Entre enero y julio de 2008, Houellebecq y Lévy prepararon este libro de correos electrónicos cruzados. Y digo “prepararon” porque ellos mismos admiten que el debate nace con vistas a su publicación. Contrariamente a lo que parece, no se dedican a insultarse a pesar de sus diferencias. Sólo en las primeras cartas hay cierto afán por darle caña al contrario. En seguida, sin embargo, aparece el entendimiento. Aunque les separan muchas divergencias, también hay un montón de gustos afines entre ellos: la literatura, algunos autores concretos, la pasión por amar y por escribir… Y su condición (la de ambos) de fenómenos mediáticos perseguidos y criticados por la prensa. Lo que llaman “la jauría”. Saben que la jauría tiene miedo y por eso les arroja piedras, por eso los convierte en cabezas de turco, en dos intelectuales sobre los que es fácil criticar y buscarles los trapos sucios en la basura.
La amistad epistolar coincidió con ese momento en el que la madre de Houellebecq publicó un libro en el que descuartizaba a su hijo. Ambos autores se muestran un poco cansados en su lucha contra ese linchamiento que sufren cada vez que publican nueva obra. Tratan varios temas: la literatura, la identidad de ciertos países, la historia, los recuerdos infantiles y juveniles, la alusión a los padres… casi siempre en clave filosófica, pero no por ello menos amena. Confieso que me interesa más Houellebecq que Lévy, pues apenas he leído nada del segundo, salvo artículos sueltos y quizá algún breve ensayo. Quizá por eso me quedé con más apuntes del primero para el recuerdo. Me parecen dos autores con nervio, siempre dotados de opiniones polémicas y de mucho músculo en sus anotaciones (aunque no esté de acuerdo con todo lo que dicen). Se trata de una correspondencia en la que dos hombres aprenden, y nosotros aprendemos con ellos. Para no elegir entre los dos, dejo un fragmento de cada escritor:
Cuando todo esto se haya calmado, cuando por fin llevemos mucho tiempo muertos, un historiador del futuro podrá sin duda extraer grandes enseñanzas del hecho de que nosotros dos, y más o menos en los mismos años, hayamos asumido bastante cómodamente el papel de enemigos públicos. No me siento capaz siquiera de desarrollarlo, es sólo una impresión que me sigue siendo ajena: pero me parece que el que consiga comprender por qué nosotros, que somos tan distintos, nos hemos convertido en los principales cabezas de turco de nuestra época en Francia, comprenderá al mismo tiempo muchas cosas sobre la historia de este país y de esta época.
(M. Houellebecq)
Pero lo cierto es que no creo en el diálogo y que en la vida real no he comprendido nunca la teoría según la cual bastaría para que se opongan, que se confronten argumentos y contraargumentos para que se disipen, como por ensalmo, las tinieblas de la ignorancia: en la mayoría de las discusiones, la gente llega con sus convicciones y se vuelve con ellas; y la idea de una “dialéctica” que les permitiría afirmar sus puntos de vista, enriquecerlos o cambiarlos siempre me ha parecido muy dudosa (…).
Ahora bien, le repito que aquí es indiscutible que ha surgido algo.
Ha habido un auténtico trabajo de la palabra que, contra todo pronóstico, ha conseguido que progresemos un poco.
(B.-H. Lévy)
[Traducción: Jaime Zulaika]