miércoles, octubre 30, 2013

La vida de Adèle


Mi manera de amar el cine pasa por varios niveles, lo cual hace que casi todas las películas me gusten (o, al menos, de cada una de ellas saque algo favorable: ya sea una interpretación, una o dos frases, la banda sonora o los momentos que me hacen reír). Dejo aparte los filmes malísimos porque veo muy pocos (pero sí vi mucho cine de ese tipo en mi infancia y adolescencia: bodrios de serie Z que se proyectaban en los cines de sesión doble, y que no obstante tenían su encanto). En un primer nivel, un nivel C, estarían las películas que simplemente me entretienen, que me hacen pasar el rato y están a mil millas de ser perfectas (cito ejemplos de este año: Pacific Rim, Juerga hasta el fin, Tú eres el siguiente, Kick Ass 2…). En un nivel B pondría aquellas que me han gustado lo bastante como para verlas otra vez, si tengo oportunidad, películas que me parecen muy buenas (Oblivion, Pain & Gain, El Llanero Solitario, The Conjuring, Gravity…). En un nivel A están aquellas que, de vez en cuando, me vuelven absolutamente loco, películas a las que durante unos días doy vueltas en la cabeza, me acuesto pensando en ellas y me levanto pensando en ellas (ahí entrarían, de este año, Django desencadenado, Mud, Antes del anochecer, Prisioneros…). La vida de Adèle, basada en la novela gráfica El azul es un color cálido, entra en la tercera categoría. Es una de esas películas que te marcan. O, al menos, a mí me marcan. Me vuelven loco. Me hacen apasionarme por el cine de nuevo.

La vida de Adèle, la primera película que veo del cineasta tunecino-francés Abdellatif Kechiche, sigue los pasos de una chica, desde los últimos coletazos de la adolescencia (las clases, los primeros amores, la rebeldía) hasta la entrada en la madurez (el trabajo, la estabilidad económica, la independencia). Ella se llama Adèle (interpretada por una actriz prodigiosa en todos los sentidos: Adèle Exarchopoulos), y desde el principio es una chica sensible, introvertida, capaz de enamorarse hasta el tuétano, pero también una adolescente confundida. Antes de su primer escarceo con un muchacho, se cruza por la calle con una mujer de pelo azul, Emma (interpretada por otra actriz inmensa: Léa Seydoux; ambas ganaron un premio en Cannes por sus interpretaciones), y siente una sacudida, un enrojecimiento de las mejillas, una confusión: sabe que ha sido amor a primera vista, pero sus miradas, sus titubeos y sus mentiras indican al espectador que se niega a aceptarlo. Que ella no es lesbiana. Por azar o destino, Adèle terminará conociendo a Emma, lo que dará pie a una de las historias de amor más bellas y emotivas y apasionadas que hemos visto en los últimos años. Una historia en la que no faltan unas escenas de sexo tan explícito, tan bien filmado, que será difícil que alguien las supere.

No quiero desvelar más sobre el argumento. La gente suele plantearse qué película les pondría a unos extraterrestres si vinieran a la Tierra y quisieran conocer nuestras costumbres. Para que supieran lo que es ser una mujer en el mundo contemporáneo occidental yo les pondría esta película. Porque va más allá del lesbianismo. Es un filme sobre cómo las mujeres aman y sufren, sobre cómo practican el sexo y sienten la pasión, sobre cómo deben sobrevivir en una sociedad plagada de etiquetas y miedos y prejuicios, sobre cómo las heridas las afectan en todos los órdenes de sus vidas.

