viernes, noviembre 30, 2007

Los náufragos (Con los indigentes de París), de Patrick Declerck


Me he ocupado de los indigentes en la calle, en los centros de alojamiento, en el hospital. He estado a su lado mientras se encontraban borrachos, vociferando o comatosos por el alcohol, desencajados de rabia e impotencia. Los he visto obscenos, incontinentes, hundidos, con la bragueta abierta… A menudo he tenido que luchar contra las náuseas que provocaba su olor. He ayudado a cuidarlos. Creo haber aliviado a más de uno. Sé que no he curado a ninguno.

Colección Stanley Kubrick


Una caja con cinco de sus mejores películas y unos cuantos extras. Aquí.

8

Entro en un cine. Al fondo, la pantalla
ilumina los sueños de la gente.
Uno se aísla en héroe unos minutos.


Uno vive en la vida que desea.
Uno vive en azares, en amores,
aventuras… Y vence todo obstáculo.
Qué agradable es vivir de esa manera.


Los personajes logran triunfo, amor…
Todo resulta fácil y sencillo.
Conmigo nada fue de esa manera.


José María Fonollosa, Destrucción de la mañana

Los honrados y los estafadores

Traté este tema hace años. Que yo sepa, existen dos maneras de preparar una antología y un diccionario de autores. La primera es honrada, y por lo general es en la que siempre he tenido la fortuna de estar envuelto. El antólogo y seleccionador te pide un texto (o tú se lo ofreces; no es frecuente, pero puede darse el caso) y se lo envías, sin compromiso ninguno. Los derechos siguen perteneciéndote, lo cual significa que puedes volver a publicarlo por ahí. Salvo que exista un contrato entre ambas partes, situación que se da si, por ejemplo, has ganado un premio o has sido finalista del mismo y ese premio consiste en la publicación del libro. El seleccionador reúne los textos y, meses más tarde, cuando tras una ardua lucha logra ver el libro publicado, pide las respectivas direcciones postales a los autores que colaboraron. Luego se las pasa a la editorial y la editorial afronta los gastos de envío y el reparto de sobres. Lo suyo es que te den un ejemplar. O dos o tres. Pero esto último es raro, y es lógico: si en una antología han participado cincuenta autores, ya son cincuenta libros los que hay que enviar. A veces cada autor quiere cinco libros, o seis, u ocho: “Uno para mi mujer; otro para la hija; dos para unos amigos; uno para mi madre, que todavía vive; y tres más para los compromisos”. Eso es así, y lo sé porque he estado a ambos lados de la frontera. De la frontera entre quien selecciona y quien colabora. Tampoco se reparten las ganancias porque tocaríamos a una miseria. Entre lo que se llevan los editores, los distribuidores y los libreros, lo que gana el autor es muy poco. Imaginen si ese poco se reparte entre cincuenta tíos. Esta es la manera clásica y todos estamos conformes.
Pero luego hay una segunda manera de editar diccionarios y antologías. Y es la propia de los jetas, los sablistas y los estafadores. La principal diferencia es que, por regla general, quien publica el libro en este caso ya no es una editorial al uso. Ni grande ni pequeña. Suele ser un tipo que se saca una editorial de la manga, que no existe. Es decir: no hay oficinas, no hay personal adjunto, no hay nada. Sólo un señor en su casa, que sabe maquetar (o le ayuda alguien). Sin distribución. Es casi imposible encontrar una librería donde tengan un ejemplar, aunque sea escondido en una caja. No se le da publicidad en los medios, salvo que el antólogo y editor logre convencer a algún colega de la prensa para que cuele la noticia. Y esto de ser uno mismo el editor y la editorial no sería malo si no fuese por la estafa correspondiente. Un colaborador envía su texto, o manda sus datos biográficos y bibliográficos para la preparación de un diccionario. Cuando el libro está listo, recién salido del horno, el antólogo le dice a cada colaborador que no puede enviar el libro de manera gratuita, que deben pagar si lo quieren. Y ahí, mi querido amigo, es donde te la meten doblada. Te cobran un pastón por un librito que no vale ni el papel en el que está impreso. Papel de mala calidad, erratas y errores a mansalva, encuadernación bochornosa y barata, maquetación defectuosa. El libro tendría que ser más barato porque entre el editor y el comprador ya no hay libreros ni distribuidores. A veces te endosan más de un ejemplar e inviertes demasiado dinero, que sirve al antólogo/editor para quedarse con un porcentaje y financiar los ejemplares que manda a los colaboradores, porque en las librerías no lo verás.
Si cuento esto es porque todavía veo en los foros a gente cabreada, dolida, estafada, a la que han timado de esta segunda manera. A mí me la colaron hace años con una especie de diccionario chungo. Un bochorno de libro. Podría dar aquí unos cuantos nombres de jetas, pero prefiero callarme. No se dejen engañar.

jueves, noviembre 29, 2007

Los náufragos (y 2)


Ah, el amor. Creen en él. Siempre. El amor es la última de las esperanzas. Lo buscan. Lo acechan. Lo encuentran. Se entusiasman por él. Emprenden el vuelo. Por unos minutos, unas horas o unos días. Pocas veces más. Después, vienen las broncas. Los golpes. Lloran. Sufren. Empinan el codo. Y vuelta a empezar. Barcarola…
Ahí está el bus, que ha vertido su lote de payasos titubeantes. Como la víspera. Muchos empujones para subir… No hay bastantes sitios para todos, y nadie quiere quedarse ni un minuto más en Nanterre. Empieza a ser urgente encontrar vino. El temblequeo, al principio, es gracioso, pero luego evoluciona hacia el ataque de epilepsia, mucho menos divertido. Uno se mea encima, pero también y sobre todo, si el ataque se tiene demasiado pronto, la consigna es no dejarle ya marchar. Hospital. Urgencias. 24 horas de observación, etc. Adiós morapio… Por eso hay que subir lo antes posible a ese jodido bus. Una vez dentro, se está tranquilo.
Patrick Declerck

Nueva traducción



Estos días se publica esta maravilla con nueva traducción e ilustraciones. Ya tengo ganas de releerlo.

Mañana, en Zamora


Tocan mis colegas Los Sinsong. En el Ávalon Café, por la noche. Pinchar en la foto para ver los detalles. No podré estar, así que les deseo suerte y mucha juerga.

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En el metro, M. lee un libro antiguo y descatalogado de John Lennon, que tradujo Alberto Manzano. Una tarde, Alberto Manzano viaja en el mismo vagón. Y está a su lado y ve que M. lee ese libro. Y dice: “Qué casualidad, yo traduje ese libro. Pero está agotado”. Le habla de la editorial, de la colección que dirige, de que va en ese momento a un acto de homenaje a Leonard Cohen en el que interviene Christina Rosenvinge, entre otros. Así es Madrid. Depara esas sorpresas.

