viernes, julio 31, 2015

Stalker. Pícnic extraterrestre, de Arkadi y Borís Strugatski


Stalker es una novela maravillosa, que crea adicción desde el principio, y que yo llevaba años queriendo leer. Como todo el mundo sabe, Andrei Tarkovski se inspiró en ella para rodar su legendaria película homónima, aunque Tarkovski sólo siguió el libro en algunos puntos, en ambientes, en ideas y en el personaje central, quedando el filme como una especie de nueva incursión del protagonista en La Zona.

¿Qué nos cuenta Stalker? Algo, a mi entender, muy original, y que ha influido a muchos artistas: hace años, los extraterrestre visitaron la Tierra; sus criaturas pasaron un tiempo en ciertos parajes, tal vez observando y tomando muestras, y tras su retirada lo dejaron todo lleno de huellas, de rastros, de máquinas y de artefactos misteriosos y deslumbrantes. A los lugares por donde merodearon los extraterrestres, como si hubieran hecho un pícnic pantagruélico, lo llaman La Zona. La Zona es un lugar peligroso, en el que acechan los enigmas, las mutaciones, las trampas… y en el que el tiempo no parece transcurrir, como si se hubiera detenido. Pero dicho paraje es rico en artilugios y en tecnología avanzada y en basura que los aliens abandonaron, y los hombres quieren recuperarlos, con lo cual aparecen los stalkers: individuos que entran allí clandestinamente, roban los tesoros y los venden en los mercados negros, igual que mercenarios en tiempo de guerra. Muchos de ellos acaban muriendo en La Zona: derretidos por el calor, ahogados en pantanos, desmembrados por las trampas…

La novela se centra en uno de estos buscadores: Redrick Schuhart, un hombre casado cuya hija empieza a sufrir los efectos mutantes de la Visitación de los alienígenas, a los que nadie vio jamás. Se centra en sus incursiones en La Zona durante años, y en sus pensamientos y paranoias.

Pero no es sólo este genial argumento el que arrastra al lector. También están la prosa, exacta y casi diría que perfecta (con una gran traducción), su estructura de novela de entretenimiento y su fondo filosófico. En líneas generales me ha recordado a libros del estilo de Solaris (de Stanislaw Lem, que también adaptó Tarkovski), Rascacielos (de J. G. Ballard) o Una mirada a la oscuridad (de Philip K. Dick): todas conjugan el suspense y la calidad. Stalker pertenece a la misma liga en la que juegan todos estos maestros (Lem, Ballard, Dick).

La lectura puede completarse con la película de Andrei Tarkovski (insisto: no es un adaptación fiel, sino una derivación) y con el estudio de Geoff Dyer, el magnífico libro Zona. Y, ya de paso, con la BSO del filme, que es otra joya. Aquí van unos extractos:

Ese neumático no me gusta. Su sombra no es normal. Tenemos el sol a la espalda, pero la sombra cae hacia nosotros. Bueno, no importa, aún está lejos. Además, se puede trabajar igualmente. Pero ¿qué será aquel brillo plateado? ¿O son imaginaciones mías? Me fumaría un cigarro y me sentaría un momentito a reflexionar… ¿Por qué brilla la parte de arriba de los bidones? ¿Por qué en los lados no? ¿Por qué la sombra del neumático va al revés? El Buitre Burbridge decía algo de las sombras, algo muy raro, pero inofensivo… En la Zona pasan cosas raras con las sombras. Pero ¿qué es ese brillo? Es como una telaraña suspendida en un árbol del bosque. ¿Qué clase de araña la habrá tejido justo allí? Jamás he visto una araña ni ningún bicho en la Zona.

**

Estaba vivo. La Zona me había dejado salir. La muy puta me había dejado con vida. Mi zorra, mi cabrona. Vivo. Los novatos no tienen ni puñetera idea. Nadie que no sea stalker puede entenderlo.

