lunes, septiembre 27, 2021
domingo, septiembre 26, 2021
Esperando a los bárbaros, de J. M. Coetzee
El dolor es la verdad, todo lo demás está sujeto a duda.
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¿Por qué no podemos vivir en el tiempo como el pez en el agua, como el pájaro en el aire, como los niños? ¡Los imperios tienen la culpa! Los imperios han creado el tiempo de la historia. Los imperios no han ubicado su existencia en el tiempo circular, recurrente y uniforme de las estaciones, sino en el tiempo desigual de la grandeza y la decadencia, del principio y el fin, de la catástrofe. Los imperios se condenan a vivir en la historia y a conspirar contra la historia. La inteligencia oculta de los imperios solo tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir, cómo prolongar su era. De día persiguen a sus enemigos. Son taimados e implacables, envían a sus sabuesos por doquier. De noche se alimentan de imágenes de desastre: saqueo de ciudades, aniquilamiento de poblaciones, pirámides de huesos, hectáreas de desolación.
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Nadie cree realmente, pese a la histeria de las calles, que estén a punto de destruir el mundo de tranquilas certezas en que hemos nacido. Nadie puede aceptar que hombres con arcos y flechas y viejos mosquetes oxidados que viven en tiendas y nunca se lavan y no saben leer ni escribir hayan aniquilado a un ejército imperial.
[DeBolsillo. Traducción de Concha Manella y Luis Martínez Victorio]
martes, septiembre 21, 2021
Mira las luces, amor mío, de Annie Ernaux
Escogemos nuestros objetos y nuestros lugares de memoria o más bien el espíritu de la época decide qué merece la pena ser recordado. Los escritores, los artistas, los cineastas participan en la elaboración de esa memoria. Los hipermercados, frecuentados grosso modo cincuenta veces al año por la mayoría de las personas desde hace unos cuarenta años en Francia, empiezan apenas a considerarse entre los lugares dignos de representación. Sin embargo, cuando miro atrás, me doy cuenta de que a cada periodo de mi vida aparecen asociadas imágenes de grandes superficies comerciales, con escenas, encuentros, gente.
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Pues bien, si lo pensamos detenidamente, no hay espacio, público o privado, donde deambulen y se junten tantos individuos distintos: por edad, ingresos, cultura, origen geográfico y étnico, apariencia. No hay espacio cerrado donde cada uno de nosotros, decenas de veces al año, se encuentra más en presencia de sus semejantes, donde cada uno de nosotros tenga la oportunidad de atisbar la forma de ser y vivir de los demás.
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En el mundo del hipermercado y de la economía liberal, querer a los niños es comprarles lo máximo posible.
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Me pregunté por qué los supermercados nunca estaban presentes en las novelas que se publicaban, cuánto tiempo necesitaba una realidad nueva para acceder a la dignidad literaria.
[Cabaret Voltaire. Traducción de Lydia Vázquez Jiménez]
domingo, septiembre 19, 2021
jueves, septiembre 16, 2021
Trastorno, de Thomas Bernhard
Mi padre era ahora el único médico de una comarca relativamente extensa y, por añadidura, “difícil”, desde que el otro aceptó un puesto en la Universidad de Graz y se trasladó a la capital de la región. Según mi padre, las esperanzas de que viniera algún otro eran escasas. Abrir aquí un consultorio era casi una locura. Sin embargo, él se había acostumbrado ya a ser víctima de una población básicamente enferma, propensa a la violencia y el desvarío. El que yo pasara el fin de semana en casa, decía, era para él un sedante cada vez más necesario. Parecía cansado. Sin embargo, cuando nos deslumbró el Ache al abrir yo los postigos de la ventana, dijo que iba a dar un paseo. “Acompáñame”, dijo, “ven”. Mientras yo me vestía, me habló de un “fenómeno de la Naturaleza”, de un castaño que ahora, a finales de septiembre, estaba floreciendo y que él había descubierto en las afueras, a orillas del Ache. Quería provechar la oportunidad, dijo, para hablar conmigo de una vez; probablemente, pensé, de algo relacionado con mis estudios en Leoben, en la Escuela de Minas. Ahora habría tiempo, dijo, antes de que se pasara el día dedicado a sus visitas. “¿Sabes?”, me dijo, “a veces no puedo más”.