Aquella mentalidad

Cuando nos reuníamos en el salón de esa casa rural de la que he hablado estos días (y prometo que éste será el último artículo al respecto), a menudo me daba por curiosear entre las mesas, los revisteros y las cómodas sobre cuya superficie de madera había viejos ejemplares de periódicos, de revistas, de libros y de suplementos de prensa. Casi todo era ya antiguo, y las páginas habían cobrado cierto tono amarillento o apagado que añadía valor, de algún modo, a esos ejemplares. Encontré algún que otro libro sobre comunicaciones con los muertos y cosas del más allá y argumentos del estilo, volúmenes que no me interesaron demasiado y que estaban escritos, supongo, en forma de documento de investigación. No faltaba un manoseado ejemplar del célebre “Libro Guinness de los Récords”.
Sobre una cómoda encontré dos manuales de Luis Carandell. Los llamo manuales porque su diseño era muy parecido al de esos manuales de estudio que nos mandaban comprar en el colegio. Libros grandes, de pastas blandas, que al cogerlos con la mano se curvaban hacia abajo por el peso. Le hice algunas fotos a dos o tres de las páginas interiores, y ahora me doy cuenta de que olvidé fotografiar las portadas o, cuando menos, apuntar los títulos. Porque, cosa rara en mí, los he olvidado. Si fuerzo la memoria, me viene a la cabeza “Celtiberia Show”. Quizá sea ese uno de los títulos. En ambos manuales, Carandell reúne imágenes, dibujos, anuncios, recortes, esquelas, de la España profunda de la dictadura. Es un viaje al pasado en el que uno se queda atónito. Yo ya había visto algunas muestras, como ese anuncio en el que aconsejan al hombre, al macho, que “aprenda a dominar a la mujer”, a la hembra, “sin ayuda del látigo”. Ver para creer. Publicidad machista, brebajes milagrosos, cosas así. Y consoladores con un texto encubierto. Pero lo más curioso, y lo que quería contar, es que, nada más abrir el primero de los ejemplares, al azar, vi el nombre de mi tierra, o sea, Zamora. Ya es casualidad. Se trataba de un recorte titulado “Las invasoras”, en el que se recogían, a su vez, fragmentos del recorte de una noticia publicada en algún extinto periódico zamorano. En ambos artículos se hablaba de las meretrices que empezaban a poblar el famoso y envejecido Barrio de la Lana. El tono estaba a medio camino entre la burla y el rencor. Trataban a las prostitutas de incordio, de seres extraterrestres. Es probable que esos mismos hombres que, en la prensa y en público, se mofaban de las chicas de alterne, fuesen los mismos que luego merodeaban por sus lupanares para aplacar sus ardores. Hice una fotografía. Y quiero copiar aquí algunos pasajes del recorte zamorano. Para que alucinen. Para que la gente joven vea cómo era el patio.
El primero lo cuenta de este modo: “Nos invaden continuamente; nos invaden las invasoras. Desaprensivos propietarios arriendan sus casas a las invasoras porque seguro que éstas pagan bien. La psicosis se extiende al ver que llegan de otras ciudades vampiresas para trabajar en los bares que existen por aquí. No hace muchos días irrumpieron por estos lares una pléyade de mujeres que al verlas infundían recelo, repugnancia y escándalo”. El segundo dice así: “Si no progresamos, lo único que tenemos que hacer obligados, los que por aquí vivimos, es largarnos con nuestras familias; abandonar los hogares y rogar a las autoridades que, por bien de Zamora, aíslen esta parte de la ciudad”. Y habla de la necesidad de construir una muralla que separe a estas mujeres del resto de los barrios. Como apestadas. Como si fuesen esos contaminados que, en las películas, ponen en cuarentena.

miércoles, noviembre 28, 2007

Fotos nuevas de Indiana Jones




Alberto Ramos, un viejo amigo de Zamora, me envía las primeras fotos de Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull. Luego he leído en esta página de fans (supongo que es el lugar de donde las ha pescado mi colega) que no se sabe quién ha filtrado las imágenes. Gracias, Alberto.

Los náufragos (1)


Cuando tenía 10 años, a Marc P. le despierta su madre una noche, y le pregunta cómo se carga una escopeta de caza. El niño se lo explica y asiste luego al asesinato de su padre que está durmiendo en la habitación del matrimonio. Está junto a ella cuando va a entregarse.
Después de su accidente de 197…, Marc P., alcohólico ya desde la adolescencia, se convierte en indigente. Oscila desde entonces entre vida en la calle, hospitalizaciones somáticas y psiquiátricas, y temporadas en la cárcel por violencia. Le gustan los grandes “calibres” y se pelea con bastante facilidad. A veces con navaja…
Si su producción literaria y pictórica le distingue de la mayoría de los indigentes, el triángulo calle-hospital-cárcel en torno al cual se organiza su vida sobre fondo de alcoholismo/tabaquismo es, en cambio, bastante típico del medio.

Patrick Declerck

Trailer de The Other Boleyn Girl


Natalie Portman y Scarlett Johansson, juntas. Casi nada. Trailer en distintos formatos: aquí.

Mañana, en Madrid


Presentación de la novela Spanya SA, de Miquel Silvestre, uno de los colaboradores del libro Resaca / Hank Over. Jueves, a las 19:30 horas en el Hotel Kafka.

The New Joker


Quizá la vida me ha hecho conformista

Quizá la vida me ha hecho conformista
o menos luchador, no sé,
ya no me planteo cambiar el mundo
cambiar a la gente que me rodea
o hacer caer a todos en mis encantos.
La vida me ha hecho cabal,
con sentido común, contenido,
y ahora ante el poema me pregunto
de qué ha servido todo lo anterior
los otros libros, las otras cosas,
los enemigos.
El juicio moral lo dejo para los sabios,
los seres superiores,
aquellos que son ejemplo
héroes modernos, los llaman.
Yo no tengo nada que enseñar
nada que decir
mis poemas son ya una declaración
de existencia y no pretenden ya nada.
Quizá ahora cuanto digo
comience a tomar sentido
el silencio ya no me asola.
Nacho Escuín, Americana

Gatos, cuevas, lugareños

Valle del Tiétar. Nos alojamos en Arenas de San Pedro, pero salimos por la mañana a explorar algún pueblo cercano. Nos abrigamos bien, porque hace bastante frío. Se congelan la nariz, los pies y las manos. Pero es lo que llaman un frío saludable. Es un placer respirar el aire puro que baja de las montañas. Hace muchos años estuvimos acampados en Arenas. Tantos años que ninguno recordamos todos los detalles. Pero recordamos (eso no se nos olvida) el baño que nos dimos en las piscinas naturales, junto al camping. Posiblemente sea el agua más helada en la que me he bañado. Mucho más fría que la del Lago de Sanabria. Agua que bajaba de los manantiales de las montañas. En su curso habían construido una piscina alrededor, pero dejando que el agua continuara fluyendo, sin encorsetar al río.
Elegimos uno de los pueblos. Nos bajamos de los coches y recorremos sus calles. Se ven muchos gatos. Gatos enormes, cachazudos, que se tienden al sol y disfrutan de una siesta matutina. Les hacemos fotos a todos. En una calle, en la acera, hay una caja de cartón. Y dos gatos se la han repartido para dormitar. Uno está dentro de la caja. El otro, subido encima. En unos minutos hemos salido del pueblo. Veo árboles cargados de naranjas. Granadas que se han abierto en la rama. Higos aún verdes. Moras ya pasadas, arrugadas y secas y renegridas. Encontramos un arroyo. En torno hay huertos, y en los huertos asoman las calabazas y las sandías. La raíz de algunas sandías es tan larga que éstas cuelgan por una de las paredes que bordean el lecho del arroyo. Hay un cartel escrito con tiza en el que se lee: “El arroyo no es un basurero. Camino del río Tiétar baja el agua pura y cristalina, no seas tú el que la ensucie tirando basura encima”. Algunas palabras están en mayúscula o subrayadas. Llega un hombre. Boina y cachaba. Manos grandes y fuertes y sarmentosas. En seguida nos saluda y comenta algo. Se nota que es un hombre con ganas de pegar la hebra.
El señor prosigue su camino y nos lo encontramos unos metros después. Está con otros dos hombres. Uno de ellos, bastante mayor y con muletas. El tercero, sentado en el suelo, limpiando o arreglando los dientes de una sierra mecánica. Me recuerdan un poco a los lugareños de “Deliverance”, la de John Boorman. Nos indican que, camino arriba, hay unas cuevas que deberíamos ver. Como llevamos a tres bebés en sus coches, el primer hombre nos dice que dejemos a los niños con ellos, que los cuidarán, y que subamos a las cuevas. Insisten: “Dejar aquí a los niños, hombre, que los cuidamos. No les vamos a hacer nada”. Ya suponemos que no les van a hacer nada. Pero a las madres (y a los padres y sus amigos) no les seduce dejar a sus críos en manos de desconocidos, ni aunque fuesen reyes o príncipes. Al final decidimos subir en tandas. Comentamos en voz baja y con un poco de cachondeo que eso suena a la película “Hostel”: los turistas y viajeros a quienes los habitantes locales toman por tontos o por desprevenidos, el tío limpiando la sierra, la promesa de que cuidarán a los críos. Son imaginaciones nuestras, claro, pero más vale prevenir. A medio camino hay, en efecto, un par de cuevas. Nos metemos en una de ellas, sólo alumbrados por la luz de un móvil. Andamos a ciegas. La cueva es un pasillo que se ramifica en varios pasadizos, flanqueado por angostas galerías y socavones. Hay tinajas viejas y alguna botella vacía. De regreso, uno de los hombres ofrece vino a dos de mis amigos. Nos recomienda un restaurante y aconseja que vayamos de parte de “El Verruga”, pues ese es su mote. El primer hombre nos habla de sus hijos. Conversador y amistoso. Después vamos a comer.

martes, noviembre 27, 2007

Próximamente: Grageas, cuentos breves de todo el mundo



Hace tiempo Sergio Gaut vel Hartman me pidió un microrrelato para la antología que estaba coordinando. Le envié un cuento inédito y muy breve, titulado Currículum. Acabo de saber, gracias a Portal de Ciencia Ficción, que el libro estará listo a principios de diciembre. En cuanto tenga la portada y, más tarde, ejemplares del mismo, colgaré más información. Desde aquí, mi gratitud hacia Sergio.