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Al quitarme el reloj vi la hora. ¡Habíamos pasado más de cinco horas en la Zona, Dios mío! Cinco horas. Me recorrió un escalofrío. Cielo santo, es la pura verdad: en la Zona, el tiempo no existe. Cinco horas… Pero, pensándolo bien, ¿qué son cinco horas para un stalker? Nada, miseria y compañía. Y cuando hay que pasar doce horas, ¿qué? ¿Y dos días?

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Era el último de los viejos stalkers, los que empezaron la caza de tesoros extraterrestres justo después de la Visitación, cuando la Zona aún no se llamaba Zona; cuando aún no existían ni el instituto, ni la alambrada, ni las fuerzas de la ONU; cuando la ciudad estaba paralizada por el miedo y el mundo se reía de las fabulaciones de los periodistas.

**

Ya está, pensó, aturdido. Hemos pasado. Esto también lo hemos pasado. Ahora vamos a hacer la suma. ¿Creíais que me había olvidado? Pues no, yo nunca me olvido de nada. ¿Creéis que voy a daros las gracias por haberme dejado con vida, por no haberme ahogado en la mierda? Ni gracias ni hostias: que os den. Estáis acabados, ¿me oís? Voy a acabar con todo. Ahora soy yo quien decide. Yo, Redrick Schuhart, en plena posesión de mis facultades mentales, voy a decidirlo todo y por todos. Y todos vosotros, buitres, perros, visitantes, huesudos, quarterbloods, parásitos, billetes, roncos, señoritos, encorbatados, uniformados, todos esos tipos con maletines, con discursos, con buenas obras, con empleos que ofrecer, con pilas eternas, con móviles perpetuos, con claros de mosquitos, con promesas de felicidad, basta ya de hacerme bailar a vuestro son, toda la vida llevándome de aquí para allá por las narices como a los bueyes, y yo siempre presumiendo de que hacía lo que me daba la gana, y vosotros, cerdos, me decíais que sí y luego os guiñabais el ojo y me tirabais de las narices, me toreabais, me arrastrabais por la mierda, por la cárcel, por los bares… ¡Se acabó!

**

¿Quería que me buscara un trabajo? Pues no quiero trabajar para vosotros, me dan asco vuestros trabajos, ¿es que no lo entendéis? Cuando uno trabaja, siempre es para alguien, por tanto es un esclavo y nada más, y yo siempre he querido ir a la mía, siempre he querido ser yo mismo para mandar a la mierda a todo el mundo, a su aburrimiento y su tristeza…


[Ediciones Gigamesh. Traducción de Raquel Marqués]

Trailer de Mistress America


Próximamente: La ley del menor


De Ian McEwan. En Anagrama.

Un poema es una ciudad

un poema es una ciudad llena de calles y alcantarillas
llena de santos, héroes, mendigos, locos,
llena de banalidad y alcohol,
llena de lluvia y truenos y períodos de
sequía, un poema es una ciudad en guerra,
un poema es una ciudad preguntándole a un reloj ¿por qué?
un poema es una ciudad ardiendo,
un poema es una ciudad bajo el control de las armas
sus barberías llenas de borrachos cínicos,
un poema es una ciudad donde Dios conduce desnudo
por las calles como Lady Godiva,
donde los perros ladran de noche, y hacen que la bandera
salga corriendo; un poema es una ciudad de poetas,
la mayoría bastante parecidos
y envidiosos y amargados…
un poema es esta ciudad ahora,
a 50 kilómetros de ninguna parte,
las 9:09 de la mañana,
el gusto a licor y tabaco,
sin policías, sin amantes, andando por la calle,
este poema, esta ciudad, cerrando sus puertas,
atrincherada, casi vacía,
afligida sin lágrimas, envejeciendo sin piedad,
las montañas rocosas,
el océano como una llama de lavanda,
una luna desprovista de grandeza,
una pequeña música de ventanas rotas…

un poema es una ciudad, un poema es una nación,
un poema es el mundo…
y ahora yo lo meto en una vitrina
para examen del loco editor,
y la noche está en otra parte
y pálidas señoras grises están en fila,
el perro sigue al perro hasta el estuario,
las trompetas anuncian la horca
mientras pequeños hombres despotrican de cosas
que no pueden hacer.


