Hacia el final de una de las breves crónicas autobiográficas que componen este libro (traducido por la también editora Raquel Vicedo), la mujer de Etgar Keret dice:
-¿Nosotros? –mi mujer se quedó pensando un momento en el taxi–. Nosotros también somos como nos conocimos. Nuestra vida es una cosa, y tú siempre la reinventas para que sea otra cosa más interesante. Eso es lo que hacen los escritores, ¿no?
Es en esta declaración donde tal vez se resuma la idea central del libro, ya que se trata de breves vistazos a su propia vida en los que el escritor, valiéndose siempre del equilibrio entre lo trágico y lo cómico, habla de sí mismo y de su familia, de los hijos que llegan y de los padres que se van. El talento de Keret (un escritor al que tenía pendiente de leer, pese a que en mi biblioteca ya hay varios volúmenes de sus cuentos) es evidente ya en los principios, en cómo arranca cada crónica, en esas primeras frases que, como hacía Umbral, ya te obligan a seguir leyendo hasta el final. Un extracto:
Le dije a Lev que lo hice para protegerlo.
-Ya lo sé, pero ¿por qué? ¿Por qué querías protegerme?
-Porque te quiero, porque eres mi hijo –le expliqué–. Porque un padre tiene que proteger siempre a su hijo.
-Pero ¿por qué? –insistió Lev–. ¿Por qué un padre tiene que proteger siempre a su hijo?
Pensé durante un momento antes de responder.
-Mira, el mundo en que vivimos a veces puede ser muy duro –dije mientras le acariciaba la mejilla–. Y lo justo es que todos los que han nacido en él tenga al menos una persona que esté ahí para protegerlos.
-¿Y tú? –preguntó Lev–. ¿Quién te protegerá ahora que el abuelo se ha muerto?
No lloré delante de Lev. Pero más tarde, esa noche, en el avión a Los Ángeles, lo hice.
[DeBolsillo. Traducción de Raquel Vicedo]