viernes, octubre 29, 2021
El pato mexicano, de James Crumley
-Oiga, señor Pines –respondí–, cuando compruebe sus grabaciones telefónicas, verá que solo quería hacerle unas preguntas sin tener al FBI pegado a mí. Eso es todo. –Agité mis cadenas–. Mi auténtico nombre es C. W. Sughrue, y soy un investigador privado de Meriwether, Montana. He pasado parte de mi vida de sargento en la Primera División de Caballería Aérea, así que vamos a dejarnos de chorradas, ¿de acuerdo? Haga que me quiten los envoltorios de regalo, ofrézcame una copa como está mandado, y deshágase de estos memos a los que paga de más. Le haré mis preguntas, y podremos trabar amistad, como un par de veteranos hablando de los viejos tiempos, los buenos chuminos de Saigón y los malos ratos en la selva.
[RBA Libros. Traducción de Antonio Iriarte]
miércoles, octubre 27, 2021
La única certeza, de Donal Ryan
Donal Ryan, un autor irlandés que en España nos dio a conocer Sajalín Editores, suele presentarnos en sus novelas a unos cuantos personajes que atraviesan situaciones que te dejan mal cuerpo durante la lectura. Ya vimos de qué era capaz en Corazón giratorio (2019) y en Un año en la vida de Johnsey Cunliffe (2020) y ahora se confirma su destreza literaria en La única certeza (2021). La primera estaba construida con los monólogos de varios personajes, ofreciendo así una multiplicidad de perspectivas de una misma localidad irlandesa. En la segunda había un único narrador en primera persona: el Johnsey Cunliffe del título. En la tercera se mantiene la narración en primera persona, pero en esta ocasión Ryan se ha metido en la piel de una mujer: Melody Shee, un personaje inmenso que nos va a contar su historia durante más o menos el tiempo del embarazo.
Melody, casada con un mastuerzo llamado Pat, tras atravesar un matrimonio que no llega a ninguna parte se acuesta con Martin, un joven gitano al que enseña a leer, y el resultado es un embarazo y un muchacho enamorado de ella hasta los huesos. Cuando su marido se va de casa y Martin desaparece por rencillas entre clanes nómadas, Melody se encuentra sola, sin rumbo, sin saber si gestar al niño o decidirse por el aborto o incluso el suicidio. Durante ese tiempo, mientras la barriga y la indecisión van aumentando, conoce a Mary, una joven gitana en la que halla cariño y comprensión. El otro personaje en el que se apoya para salir adelante es su padre. Éstos son sus únicos pilares en una localidad en la que casi todo es hostil: las vecinas que cotillean sobre lo que hace o deja de hacer, los tipos agresivos que no quieren pasarle un desliz, el tal Pat que aparece de vez en cuando para contarle lo mucho que está sufriendo, sus suegros que ahora la detestan…
Mediante La única certeza, sirviéndose de la voz narrativa de esta mujer que vive sola y desesperada, Donal Ryan mete su bisturí en las vidas de unos personajes marginales que tratan de sobrevivir a la soledad y a la maledicencia en un entorno adverso y asfixiante. Dignifica a los gitanos nómadas (aquí denominados “travellers”) de una manera muy parecida a la de Guy Ritchie en Snatch: respetando sus reglas y sus disputas y al mismo tiempo humanizándolos. Y nos conmueve al mostrarnos el desarrollo de esa relación marital del pasado en la que todo se ha ido marchitando hasta conseguir que la ruptura sea lo mejor que le puede pasar a un matrimonio. Pero hay algo más, que convierte a Melody en un personaje aún más humano porque está pagando sus errores mediante su conciencia: la imagen de una amiga del pasado, ya muerta, a la que ella no ayudó cuando más lo necesitaba. Un fragmento:
Joder, Melody, ¿qué coño pasa?
Quita, le dije, me das asco. Y me di la vuelta de golpe para mirarlo a la cara. Tenía la boca medio abierta y se estaba pasando despacio el dedo índice por el labio superior. La mente le enviaba palabras que no pronunciaba, pues se habían quedado atrapadas en un atasco sináptico de sorpresa, confusión y repentino dolor.