Cuando salí del cine, aturdido, encantado, conmovido tras tres horas de proyección, me pregunté cómo el director había logrado que nos inmiscuyéramos tanto en la vida de una mujer (y sufriésemos junto a ella). Pues lo que ha hecho Kechiche, principalmente, es enamorarse y enamorar a la cámara de su actriz principal. Es una película en la que predominan los primeros planos, a veces no sabemos muy bien lo que ocurre alrededor de los personajes porque la cámara se centra en los rostros: las lágrimas, la piel, las miradas, el rubor, las sonrisas, el pelo… De este modo, el espectador acompaña en todo momento a Adèle, convive con Adèle, casi siente sus mocos, sus llantos y sus orgasmos. Sobre ella está construida la película y creo no equivocarme si digo que sale en todas las escenas (no en todos los planos). Hay secuencias que, al principio, parecen banales (esos momentos largos en los que los personajes se dedican a comer y a hablar de cultura), pero van creando poco a poco un clima de desasosiego, de tensión, que van anunciando lo que va a suceder después. Por cierto: es una película circular, que empieza con un plano parecido al principio y al final, algo que me entusiasma y que me fascinó, por ejemplo, en Sin perdón

A mí me ha parecido dolorosa, emotiva, sublime. Y me he enamorado de las dos actrices, o de sus dos personajes…



Próximamente: La casa de hojas


De Mark Z. Danielewski. 
En Alpha Decay + Pálido Fuego.



Cartel de The Invisible Woman


Pompeii: primer trailer


47 Ronin: nuevo cartel


lunes, octubre 28, 2013

Historias del arcoíris, de William T. Vollmann


Es curioso lo que está sucediendo con algunos autores que escriben en lengua inglesa en la actualidad: hace años no se les hizo apenas caso en España, y ahora los lectores buscan sus obras hasta debajo de las piedras. Como me fío de mi intuición, los compré en su momento (y leí muchos de ellos), y los guardo como joyas de mi biblioteca. Me refiero a autores como David Sedaris, Junot Díaz, Denis Johnson, David Foster Wallace, Jonathan Lethem, Rick Moody, Matthew Klam, David Powers, Michael Chabon, George Saunders o William T. Vollmann. Casi todos, por cierto, publicados por Mondadori, en aquellos tiempos en los que los englobaron en una colección llamada algo del estilo a Next Generation (y que los cortos de vista se apresuraron a criticar, demostrando ahora que se equivocaban). Dado que en aquel entonces no tenía mucho dinero para comprarme las ediciones grandes, tuve que conformarme con las ediciones de bolsillo (la mítica colección de tapas de color naranja).

Puedo presumir, por tanto, de tener en casa todo lo que se ha publicado en este país de Vollmann, aunque, como hago con todos los autores que me gustan, no he querido leer cada bibliografía al completo. Prefiero ir poco a poco. William T. Vollmann tiene algunos puntos en común con David Foster Wallace, sólo que Vollman es una especie de Wallace callejero o kamikaze, alguien más en la línea de Hunter S. Thompson: tanto Vollmann como Wallace son maestros de la narrativa, capaces de hacer incluso que el lector huela los barrios infectos por los que han pasado o sienta en sus carnes los complejos de un adolescente; tanto Vollmann como Wallace te conducen por callejones inesperados, te someten a un bombardeo de exhaustivas notas al pie, te ofrecen relatos larguísimos que te agotan; tanto Vollmann como Wallace ponen a prueba la paciencia del lector en algunas ocasiones (ese alarde estilístico y narrativo es el único reproche que les hago, y sólo se lo reprocho en algunos textos donde se empeñan en demostrar su virtuosismo, esos textos donde no aplicaron tijera cuando se necesitaba).

Lo que hace William T. Vollmann es recorrer el mundo, codearse con la gente, hablar con el personal, introducirse hasta las axilas en el barro para luego contarlo. Se dice de él que tan pronto está metido en un escenario de guerra como se adentra en tugurios asquerosos, habla con putas y con enfermos y con perturbados, asiste a autopsias, se lee manuales de medicina o criminología que nadie se leería, viajar con los muyahidines… De ello da prueba su voluminosa bibliografía, que aquí permanece inédita (sólo se han publicado Para Gloria, Historias del Mariposa, Trece relatos y trece epitafios, Europa Central, Los pobres, Historias del arcoíris y el relato “La tumba de las historias perdidas” que aparece incluido en la compilación Los nuevos góticos). Vollmann es una especie de genio loco que no parece tener miedo a nada.

