En Sajalín rescatan esta novela corta que me perdí en su día y que adaptaron al cine en 2005 (y que no he visto, pese a que la dirigió mi venerado Harold Ramis). La cosecha de hielo es una pequeña bomba de humor y género negro. Transcurre en 1979, entre Nochebuena y Navidad y nos presenta los merodeos (y meteduras de pata) de un abogado que trabaja para un mafioso al que está a punto de robar un montón de dinero para darse luego a la fuga. Mientras recorre garitos y espera a su compinche, se va dando a la bebida y luego las cosas empiezan a torcerse... justo en ese día en el que tanta gente está cargada de buenas intenciones...
Casi podríamos decir que es la cara B y cómica de Un plan sencillo (de Scott Smith), otra novelaza con nieve también llevada al cine. Tiene un toque cómico en torno a lo imprevisible que, por cierto, recuerda a las películas de los Coen. Y además nos da un final inesperado y muy sorprendente.
Así comienza:
A las cuatro y cuarto de la tarde de una Nochebuena fría y seca, un hombre nervioso de mediana edad con un abrigo caro entró con la cabeza descubierta en el Midtown Tap Room y se quedó plantado en el extremo de la barra más cercano a la puerta con su carné de socio en la mano, esperando a que la camarera del turno de tarde colgase el teléfono. La mujer tendría unos cuarenta años, era corpulenta, tenía el cutis brillante y el pelo rubio como la aguachirle, y parecía habérselo cortado ella misma estando borracha. Él sabía que lo había visto entrar, pero fingía que no lo veía. Para eso tenía que colocarse en una postura muy rara, apoyando la cadera contra la barra y de cara a la puerta trasera para no mirar al abogado ni al espejo que tenía detrás.
El único cliente que había a esa hora era un joven bajito y muy delgado con una chaqueta vaquera abotonada hasta el cuello, acodado en la barra, la mejilla apoyada en el pulpejo de la mano y un cigarrillo entre los dedos índice y corazón, con la brasa peligrosamente cerca de la punta del tupé engominado. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta.
[Sajalín Editores. Traducción de Diego de los Santos]