De momento dejo aquí la lista de títulos y autores, entre los que encuentro algún amigo, como Marcelo Luján. La portada será de Carlos Nine, a quien pertenece el dibujo de arriba, que no tiene nada que ver con la antología que, por cierto, será editada en Argentina.

Grageas, cuentos breves de todo el mundo, antología seleccionada y dirigida por Sergio Gaut vel Hartman:

Introducción de Sergio Gaut vel Hartman

Diez ochenta y seis, Gustavo E. Abrevaya
Anathema sit, Daniel Alcoba
Trenes desaparecidos, Cristian Aliaga
Los chicos crecen, Germán Amatto
El sol (XIX), Esther Andradi
Competencia, Olga Appiani de Linares
El poder de la fe, Martha Argel
S.O.S., Erna Aros Pensa
Lecturas, Márgara Averbach
El deunkoza, Edgar Omar Avilés
Orfeo y Eurídice, la realidad, René Avilés Fabila
Descenso, Luisa Axpe
En un día de verano marciano, amor, Helena Bandeira
Bacon, Carlos Barbarito
Currículum, José Ángel Barrueco
Economía, Sandra Becerril Robledo
Biotopía, Bernardo Fernández (Bef)
El sanador, Antonio Bellomi
Destripe, Alejandro Bentivoglio
Mecanografía, Ricardo Bernal
La Franja, Claudio Biondino
Mariposas, Nuria C. Botey
In pelli veritas, Hélène Calvez
La primera vez, Doris Camarena
Ondina, Abelardo Castillo
Todo lo importante, Antonio J. Cebrián
Las ciudades se levantan, Alberto Chimal
La novela perfecta, Francisco Costantini
El precio de la utopía, Roberto de Sousa Causo
Qué ves cuando me ves, Marcelo Di Lisio
Morir en casa, morir despacio, Marcelo Di Marco
Utopía de la bailarina, Pablo Dobrinin
Primer contacto, Hernán Domínguez Nimo
Ya nadie cree en la magia, Carlos Duarte Cano
Cambio, Miguel Esquirol
Suspensión en el aire I, Jorge Etcheverry
Sueños eléctricos, Santiago Eximeno
Teatro nocturno, Marcial Fernández
Tejiendo hechizos, Ruth Ferriz
Enamorada del muro, Zulma Fraga
La memoria de las piedras, Jacques Fuentealba
Quitamanchas, Adam Gai
La Sirenita, Elvio E. Gandolfo
Puta informática, Rubén García Cebollero
Los cuarenta ladrones, Luisa María García Velasco
El señor Tsé es un optimista, Ezequiel Gaut vel Hartman
Percusión, Eduardo Abel Gimenez
Primer Beso, Pablo Giordano
Títeres sin hilos, Ricardo Germán Giorno
La chica plástica, Manuel Girón
Luciérnagas, Vladimir Hernández
Electrofilia, Juan Diego Incardona
Blowin'in the wind, Sylvia Iparraguirre
Sandra, Tatjana Jambrisak
Cenicienta, Leonardo Killian
El manifiesto oculto, Miguel Ángel López Muñoz
Zona de detención, Marcelo Luján
Previsiones para leer a Julio Cortázar, Ángel Maldonado Acevedo
Satori, Leo Masliah
El escritor, Laura Massolo
La libertad, Víctor Montoya
La presencia, Vicente Muleiro
Amigos en un parque, Juan Pablo Noroña
Teorema, Carlos Orsi Martinho
Olor a tierra mojada, José Vicente Ortuño
El hechizo de Van Gogh, Araceli Otamendi
Paraíso perdido, Gloria Pampillo
Extinciones, Pilar Pedraza
El despegue, Jean-Pierre Planque
Al final del camino, Juan Pomponio
Cómo se salvó la humanidad, Khristo Poshtakov
El paseo, Beatriz Pustilnik
Historia de una santa, Rogelio Ramos Signes
Los espejos enfrentados o el énfasis de vivir secretamente, Nela Rio
Mariposa, Ana Cristina Rodrigues
No quiero ser como ellos, Lady Rojas Benavente
Camina despacio, Antonia Romero
Odín, Paula Ruggeri
La creación del perdón, Luis Saavedra
Hombres de barro al sol, Alejandro Sahoud
Narciso 2050, Angélica Santa Olaya
Virtual, Domingo Santos
Todo lo sólido se desvanece en el aire, Saurio
Tecnogamia, Federico Schaffler
En la ciudad vacía, Lewis Shiner
Pájaros, Ana María Shua
De abandonos, Susana Silvestre
El régimen alimenticio de los caballos, Fernando Sorrentino
La oferta del pecado, Patricia Suárez
Doscientas cincuenta palabras, Verónica Sukaczer
Un trozo de cielo, Susana Szwarc
Escribe, respira, escribe, Gabriel Trujillo Muñoz
Generación espontánea, José Ramón Vila (Txerra)
Uno de misterio, Luisa Valenzuela
Frankfurt, Pablo Valle
Los laberintos, Soledad Véliz Córdoba
Reflexión sobre la carestía de la escritura, Joao Ventura
Revelación, Alicia Zavala Galván
Utópolis, José Luis Zárate
Fracasador, Sergio Gaut vel Hartman

Agradecimiento


De vez en cuando me encuentro por ahí blogs y webs donde sus autores mencionan mis textos (artículos, cuentos, reseñas, etc), o los recomiendan, o los critican, o los cuelgan directamente en sus espacios. Suelen tratarme muy bien, aunque no faltan quienes señalan alguna pega o algún defecto. Dado que encuentro tarde esas reseñas, y ya no es plan de ponerlas todas (a menudo me conformo con añadir los links de sus autores al menú de la derecha), prefiero decirles ahora, a unos y a otros, sean colegas o desconocidos o enemigos o críticos, lo que se suele decir en estos casos: MUCHAS GRACIAS.

Portadas exquisitas


Jesus' Son, libro de relatos de Denis Johnson. Traducido en España por Mondadori como Hijo de Jesús.

Esta tarde, en León


Presentación del poemario Americana. Más información: aquí.

Trailer de In Bruges


In Bruges. Con Ralph Fiennes, Colin Farrell y Brendan Gleeson. Ver trailer: aquí.