Charles Bukowski, Los días corren como caballos salvajes por las montañas

Cartel de Entertainment


Primer trailer de Room


Legend: 2 carteles



jueves, julio 30, 2015

Próximamente: La Zona de Interés


De Martin Amis. En Anagrama.

Black Mass: nuevo cartel


David Lynch, de Quim Casas



Dadas las características multiformes de la obra de David Lynch, el presente libro contempla todas sus facetas, del cine a la pintura, pasando por la fotografía, la televisión, la música, la publicidad, la escultura, los collages con fecha de caducidad, los montajes biológicos, el cómic o Internet, a través de una estructura que admite tanto la lectura en progresión ortodoxa como transversal. Toda su obra fílmica y televisiva, es decir, largometrajes, cortometrajes, experimentos en vídeo y series para la pequeña pantalla (y aquellos films en los que ha colaborado en calidad de productor), son analizados en capítulos concretos ordenados cronológicamente desde los cuatro primeros cortos hasta Inland Empire, con espacio también para la película que pudo ser y sigue sin existir, Ronnie Rocket, tan partícipe de la imaginería de Lynch como la que más, pese a no haber superado nunca la barrera del guión escrito.


[Ediciones Cátedra]

Trailer de Spolight


Otro cartel de Sicario


Spectre: 2º trailer


Every Thing Will Be Fine: 2 carteles



Cartel de The Night Before


miércoles, julio 29, 2015

Próximamente: Palabras mayores. Nueva narrativa mexicana


De Varios Autores. En Malpaso Ediciones.

Los siete años de abundancia, de Etgar Keret


Hacia el final de una de las breves crónicas autobiográficas que componen este libro (traducido por la también editora Raquel Vicedo), la mujer de Etgar Keret dice:

-¿Nosotros? –mi mujer se quedó pensando un momento en el taxi–. Nosotros también somos como nos conocimos. Nuestra vida es una cosa, y tú siempre la reinventas para que sea otra cosa más interesante. Eso es lo que hacen los escritores, ¿no?

Es en esta declaración donde tal vez se resuma la idea central del libro, ya que se trata de breves vistazos a su propia vida en los que el escritor, valiéndose siempre del equilibrio entre lo trágico y lo cómico, habla de sí mismo y de su familia, de los hijos que llegan y de los padres que se van. El talento de Keret (un escritor al que tenía pendiente de leer, pese a que en mi biblioteca ya hay varios volúmenes de sus cuentos) es evidente ya en los principios, en cómo arranca cada crónica, en esas primeras frases que, como hacía Umbral, ya te obligan a seguir leyendo hasta el final. Un extracto:

Le dije a Lev que lo hice para protegerlo.
-Ya lo sé, pero ¿por qué? ¿Por qué querías protegerme?
-Porque te quiero, porque eres mi hijo –le expliqué–. Porque un padre tiene que proteger siempre a su hijo.
-Pero ¿por qué? –insistió Lev–. ¿Por qué un padre tiene que proteger siempre a su hijo?
Pensé durante un momento antes de responder.
-Mira, el mundo en que vivimos a veces puede ser muy duro –dije mientras le acariciaba la mejilla–. Y lo justo es que todos los que han nacido en él tenga al menos una persona que esté ahí para protegerlos.
-¿Y tú? –preguntó Lev–. ¿Quién te protegerá ahora que el abuelo se ha muerto?
No lloré delante de Lev. Pero más tarde, esa noche, en el avión a Los Ángeles, lo hice.