[Alianza Editorial. Traducción de Miguel Sáenz]
martes, septiembre 14, 2021
Correspondencia, de Thomas Bernhard / Siegfried Unseld
Bernhard [carta]:
Ahora no tengo ya intención de viajar, ni siquiera por tiempo breve, y mi desprecio por las lecturas en público no podría ser mayor.
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Unseld [nota]:
Es y seguirá siendo un hombre extraño. Sin duda un genio, pero expuesto también a los peligros del genio. Desmesurado, falto de realismo y, en las cuestiones materiales, dispuesto a chantajear al prójimo. Por otra parte fue muy amable y caballeroso con mi mujer, y se sintió enormemente bien en el ambiente de la Klettenbergstraβe, donde estaban sobre la chimenea los dos jarrones chinos que había regalado a mi mujer.
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Bernhard [carta]:
Por lo que se refiere a “Corrección”, probablemente nadie comprende lo que es, la gente no se toma la menor molestia para comprender, no es esta una época para molestias, pero eso tiene que dejarme también indiferente, aunque nunca había recibido antes las galeradas en esas tandas que me vuelven loco y me atacan los nervios. Cuánto ha necesitado la editorial para enviarme todo el paquete de una vez, como ha hecho siempre hasta ahora. Adondequiera que se mire solo se encuentra incapacidad y la chapuza es la base sobre la que esa incapacidad se paga, además generosamente.
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Unseld [carta]:
También un editor es un ser humano. También él necesita su parte de aprecio. Si solo se le azota, como se azota a un perro, solo podrá hacer perrerías…
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Bernhard [carta]:
Los libros son hijos, los autores son padres. Si uno de los hijos de un padre literario es maltratado y además de la forma más grosera, el padre literario tiene que proteger a sus otros hijos de ese maltrato grosero, sencillamente retirándolos del mercado en que reinan los maltratadores groseros y groserísimos.
[Cómplices Editorial. Editada por Raimund Fellinger, Martin Huber y Julia Ketterer. Selección y traducción de Miguel Sáenz]
domingo, septiembre 12, 2021
Las setas y otros relatos de la Era Pulp, de Vicente Muñoz Álvarez
Para mí, la aparición de un nuevo libro de Vicente Muñoz Álvarez siempre es una grata noticia. Tanto en poesía como en narrativa o en ensayo, se trata de un autor que siempre habita en los márgenes de la industria literaria. Es alguien a quien no se puede comprar y que tampoco doblará el espinazo para meterse en una editorial gigante si las condiciones no le acomodan o van a convertirle en siervo del sistema. Eso implica, entre otras cosas, que sus textos no se acomoden a modas ni tendencias.
Las setas y otros relatos de la Era Pulp constituye un festival de guiños, homenajes y temáticas, un cúmulo de sorpresas siempre tamizadas por su particular visión y su estilo, que se nutren del cine de terror y la literatura underground, de lo incómodo y lo marginal, sin jamás olvidar sus referentes (Kerouac, Bernhard, Pavese, Fante, Burroughs, Blackwood, Poe, Céline…). La mayoría de los textos provienen de su época como colaborador en revistas y en fanzines: son, por tanto, cuentos libres de ataduras y de imposiciones. Varios de ellos ya habían aparecido en libros dispersos (por ejemplo, aquí aparecen algunos que ya estaban contenidos en El merodeador, quizá mi obra predilecta de Vicente); otros son inéditos. Y en todos se pasea por el lado oscuro del pulp: hay psicópatas, tipos que creen estar enfermos, solitarios insomnes, extraños monstruos que diezman tripulaciones, niños crueles, habitantes que oyen pasos en la vivienda…
José G. Cordonié apunta en el primer prólogo, muy acertadamente, que Vicente toma la tradición pulp y le da la vuelta, la reconstruye “con su propio estilo, con tramas o argumentos que tal vez hayas podido encontrar en otros libros o películas, pero no de esta manera, porque en estas páginas se presentan dados la vuelta, sin clichés, con distintos lenguajes y puntos de vista”.