En el valle

Abro los ojos. La luz de la mañana se filtra por las ventanas y las claraboyas. No hay persianas frente a la cama, y sólo dos frágiles cortinas reducen un poco la claridad. Pero no es suficiente: el sol molesta y uno ya está desvelado. Las manos me arden por la calefacción del edificio y porque aquí arriba pega el sol. No oigo nada: he dormido con tapones. Me quito uno. Se oyen las campanas de la iglesia de Arenas de San Pedro, cerca de Ávila. Palpo la mesilla, en busca del reloj. Son las nueve y pico de la mañana de un domingo y, a pesar de haberme acostado a las tres y media de la madrugada o quizá más tarde, no consigo dormir más. Hacía tiempo que no madrugaba un domingo. En la habitación a modo de buhardilla o desván, en el piso superior de una casa rural, duermen otras cuatro personas. En silencio, despacio, me visto y bajo hasta el primer piso. Los gruesos escalones de madera antigua crujen mientras desciendo. En el rellano vuelvo a fijarme en las fotografías en blanco y negro que los dueños de la casa de alquiler han colocado en la pared. Imágenes de escritores y políticos. Uno de ellos es mi paisano Agustín García Calvo. Tras las paredes se empiezan a escuchar los llantos de los hijos de mis amigos, bebés que madrugan y se quejan y se hartan de las cunas.
En el salón hay mesas, sillas, sofás. Me acomodo en uno de los sofás y empiezo a leer un libro. El sueño dificulta un poco la lectura. Poco a poco, el resto de mis colegas va bajando a desayunar porque aquí también está la cocina. Pronto traen a los bebés. Los niños confieren ruido y alegría a la casa. Me tomo un par de cafés y, al rato, abandono la lectura. Me dedico a observar a los bebés. Es algo que jamás hubiera imaginado años atrás. Ahora estoy aquí y los observo, con curiosidad y cierta fascinación. El modo en que descubren los objetos nuevos. El tacto. Las manos tocando cosas que no habían visto antes. El gusto. Se llevan las frutas y los objetos a la boca. Prueban la piel de una pera, el mango de una cuchara, cualquier cosa que logren llevar hasta los labios. Hay que vigilarlos para evitar que se atraganten. Imitan nuestros gestos. Nos ofrecen sus juguetes y se los arrebatan entre ellos. En cuanto se les deja en la cuna utilizan el chantaje emocional: lloran y berrean para que los cojamos y los saquemos de allí. No tienen ni un año de edad y ya se saben los trucos para manejar a los adultos. Quieren coger los vasos, los cuchillos, los móviles, los periódicos, las jarras. Su vida consiste en descubrir el mundo a su alrededor. Aportan sus risas y sus juegos y entonces parece que la casa rejuvenece y nosotros también.
Un par de horas más tarde, cuando todo el mundo está en pie, desayunando, merodeando por la casa, preparándose para salir, cuidando a los niños, subo al desván del tercer piso. Allá arriba hay silencio. El cuarto está vacío. Aún huele a nuestros sueños. Abro las puertas que dan al balcón y salgo a respirar aire fresco. Es un día soleado, con un cielo muy azul que parece de mentira. El paisaje que hay en torno reconforta la vista. Los tejados de las casas del pueblo. El patio de una vivienda de lujo, unos metros más allá. La iglesia. Las campanas de la iglesia. Y, rodeando al valle, montañas coronadas de nubes. En una ladera arde algo, y el humo anuncia que algún campesino estará quemando rastrojos. De vez en cuando, algún jirón de nube, al moverse, permite ver la cumbre de las montañas. En ellas hay nieve. Es ese tipo de día en el que el sol calienta mucho, pero a la vez las manos se quedan heladas cuando uno sale al exterior. Permanezco un rato allí, escuchando los escasos ruidos de la mañana del domingo en un pueblo.

lunes, noviembre 26, 2007

Esta tarde, en Zamora


Antonio Gamoneda. Dentro del Ciclo de Conferencias de la Biblioteca Pública.

Nota


He pasado el fin de semana en una casa rural. Sin ordenadores ni conexión a internet. Por eso no he podido actualizar el blog ni revisar el correo. Anoche, al llegar a casa, por misteriosas razones internet tampoco funcionaba; y lo mismo me está ocurriendo esta mañana. A pesar de estos inconvenientes, quedan los amigos (David, Vicente, Alfonso, etc), que no olvidan a uno y le mencionan por la causa que sea. A todos ellos, y a los que se me pasen por alto ya que consigo entrar en la red a ratos, mi gratitud.
A lo largo de la mañana, si puedo, trataré de ponerme al día y responder a los correos. Mientras tanto, celebremos la aparición de La venganza del inca con los marcapáginas (sobre estas líneas hay uno de ellos), con los poemas e información de este apetecible libro que David González ha colgado en Yo no quiero ir al cielo y El amigo de lo adverso. A disfrutar, pues.

El cercado

En la plaza del barrio han instalado una valla hecha de tablones de colores que forman un cuadrado, muy parecido a esos pequeños corrales para guardar el ganado. El primer día sólo estaba la valla y uno se preguntaba por su finalidad. Sabíamos que acabarían poniendo algo dentro: es obvio decirlo. No podía tratarse de un recinto para que los perros hicieran sus necesidades porque suelen estar hechos de vallas metálicas con alambre, y porque quedaría un poco feo en mitad de una plaza. Esa especie de váteres para los animales suelen estar en los parques. Me imaginé que sería para colocar dentro un parque infantil.
En los días en que estuvo vacío, el cercado ya atraía a los chiquillos. Saben usar la imaginación y, aunque no había mucha diferencia entre ese trozo de plaza rodeado de vallas y el resto de la misma, se metían dentro a jugar y a corretear. No sé lo que se imaginarían, pero andaban pasándoselo en grande allí dentro. Aún no han comprendido que uno debe mantenerse siempre fuera de la valla, y no en su interior. Esos recintos recuerdan al ganado, a los prisioneros de guerra, a todos aquellos que apartan y agrupan. Por las tardes, veíamos a los niños obsesionados con ese espacio que, si para nosotros representa la prisión o la jaula, para ellos acaso simbolice lo raro, lo prohibido, y por tanto la libertad. El lugar en el que no se van a meter sus padres, pero ellos sí. Alguna noche que otra vi dentro a dos o tres adultos. Probablemente fueran los alcohólicos, no me detuve a examinarlos. Conversaban. Como si tal cosa. Quizá, para ellos, también el cuadrado suponía un juego. No vi si tenía algún uso durante las madrugadas de fin de semana, pero no me sorprendería que allí dentro se hubieran celebrado botellones con guitarra y tambor. Estas cosas funcionan así. Pon una valla en una plaza sin nada en su interior y la gente querrá cruzar al otro lado. Pon una puerta en el campo y todos trataremos de franquearla. Pinta una entrada en un muro y desearemos atravesar el muro y cruzar al otro extremo, lo cual sólo existe en nuestra imaginación, en los sueños y en las películas de Harry Potter (no he leído los libros). El ser humano es así. Pero no es tan raro. Nuestras mascotas no son muy diferentes. Hagan la prueba. Todo lo que sea distinto y novedoso las atrae. Si llego a la casa de mi familia en Zamora y deposito un macuto en el suelo, mi gato se obsesiona por colarse dentro. Si le pongo una caja o una bolsa al alcance, prefiere estar en su interior. Pero existe, creo, una diferencia: nosotros lo hacemos por morbo y curiosidad; el gato y demás animales lo hacen por curiosidad y para refugiarse del exterior, probablemente de nosotros mismos.
Un tiempo después instalaron, en efecto, unos cuantos columpios. La clase de columpios coloristas y como de plástico que ahora se llevan en todos los parques, para que los niños no se hagan daño. La escena ha cambiado. Los padres esperan fuera y los niños juegan dentro, como antes, pero ahora hay un par de policías al lado, vigilando. Está bien eso de que los niños tengan más de un guardián para cuando van entre el centeno. Sin embargo, me pregunto por qué lo han hecho. Lo de este parque. Lo de ponerlo en un punto conflictivo en el que siempre hay camellos, borrachos, alcohólicos, desesperados, vagabundos y gente dándose de tortas. ¿Fue porque no había otro espacio disponible en el barrio? ¿O porque un parque con niños que juegan junto a los tipos del lumpen siempre tendrá cerca a la policía, y así el barrio dispone de un par de agentes fijos que controlen el cotarro por las tardes?

El marginado

Me adelanta en la calle, el pelo
apelmazado, la piel macerada de mugre,
murmurando, el traje manchado y acartonado –
y sin embargo es tan joven, su barba rubia como
símbolo de belleza y poder. Pero sus manos,
sorprendentemente lisas, como sin nervios, cuelgan
aleteando ligeramente al caminar, como las manos de
alguien que ha tenido la polio, manos
que ya no puede usar. Huelo la podredumbre de su
orina, veo el lingote de su barba,
y pienso en mi hermano pequeño, su belleza,
en la aleación y en el voltaje de su barba, la vida
que no está aprovechando, como ese violinista a quien
se le han destrozado las manos para que no pueda tocar –
yo que presencié el aplastamiento de sus manos
y contribuí a aplastarlas.

