jueves, mayo 31, 2007

Sin contar, de W. G. Sebald y Jan Peter Tripp

Numerosos aspectos convierten a este título, editado con mimo por Nórdica Libros, en un objeto de lujo: la portada (que podría figurar en mi sección "Portadas exquisitas" si no fuese porque sólo alberga libros en otros idiomas), los vistazos mínimos de Sebald (¿quizá haikus?), los grabados de Peter Tripp, la disposición de unos y otros en la página, el poema de apertura de Hangs Magnus Enzensberger, el epílogo de Andrea Köhler, la traducción de María Teresa Ruiz Camacho y Katja Wirth y el diseño de Diego Moreno. Un objeto de coleccionista.
Es un libro, sobre todo, para mirar. Mirar hacia las miradas que retrata el pintor, que pueden ser sabias (William Burroughs), humildes (Morris, un perro), cansadas (Jorge Luis Borges) o rompedoras (Samuel Beckett). Puede leerse (y mirarse) como yo lo he hecho: alternando, primero y en el orden lógico, los 33 grabados con los 33 vistazos; segundo, leyendo los poemas de un tirón; tercero, dedicándose sólo a bucear en esas miradas de pintores, literatos, filósofos. En cada repaso uno advierte detalles que se le habían pasado por alto.
Los lectores de Sebald lo agradecerán mucho. Yo he leído algunos libros de Sebald, estupendos, profundos, inteligentes. Me gusta contar cómo ocurrió: corría diciembre y pedí los tres libros que había editado Debate en una de mis librerías de cabecera. Dos o tres días antes de recibirlos, Sebald murió en un accidente de coche. Quiere decirse que fui a encargar las obras de un autor vivo y recibí las obras de un autor muerto. Buscaba a un tipo desconocido y, cuando ya pude leerlo, su muerte le había granjeado celebridad. Incluso escribí un artículo para el periódico sobre aquel azar.
Sebald y Tripp quisieron colaborar juntos. Sebald enviaba sus vistazos poéticos y Tripp dibujaba. La pretensión del proyecto "era que texto e imagen no se explicaran ni se ilustraran el uno al otro, sino que entablaran un diálogo en el que cada uno tuviera su propia resonancia". Termino con un par de recomendaciones y dos de esos vistazos de Sebald. En cuanto a las primeras, lean este artículo de Vila-Matas colgado en un blog y entren en la web de Nórdica, donde les esperan las primeras páginas del libro en pdf y un vídeo que muestra la imagen y la palabra de Sebald y Tripp.



El papel de escribir
huele
como la viruta
en el ataúd

_____

Sin contar
queda la historia
de las caras
vueltas hacia otro lado

Esta tarde, en Zamora

Presentación del libro Palabras como velas encendidas.
A las 20:00 horas, en el Salón de Actos de la Biblioteca Pública, a cargo de Amnistía Internacional.
Se espera la participación de algunos de los autores que colaboran en el volumen. Yo no podré ir. Espero que me llegue pronto mi ejemplar para poner aquí la portada.