En Historias del arcoíris incluye 13 relatos. El primero, “El espectro visible”, ya sienta las bases de lo que vendrá después: en él se habla de las líneas de colores pintadas en el suelo de un hospital, líneas que conducen a los pacientes a su destino (ya sea la curación o la muerte), y que se convierten en los símbolos con los que el autor va a jugar a lo largo del libro. Luego vienen una serie de textos en los que convivimos con prostitutas, skinheads, enfermos, pervertidos sexuales, fetichistas, zombies, santas, mendigos, forenses… Me atrevería a decir que Vollmann empieza en el realismo, pasa por la Historia manipulada a su antojo y desemboca en la fantasía y en la ficción pura (como uno de los últimos relatos, en los que el narrador es el Espíritu Santo). Es, desde luego, un libro mutante, que va cambiando de género y de estilo para asombro y disfrute del lector. Lo que no quita para que un par de relatos me hayan cansado o me hayan interesado menos (los cito: “Naranja centelleante” y “El azúcar amarillo”). Pero eso no ensombrece la calidad y la maestría del conjunto. Menciono, por ejemplo, la brillantez y el humor de “El vestido verde”, donde un hombre se siente atraído por el vestido de una mujer, sólo por esa prenda; o “La Inmensidad Azul”, que analiza el tema del doble, con un tipo que, a la manera de Jekyll y Hyde, es El Zombi y El Otro; o “Los caballeros blancos”, que cuentas historias de los nazis de cabeza rapada; o la historia de amor con Jenny en “Una rosa amarilla”. En casi todos los textos Vollmann utiliza una estructura fragmentaria, una prosa mayúscula y una erudición envidiable. Léanlo, pero tómenselo con calma: tiene 570 páginas y, como digo, hay un par de relatos que pesan un poco. Aquí van unos extractos: 

Quería más a Jenny en los momentos en que, sentado a su lado mientras veíamos películas sentimentales, desviaba la mirada de la gran pantalla, donde la hermosa actriz estaba a punto de dejar a su pareja para siempre, y yo veía a Jenny erguida en su asiento, aquellos ojos negros semejantes a botones intensamente concentrados en la película mientras no paraba de masticar chicle con el semblante serio, y yo le pasaba el índice bajo los ojos para confirmar que tenía la cara húmeda, que Jenny lloraba por las personas que aparecían en la pantalla, un llanto de felicidad perfectamente plácida por una debacle que jamás había sucedido; y yo sabía que, tras finalizar la película, Jenny olvidaría que había llorado, aunque se sentiría refrescada por las lágrimas. ¡Qué inofensivo era todo aquello! A veces yo mismo, cuando la actriz me hacía recordar mis propios fracasos, me veía escaldado por una única y pesada lágrima; pero esta sensación no me convenía y tenía que pasarle el dedo a Jenny por el párpado mojado para tranquilizarme.

**

Hay quienes piensan que lo peor de estar vivos es el saber que tienen que perderlo todo. […] Hay muchos en esta tierra que aborrecen sus vidas; para ellos cualquier pérdida es un alivio. Pero incluso ellos preferirían morir antes que pudrirse.

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Vivía con incomodidad entre los Hombres del Asilo, los cuales se retrepaban en sus sillones y miraban la pantalla azul con ojos tan espléndidamente sombríos como estrellas a punto de caer en la atmósfera azul; hombres cuya carne se introducía en la penumbra cuando se quedaban dormidos por la tarde; con papadas dobles y triples, dedos lacios, pelo que les bajaba de los hombros con la ligereza de los helechos colgantes. Cuando despertaban, la vida continuaba desprendiéndose de ellos. Tenían bocas negras y torcidas. El sudor ácido les había agujereado los calcetines tiesos y llenos de incrustaciones. En las panzas hinchadas les brotaban las hernias como castañas inmensas y los tatuajes se les desvanecían por momentos.

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Si alguna vez vieseis vosotros a un vagabundo agonizando en la calle, no harías nada; no por pereza, sino por pura falta de información. No reconoceríais su agonía; asumiríais que estaría borracho. No sabríais qué hacer con él. No sabríais si os costaría el dinero.