Sharon Olds, Los muertos y los vivos

Lo que nos han mostrado

Al llegar a las últimas páginas del cómic “Persépolis”, que conforman un epílogo en color, añadido a la edición que engloba todos los números de esta historieta gráfica de la autora persa Marjane Satrapi, enrojecí al leer una crítica general a Occidente y particular a los medios de comunicación europeos. Enrojecí porque la autora tiene razón, y mediante el humor y el dibujo nos ha hecho llegar un muestrario de tópicos sobre cómo vemos desde fuera a países como Irán. En una viñeta que ocupa una página entera de este epílogo, a la protagonista de la historia (la propia Marjane Satrapi) varios curiosos europeos le preguntan por Irán y sus señas de identidad. Dado que el cómic es autobiográfico y que la autora viajó en varias ocasiones a distintos países de Europa, y que hoy reside en París, alejada de los corsés impuestos a las mujeres iraníes, podemos pensar que esas y otras preguntas se las han hecho una y otra vez a ella, que se dibuja con los ojos abiertos y cara de perplejidad mientras la interroga la gente que ha leído su obra o ha oído hablar de la misma o la conoce personalmente.
Quiero traer aquí esas preguntas, porque algunas de ellas han resonado en mi cabeza y me apostaría cualquier cosa que también en la de muchas otras personas. Las copio tal cual aparecen en la novela gráfica: “¿Es que en Irán todo el mundo es terrorista?”, “¿Es verdad que allí las mujeres no pueden trabajar?”, “He visto la película “No sin mi hija”. ¡Tiene que ser terrible vivir en esas circunstancias! ¡Pobre!”, “¿Os desplazáis en camello?”, “Si, como dices, la mayoría de los iraníes son como tú o como yo, ¿cómo es posible que se haya producido la revolución islámica?”, “¿Se puede esquiar en Irán? ¡Yo creía que sólo había desierto!”, “¿Qué diferencia hay entre chiítas y suníes?”, “Habláis en árabe, ¿verdad?”, “¿Las iraníes llevan siempre velo?”, “¿Nunca has escuchado música pop?”, a lo que, en viñeta aparte y dirigiéndose al lector, la protagonista responde que “Me hacen las mismas preguntas desde hace trece años” y “Es como si cuanta más información se tiene, menos se supiera”, entre otras cosas. Y, finalmente, dice: “Mirad, esto es lo que os han mostrado de mi país en los últimos 24 años” y señala una viñeta en gris y negro (en contraste con el color de su personaje) en la que ha dibujado mujeres que llevan el chador puesto y se lamentan, hombres barbudos con gesto y actitud hostiles y tanques y tipos pegándose tiros. En suma, una imagen tenebrosa, como si allí todo el mundo fuera fundamentalista o se dedicara a hacer correr la sangre de los demás.
Por eso Marjane Satrapi enseña en su obra, tanto en el cómic como en la película, la cara desconocida de su tierra, la parte rebelde, los hombres que no se dejan una barba boscosa y las mujeres que sólo se ponen el velo al salir a la calle, las familias que reniegan de lo que está prohibido aunque sólo puedan hacerlo en privado porque, si las pescan, son arrestadas. Los jóvenes que van a fiestas y beben alcohol y fuman tabaco y hachís, que se pasan en secreto los discos de grupos de música occidentales y prohibidos. Que se conectan a internet o disponen de una amplia variedad de canales de televisión. Al leer todo esto, enrojecí. Porque algunos tópicos nos los han vendido los medios. Nos enseñan lo que quieren (o, mejor dicho, lo que vende: la sangre, el llanto, la bomba, el cadáver), y por eso pensamos que en los países de Oriente Medio todo el mundo empuña un arma y es violento. Exagero en esto, pero es una manera de decirlo. Tampoco se le da mucha publicidad al cine iraní. He visto algún filme de Abbas Kiarostami y sólo ofrecía el aspecto rural y campesino.

Adiós a un cómico gruñón e inolvidable

Me convencieron para acercarnos hasta el Teatro Español y asistir al velatorio de Fernando Fernán-Gómez. El edificio queda a menos de diez minutos de casa, a pie. No quería ir porque intento evitar los velatorios y cualquier situación en la que expongan un cadáver. Por suerte, el féretro estaba tapado. Junto a la entrada había vallas y los curiosos se apostaban allí, para ver a los famosos. Detrás, en torno al busto de Lorca, estaban las cámaras, los periodistas y las furgonetas donde almacenan el equipo. Entramos al mismo tiempo que una remesa de señores y el personal de la puerta nos mandó subir al tercer piso. Supongo que, para guardar cola y acercarse al escenario, había que ser famoso. Mejor así: prefería ver el conjunto de lejos.
Al asomarnos a la barandilla del tercer piso (yo un poco apartado de la misma, por culpa del vértigo), allá entre señores de pelo cano y, en general, gente mayor, vi en seguida al primer famoso: José Luis Rodríguez Zapatero estaba en el escenario, y no me lo imaginaba porque aquel día pasé de las noticias. Eran más o menos las siete y pico de la tarde. Zapatero: sentado entre la viuda, Emma Cohen, y el entrañable actor Manuel Alexandre. Desde allá arriba me pareció que Alexandre era el más torturado por el dolor y las lágrimas. Sus manos envolvían la mano izquierda de Zapatero, que de ese modo le daba algo de consuelo. Me afligió más la figura desvalida de Alexandre, uno de los pocos supervivientes de la cuadrilla de amigos del Café Gijón, que la muerte de Fernán-Gómez. Se escuchaban tangos y en el escenario vi coronas de flores y veladores y sofás para recrear el ambiente de los cafés. De vez en cuando, alguien se aproximaba al atril para leer un poema a la gente que atiborraba la sala. La persona con la que yo iba, al ver al presidente, me advirtió de su extrañeza: nadie nos había cacheado y no había sistema de seguridad ni un detector en la entrada. Miré alrededor, de reojo, con disimulo. Y dije: “Eso es lo que tú crees. Si te fijas bien, ahora nos están observando desde varios ángulos”. Por ejemplo, en uno de los palcos del piso en el que estábamos había un guardaespaldas grandullón de traje, cabeza afeitada y espaldas de morlaco, que no me quitaba el ojo de encima. Lógico: en aquel bosque de canas y olor a naftalina yo era el tipo con más pinta de sospechoso (pelo largo, rostro sin afeitar, botas negras, chupa de cuero). Sabía que, si me daba por hacer un movimiento en falso, tendría encima a diez gorilas antes de parpadear. Vimos desfilar a los famosos: Imanol Uribe, Luis Eduardo Aute, Pilar Bardem, Daniel Guzmán… Tras una hora, más o menos, Zapatero se despidió de los actores y se marchó en medio del aplauso general del público. Pensé en mi abuelo materno; le hubiera encantado aquella escena: homenaje a un actor rojo e identificado con el pueblo, artistas y personal de la izquierda, un presidente socialista. Más tarde pensé en mi abuelo paterno: al contrario, no le hubiese gustado nada. Fue raro tener un abuelo de izquierdas y otro de derechas.
La presencia de Fernán-Gómez engrandecía cualquier película, por mala que ésta fuese. Todas sus interpretaciones merecen la pena; dejemos aparte su malhumor. Pero en mi memoria hay cinco momentos que me marcaron. Su doblaje para la serie “Don Quijote”: para mí el hidalgo siempre tendrá su voz. Su papel humorístico en “El pícaro”. “El viaje a ninguna parte”, historia de cómicos en ruta: me entusiasma la película y aún más el libro. La majestuosidad de palabra que gasta en “La lengua de las mariposas” cuando trata de usted al niño y le aconseja sobre la vida. Y, claro, “El abuelo”, donde se marcaba unos discursos antológicos.

viernes, noviembre 23, 2007

The Barber & The Baker



Persépolis, de Marjane Satrapi

Me regalaron este cómic, en un volumen con la edición íntegra, y me lo he devorado en una tarde, a pesar de sus 370 páginas y de haber visto la película, que recomendé unos días atrás. Persépolis es, sencillamente, una maravilla. Un cómic autobiográfico sobre la vida de una chica iraní bastante rebelde. Lo cual nos permite, además de divertirnos con el sentido crítico y humorístico de la autora, averiguar más cosas sobre un país del que los medios sólo nos han contado las batallas y la miseria, descuidando otros aspectos cotidianos. Satrapi ilustra su vida (política, amoríos, desengaños, viajes, descubrimientos, fiestas, porros, dictadura, música) mediante dibujos muy expresivos, logrando un equilibrio casi milagroso de sombras, un uso adecuado del blanco y negro que finaliza con un epílogo en color.
La película, dirigida por ella misma, no es un calco. Así, tanto en el cómic como en el filme encontramos algunas diferencias, pequeñas historias o diálogos que son distintos en cada medio. Con lo cual, ambas se complementan, y quien se interese por la historia de la singular Satrapi debe leer el cómic y ver la película. [Nota: acceso a algunos dibujos aquí, aquí y aquí]