¿De verdad?, fue lo único que consiguió decir. ¿Lo dices de verdad? La pregunta era apropiada.
Le susurré la respuesta apretando los dientes. Sí, Pat, me das asco. Me das mucho asco. Y ahí se quedó: lo dije y lo oyó, fui sincera y lo comprendió. Y así, aquellas palabras perdieron la capacidad de sorprendernos; abrimos la puerta a la posibilidad de ser vulgares, depravados; nuestro lenguaje degeneró. Y nos regodeamos. Permitimos que la rabia se convirtiera en algo vivo y desenfrenado; permitimos que se convirtiera en nuestro hijo, en la encarnación de nuestro dolor.
[Sajalín Editores. Traducción de Ana Crespo]
martes, octubre 26, 2021
Para ser escritor, de Dorothea Brande
Este libro no es ni siquiera un acompañamiento de las obras de ese tipo: es un prólogo a ellas. Si funciona, enseñará al principiante no a escribir, sino a convertirse en escritor, cosa que es muy diferente.
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La imagen del artista como un monstruo construido a partes iguales de niño engreído, mártir sufriente y bon vivant, es un legado del siglo XIX, y se trata de una herencia notablemente bochornosa. Existe una idea del artista anterior y más sana, la idea del genio como una persona más versátil, más empática y más estudiosa que sus congéneres, más universal en sus gustos, menos a merced de las ideas de la multitud.
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Sin embargo, todo autor posee un tipo de personalidad dual muy afortunada, y es este hecho precisamente lo que le convierte en una figura tan desconcertante, fascinante e irritante para el hombre corriente que gusta de pensar que él, al menos, no tiene doblez. Pero no hay escándalo ni peligro en reconocer que tu carácter tiene más de un lado. Los diarios y las cartas de los hombres de genio están repletos de admisiones de que sus naturalezas son duales o múltiples: siempre está el trabajador cotidiano que camina, y el genio que vuela.
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Hasta que no hayan visto tu nombre en letras de molde una y otra vez puede que no recibas más que burlas por tus esfuerzos, si anuncias prematuramente tus intenciones de escribir.
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Puede que te resulte de mucha ayuda, antes de empezar a escribir, decidir una primera y una última frase para tu historia. Así podrás usar la primera frase como trampolín desde el que sumergirte en tu trabajo, y la última como una balsa hacia la que nadar.
[Círculo de Tiza. Traducción de Eva Cruz]
sábado, octubre 23, 2021
El condominio, de Stanley Elkin
Treinta y siete años. Soltero. Con problemas cardíacos. Estudiante.
Era una persona que podía responder a ese tipo de preguntas hipotéticas de las que se suele hablar pero que jamás te llegan a preguntar. Podía contestar sin dudar, y razonando sus elecciones, los diez libros que se llevaría a una isla desierta; y las diez personas que podrían acompañarlo. Te podía explicar, justificando hasta el último penique, cómo se gastaría mil millones de dólares en un plazo de veinticuatro horas.
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Lo que la gente quería era el más elemental espacio habitable: el baño completo y el servicio, los dos dormitorios, la cocinita, y el salón-comedor donde colocar cuarenta años de muebles. ¡Ay, sí, ay, sí, ya lo creo! y quizá también una salita en la que pondrían un televisor en color y un balcón con macetas, por supuesto. Pero lo principal era el espacio, el apartamento en sí.
¡Un lugar donde vivir, donde estar!
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El lujo tenía un efecto curioso: la baja opinión que te hacía tener de ti mismo al no haber pensado en tus necesidades con la misma inteligencia que habían tenido otras personas que ni siquiera te conocían.
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Cuídense. Si no se goza de salud, ¿qué queda? ¿El buen nombre?