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El cuerpo es como un libro. Cada uno de nosotros escribe su vida en él, representando a la perfección lo que se nos hizo y lo que hicimos.

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Las peores tragedias son aquellas que tienen lugar a la luz del sol.

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Cuando alguien me cuenta una historia, probablemente sea cierta para él; si no, ¿por qué no puede serlo para ? […] Si os oponéis a mi credibilidad, os envidio; estoy seguro de que acabaréis construyendo grandes castillos de una lógica férrea, mientras que mi tejado lleva ya tres años con goteras.


[Editorial Pálido Fuego. Traducción de José Luis Amores]

Catorce: cortometraje en marcha


Catorce es un corto financiado mediante crowdfunding en el que está metido un colega zamorano, Manuel Garrote, quien además ha escrito el guión. Os dejo con el link de este proyecto, donde se puede leer el argumento, ver las entrevistas con el equipo y enterarse de todo lo relacionado con el cortometraje: aquí.

Cartel de Séptimo


Quiero ver Los Vigilantes de la Playa todo el puto día

quiero rascarte la barriga
y comer donuts contigo
hasta que engordemos tanto
que nadie nos quiera
y no nos quede otra
que estar enamorados para siempre



Ana Carrete, Vomit (de Varios Autores. Edición de Luna Miguel)

Anchorman 2: segundo cartel


Seduced and Abandoned: primer cartel


domingo, octubre 27, 2013

Semana de despedidas


LOU REED (1942 - 2013)


Antonia Bird (1959 - 2013)


Hal Needham (1931 - 2013)



Amparo Soler Leal (1933 - 2013)



Manolo Escobar (1931 - 2013)

viernes, octubre 25, 2013

Antivirus en The Barcelona Review



Mi relato Antivirus, que algunos ya conocen, puede leerse completo a partir de hoy en la mítica publicación digital The Barcelona Review, en su versión en castellano. Dicho texto es el resultado de obsesionarme por temas como el cáncer, la descomposición corporal, Burroughs y Cronenberg. El enlace directo: aquí.

Cartel de Contracted


Hoy, en Zamora


Snowpiercer: nuevo cartel


Trailer de Captain America: The Winter Soldier


Cartel de Unearthed & Untold: The Path to Pet Sematary


jueves, octubre 24, 2013

Una confesión póstuma, de Marcellus Emants



Esta novela (cuya publicación data de 1894) viene avalada por J. M. Coetzee, quien escribe el prólogo para situarnos en los antecedentes. Pero aunque no se presentara con ese aval, daría lo mismo, pues he dicho cien veces que Sajalín es garantía de calidad. Sobre todo en su colección “Al margen”, a la que pertenece este libro y en la que hemos podido leer a autores del calibre Ed Bunker, Hubert Selby, Osamu Dazai, Dan Fante o Kenneth Cook. Es decir, autores de algunos de los libros más impactantes que hemos podido leer en los últimos años.

No es menos potente que los autores mencionados la novela de Emants, Una confesión póstuma, narración que gravita alrededor de un hombre apático, misántropo, incapaz de albergar muchos sentimientos agradables. Un libro que arranca así ya nos ha ganado: Mi mujer está muerta y ya ha recibido sepultura. Estoy solo en casa, yo solo con las dos criadas. De modo que soy libre de nuevo, pero, ¿de qué me sirve ahora la libertad? El narrador y protagonista es Willem Termeer, cuya actitud ante la vida me recuerda un poco a Bartleby: a menudo lo único que hace es estar recluido en casa, sin afeitarse, sin asearse, odiando al mundo. Es un tipo amargado, insatisfecho, sin ambiciones, desilusionado, que contrae matrimonio con una mujer a la que acaba matando (no es spoiler: él mismo lo cuenta en las primeras páginas), que es incapaz de interesarse por la oferta de la vida, al que le dan lo mismo las personas o los libros o las ciudades. Sin embargo, en algún momento llega a reconocer que le motivan “los placeres perversos y prohibidos”. Quizá Termeer sea un desarraigado por la vida que ha llevado: padres que mueren cuando él es un muchacho, un capital que le permite elecciones a temprana edad, etc. No la dejéis escapar. Unos fragmentos:

