Quienes adoramos a David Foster Wallace no debemos olvidar que, antes de DFW, estuvo Hunter S. Thompson. Este libro es casi imposible de encontrar (me ha costado meses de búsqueda), y me pregunto por qué no lo reeditan.
Es una selección de la antología de reportajes del maestro del Periodismo Gonzo. Nueve textos a los que se suma una introducción en la que, como es habitual en Thompson, vuelve a hablarnos del suicidio, preguntándose por qué no se arroja desde el balcón del piso 28 del hotel en el que escribe esa nota introductoria. Fiel a sus consignas, el escritor aparece en estos reportajes en Ketchum, hablando del suicidio de Hemingway con los hombres de la localidad; asistiendo a la defensa que hizo Marlon Brando de los indios y las leyes que prohibían que pescasen fuera de sus reservas; investiga el asesinato de un reportero chicano de Los Ángeles Este en una tarde de disturbios en la que aquel periodista sólo estaba tomándose algo en un bar cuando la policía lo mató. En estos y otros textos Thompson se centra, habla con la gente, evita hacer locuras, toma notas y llega o procura llegar al fondo de la cuestión. Pero en el reportaje que da título al libro, La gran caza del tiburón, se desmadra. Lo cual convierte a dicho artículo en una mina de carcajadas para el lector, que sigue atónito las disparatadas aventuras del escritor y un colega, quienes, dado que les aburre el reportaje sobre la pesca que deben cubrir, se dedican a emborracharse y a meterse toda clase de drogas. En todos brilla, además, esa ironía con la que su autor miraba las extrañas situaciones en que siempre acababa envuelto.