[La Fuga Ediciones. Traducción de Montse Meneses Vilar]
miércoles, octubre 20, 2021
Días sin huella, de Charles Jackson
He releído esta novela y me ha gustado más porque la traducción es superior a la edición que conseguí antaño. Ya hablé de ella hace años en este blog y no voy a repetir lo que dije entonces. El libro de Charles Jackson me parece tan bueno como la película de Billy Wilder, pese a las diferencias en su adaptación al cine. Aquí van unos extractos:
Suponía que sólo era uno de los varios millones de personas de su generación que había crecido y en algún momento de la treintena había realizado el desconcertante descubrimiento de que la vida no transcurría como esperabas que lo hiciera; le era imposible discernir por qué esa comprensión le confundió a él y no a ellos… o, al menos, no a demasiados de ellos. La vida no ofrecía ninguna de las promesas que habías esperado desde la adolescencia (él menos que otros, aunque, de todos modos, las había esperado tan sólo por curiosidad). La vida adulta llegó sin las promesas en las que de alguna manera te habían hecho creer, el futuro seguía siendo el futuro, ilusión: un período inexistente o una promesa en retroceso constante, que aludía a la satisfacción pero que siempre negaba las recompensas. En fin de cuentas, todas las cosas que jamás habían ocurrido jamás ocurrirían.
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(¿la literatura y el cine era para él más reales que los hechos?)
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Sólo pensar en él le inundaba de tanta tristeza que podría haberse echado a llorar. Nada duele tanto como ver caer a un espíritu que planea en las alturas.
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¿Por qué eran alcohólicos tantos hombres brillantes? La siguiente duda era: ¿por qué bebes?
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Hacía mucho que había dejado de importar el porqué. Eras un borracho y se acabó. Bebías, punto. Y una vez que tomabas un trago, una vez que arrancabas, ¿qué importaba el porqué? Había montones de razones y ninguna importaba. Quizá bebías porque eras desdichado… o muy feliz; porque hacía calor o frío; porque no te gustaba la Partisan Review, o porque te encantaba la Partisan Review. Así de infundado. ¡A la mierda con las causas! Padre ausente, choque en la fraternidad, demasiada madre, demasiado dinero o docenas de otros motivos a los que apelabas para justificarte. No significaban nada ante el hecho de que bebías y de que la bebida te estaba matando. ¿Por qué? Porque el alcohol era algo que no podías manejar, algo que te tenía dominado. ¿Por qué? Porque habías llegado al punto en que un trago era demasiado y cien insuficientes.
[Alianza Editorial. Traducción de Iris Menéndez]
lunes, octubre 18, 2021
Sobre la fotografía, de Susan Sontag
La fotografía en un libro es, obviamente, la imagen de una imagen. Pero ya que es, para empezar, un objeto impreso, liso, una fotografía pierde su carácter esencial mucho menos que un cuadro cuando se la reproduce en un libro.
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Las fotografías son la prueba irrecusable de que se hizo la excursión, se cumplió el programa, se gozó del viaje. Las fotografías documentan secuencias de consumo realizadas en ausencia de la familia, los amigos, los vecinos. Pero la dependencia de la cámara, en cuanto aparato que da realidad a las experiencias, no disminuye cuando la gente viaja más.
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Esta es una época nostálgica, y las fotografías promueven la nostalgia activamente. La fotografía es un arte elegíaco, un arte crepuscular.
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Todas las fotografías son memento mori. Hacer una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa. Precisamente porque seccionan un momento y lo congelan, todas las fotografías atestiguan la despiadada disolución del tiempo.
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La fotografía no es solo una porción de tiempo, sino de espacio. En un mundo gobernado por imágenes fotográficas, todas las fronteras (el “encuadre”) parecen arbitrarias.
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El fotógrafo es una versión armada del paseante solitario que explora, acecha, cruza el infierno urbano, el caminante voyeurista que descubre en la ciudad un paisaje de extremos voluptuosos.
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La cámara ha tenido tanto éxito en su función de embellecer el mundo, que las fotografías, más que el mundo, se han convertido en la medida de lo bello.
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No es del todo erróneo afirmar que no existe una mala fotografía, sino solo fotografías menos interesantes, menos relevantes, menos misteriosas.
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Una sociedad capitalista requiere una cultura basada en las imágenes. Necesita procurar muchísimo entretenimiento con el objeto de estimular la compra y anestesiar las heridas de clase, raza y sexo. Y necesita acopiar cantidades ilimitadas de información para poder explotar mejor los recursos naturales, incrementar la productividad, mantener el orden, librar la guerra, dar trabajo a los burócratas.
