadas a los coches y arma un escándalo.
Días, pues, de serenidad. Aparente, por supuesto. No significa que las cosas hayan cambiado. Sólo significa que, mientras la policía ronde por allí, los altercados y la delincuencia se suavizarán, pero no dejarán de existir. Yo creo que esta presencia policial obedece a dos razones. La primera es que los vecinos habrán empezado a denunciar a la gente que les impide dormir, que se pega en la calle o que vende droga. Cuantas más denuncias, más caso hacen a uno, supongo. La segunda es más evidente, pero no me había dado cuenta y tuvo que señalármelo alguien: hay policías porque se acerca la fecha de las elecciones. Y ya sabemos que, en las semanas previas a las elecciones, la vida cobra otro color. Es el envoltorio de caramelo con el que los políticos quieren cubrirnos, para que veamos otra realidad distinta. Arreglan las calles, solucionan algunos problemas, visitan los barrios y les dan la mano a los vecinos y simulan escuchar sus quejas, juran entregarnos la tierra prometida, tienden velos de color ante nuestros ojos y tratan de convencernos de la proximidad de los cambios. Pero todo eso pasará cuando terminen las elecciones. La policía dejará de controlar el barrio. Porque las promesas políticas tienen una fecha de caducidad. Caducan al día siguiente de haber depositado nuestro voto en la urna.