[DeBolsillo. Traducción de Raquel Vicedo]   

Manglehorn: 3 carteles




Cartel de Narcopolis


Steve Jobs: Man in the Machine: 2 carteles



lunes, julio 27, 2015

Cuando Kafka hacía furor, de Anatole Broyard


Elogio de la enfermedad, de Anatole Broyard, fue un libro que a mí me impactó. Ahora, de la mano de la misma editorial, tenemos sus memorias inacabadas: Cuando Kafka hacía furor, título que evoca el panorama posterior a la Segunda Guerra Mundial en el Village, cuando los combatientes y quienes les habían esperado en casa estaban ávidos de elementos a los que habían renunciado, como el sexo y la literatura, dos de los ejes sobre los que giran tanto el escritor como el libro.

Broyard va contando las cosas con sencillez, sin grandes alardes, especialmente se centra en su relación con Sheri Donatti (y establece una diferencia clara entre "el tiempo con Sheri" y "el tiempo después de Sheri"), pero de vez en cuando va soltando pequeñas perlas que enriquecen su narración, como ésta: Cuando llegué a conocerla mejor, pensé que Sheri era una nueva enfermedad. El término "enfermedad" está siempre presente en el libro (que, por cierto, quedó inacabado porque, en cuanto supo su diagnóstico, Broyard aplazó sus memorias para centrarse en el ensayo citado): Una guerra es como una enfermedad y, cuando pasa, el enfermo piensa que nunca se ha sentido mejor. Se experimenta una estupenda sensación de regresar y retomar las riendas de la propia vida. Aquí va otra: El Village, en 1946, era lo más parecido a París en los años veinte. […] La gente que se sentaba en los bancos llevaba libros en la mano. Broyard también nos relata el momento en que abre una librería: Poner precio a un libro descatalogado es una de las modalidades de crítica más dolorosa.

Broyard nos ayuda a entender el clima que se vivió en la postguerra, en Nueva York. Lo difícil que era para muchas mujeres todo lo relacionado con la sexualidad: Desnudarse era un drama. Una chica de pie, con los brazos a la espalda, buscando el broche del sujetador, tenía parte de la belleza de una crucifixión. También daba la impresión de que ocultaba algo: un regalo. En ese clima no faltan los encuentros con algunas celebridades como Anaïs Nin, Dylan Thomas o Delmore Schwartz.

Es una pena que el libro quedara inacabado, pero al mismo tiempo se agradece porque queda como un texto breve, puntual, que en ningún momento aburre (lo cual sucede en muchas autobiografías: siempre hay algún capítulo que nos depara bostezos). De colofón se incluye su artículo "Retrato del hipster": conviene leerlo para comprobar que los hipsters de antes no tenían nada que ver con los de ahora.

Termino con un fragmento sobre su pasión por los libros:

Sé que la gente sigue leyendo libros y que algunos sienten por ellos auténtica adoración, pero en 1946, en el Village, lo que sentíamos por los libros –me refiero a mis amigos y a mí– era mucho más que adoración. Era como si no supiéramos dónde terminábamos nosotros y dónde empezaban los libros. Los libros eran nuestro clima, nuestro entorno, nuestra ropa. No nos limitábamos a leerlos: nos convertíamos en ellos. Los interiorizábamos y los transformábamos en historias propias. Aunque sería fácil decir que huíamos y nos refugiábamos en los libros, sería más cierto afirmar que eran los libros los que buscaban refugio en nosotros. Los libros fueron para nosotros lo que las drogas para la juventud de los años sesenta.


[La Uña Rota. Traducción de Catalina Martínez Muñoz]

Freeheld: 3 carteles




Cartel de Before We Go


Cartel de Zipper


Próximamente: Cuentos completos


De E. L. Doctorow. En Malpaso Ediciones.