YouTube: Tripulantes. Capítulo 2


La cáscara

A menudo me embarga esta impresión: mi vieja ciudad no es muy distinta de una amante pretérita o de una ex novia. Imagino que les ocurre lo mismo a quienes, como uno, han partido hace tiempo de sus murallas para habitar otros mundos, otras provincias, otras ciudades, no mejores ni peores, sólo diferentes. Mudar de latitudes, afrontar una ruptura, en el fondo no dejan de ser lo mismo: que, según pasan los años sin que seamos capaces de medir su velocidad, la antigua patria y la antigua pareja cambian tanto que nos cuesta un poco reconocerlas.
Con las parejas que dejamos atrás, incluso con los amigos y familiares a los que hace meses que no vemos, y con aquellos con quienes dejamos de saludarnos, sucede que van asumiendo o eligiendo cambios imperceptibles para los de su entorno, pero para nosotros esos matices resultan esenciales. Tras meses sin ver a alguien que ha salido despacio de tu vida, durante un encuentro o un encontronazo o, simplemente, al vislumbrar su rostro de lejos en una calle, en lo primero que uno repara es en las variaciones físicas, y luego en la indumentaria. Y, finalmente, en los abalorios. Cuando nos reencontramos con antiguas parejas en seguida nos trastorna reparar en que lucen un nuevo peinado, o un corte de pelo poco habitual, o que ahora prefieren alhajas de oro y no de plata, o que visten de una manera que se te antoja extraña, o que calzan ya las primeras arrugas o, en el caso de una mujer hacia un antiguo amante, ellas reparan en que, si llevaba barba, ahora va afeitado, o que se ha dejado el pelo largo, o que usa gafas porque en los últimos meses ha perdido vista, o que ha abandonado los colgantes y opta por la corbata, o que ya no le gustan ciertas bandas de música y ahora prefiere otros estilos. La gente cambia mucho. Pero esto sólo lo advertimos si ha habido entre ellos y nosotros una barrera de tiempo y espacio. Uno piensa en cómo eran antes sus antiguas amistades y en cómo son en la actualidad: quienes pasaban por rebeldes se han convertido en ciudadanos respetables; quienes lo tenían todo muy claro son personas erráticas; quienes eran capaces de matar por el rock ahora ya sólo defienden el jazz; quienes eran gordos ahora son delgados, y viceversa; quienes corrieron delante de los grises hoy votan a los populares. Y en ese plan. Parece que siempre somos el mismo, pero la vida se encarga de corregirnos: somos varios individuos en uno, vamos adquiriendo personalidades y gustos distintos, que varían de una manera que sólo es perceptible para quienes han dejado de vernos durante un tiempo.
Cuando han transcurrido meses o años y uno se reencuentra con una antigua pareja, sus rasgos, sus gustos, sus manías, sus modales, su modo de vestir, han cambiado tanto que la imagen que teníamos ya se ha desdibujado y nos ofrece perfiles inéditos. Una conversación menos breve de lo habitual con quienes ya nos son extraños nos convence, sin embargo, de que el alma de esa persona no ha mutado tanto. Con la ciudad de la infancia sucede lo mismo. Cada vez que uno vuelve, cree que nada varía. Pero una tarde comienza a fijarse en sus costuras: en las calles, en los letreros, en los comercios, en ciertas fachadas, en la disposición del trazado urbano y la reorganización del tráfico, o en el bullicio novedoso de una zona o en la apatía de un lugar antaño muy frecuentado. Y lo advierte, casi con asombro: ya no conoce la cáscara. Por fortuna, sí reconoce el contenido, la esencia, que le es vagamente familiar. A menudo uno dice, de su cónyuge, o de su padre, o de su hijo: “Realmente no lo conozco”. No es cierto. Es que cambió. Pero tú no te habías dado cuenta.

miércoles, mayo 30, 2007

Noticias MundoLavapiés



  • Feria del Libro de Madrid: Editorial Traficantes de Sueños. Caseta 87
  • Noticia sobre el libro: 20 Minutos
  • Un vídeo en YouTube
  • A partir del 4 de julio y durante todo el mes: Exposición del proyecto MundoLavapiés en el Festival Internacional de Fotografía de Arlés (Francia). Según me cuenta Julien Charlon en un correo, van a promover no sólo las fotos que aparecen en el libro, sino también el proyecto en conjunto, "así que dispondremos de un televisor para visualizar los vídeos, también haremos reproducciones de los dibujos, frases, poemas, consulta de los libros..." Os recuerdo que este volumen incluye mi texto Disturbios en Lavapiés

Días aún más extraños, de Ray Loriga

En principio, este libro iba a ser la reedición (muy oportuna, ya que es imposible conseguirlo) de Días extraños. Pero Ray Loriga se negó a releer y corregir los viejos textos. Lo dice en la introducción: Lo que fue, fue. Y no quiere volver atrás. Así que este nuevo volumen es un libro misceláneo. Su primera mitad son artículos de opinión publicados en El País (en la sección de Madrid, por lo cual quienes no viven en esta ciudad no conocerán estos textos). La segunda, tres textos: una carta a Rodrigo Fresán, un cuento inacabado y un amplio relato sobre dos niñas bien de Madrid, una de ellas en busca del amor.
La sensación final que nos deja la lectura no es ajena a una de las palabras del título. En efecto, nos embarga una sensación de extrañeza por la mezcla de géneros y de temas. Los artículos recorren algunos caminos del cine, de la política, de la literatura. Yo había leído casi todos en el diario para el que fueron escritos. Me ha gustado releerlos. De la segunda parte, titulada ¿Cómo describir un sombrero?, destacaría el ensamblaje de temas en la carta, y el relato Virginia se enamora, que recuerda a esas jóvenes de Jane Austen obsesionadas por cazar novio. Se echa de menos un índice de contenidos en la última página.