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Las cámaras definen la realidad de dos maneras esenciales para el funcionamiento de una sociedad industrial avanzada: como espectáculo (para las masas) y como objeto de vigilancia (para los gobernantes). La producción de imágenes también suministra una ideología dominante.
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La razón última de la necesidad de fotografiarlo todo reside en la lógica misma del consumo. Consumir implica quemar, agotar; y, por lo tanto, la necesidad de reabastecimiento. A medida que hacemos imágenes y las consumimos, necesitamos aún más imágenes; y más todavía. Pero las imágenes no son un tesoro por el cual se necesite saquear el mundo; son precisamente lo que está a mano dondequiera que se pose la mirada. La posesión de una cámara puede inspirar algo semejante a la lujuria. Y como todas las variantes creíbles de la lujuria, nunca se puede satisfacer: primero, porque las posibilidades de la fotografía son infinitas, y segundo, porque el proyecto termina por devorarse a sí mismo.
[DeBolsillo. Traducción de Carlos Gardini; revisada por Aurelio Major]
jueves, octubre 14, 2021
Tres circunvoluciones alrededor de un sol cada vez más negro, de Grégoire Bouillier
Este volumen, de lo mejorcito que podréis encontrar en las librerías, es un compendio de 3 libros autobiográficos de Grégoire Bouillier relacionados entre sí: Informe sobre mi persona, El invitado secreto y Cabo Cañaveral. En realidad yo ya había leído los dos primeros, por lo que ésta es una relectura (mejorada, dado que las traducciones son nuevas). El primero salió en Zoela Ediciones con un título parecido: Informe sobre mí mismo, una memoria sobre la infancia y la adolescencia que desafía un montón de reglas y de ritmos, lo que la convierte en un catálogo de recuerdos bastante atípico donde no faltan los miembros de una familia disfuncional. El segundo, que incluye el momento en que el escritor conoció a Sophie Calle en su fiesta de cumpleaños y las reflexiones y cambios que acarrea aquella noche, lo publicaron en Mondadori en un tomo de formato pequeño y tapa dura. El tercero ocupa apenas 20 páginas, estaba inédito y narra el encuentro erótico del autor con una chica tras participar en una mesa redonda de literatura.
Releídos así, de continuo, cobran más sentido. El ritmo va variando de uno a otro texto, también la manera de narrar. Informe… presenta frases más bien breves, impactantes. En El invitado… cambian radicalmente: oraciones largas, sustanciosas y llenas de circunloquios. Mientras en Cabo Cañaveral leemos sentencias mínimas, entrecortadas, de telegrama. El tiempo narrativo se va minimizando en cada texto hasta llegar al último: anecdótico, sólo ocupa unas horas.
El volumen indaga en cómo un hombre vive, ama, sufre, desea, se sorprende, va cambiando, en cómo sus vicisitudes cotidianas contienen para él paralelismos con el cosmos (ese viaje de la sonda Ulysses hacia el sol) y con la literatura (Homero y Odisea, Virginia Woolf y La señora Dalloway). Bouillier se reconstruye a sí mismo narrándose, narrando sus cuitas infantiles, sus apetitos, sus encuentros, en los que suponemos habita cierta carga de invención (o, mejor, de exageración, de “literaturizar” cuanto ha vivido). La introspección que logra es fabulosa y a menudo su falta de piedad consigo mismo logra que el cuadro o el informe que ofrece sea más crudo, más cruel, y quizá por eso más auténtico.
Aquí van unas píldoras:
De Informe sobre mí mismo:
Me quedo perplejo. Estaba convencido de que mis recuerdos no podían engañarme ni inventarse cosas. No los míos. Mis recuerdos eran los únicos que podían dar testimonio de lo ocurrido. Y, mira tú por dónde, también ellos me habían traicionado. Como todo.
[…]
Ese día comprendí que la vida empieza justo donde terminan las imágenes. Justo donde era obligado improvisar, donde sólo podía contar conmigo mismo, huérfano de toda representación que pudiera preceder a mis actos para dictarles una conducta. En una habitación, la aventura era por una vez mi aventura: se trataba de inventar a partir de uno mismo, sin que importara tu estado. De hallarte, por fin, presente, en cuerpo y alma, entregado por completo a la aventura.