E. L. Doctorow (1931 - 2015)


45 Years: 2 carteles



Cartel de Mississippi Grind


José Sazatornil "Saza" (1926 - 2015)


Cartel de Knock Knock


Cartel de Experimenter


jueves, julio 23, 2015

Los últimos días de Roger Lobus, de Óscar Gual


Todos alojamos una bomba en el interior de nuestro cuerpo. No siempre el mismo tipo de bomba, algunas son sofisticados y silenciosos artilugios mientras que otras no son más que unos cuantos cartuchos húmedos con las mechas enroscadas. Las hay que detonan por control remoto y las hay que solo reaccionan en presencia de cierto factor externo. También las hay que incorporan cronómetro, desde un reloj atómico a un despertador barato. Existe un amplio catálogo de estas bombas huésped, aunque no podamos escoger el modelo. Se trata de bombas de un solo uso.
Además de por su forma de detonar, también se clasifican en base a su carga explosiva. Hay cuerpos cuyas bombas son letales, acaban con ellos de un devastador estallido, y hay otros cuerpos a los que la explosión deja tan maltrechos que, pese a seguir a duras penas activos, jamás se reponen del impacto y empiezan a degradarse con el tiempo hasta detenerse. También hay cuerpos cuyas bombas actúan con sutileza, al explotar liberan un veneno que corrompe el organismo anfitrión y para cuando el dueño de ese organismo se percata, ya no hay ni rastro de la bomba, solo la podredumbre consecuente.

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Las células cancerosas son versiones pervertidas y voraces de tus células normales que adquieren el impulso autónomo de proliferar sin control hasta que acaban apoderándose y convirtiéndote poco a poco en otro; y esa mutación es la causante del miedo. Porque esas células insaciables lo devoran todo, consumen tu identidad. Es la muerte pura de la carne, un gradual y pornográfico sometimiento que va matando partes de tu cuerpo por separado. Y es un proceso complejo para quien alberga la muerte dentro, para quien siente calor al arder la mecha de su bomba huésped.

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Aparte de la quimio le mandaban deberes para casa, carretillas de medicamentos. Algunos no eran más que placebo para evitar que el paciente se desmoralice al encontrarse sin tratamiento entre sesiones y otros eran para cada síntoma en particular. Si la quimio le baja la tensión, tome la pastilla A. si la insuficiencia respiratoria le acelera el corazón y corre riesgo de arritmia, póngase una B bajo la lengua. Si el vitamínico C le provoca estreñimiento, empiece a tomar D con regularidad. Pero entonces, ya que tanto el expectorante E como el broncodilatador F que toma para incrementar la ventilación y prevenir la disnea son a su vez vasodilatadores, tome G y/o H para no perder demasiado líquido. Tome I para los dolores de espalda. Tome J para cuando los dolores de espalda se vuelvan más fuertes. Suba de escalón a K para cuando los dolores de espalda sean intolerables. Tome L combinado con M cuando I, J y K ya no surtan efecto. Y así hasta Z. Prueba a proteger un castillo de naipes de un vendaval.


[Aristas Martínez]

martes, julio 21, 2015

The Revenant: primer trailer




Personae

Si uno recibe alguna noticia trágica se da cuenta en el instante de que los mismos ambientes donde se ha sentido cómodo se transforman en instrumentos de la tortura más vil.
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Sergio De La Pava, Personae

Miller's Justice League Mortal: 2 carteles



Trailer de Joy


Cartel de I Am Chris Farley


viernes, julio 17, 2015

Trastos, recuerdos. Una biografía de Wislawa Szymborska, de Anna Bikont y Joanna Szczesna


De Wislawa Szymborska yo sólo había leído poemas sueltos, aquí y allá. Me interesaba su figura, su compromiso, y sobre todo esa especie de imagen de dama entrañable a la que no dudaría en abrazar. Y esta biografía, que salió hace poco a la venta, me ha servido para mis propósitos: conocer su vida y su obra. Creo que quienes traducen los poemas que las biógrafas introducen en el libro no son las mismas que tradujeron las obras en verso de la autora, pero da lo mismo porque la traducción de este poema, por ejemplo, me gusta mucho:

Para escribir un currículum

Se debe escribir una solicitud,
y a la solicitud adjuntar el currículum.

No importa cuánto dure la vida,
el currículum ha de ser breve.

La concisión y selección de los hechos es obligatoria.
Los paisajes deben convertirse en direcciones
y dudosos recuerdos en fechas inmóviles.