2

Entro en un kiosco de mi ciudad. Mientras espero el turno, ojeo el muestrario. Se escucha esta retahíla: “Me das dos gominolas de mora… y un chupachups… y tres regalices rojos… y dos de estos… y tres dedos… ¿Cuánto llevo?” Inesperadamente, la voz del comprador corresponde a una mujer que ronda los sesenta años. Niña eterna.

Una situación y una calle

De mi última visita a Zamora me quedo con una situación, apenas una anécdota sin valor, pero que para mí tiene mucha importancia, y con un par de visitas a una calle que estaba deseando volver a pisar.
El sábado por la noche cruzábamos, a pie, la Avenida de Víctor Gallego. Caminábamos por una de sus aceras. En la puerta de Carrefour Express, o sea, el antiguo Simago, un nombre que sin duda me remite a la adolescencia, divisé un bulto. Era un mendigo, o un vagabundo, allí sentado. Ahora los mendigos, cuando se apostan en las entradas de los supermercados y en las esquinas de las iglesias, componen un fardo de trapos húmedos, cartones viejos, periódicos atrasados, cuencos de plástico para recibir las limosnas y un envase para meter sus pertenencias, que varía dependiendo de la fortuna del hombre en cuestión: algunos utilizan bolsas de basura; otros, mochilas envejecidas por la intemperie y el maltrato que los caminos propician a la tela. Sentado en el suelo, entre sus piernas había una botella de cerveza, una litrona. El individuo ocultaba la cabeza en un gorro sucio de lana, y la maleza de una barba sarnosa le emboscaba la mandíbula. Tenía ojos de derrota y la piel del cuello retorcida por las arrugas. Cuando íbamos a pasar a su lado nos pidió, por favor, que nos detuviéramos. Por su acento dedujimos que era italiano. Nos detuvimos. Yo ya imaginaba que nos iba a pedir unas monedas, y preparé una negativa, porque a fin de mes sólo llevo telarañas en los bolsillos, y en esto el hombre sólo pidió un cigarro. “Por favor, ¿tienen un cigarrillo?” Existen dos clases de vagabundos: quienes piden con ciertas maneras agresivas, casi ofendidos por la diferencia de clases y la situación social; quienes lo piden con humildad, casi violentados por si estuvieran molestando. Este era de los últimos. Le dijimos que sí, por supuesto. Quien conmigo iba extrajo un pitillo de un paquete de tabaco y se lo alcanzó. El hombre, con su acento italiano, dijo: “Lo siento. No quiero molestar. Estanco cerrado. Yo no tabaco. ¿Cuánto debo por cigarro?” Quería pagarnos el pitillo. Tomen nota. A diario veo a desconocidos que piden tabaco a mi gente (yo no fumo), y que, cuando ellos aceptan y les dan el ansiado pitillo, apenas musitan un “Gracias”. Hasta el punto de que, al menos en Madrid, parece una obligación, un impuesto añadido, que quien lleve tabaco tenga que dárselo a quien no tiene; y aquí estoy hablando de las mismas clases sociales. Sin embargo, aquí topamos con un vagabundo extranjero, humilde y bebedor, pero capaz de pagar un cigarrillo. Rebuscó en sus bolsos, a la caza de monedas, y le dijimos que no, que no queríamos nada a cambio. Le preguntamos si necesitaba fuego y, al asentir, se lo dimos. Encendió el cigarro y continuó dándonos las gracias, probablemente asombrado no sólo por habernos detenido, sino por darle tabaco sin que tuviera que pagar.
Ahora vayamos con ese par de visitas. Como era de esperar fui en busca de las huellas del libro “Calle Feria”, del que el otro día escribí, y pasé dos veces por el Riego y la Feria. Mi única intención era volver a estudiar con detenimiento las fachadas, los letreros y los escaparates de los comercios. Son calles por las que siempre paso en mis incursiones por Zamora. Pero esta vez lo hice con ojos nuevos, atento a los detalles, y a cómo los pequeños comerciantes resisten sin desaliento la feroz competencia de las grandes superficies y supermercados. Allí estaban, aún, los nombres y las huellas: Droguería Manahem Ramos, Calzados Sánchez, Pastelería Barquero, y la farmacia, y la peluquería, y el callejón de Escuernavacas, y…

martes, mayo 29, 2007

Libro de Amnistía Internacional de Zamora


Ángeles Morales, de Amnistía Internacional de Zamora, nos invitó a colaborar en un proyecto hace más o menos un mes. La intención era preparar "un libro con aportaciones literarias de autores relacionados con Zamora". Pues bien: el volumen ya existe, aunque aún no dispongo de ejemplares. El jueves se presenta al público. El título provisional, y supongo que el definitivo, es Palabras como velas encendidas. De momento, lo único que tengo es la nómina de autores (cuando tenga el índice completo y la portada, los iré colgando aquí):