Citas. 65

El verdadero Periodismo Gonzo exige el talento de un gran periodista, el ojo de un fotógrafo/artista y el valor suficiente para participar en la acción. Porque el escritor debe participar en los hechos, mientras los describe, o grabar al menos, o, como mínimo, tomar notas. O las tres cosas.
Hunter S. Thompson, La gran caza del tiburón

Martin Amis en León

Mañana, en León, estará el escritor Martin Amis para recibir el Premio Leteo 2007. Un acto incluido en las VII Jornadas Leteo, dedicadas este año al célebre autor inglés, que comienzan hoy con un atractivo programa de actos. De aperitivo, en el Auditorio Ciudad de León se inaugura la exposición de pintura titulada “Experiencia”. Al día siguiente, Amis recibirá el galardón. Unos días después, el poeta y editor Ignacio Escuín (y responsable editorial de maravillas como “La verdadera historia de los hombres” o “Tripulantes. Nuevas aventuras de Vinalia Trippers”) presentará su nuevo poemario, “Americana”, con dos buenos padrinos en el acto: Vicente Muñoz Álvarez y Rafael Saravia. En diciembre, el Club Leteo presentará el último número de la revista “The Children’s Book of American Birds”, publicación que puede conseguirse en papel o en internet y que cuenta ya con un respetable índice de colaboradores, como David González, Norberto Luis Romero, Antonio Orihuela, Roxana Popelka, Toño Benavides, Alfonso Xen. Rabanal, Uberto Stabile, Hernán Migoya o los ya mencionados Escuín, Saravia y Muñoz Álvarez, entre otros muchos que les invito a descubrir en el blog de Leteo. Para comienzos del próximo mes hay programado un ciclo de cine “Martin Amis”, dado que antaño adaptaron dos de sus novelas, “Niños muertos” y “El libro de Rachel”. Existe un viejo proyecto que ojalá algún día vea la luz: la adaptación de “Campos de Londres” a cargo de David Cronenberg. La combinación entre los universos retorcidos de Amis y Cronenberg puede ser explosiva.
En anteriores ediciones se ha hecho entrega del Premio Leteo (y aquí saqueo la bitácora del Club para copiar los nombres) a Amélie Nothomb, Michel Houellebecq, Fernando Arrabal, Gonzalo Rojas, Belén Gopegui y Antonio Gamoneda. Que un autor tan prestigioso como Amis esté en León supone un lujo. La pena es que, este fin de semana, tengo previsto un viaje inaplazable. De lo contrario, hubiera intentado acercarme el sábado para asistir a la entrega. Porque estos días ando leyendo, a ratos y cuando me apetece, el libro de Martin Amis “Visitando a Mrs. Nabokov y otras excursiones”, en el que se recopilan artículos y reportajes, y me parece espléndido. Martin Amis es uno de los raros de la literatura inglesa. Contaba con el peso de un padre importante y también escritor, Kingsley Amis, y, aún así, salió airoso de su sombra e hizo una carrera notable. A Amis suelen atosigarlo los medios amarillistas ingleses, como él relata en algunas entrevistas. Tenía una dentadura totalmente destrozada e invirtió una pasta en arreglarse la boca y ese fue uno de los absurdos motivos por los que los diarios británicos le dispararon sus flechas.
Lo primero que leí de Amis hijo fue “Dinero”, fascinante novela en la que asistimos al desparrame y al desmoronamiento de un protagonista enganchado al porno, al alcohol, a la droga y a la comida rápida. Pero detesté “Perro callejero”. Meses atrás me hice con un ejemplar de otro de sus libros menos conocidos, “La guerra contra el cliché: escritos sobre literatura”. Me gustan los textos de Amis, pero aún me faltan por leer varios títulos suyos, de los considerados imprescindibles. Supongo que Anagrama, editorial que suele traducir sus libros, no tardará demasiado en publicar en castellano sus dos nuevas obras, “House of Meetings” y “The Second Plane”. Estoy convencido de que Martin Amis quedará encantado con nuestra ciudad vecina y hermana, León; sobre todo si lo llevan de tapeo y de vinos por el Barrio Húmedo.

jueves, noviembre 22, 2007

Michael Clayton


Me ha gustado más de lo que esperaba. Es otra película en la línea de Syriana. Un guión bien trenzado, unos toques de denuncia y una trama laberíntica en la que, al principio, uno se extravía un poco. Clayton trabaja en un bufete de abogados y descubre que un colega se niega a seguir con el caso que estaba defendiendo porque hay vidas en juego, por culpa de una de esas empresas podridas de millones que anteponen sus intereses comerciales a la salud de los demás. Clayton se huele algo sucio y se obsesionará con averiguar la verdad.
Aparte del trabajo siempre efectivo de Tom Wilkinson, me fascinó el personaje que compone George Clooney (en otra de sus grandes interpretaciones): un tipo cansado, hundido y ojeroso que recuerda un poco a los personajes masculinos de Raymond Carver. Tiene deudas de juego y se ha arruinado al intentar abrir un restaurante, está divorciado y en el bufete es un cero a la izquierda sin participaciones ni un cargo notable; debe lidiar con sus hermanos y con su hijo, y afrontar este caso en el que se ha involucrado su colega. Es un tipo que se pregunta por qué le cae a él toda la mierda encima. En una escena, se queja a su jefe: Tengo 45 años y estoy sin blanca. Dirige con habilidad el debutante Tony Gilroy. Web oficial.

El festín de Babette, de Isak Dinesen

Una de las colecciones de Nórdica Libros es Ilustrados, donde se han publicado ya títulos de W. G. Sebald, Charles Baudelaire o Isak Dinesen (y, atentos, porque el próximo volumen será una nueva traducción con ilustraciones de Bartleby, el escribiente, esa obra maestra de Herman Melville). Son ejemplares cuidados hasta el mínimo detalle, y por eso todo ello ofrece un conjunto perfecto: tipo de papel, encuadernación, letra, traducción... Además, ahora existe la posibilidad de los Mini Ilustrados, o sea, los mismos títulos, pero más asequibles.
El festín de Babette, escrito con elegancia y sutileza por la autora de Memorias de África, es un embriagador cuento que relata la historia de dos hermanas que viven en un pueblecito noruego, sometidas a una vida religiosa de reglas rigurosas; no han conocido varón y perdieron la posibilidad de tener amantes hace ya muchos años. En su casa acogen a una mujer, Babette, que les ruega convertirse en su criada a cambio de vivir con ellas. Babette viene de París y tiene un pasado que cobija un secreto, que acabará desvelándose cuando prepare un banquete inolvidable para las hermanas y algunos miembros de la comunidad. Las ilustraciones son de Noemí Villamuza, quien ganó el Premio Junceda 2007 al mejor libro ilustrado para adultos, y la traducción es de Francisco Torres Oliver. Una lectura muy placentera, de la que copio un fragmento:
Martine recordó un cuento que había oído a un amigo de su padre que estuvo de misionero en África. Había salvado la vida de la esposa favorita de un viejo jefe, y para demostrar su gratitud el jefe le invitó a un rico banquete. Sólo mucho después se enteró el misionero, por su criado negro, de que lo que se habían comido era un nieto pequeño del jefe, guisado en honor del gran hombre-medicina cristiano.
Se puede acceder a las primeras páginas: aquí.

Fernando Fernán-Gómez (1921 - 2007)





Cómico, artista y cascarrabias.