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De El invitado sorpresa:
Fue el día de la muerte de Michel Leiris. A finales de septiembre de 1990 o nada más empezar octubre, no recuerdo la fecha exacta, poco importa, siempre habrá tiempo para verificarlo más adelante, en todo caso era un domingo porque estaba en mi casa en plena tarde y hacía frío para la época y me había dormido vestido, arrebujado en una manta como casi cada vez que me encontraba a solas conmigo mismo. El frío y el olvido, no deseaba otra cosa en aquel tiempo. No me preocupaba: sabía que un día llegaría el momento de volver a partir rumbo a la existencia y no tenía prisa. Había visto demasiado, me parecía. Seres, cosas, paisajes… Tenía material de sobra para rumiar uno o dos siglos y ¿a santo de qué salir en pos de otras historias? No quería más problemas.
Entonces me despertó el teléfono. El cuarto estaba casi a oscuras. Descolgué. Y al instante supe que era ella. Antes incluso de saberlo, supe que era ella. Era su voz, su respiración, casi su rostro, y con él, surgiendo del pasado, mil alegrías que se doraban al sol y me acariciaban la cara y me lamían los dedos y casi todas colgaban de una soga.
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De Cabo Cañaveral:
De ahí tu presencia en esa ciudad desconocida. Con el tiempo justo para ir y volver. Con el tiempo justo para hablar a un micro sobre el patetismo en la literatura francesa contemporánea ante un público sentado en sillas plegables de plástico. A no ser que el tema sea el cinismo de esta época. Lo uno no va sin lo otro. Lo otro con lo uno. Siempre de la mano. Aunque fingiendo lo contrario. Bromeas. Te diviertes. Inventas. Pues el tema de la mesa redonda no era en absoluto irreverente. ¿Quién lo creería? Con los tiempos que corren. Si a eso se le llama correr. Sin embargo, habías aceptado participar. Como siempre que aceptas este tipo de invitaciones, con la esperanza, la única esperanza, de que te pase algo, cualquier cosa, un encuentro, aunque no necesariamente. Mejor un encuentro. Con tal de que no sea social ni interesante. Con tal de que sea desinteresado y personal. Que el tiempo se agite, que la vida se desquicie, que las nubes se reconcilien. Aunque sólo sea durante una fracción de segundo. Y lo que ocurrió fue V. Durante gran parte de la noche. Esta vez tu cita fue con ella. Con sus labios listos para cebarte.
[Hurtado & Ortega. Traducción de Ona Rius Piqué y Albert Fuentes]
viernes, octubre 08, 2021
Días temibles, de A. M. Homes
Mira a sus amigos y se pregunta el aspecto que tendrán si consiguen llegar a los ochenta años. Los hombres parecen ajenos al inevitable envejecimiento, ajenos al hecho de que ya no tienen treinta años, al hecho de que no son superhéroes con superpoderes.
[Del relato “Hermano dominical”]
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Si dice que sí a ese tipo de cosas –congresos, lecturas, conferencias– es porque aún no ha aprendido a decir que no. Tiene la equivocada fantasía de que unos días fuera de casa le permitirán pensar un poco o avanzar algo. Lleva siempre el trabajo con ella: el cuento corto que no consigue resolver, la novela que se supone que tiene que terminar, el libro del amigo que necesita una nota para la contraportada, el periódico del último domingo…
[Del relato “Días de ira”]
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-Lo que he aprendido de ser el guardián del dolor –le dijo Otto– es que dejarlo ir no significa olvidar, sino encontrar la libertad, el espacio necesario para seguir avanzando. Existe el miedo al olvido, pero no ocurre. Uno aprende a vivir con el pasado, pero se permite un futuro y también se lo permite a los demás. No se olvida jamás.