Pilar Antón / Ángel Barrio Bobo / José Angel Barrueco / Ezequías Blanco / Juan Luís Calbarro / Horacio Calles / Melquiades Carbajo / Natalia Carbajosa / Charo Corbacho / Enrique Cortés / Pedro Crespo Refoyo / Ángel Fernández Benéitez / Eduardo Fuentes / José G. Ojínaga / Luís García Jambrina / Máximo Hernández / Luís Ingelmo / Flora Lobato / Jesús Losada / Julio Marinas Salvador / Fernando Martos / Benito Pascual Asensio / Encarnación Prieto / Luís Ramos / Juan Manuel Rodríguez Tobal / Tomás Sánchez Santiago / José Mª Vidal Gutierrez

Actualización: Acabo de ver que la noticia aparece en La Opinión. La información es de Jesús Hernández. Copio y pego aquí el texto, aunque suprimo la lista de autores, para no repetirla:

Una veintena de zamoranos colaboran en "Palabras como velas encendidas"

Es un cuaderno literario con 27 voces y un objetivo solidario. Es un cuaderno con palabras hermosas que van más allá de la fonética y un compromiso que puede hablar de denuncia o de ánimo. Amnistía Internacional de Zamora publica "Palabras como velas encendidas", que será presentado el próximo jueves, a las 20 horas, en la Biblioteca Pública del Estado. Se cuenta con la intervención de algunos de los autores. Son prosas líricas y versos. Muchos cuentan con novelas, poemarios, relatos y ensayos. Y reconocimientos críticos. Algunos, con galardones. (...)

Angeles Morales destaca, en el prólogo, la importancia de las palabras. Por eso han reunido voces «que nos hablan de dolor, de injusticia, de abuso, de tortura..., pero que también nos hablan de ilusión, de derechos humanos, de solidaridad, de consuelo». La doctora zamorana explica que «detrás de todas las palabras están las personas que las ofrecen y con ellas se vinculan, se exponen y se comprometen y, en torno a las palabras y las personas, rodeándolo todo, está una red que se empezó a tejer una tarde de abril en la que un grupo de activistas de Amnistía Internacional de Zamora recibimos el mensaje de gratitud, por nuestras palabras de apoyo, de un preso que acababa de salir libre del Centro de Detención de Guantánamo y que empezaba así: "La desesperanza es muy difícil de describir...". Sus palabras fueron las chispas que encendieron la luz de este libro». "Palabras..." tiene un precio de cuatro euros y se venderá en los momentos previos a su presentación pública y posteriormente en las librerías zamoranas.

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Me escribe Alfonso Xen Rabanal un correo electrónico. Entre la reconfortante sopa de palabras, esta perla alusiva a los enemigos: “Y quien dude de tu tiempo es que no administra bien el suyo”.