Sin saber cómo, las personas normales comprendían al verme que alguien como yo carecía de las cualidades humanas que una sociedad requiere a sus miembros para sobrevivir en la insoslayable lucha de todos contra todos. Y sin saber cómo, yo comprendía que ellas, las personas normales, poseían todos los sentimientos nobles de los que yo solo había leído algo en los libros y que para mí, por lo tanto, no eran más que palabras vacías. Y todos sabíamos que ellas constituían la norma, la fuerza que preservaba la sociedad, y yo la excepción, fruto de la degeneración.

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Me ofrecían ficción cuando yo lo que anhelaba era realidad. Además, el tiempo en que la ficción aún era capaz de conmoverme ya había quedado atrás.

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Acostumbrado a subestimar mis talentos, no me había hecho muchas ilusiones con mi novela. Y a pesar de todo, la carta de rechazo me supuso un golpe tan duro como el que debe sentir un criminal que recibe una sentencia a cadena perpetua, justo cuando había empezado a albergar esperanzas tras escuchar el elocuente alegato en su defensa de su abogado.

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Siempre he detestado encontrarme con conocidos durante mis paseos. Esto se debe, en parte, a mi temor a saludar y que no me reconozcan; pero, en esencia, mi actitud huidiza se nutría de la sospecha de que, al cruzarse conmigo, se volvían para mirarme y criticarme, tal vez incluso para burlarse de mí.

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En esa casa maté a Anna y en esa casa estoy escribiendo esta confesión.
  

[Sajalín Editores. Traducción de Gonzalo Fernández Gómez]

Ciclo Extraños en el Paraíso. Indie USA


Hoy comienza el ciclo de cine sobre películas independientes norteamericanas que han preparado Carlos Tejeda e Hilario J. Rodríguez, coordinadores del diccionario CINE XXI. Yo procuraré asistir a todas o a casi todas las sesiones. Se proyectarán los jueves en La Butaca de la Gata Roja (librería-dvdclub antes conocida como Ficciones, en Lavapiés). La entrada es gratuita. Supongo que luego habrá coloquio. Hora del comienzo: 19:30 h.


Trailer de Neighbors




Próximamente: Tiempo de errores


De Mohamed Chukri. Nueva traducción. En Cabaret Voltaire.

Cartel de Expecting


Xbox 360

¿Tres consejos para no morir nunca?
Vivir, a puñetazos, con el pesar.

Rellenar ambos pulmones del aire
que las corrientes del Polo congelan.

Naufragar entre las olas de horchata
del mar Muerto (región de diabéticos suicidas).

¿Cuatro consejos para vivir solo?
Surcar los siete males
dejando algunos anzuelos mordidos.

Tararear la más ruin canción de guerra
aprendida en las batallas perdidas.

Cruzar, a nado, el Cabo del Horror
y aguantar, aguardar estando hundido,
desbordado unas veces, otras mudo.

¿Dos consejos para no morir joven?
Alimentar a una mosca sin alas
(afligida por chupar tus sustancias)
cuyo feroz vuelo acabó en tragedia.

Acariciar las virtudes del ogro
para rodar una pérfida snuff con cupidos.



David Benedicte, Santa Claus va a rehab

Cartel de A Journey to Planet Sanity


miércoles, octubre 23, 2013

Próximamente: Las enseñanzas de Don B.


De Donald Barthelme. En Automática Editorial.

Captain America: The Winter Soldier: 2 carteles




martes, octubre 22, 2013

Cartel de Only Lovers Left Alive


Próximamente: Vivir, pensar, mirar


De Siri Hustvedt. En Anagrama.

Cartel de Los chicos del puerto


La 2ª película de Alberto Morais.