Éste es un volumen para gozar, para volver a una época de cines de barrio, literatura de kiosco, cómics sangrientos y programas urdidos por Ibáñez Serrador: uno sale de él como de aquellas salas de sesión continua donde a veces estrenaban un raro programa doble con un filme de terror o aventuras de serie B y otro tan sólido como La naranja mecánica. Es decir: que uno se ha divertido, pero también ha reflexionado.
[Vérsatiles Editorial]
jueves, septiembre 09, 2021
Las Bellas Extranjeras, de Mircea Cărtărescu
Los escritores tienen sin embargo, a su disposición, los periódicos y las revistas y sus broncas se ven amplificadas a través de ellos hasta unas dimensiones grotescas. La regla principal que domina toda esta acumulación de odio, animadversión, venganzas y desprecio sonaría más o menos así: en el mundo literario se perdona casi todo, la falta de talento, la vileza, la hipocresía, la cobardía. Se consideran pecados humanos y son contemplados con tolerancia. Lo que no se te perdona jamás, a ningún precio, es el éxito.
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En el mundillo literario no importa quién seas o qué hagas, sino la forma en que apareces a ojos de los demás. Pero esta imagen, la mayoría de las veces grotesca, siempre falsa y ciertamente simplista, te la fabrican, minuciosamente, tus amigos y tus adversarios, a lo largo de una vida de convivencia. Los mediocres son los grandes vencedores en el capítulo de la imagen. Si oyes solo cosas buenas acerca de un escritor, si ves que todos lo quieren como a un hermano, puedes estar seguro de que nadie lo teme, de que todos le estrechan la mano para ser generosos con él pues, en cualquier caso, no representa un peligro. Los compañeros de profesión no se permiten nunca alabar a los que son mejores que ellos ni tampoco siquiera a los iguales. Por ese motivo, puesto que tienes también que alabar y no solo criticar si no quieres perder tu credibilidad, los alabados son elegidos con gran cuidado entre los inofensivos, entre los tiernos fabricantes de “sofisticados” destellos lingüísticos”, como decía Salinger, mientras que los verdaderamente buenos están rodeados por el famoso cordón sanitario: o bien no se habla sobre ellos en absoluto, o bien se habla mucho, pero a sus espaldas (que, como decía aquel: yo soy un hombre de una pieza, lo que tengo que decir lo digo a la espalda…), o bien se les somete –para que se les bajen los humos– a un encarnizado tiroteo de insultos tan pronto como uno los ve en el objetivo.
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La imagen de cada uno de negocia permanentemente entre grupos e individuos, como si todos tuvieran, para realizar tu retrato, un gran lienzo común donde cada uno contribuye con el contorno de las orejas, la forma de los ojos, el gesto de la boca, borrando lo que han hecho los demás, añadiendo líneas, manchas de color, hasta que la caricatura muestra toda su espléndida fealdad, una obra colectiva más expresiva de lo que tú hayas sido nunca. Todo es oral, fluido, turbulento, un tejido de cotilleos, rumores, calumnias y chismorreos que finalmente se parecen a ti tanto como se parece una muñeca vudú, esas que tienen tu cara y en la que tus enemigos clavan las agujas, haciéndote sentir pinchazos en el corazón y en el hígado.
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La ilusión más estúpida es pensar que la posteridad te hará justicia.
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Habitualmente, las cosas funcionan más o menos así: un autor escribe de forma excelente mientras es amigo de alguien. Cuando los amigos se pelean, empieza de repente a escribir mal. Cuando hacen las paces, ¡qué milagro! ¡Vuelve a escribir de maravilla, incluso mejor que antes! Así que oiréis siempre voces que alaban mis libros hasta un determinado momento, y que se lamentan después de mi decadencia actual.
[Impedimenta. Traducción de Marian Ochoa de Eribe]