Un poco de oxígeno

No descubro nada si digo que a mi ciudad, Zamora, le hacía falta un cambio. Un cambio radical, como ese programa basura de la televisión. El fin de semana pasado estuve por allí, a ejercer mi derecho al voto, y el clima político era muy distinto del que se palpa en la lejanía, limitado a la navegación por la red y a las noticias. Dentro de la ciudad es diferente, y me bastaron dos días allí para corroborarlo, metido en sus bares y paseando por las calles: en las conversaciones de bar, en las reuniones de amigos, en gente a la que uno se encontraba y que te deslizaba, casi al oído, la frase “Necesitamos un cambio urgente”. Aunque para el PP zamorano las elecciones hayan sido un éxito, según dicen ellos, en el fondo es un éxito muy relativo: la ciudad ha dicho que prefiere otras opciones, empezando por la izquierda del PSOE e IU, y por ADEIZA, que tiene la llave al enigma de gobierno que supone la pérdida de mayoría absoluta por parte de los populares. Nadie lo ha expresado mejor que un internauta en el blog de ADEIZA, escribiéndoles a los candidatos este mensaje: “Tenéis cogidos por los huevos a todos” (le he suprimido las faltas de ortografía).
Me gusta hablar ahora de todo esto, a toro pasado, como se suele decir, después de los resultados de los comicios y no antes, para no influir en el electorado, que de esa tarea ya se encargan otros. Lo cierto es que (e insisto en que esto se notaba en la calle, en los panfletos de propaganda, en los chascarrillos, en los corros de barra, en los carteles) había cuatro magníficos candidatos. La limpia imagen de Rosa Valdeón, la seguridad de Carlos Hernández, la solvencia de Francisco Guarido, la sabiduría de Miguel Ángel Mateos. A pesar de que, en los carteles electorales, ni siquiera parecían ellos mismos. Las fotos que emplean los candidatos, de estas y de otras elecciones, de esta y otras ciudades, dejan mucho que desear. Supongo que los votantes no lo han tenido fácil para decidir por cuál de ellos querían apostar. Lo único que se advierte es esa necesidad de cambio radical de la que hablaba al principio. También debemos señalar que, en la recta final, y cuando ya se les habían acabado los cartuchos a los cuatro candidatos, empezaron a hablar de proyectos que, la verdad, no aportaban demasiado a la ciudad. Ni siquiera aportarían nada a un circo. Pero eso es otra historia y es sabido que los últimos cartuchos siempre son los peores. Al final uno se agarra a un clavo ardiendo. No es necesario que señale esos proyectos.
Que el antiguo alcalde abandonara por fin la poltrona ya comportaba un respiro para una ciudad cansada, siempre a la cola del país y harta de promesas vacuas de la derecha. Con los resultados de las últimas elecciones, y con Mateos con la respuesta en la mano a los pactos con unos u otros partidos, sin embargo, se ha abierto una pequeña brecha y ha entrado, como un invitado por sorpresa, un poco de oxígeno. Con oxígeno me refiero a ese cambio. Quizá la ciudad pueda empezar a respirar de una vez por todas. Zamora no necesita optimismo para paliar su pesimismo, sino oxígeno. Cambios, proyectos de verdad, trabajo duro. El optimismo sólo puede venir de los hechos, jamás de las intenciones. De Miguel Ángel Mateos dependerá, pues, si el Ayuntamiento enfila por una o por otra dirección. Sería deseable que, en cuanto a esos pactos, cada partido apostara por el bien común, el que atañe a los ciudadanos, y no por el beneficio propio. Después, lo que queda es convertir las promesas en realidad. Trabajar duro. Devolver la ilusión a los zamoranos. Que no seamos siempre el último mono en el que nos convirtieron los caciques.

lunes, mayo 28, 2007

Calle Feria, de Tomás Sánchez Santiago



Recuerda que inventar significa en el fondo "hallar". Y lo que se halla ha de estar antes ahí, en la dirección que se toma, acaso esperándolo a uno ya. Tal vez sea cierto que cuando escribimos emprendemos un camino sin pensar mucho en cuál es de todos los posibles. Pero desde luego nosotros no lo fundamos. El camino ya estaba de antes, con su mundo activo que nos espera hasta que pasemos ante él con un espejo lleno de palabras.

Artículo sobre el libro, bajo estas líneas, o en enlace directo: aquí.

