Traté este tema hace años. Que yo sepa, existen dos maneras de preparar una antología y un diccionario de autores. La primera es honrada, y por lo general es en la que siempre he tenido la fortuna de estar envuelto. El antólogo y seleccionador te pide un texto (o tú se lo ofreces; no es frecuente, pero puede darse el caso) y se lo envías, sin compromiso ninguno. Los derechos siguen perteneciéndote, lo cual significa que puedes volver a publicarlo por ahí. Salvo que exista un contrato entre ambas partes, situación que se da si, por ejemplo, has ganado un premio o has sido finalista del mismo y ese premio consiste en la publicación del libro. El seleccionador reúne los textos y, meses más tarde, cuando tras una ardua lucha logra ver el libro publicado, pide las respectivas direcciones postales a los autores que colaboraron. Luego se las pasa a la editorial y la editorial afronta los gastos de envío y el reparto de sobres. Lo suyo es que te den un ejemplar. O dos o tres. Pero esto último es raro, y es lógico: si en una antología han participado cincuenta autores, ya son cincuenta libros los que hay que enviar. A veces cada autor quiere cinco libros, o seis, u ocho: “Uno para mi mujer; otro para la hija; dos para unos amigos; uno para mi madre, que todavía vive; y tres más para los compromisos”. Eso es así, y lo sé porque he estado a ambos lados de la frontera. De la frontera entre quien selecciona y quien colabora. Tampoco se reparten las ganancias porque tocaríamos a una miseria. Entre lo que se llevan los editores, los distribuidores y los libreros, lo que gana el autor es muy poco. Imaginen si ese poco se reparte entre cincuenta tíos. Esta es la manera clásica y todos estamos conformes.
Pero luego hay una segunda manera de editar diccionarios y antologías. Y es la propia de los jetas, los sablistas y los estafadores. La principal diferencia es que, por regla general, quien publica el libro en este caso ya no es una editorial al uso. Ni grande ni pequeña. Suele ser un tipo que se saca una editorial de la manga, que no existe. Es decir: no hay oficinas, no hay personal adjunto, no hay nada. Sólo un señor en su casa, que sabe maquetar (o le ayuda alguien). Sin distribución. Es casi imposible encontrar una librería donde tengan un ejemplar, aunque sea escondido en una caja. No se le da publicidad en los medios, salvo que el antólogo y editor logre convencer a algún colega de la prensa para que cuele la noticia. Y esto de ser uno mismo el editor y la editorial no sería malo si no fuese por la estafa correspondiente. Un colaborador envía su texto, o manda sus datos biográficos y bibliográficos para la preparación de un diccionario. Cuando el libro está listo, recién salido del horno, el antólogo le dice a cada colaborador que no puede enviar el libro de manera gratuita, que deben pagar si lo quieren. Y ahí, mi querido amigo, es donde te la meten doblada. Te cobran un pastón por un librito que no vale ni el papel en el que está impreso. Papel de mala calidad, erratas y errores a mansalva, encuadernación bochornosa y barata, maquetación defectuosa. El libro tendría que ser más barato porque entre el editor y el comprador ya no hay libreros ni distribuidores. A veces te endosan más de un ejemplar e inviertes demasiado dinero, que sirve al antólogo/editor para quedarse con un porcentaje y financiar los ejemplares que manda a los colaboradores, porque en las librerías no lo verás.
Si cuento esto es porque todavía veo en los foros a gente cabreada, dolida, estafada, a la que han timado de esta segunda manera. A mí me la colaron hace años con una especie de diccionario chungo. Un bochorno de libro. Podría dar aquí unos cuantos nombres de jetas, pero prefiero callarme. No se dejen engañar.