De todos los amores, basta con el matrimonial,
y en cuanto a los hijos, sólo con los nacidos.

Importa más quién te conoce que a quién conoces.
Los viajes, sólo si son al extranjero.
Los vínculos sí, pero sin el porqué.
Y las condecoraciones sin el mérito.

Escribe como si nunca hubieras hablado contigo mismo
y siempre te hubieras visto desde lejos.

Ignora perros, gatos y pájaros,
trastos y recuerdos, amigos y sueños.

Como vemos, del último verso extrajeron el título. La de Szymborska no fue una de esas vidas de mártires, con grandes peligros y aventuras y sufrimientos y privaciones. Pero contiene numerosos detalles que la convierten en una biografía amena e interesante: fragmentos de cartas, poemas, declaraciones en entrevistas, confesiones a las biógrafas, extractos de sus críticas y reseñas y, especialmente, fotos, muchísimas fotos, de tal manera que a veces parece una biografía visual. Me gusta el humor fino que se gastaba la dama. Y la poca importancia que dio a los galardones:

Nunca le importaron los premios: "Me alegraba sobre todo no encontrarme entre los galardonados con los premios estatales", nos dijo. "Sé que algunas veces estaba entre los candidatos, pero siempre aparecía alguien importante que votaba en contra. No conozco sus nombres, pero les estoy muy agradecida".

Su lucidez está presente casi en cada página:

Los candidatos a escritores a menudo se mostraban tercos y determinados. Decía Szymborska:

"A veces me pesaba mucho la cantidad de textos que tenía que leer. Por otra parte, la poesía es el género que atrae a gente perturbada. Un loco no escribiría una crítica literaria, así que a Maciag no le invadían los críticos. Recuerdo a un joven y talentoso poeta. Tuvo un buen debut y consideraba que teníamos que publicarle cada semana. Por desgracia, padecía esquizofrenia. […]"

Y tampoco faltan sus dardos:

Szymborska nos dijo: "Al final me cansé de frecuentar los congresos de poetas. Un poeta, muy bien, dos poetas bien, pero cien poetas, es ridículo. Hace mucho que renuncié a participar en esa clase de eventos".

La biografía, además, nos descubre aspectos que yo ignoraba totalmente, como su amistad con Stanislaw Lem, Zbigniew Herbert o Czeslaw Milosz. Nos revela sus respuestas ingeniosas:

Antes de embarcarse en uno de sus viajes, cuando le preguntaron si ya tenía todas las cosas indispensables para emprenderlo, replicó: "En un viaje lo único indispensable es el billete de vuelta".

Nos cuenta cómo era consciente de quiénes eran sus lectores:

"A mis lectores la vida no les va demasiado bien. No creo que me lean en chalets con piscinas, fuentes y todo ese tipo de artilugios. En absoluto los imagino allí. Mi lector, si compra el libro, mira en el monedero cuánto dinero le queda".

La poca importancia que le dio al Nobel, parte de cuyo dinero donó:

-Con el Premio Nobel está relacionado el dinero, mucho dinero, más de un millón de dólares, ¿no se le ha pasado por la cabeza que teniendo tanto dinero ya no tendría que escribir más?
-Ningún dinero sustituirá a la mágica fuerza, al sufrimiento y al placer de escribir –contestó la poeta riéndose.

Y tampoco faltan anécdotas sobre su secretario, un hombre joven que hizo mucho por ella, que la ayudó a partir del dolor de cabeza y la falta de tiempo que vienen aparejados con la concesión del Premio Nobel. Con una de esas anécdotas cierro el comentario sobre esta biografía:

Wislawa nos confesó que su secretario había inventado una fórmula estupenda de respuesta negativa que, por desgracia, no podía utilizar porque nunca sabía si la otra parte tenía o no sentido del humor: "Será un placer aceptar su propuesta cuando sea más joven".


[Editorial Pre-Textos. Traducción de Elzbieta Bortkiewicz y Ester Quirós]

Miller's Justice League Mortal: primer cartel


Unity: 2 carteles