Amabilidad y otros comportamientos

En la caja de un supermercado, la cajera latina ya ha sumado los precios de la compra de un tío y aguarda con una sonrisa y algo de cansancio a que el mismo tipo, un español, guarde los productos, saque la cartera, pague y se vaya. Al hombre se le acumula la compra en esa bandeja de chapa donde ellas depositan las frutas y las latas junto a las bolsas de plástico. Porque sujeta con una mano el móvil y charla por él sin prisas, mientras utiliza la otra mano para guardar paquetes. Muy despacio. La consecuencia es que, al final, la cola aumenta y todos, los demás compradores y la propia cajera, miramos al tipo que vive sólo para sí mismo y le importa un huevo el resto del mundo. Su tarea es desesperante, más ocupado en hablar con su interlocutor que en coger el dinero y pagar y llevarse la compra y desaparecer: despacio, toma un paquete o una lata y lo deposita en el interior de una bolsa; no mira lo que hace y, por tanto, tarda el doble en acertar con la abertura del plástico; al segundo o tercer intento lo consigue. La cajera se encoge de hombros, porque ni a ella ni a los demás nos gusta interrumpir una conversación. Me muerdo la lengua para no ser grosero. La gente mira asombrada al fulano. Minutos después, una vez terminada la tarea, paga. Con calma. Cuando le dan el cambio y el recibo de la compra, entonces le dice a su interlocutor que tiene que colgar, guarda el teléfono, toma el pedido y se va. A su aire.
Al llegar al barrio los vecinos españoles de enfrente aparcan, como cada día, su coche en la puerta del garaje de nuestro edificio. Todas las tardes, por tanto, se produce la misma canción. Alguien llega a casa a esas horas, no puede entrar, toca el claxon y unos minutos después el vecino baja echando pestes y gritándole al conductor que pare ya y que por qué no se calla. Pero hoy, además, llueve, y quizá por eso y por los consecuentes atascos, el conductor está literalmente hasta las pelotas, y le dice al vecino de enfrente que ya está bien, que lleva ocho minutos esperando. Le dice que viene de trabajar, que está cansado y que sólo quiere entrar en el garaje de su casa. El otro se pone chulo, endosa excusas, le cuenta una película. Se gritan un poco y el conductor se queja: está harto, todos los días de la semana, cuando viene del trabajo, se encuentra el coche del vecino bloqueando la puerta, tarda más tiempo en entrar al garaje y además paga una pasta por la plaza y por el acceso. Terminan disculpándose.
En las tiendas, antes de entrar o salir por la puerta, uno mismo (en su papel de caballero) permite a la gente que también entra o sale que pase primero. Sujeta la puerta, con amabilidad, y más si son mujeres. Pero uno casi nunca (hay excepciones) recibe el premio de consolación, que es una palabra: “Gracias”. Y se queda con cara de póker, como si el personal le hubiera tomado por un portero de servicio. Y quizá desconocen que, aunque un portero nos permita el paso y nos abra la puerta y en eso consista su trabajo diario, también al portero hay que darle las gracias, porque nos está haciendo un favor aunque le paguen. Estas y otras historias nos las encontramos a diario, en esta o en aquella ciudad. Son las anécdotas cotidianas que a veces nos obligan a aborrecer al prójimo porque la mayoría de los ciudadanos van a su rollo, viven para sí mismos, obcecados en su propio interés, olvidando el concepto de vivir en sociedad, que supone o debería suponer, al menos, que no le pongas la zancadilla todo el tiempo a quien tienes al lado. No cuesta nada ser amable, ser más diligente para que medio supermercado no pierda la tarde, pedir disculpas cuando tu coche y tu actitud entorpecen el tiempo de una persona que viene de trabajar.

miércoles, noviembre 21, 2007

Paul Auster + Siri Hustvedt = Sophie



Sin duda, la mejor obra de esta pareja de escritores. Conviene no perderse su disco.

Sophie Auster también es actriz.

[© Copyright de la foto: Hachette Filipacchi]

Los Vagabundos del Dharma, de Jack Kerouac

Cuando se habla de Jack Kerouac siempre se alude a En el camino, pero no son menores otros libros suyos como Los subterráneos o Los Vagabundos del Dharma. En este último, su prosa es tan salvaje como siempre: fluye como un torrente, acompaña al lector como si ambos corrieran por inmensos parajes atrapando ideas. La escritura de Kerouac es una tormenta, un huracán lleno de frases que te dejan sin aliento. Es un poema en prosa que va a la velocidad del viento.
En este texto lírico y arrebatador, Ray Smith (Kerouac) está obsesionado con el budismo y la filosofía zen, y admira a quien le enseña el camino, su amigo Japhy Ryder (Gary Snyder). Ambos sueñan con la pureza, la revolución de los mochileros, el sentido espiritual de la vida entre las montañas. Ray Smith recorre parte del país a dedo, en autobús, subiéndose a trenes en marcha. Participa en locos actos poéticos y en juergas de los beat. Se adentra en los bosques y medita. Vive en cabañas y hace excursiones. Todo con un fin: buscar el sentido de la vida y buscarse a sí mismo.
Ciertos pasajes me recuerdan al Sutree de Cormac McCarthy, lo cual me hace suponer que a McCarthy le influyó la prosa hipnótica de Kerouac. En estos dos libros el protagonista se refugia en la naturaleza, atraviesa períodos de soledad, describe paisajes hermosísimos y sabe que esa es la única manera de ser puro, salvaje. Libre.

VII Jornadas Leteo


Durante las que se le entregará a Martin Amis el Premio Leteo 2007 en León. Cualquiera que esté por allí o cerca de la ciudad no debería perdérselo. Vía Alfonso X. Rabanal y Hank Over.

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Vemos un par de películas de Cate Blanchett. Me gusta mucho, como mujer y como actriz. Puede interpretar a quien se proponga y salir airosa. Es igual que las viejas glorias de la pantalla. Posee esa fuerza interpretativa. Ha hecho de reina, de ladrona un poco golfilla, de elfa, de maestra, de turista herida… Ha sido Elisabeth y Katharine Hepburn y Bob Dylan y nos la creeríamos si se propusiera interpretar al mismísimo Nelson Mandela.

Mañana, en Madrid


Jueves, 22 de noviembre. 11 horas
Centro Cultural de Círculo de Lectores
(O'Donnell, 10 - Madrid)
Encuentro con Tzvetan Todorov con motivo de la publicación de su libro Los aventureros del absoluto, ensayo en el que el autor "se fija en tres figuras de referencia que creyeron posible alcanzar el absoluto a través de la belleza y que terminaron destrozados en su búsqueda: Oscar Wilde, Rainer Maria Rilke y Marina Tsvietáieva".

Cambio de planes (y 2)

Tras toparme en la mañana del sábado, por diversas casualidades, con aquellos libros que llevaba un tiempo buscando, compré el periódico. Mientras se calentaba la comida, eché un vistazo al diario en su edición de Madrid. Pasaba las hojas sin detenerme demasiado en cada página, sólo un vistazo rutinario para leer más tarde o al día siguiente algunas secciones. En las páginas dedicadas a la cartelera madrileña vi de refilón y casi de milagro un pequeño anuncio de “Blade Runner. The Final Cut”, esa película imprescindible de Ridley Scott que he visto repetidas veces en los cines: tanto en su estreno como en sus diversos reestrenos y reposiciones. Esa película de la que he leído artículos, críticas, ensayos, sesudos análisis, y cuya edición especial en dvd espero impaciente desde hace años. De la que me sé de memoria algunas frases en castellano y otras en inglés. No sabía que iban a estrenar la versión restaurada en un par de salas de Madrid. No lo anunciaron mucho. La ponían en Kinépolis, en ese edificio que está en Pozuelo de Alarcón y al que tanto nos había costado ir en coche. Pero ahora hay servicio de metro ligero y te deja en la misma puerta de los cines. De modo que allá fuimos, previa compra de entradas por internet.
La han estrenado en una sala inmensa. Con proyección digital y perfecta, en una pantalla gigante. En versión original subtitulada en castellano. Había bastante gente y se notaba que todos sabíamos lo que íbamos a ver. Quiero decir que no estaba el típico tío que entra creyendo que va a tragarse una de tiros y peleas y explosiones y se decepciona al comprobar que hay diálogos y que se aburre, y empieza a bostezar, a quejarse en voz alta y a mirar los mensajes del móvil. Los espectadores permanecíamos mudos, inmóviles, como si estuviéramos en misa de doce. Y, para mí, ver “Blade Runner” en un cine es mi modo de ir a misa. Scott ha lavado cada plano de su obra maestra, por así decirlo. Se han restaurado los fotogramas, aclarado la iluminación, perfeccionado el sonido, añadiendo algún que otro plano (por ejemplo, unas bailarinas de strip-tease que cubren sus rostros con máscaras de hockey). Uno de los cambios más notables es que, ahora, a cada replicante (y esto también atañe a los animales artificiales) le brillan las pupilas de una manera que recuerda a los ojos de los felinos. Se han eliminado un par de fallos garrafales en la secuencia en que Zhora (Joanna Cassidy) es asesinada por Rick Deckard (Harrison Ford) a sangre fría y por la espalda. Mediante la tecnología digital ya no se ve el rostro de la doble de Cassidy ni el distinto calzado que tenían ambas. El resultado es una experiencia visual y sonora que, desde el primer fotograma, cuando aparecen los créditos y suenan los primeros acordes de la música de Vangelis, eriza el vello del cuerpo. En las primeras escenas, ahora más nítidas y claras que antes, parece que, literalmente, vamos a bordo del spinner que cruza los cielos sucios de ese Los Ángeles que agobia con su exceso de anuncios, neones, habitantes, lluvia y polución. Es, lo repito, una de las mejores experiencias que he tenido como espectador, comparable al estreno de la versión restaurada de “La guerra de las galaxias” que tuvo lugar hace años. En la sala entró una panda de chiquillos. Temí lo peor, pero no les oí en toda la película: “Blade Runner” embruja a distintas generaciones.
Si no me hubiera quedado en Madrid ese fin de semana quizá no hubiera entrado en aquella librería ni visto “Blade Runner” en Kinépolis, porque en días laborables es difícil sacarse de la manga las casi cuatro horas que se requieren para viajar a Pozuelo, ver la película y regresar. Para mí fue un día inolvidable.