Cómo ser mujer, de Caitlin Moran


-Voy a sacar el libro de Fletch –le explico a la perra. Fletch es una película muy mediocre del momento, con Chevy Chase como actor principal–. Seguro que trae una foto de Chevy en la cubierta; voy a mirar la foto de Chevy y luego la copiaré en mi “Libro del Amor”.
[…]
He planeado exactamente lo que voy a hacer con el libro de Fletch. Cuando llegue a casa, lo envolveré en una camiseta y lo esconderé en el fondo del cajón de mis bragas para que papá y mamá no lo vean. Es muy importante que mis padres no se enteren de que empiezo a enamorarme de la gente, porque entonces puede que se den cuenta de que me estoy haciendo mayor; y estoy intentando más o menos guardarlo en secreto. Creo que eso desencadenará algún tipo de incidente.

**

La pornografía gratis y explícita del siglo XXI ataca la imaginación sexual de los hombres y las mujeres como si fuera un antibiótico, y acaba con todo el misterio, la incertidumbre y la duda, buenos y malos.

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A decir verdad, el parto da a la mujer un buen par de pelotas. La felicidad que te invade al comprender que todo ha terminado, y que no has muerto, puede durarte toda la vida. Eufóricas y animadas por lo valientes que han sido, las flamantes madres ordenan por fin a sus parientes políticos que se retiren, se tiñen el pelo de rojo, dan clases de conducir, trabajan como autónomas, aprenden a utilizar un taladro, experimentan con ingredientes thai, bromean sobre la incontinencia y dejan de tener miedo a la oscuridad.

**

Las primeras grandes advertencias de la mortalidad comienzan a llegar. Los padres de la gente empiezan a tener enfermedades. Los padres de la gente empiezan a morir. Vamos a funerales, y a entierros, donde digo palabras de consuelo a mis amigos, aunque en mi fuero interno me consuele pensando que la muerte sólo afecta a la generación anterior. Un suicidio, un infarto, un cáncer, son cosas que le ocurren a las personas mayores que yo. No han traspasado los límites de mi generación, por el momento.
Pero observo a la gente de edad que llora en el cementerio, en la iglesia, en el crematorio (que parece extrañamente una sauna municipal), a fin de aprender sobre el futuro. Pronto seré yo quien tenga que enfrentarse a esas horribles despedidas.
Pronto, también, me miraré las manos y comprenderé que son las manos de mi abuela, y que el anillo que ha brillado todos estos años se ha convertido, sin que yo hiciera nada, en una antigüedad. He dejado de ser realmente joven. Todavía habrá un período de plenitud, una década más o menos de equilibrio, y luego lo siguiente que pasará es que empezaré a ser vieja. Eso será lo siguiente.


[Editorial Anagrama. Traducción de Marta Salís]

Cartel de Afflicted


Tormenta de nieve

Hubo una tempestad de nieve y no salí de mi apartamento
en cinco días
salvo una vez para hacer la compra, porque no había tanta nieve
me perdí durante cuarenta minutos a tres manzanas de casa
el jueves por la noche me bebí sola una botella de vino
dos amigos que hacía tiempo que no veía me enviaron un sms,
“chiko_14 quiere chatear contigo”
y nos enviamos sms muy calientes

me mandaban mensajes a la vez
debían estar en la misma habitación
creo que me dieron por detrás y se corrieron en mi cara,
les dije que quería que me “llenaran de lefa” y “ponerles mi coño
en la cara”, o algo así

les pregunté dónde estaban y vi que estaban demasiado lejos
para ir a verlos
después llamé a mi mamá y le dije que la quería y que no quería
que se muriera, nunca


Megan Boyle, Vomit (de Varios Autores. Edición de Luna Miguel)

Cartel de Stockholm


Michael H.: 2º cartel


domingo, octubre 20, 2013

De cine, de Eugenio Trías


En este libro de ensayos, de publicación póstuma, el filósofo Eugenio Trías dio muestras de su pasión cinéfila y de sus conocimientos del tema. Subtitulado Aventuras y extravíos, consta de 8 ensayos sobre otros tantos directores, analizando sólo algunas de las películas de esos cineastas: Fritz Lang, Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, Orson Welles, Francis Ford Coppola, Andrei Tarkovski, Ingmar Bergman y David Lynch. O lo que es lo mismo: 8 maestros. Geniales e indiscutibles.