[Del relato “Días de ira”]
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El paisaje empieza a cambiar. Hay menos franquicias, más espacios vacíos y también menos tráfico. El tráfico se va aligerando poco a poco hasta que llegan al parque de Joshua Tree, que es una extraña combinación entre algo más y menos desarrollado de lo que él pensaba que iba a ser. Se incorporan a una carretera más pequeña y pasan junto a un puñado de hoteles de aspecto desastroso, todos ellos con la palabra “desierto” en algún lugar. Hay también bares decadentes con furgonetas baqueteadas en la puerta. En general hay una sensación de que es otro lugar: una especie de última estación, un sitio al que va la gente cuando ha fracasado o cuando necesita una salida. Está descuidado, disperso, y tiene un aspecto severo.
[Del relato “La última vez que lo pasó bien”]
[Anagrama. Traducción de Andrés Barba]
martes, octubre 05, 2021
Pensamientos al vuelo, de Yoshida Kenkõ
Todos, incluidas las personas inteligentes, nos limitamos a mirar a los demás sin preocuparnos de averiguar mucho acerca de nosotros mismos. Pero quien no se conozca a sí mismo difícilmente podrá conocer a los demás. Sólo podemos llamar sabio a quien se conoce a sí mismo. Hay quien es feo, y lo ignora; quien tiene un corazón desasosegado, y lo ignora; quien carece de capacidades artísticas, y lo ignora; quien es un cero a la izquierda, y lo ignora; quien es viejo, y lo ignora; quien está enfermo, y lo ignora; quien va muy retrasado en el camino de la perfección, y lo ignora. Al ignorar sus propios defectos, difícilmente se dará por aludido cuando otros lo censuren.
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Si quieres que alguna cosa tuya pertenezca a alguien, entrégasela mientras estés aún vivo.
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No hay nada que haga a un hombre parecer más estúpido, que sea causa de mayores críticas y reproches, ni que acarree tantas y tan grandes desgracias, como el orgullo y la soberbia. El que verdaderamente es maestro en un arte conoce bien sus limitaciones y, como sus aspiraciones están más allá de sus conquistas, nunca se atreverá a jactarse de sí mismo.
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En tu vida, si quieres evitar yerros y aflicciones, lo mejor que puedes hacer es ser siempre sincero, respetar a todos sin distinción alguna y hablar poco. Todos los que obren de este modo se ganarán la estima de los demás, ya sean hombres o mujeres, jóvenes o viejos, pero, especialmente, si la persona es joven, bella y reservada nos seducirá de tal modo que no podremos olvidarla nunca.
Del deseo de mostrar que uno lo sabe todo, que conoce bien una materia, y de no mirar con estima a los demás, nacen todos los yerros y aflicciones.
[Errata Naturae. Traducción de Justino Rodríguez]
sábado, octubre 02, 2021
El acontecimiento, de Annie Ernaux
Llevo años dándole vueltas a ese acontecimiento de mi vida. Cuando leo en una novela el relato de un aborto, me embarga una emoción sin imágenes ni pensamientos, como si las palabras se transformaran instantáneamente en una sensación violenta. De la misma manera, cuando escucho por azar La javanaise, J’ai la mémoire qui flanche, o cualquier otra canción que me acompañó durante ese periodo, siento una gran turbación
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(Es posible que un relato como éste provoque irritación o repulsión, o que sea tachado de mal gusto. El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, da el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior. Y si no cuento esta experiencia hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré del lado de la dominación masculina del mundo.)
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Ver con la imaginación o volver a ver por medio de la memoria es el patrimonio de la escritura. Pero “vuelvo a ver” sirve para hacer constar por escrito el momento en el que tengo la sensación de haberme reunido con la otra vida, la vida pasada y perdida; sensación de que la expresión: “es como si todavía estuviera ahí” traduce de una forma muy exacta.
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Regresé a Ruán. Era un mes de febrero frío y soleado. No me parecía volver al mismo mundo. Los rostros de los transeúntes, los coches, las bandejas sobre las mesas del comedor universitario, todo lo que veía me parecía rebosante de significados. Pero, debido a ese mismo exceso, no podía captar ninguno de ellos. Por un lado estaban los seres y las cosas que significaban demasiado, y por otro las palabras, que no significaban nada.
[Tusquets Editores. Traducción de Mercedes y Berta Corral]