martes, noviembre 20, 2007

Cartel y trailer de Margot at the Wedding


Baste decir que es el mismo director de la aclamada y muy recomendable Una historia de Brooklyn (The Squid and the Whale), una película agridulce muy en la línea de los cuentos y novelas norteamericanas sobre familias caídas en desgracia. No espero menos de su nuevo trabajo. Trailer: aquí.

Mañana, en Madrid



Se presenta en la Librería Fuentetaja, a las 19:00 horas, este libro de León Arsenal, a quien tengo en estima porque no sólo puso en pie la ya extinta Revista Galaxia, sino que me hizo hueco en algunos números para que yo metiera varios relatos. También le deseamos suerte.

Lectura de poesía en Fez



Me llega esta invitación por correo electrónico. Me la envía el Instituto Cervantes y, aunque al principio no sé por qué, luego miro el nombre del poeta. Es Jesús Losada, colega y zamorano. Desde aquí le deseo suerte, ya que no podré asistir: Fez, en Marruecos, me queda ahora mismo un poco lejos, etc. Por cierto, es para este jueves, 22 de noviembre.

67

Atravesamos la plaza del barrio. Se nos aproxima un vagabundo. Barba, gorro, hatillo o mochila. Parece, además, uno de los alcohólicos. Con mucha educación y ceremonia nos pide un céntimo. Estamos a mediados de mes y ya sólo me quedan unos pocos euros en el banco. Pero su amabilidad, su buen rollo, me conmueve. Me paro y le doy algo, no sé, una miseria, cuarenta céntimos o así, pero a él le vale. Sonríe, satisfecho. Me dice que cuide a M. Le digo que así lo haré.

Cambio de planes (1)

Si, en un cruce de caminos, uno no puede optar por aquel sendero que en principio había elegido, que no se lamente: es posible que uno de los caminos alternativos le depare agradables sorpresas, regalos inesperados. Es lo que tiene el azar. El viernes pasado tenía previsto un viaje a Zamora y, a última hora y por circunstancias de fuerza mayor, tuvimos que aplazarlo. Con el cambio fortuito de planes, el fin de semana se presentaba vacío de propósitos en Madrid. Restaba la improvisación, que siempre acaba siendo más conveniente.
Y, así, el sábado nos dio por acercarnos a una céntrica librería de viejo en la que esperaba conseguir uno de esos libros de relatos difíciles de encontrar: un libro de Thom Jones. En los medios de comunicación habían metido el miedo en el cuerpo a los habitantes madrileños: a partir de las cuatro de la tarde habría diversas manifestaciones de ideologías opuestas. Se esperaba que Madrid ardiera. En Fuencarral las aceras estaban repletas de compradores, como siempre, y se oían continuamente las sirenas de los coches de policía. Nos apresuramos a hacer los recados. En la librería de viejo me dijo el tipo que tal vez podría conseguirme un ejemplar de Jones. Pero tendría que pedirlo al almacén e iba a tardar unos días. Me fui con las manos vacías. Frente a esta hay otra pequeña librería en la que nunca había entrado; en esta ocasión íbamos sobrados de tiempo, así que decidí curiosear un poco en sus anaqueles. Para mi sorpresa, allí topé con títulos raros o agotados del catálogo de bolsillo de Anagrama. “El oso”, de William Faulkner, que llevaba unos días buscando. Este texto, que se estudia en algunos centros de enseñanza de Estados Unidos, puede encontrarse en el volumen “Relatos” del propio Faulkner, pero de Faulkner, un escritor inmenso, me interesaron siempre más sus novelas que sus cuentos. “El oso” es una excepción. Encontré también “Cabeza de turco”, de Günter Wallraff, un libro que había visto antaño en las bibliotecas de mi ciudad y cuya lectura aplacé en aquellos tiempos. Y, al fondo del local, la mayor sorpresa de todas: “Yo necesito amor”, las memorias del genio loco Klaus Kinski, que David González me había recomendado muchos meses atrás y que me había cansado de buscar por ahí. Al parecer, es un libro escurridizo. Lo había buscado en vano por muchos lugares. Recuerdo que, entonces, tras mi frustración al no haber conseguido un ejemplar, recurrí para consolarme a ese documental de Werner Herzog que se titula “Enemigo íntimo”, en el que se ofrece un retrato sin tapujos de la personalidad esquizoide de Kinski, y del propio Herzog, que también lleva lo suyo. Abro las memorias de Kinski por la primera página, y su maniática figura golpea ya en los primeros párrafos: “Las últimas noches no he podido dormir, y hace más de setenta horas que estoy en pie. Interminables entrevistas para la radio, la televisión y la prensa. Además no he comido, y desde ayer por la mañana me he fumado como mínimo ochenta cigarrillos. Y ahora me encuentro encima de esta plataforma, como si me hallara en lo alto de un patíbulo”.
Un par de recados después volvimos rápido al barrio. En los medios sonaban los presagios sobre posibles disturbios en la ciudad. Decidimos que lo más conveniente, para evitar las trifulcas y las posibles cargas policiales, era quedarse en casa. Al día siguiente supimos que Madrid no había ardido. Era todo un cuento de los medios y de las autoridades. Pero el sábado, al final, sí salí a la calle un rato. La ciudad me deparaba otra sorpresa, y me alegré de haberme quedado.

lunes, noviembre 19, 2007

La gran caza del tiburón, de Hunter S. Thompson

Quienes adoramos a David Foster Wallace no debemos olvidar que, antes de DFW, estuvo Hunter S. Thompson. Este libro es casi imposible de encontrar (me ha costado meses de búsqueda), y me pregunto por qué no lo reeditan.
Es una selección de la antología de reportajes del maestro del Periodismo Gonzo. Nueve textos a los que se suma una introducción en la que, como es habitual en Thompson, vuelve a hablarnos del suicidio, preguntándose por qué no se arroja desde el balcón del piso 28 del hotel en el que escribe esa nota introductoria. Fiel a sus consignas, el escritor aparece en estos reportajes en Ketchum, hablando del suicidio de Hemingway con los hombres de la localidad; asistiendo a la defensa que hizo Marlon Brando de los indios y las leyes que prohibían que pescasen fuera de sus reservas; investiga el asesinato de un reportero chicano de Los Ángeles Este en una tarde de disturbios en la que aquel periodista sólo estaba tomándose algo en un bar cuando la policía lo mató. En estos y otros textos Thompson se centra, habla con la gente, evita hacer locuras, toma notas y llega o procura llegar al fondo de la cuestión. Pero en el reportaje que da título al libro, La gran caza del tiburón, se desmadra. Lo cual convierte a dicho artículo en una mina de carcajadas para el lector, que sigue atónito las disparatadas aventuras del escritor y un colega, quienes, dado que les aburre el reportaje sobre la pesca que deben cubrir, se dedican a emborracharse y a meterse toda clase de drogas. En todos brilla, además, esa ironía con la que su autor miraba las extrañas situaciones en que siempre acababa envuelto.