Es una cita obligatoria para todo cinéfilo. Trías no sólo aporta ideas y significados que a uno le gustaría copiar o subrayar, también defiende a capa y espada (y lo hace con rigor) las películas más criticadas de estos autores, películas que, por cierto, en su estreno a mí me fascinaron (y también a parte del público) mientras muchos críticos las denostaban; y esas películas, hoy, con el paso del tiempo, se han convertido en filmes de culto. Por ejemplo: El resplandor, Drácula, Eyes Wide Shut, El padrino III. Con los capítulos que más he disfrutado es con los de los cineastas más modernos (porque uno ya se va cansando de leer cosas sobre los clásicos, aunque no ocurre en este caso), es decir, Kubrick, Coppola y Lynch. Os dejo con algunos extractos:

Sobre Stanley Kubrick y Eyes Wide Shut:

De pronto el relato soñado se extiende a la propia vida. Lo que ha sucedido en dos noches, o en tres días, constituye un ambiguo entrelazamiento de realidad y ficción, de sueño y vida despierta, que puede servir de pauta para comprender la vida entera. Quizá, como decía Schopenhauer, toda vida es siempre una comedia si se la observa a lo largo de una semana (o en dos noches), y una tragedia si se considera la vida en su conjunto.
[…]
Eyes wide shut, muy mal comprendida en los tiempos de su estreno, es seguramente la mayor película que se ha rodado nunca sobre el sexo. Sobre la verdad de la sexualidad (masculina y femenina). Sobre la sexualidad dentro y fuera del matrimonio. Sobre esa sexualidad tan reprochada al médico vienés contemporáneo de Arthur Schnitzler, Sigmund Freud, pero que fue su extraordinario golpe de genio (que todavía escuece y genera reticencias).
[…]
Eyes wide shut es, toda ella, la escenificación de lo que ocurre con tantos sueños eróticos: su interrupción como cesura y contrarritmo.
[…]
La interrupción es característica de muchos sueños eróticos, como lo es también la capacidad que estos sueños tienen de generar metaficción, metarrelato, el sentimiento de haber soñado un sueño dentro del sueño.
[…]
En esta película todos los recorridos (medio reales, medio oníricos) se producen dos veces. Y la segunda vez componen una suerte de comentario crítico a la primera, guiada como está la repetición por la búsqueda de la ambigua verdad que la primera vez se reveló.

**

Sobre Francis Ford Coppola y Drácula:

Este Drácula, de Bram Stoker fue rechazado por buena parte de la crítica, pero contó con el favor del público.
Llama la atención la firmeza con que la crítica suele aferrarse a clichés en el género del cine de terror. No parece tolerar interpolaciones, tropos o reconstrucciones a partir de ideas fílmicas audaces, como las que abundan en el guión de esta extraordinaria versión prerrafaelita de estética postvictoriana.
Sucedió con la interpretación de Stanley Kubrick de la novela de Stephen King El resplandor, película espléndida que todavía arrastra prejuicios sobre la interpretación de Jack Nicholson y Shelley Duval. En el caso de Drácula, las impugnaciones proceden de la audaz mutación que se introduce en el guión y en la realización al convertir una historia de vampiros en una sorprendente historia de amour fou ultrarromántica.

**

Sobre David Lynch y Cabeza borradora:

David Lynch no está lejos de esa parada de monstruos becketianos: Molloy, Murphy, el innombrable, Mercier y Camier; ni del humor negro desternillante que rezuma este gran novelista irlandés-francés, amigo de James Joyce.
Su cine tiene siempre, como emblema, una aparición monstruosa propia de la peor pesadilla: el personaje que encarna Bob, o el monstruo peludo que asalta al miedoso policía al doblar la esquina en los inicios de Mulholland Drive, o el malvado traficante de cocaína Frank en Terciopelo azul, o la figura de Bobby Peru, especialmente su boca llena de alambres.


[Galaxia Gutenberg]

Grudge Match: nuevos carteles