lunes, noviembre 02, 2009

No hay bestia tan feroz, de Edward Bunker


Magistral novela. La primera que escribió Ed Bunker; recordemos: era Mr. Blue en Reservoir Dogs, y en mi artículo sobre su muerte, en 2005, hay algunos datos: aquí. He disfrutado cada capítulo, cada párrafo, cada línea. No quería que se acabara. Bunker, uno de los reclusos más famosos de San Quintín, no sólo inocula su texto de vida y experiencia, sino que fue un grandísimo escritor. James Ellroy dice en el prefacio que se trata de la mejor novela sobre los bajos fondos de Los Ángeles y apunta: Pero es indudable que se trata, por la precisión y el rigor de los detalles, del libro más bello jamás escrito sobre el tema del atraco a mano armada, una actividad criminal que la ficción siempre ha retratado exagerando y tergiversando la realidad.
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Comienza con el último día en prisión de Max Dembo, a punto de salir de la trena en libertad condicional. Pero su agente de la condicional es un auténtico capullo, Max no es capaz de conseguir un empleo porque su circunstancia le cierra todas las puertas y, tras 8 años entre rejas, ya no conoce el mundo exterior. Y luego están sus amigos: todos pertenecen al ámbito de la delincuencia. Y está el instinto, que le recuerda que él sólo sabe hacer una cosa: robar. Max decide violar la condicional y preparar las armas y buscarse compinches para dar palos a bancos, joyerías y supermercados. Max es el protagonista y narrador. Un tipo duro y muy violento cuando no hay otra salida. El título proviene de una cita del Ricardo III de Shakespeare: No hay bestia tan feroz que no conozca algo de piedad. Igual que sucedía en Carlito's Way, a menudo un presidiario no tiene muchas opciones, sobre todo si sólo conoce los mundos marginales y la sociedad lo discrimina. Max Dembo, además, prefiere vivir tal y como lo necesita.
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Este libro, de algún modo, recuerda un poco a la visión de otros autores de la parte más peligrosa de L.A. En ocasiones recuerda a Fante o a Bukowski, por citar algunos. Dembo se mueve por pensiones ínfimas y moteles baratos, por bares infectos y cafeterías grasientas, y contacta con yonquis, maleantes, atracadores y fugitivos de la justicia. Se nota que el autor vivió durante décadas en estos ambientes marginales, y se conoce los mecanimos de la ley y los rudimentos del robo. Me ha fascinado de principio a fin, incluso ya en la dedicatoria: Para Louise Fazenda Wallis, / que le regaló a un preso de dieciocho / años una máquina de escribir y le / ofreció su amistad.
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En los próximos días colgaré algún fragmento más de esta novela negra publicada por Sajalín Editores. De momento, os dejo con el inicio de la narración:
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Me senté en la taza del váter sin tapa que había al fondo de la celda para abrillantar los horrorosos zapatos abombados que les entregaban a los que iban a salir en libertad. En mi cabeza resonaba un canto pletórico: "Por la mañana seré libre". Pero salir de la cárcel después de ocho años no sólo me llenaba de alegría. Me había puesto a limpiar aquellos horribles zapatos no tanto para darles mejor aspecto, sino para aliviar la tensión que me dominaba. Estaba más nervioso en el momento de salir en libertad condicional que el día en que había entrado allí, mucho tiempo atrás. Me consolaba pensar que, aunque lo negasen, aquella era una aprensión común entre los presos, para quienes el mundo exterior se había vuelto más impreciso con el tiempo. Después de varios años entre rejas, cualquiera llegaba a estar tan mal preparado para la vida en libertad como un monje trapense arrojado a la vorágine de la ciudad de Nueva York. Al menos, el monje siempre podía sostenerse en su fe, en tanto que al ex recluso sólo le quedaba el recuerdo de su fracaso, su encarcelamiento, además de la viva conciencia de ser un "ex presidiario", un marginado en la sociedad.