Tratado de comercio

Durante la semana pasada viví dentro de una novela. Literalmente. Incluso soñé un par de noches que continuaba inmerso en su lectura, y en el sueño también yo completaba algunas de las historias que Tomás Sánchez Santiago nos cuenta, enteras o amputadas, en “Calle Feria”. Leyendo sus algo más de quinientas páginas he paseado por las calles de mi ciudad, he viajado a una época que no conocí, los años 50 y 60 de Zamora (y hay dos cuentos que nos remontan a los años 20 y a los 30), he recuperado anécdotas que ya conocía y descubierto otras muchas con la sorpresa y el alborozo de quien recibe un regalo. Nombres, calles, cines, comercios, que me han llenado la boca del alimento de la literatura y me empujaron a evocar antiguos paisajes con los que crecí: Amargura, Tres Cruces, Pompeya, Avenida de la Feria, Ciclos Piti, el Riego, la vieja cárcel, el colegio embarullado de moreras de la Calle de las Damas, la Plaza Mayor, Arias Gonzalo, Miguel Berdión, Ramos Carrión, la estación de trenes, el casco antiguo, Pastelería Barquero, La Tercera Caída, el callejón de Escuernavacas, Los Luises… Con especial hincapié en la calle Feria (o Calle de la Feria, como la llamamos hoy), angosta y encantadora, repleta en aquel entonces de comercios que Tomás describe. Esa calle era, ahora ya no tanto, como un pueblecito en miniatura: la frutería, la farmacia, la barbería, las tiendas de calzado, la pastelería, etcétera.
En su origen, cuando Tomás la escribía con el mismo mimo artesano con el que sus personajes comerciantes tratan a los trajes y a los zapatos, “Calle Feria” llevaba el título de “Tratado de comercio”, que es el que he robado para este texto y es, a su vez, el de un artículo que su autor publicó hace años, y que recupera en el libro que nos ocupa. Pero vayamos con su argumento. En la calle Feria dos amigos, Muñoz y el narrador, comparten los rigores de la época franquista, la emoción de los primeros deseos carnales, el lujo de escuchar la cháchara colmada de palabras nuevas de los viajantes que recalaban en las respectivas tiendas de sus padres y el gusto común por las historias. Historias que rescatan (que Tomás rescata para nosotros) de aquellas gentes humildes que trabajaron en la sombra mientras el poder se recortaba al fondo, con su yugo y sus flechas y sus censuras y sus cortapisas: el barbero enamorado de Palmira la frutera, los vecinos que se reunían en el “serano” (hermosa palabra ésta, exhumada para la ocasión), el palomero que se impuso su propia reclusión domiciliaria, el hombre encargado de un taller de reparaciones eléctricas y a quien le encargaron las críticas cinematográficas para el periódico (y las firmaba con el pseudónimo de “Mature”: ¡Qué gran personaje éste, inmenso como la vida, legendario para siempre gracias a esta novela!), el cura que daba las contraseñas de los precios a los comerciantes… Muñoz y el narrador, además, inventan historias inspiradas en la realidad: las que atañen a Delhy Tejero y a Lorca; e historias con vínculo fantástico, en las que hombres se extravían en otros mundos, en la otra orilla del espejo. Realidad y ficción, en suma. Literatura, en una palabra.
Los dos amigos entrelazan estos cuentos con crónicas, recortes y documentos oficiales, y los atan con un cordel: la calle de su infancia. La infancia: cuando ambos se inventaban relatos o fabulaban sobre la realidad circundante para derrotar a la tristura de los días, en ese ambiente angosto, enrarecido y sofocante que fue el franquismo en una ciudad pequeña. Tomás, en este libro hermoso y necesario, nos habla de los hombres en la sombra, de quienes aguantaban el tiempo manejando palabras y oficios. Nos cuenta la historia que los cauces oficiales no quisieron contar.

YouTube: Tripulantes. Capítulo 1



En YouTube

Feo, fuerte y formal


100 años de John Wayne

domingo, mayo 27, 2007

Portadas exquisitas


The Brief History of the Dead: A novel, de Kevin Brockmeier. Traducida en España por Emecé como Breve historia de los que ya no están.

Lucky Luke

Estos días se cumple el centenario de Hergé, el creador del aventurero periodista Tintín y su galería de excéntricos personajes secundarios. Para hablarles de ello quise releer todos los números de este personaje, que solía coger prestados en la Biblioteca Pública de Zamora, uno de los templos de mi niñez, pero los compromisos, las lecturas atrasadas y los libros que los amigos van publicando me han obligado a aplazar esa feliz revisión de los veintitrés volúmenes (veinticuatro: si contamos con ese esbozo, “Tintín en el país de los soviets”). En vez de eso, la otra noche me puse a ver algunos episodios grabados de la serie de televisión sobre Lucky Luke, del gran Morris, para mí otra de las grandes cimas del cómic. Mi infancia la poblaron Tintín, Lucky Luke, Astérix y Obélix, Blueberry, Mortadelo y Filemón, Valerian, El Botones Sacarino, Pepe Gotera y Otilio, Rompetechos y ese hambriento existencialista llamado Carpanta, entre otros. Sin olvidar las “Joyas Literarias Juveniles”, de las que hablé un día en este mismo espacio. Aprendí a hacer caricaturas fijándome en el arte de los caretos dibujados en “Lucky Luke” y en “Mortadelo”. Fijándome en las voluminosas manos y en las sencillas orejas, en las facciones imposibles y en ese hatajo de narizotas, bigotazos, dientes, mandíbulas, calvas y labios que solían mostrar.
Si del primero me había leído todos o casi todos los ejemplares, de la serie de televisión sólo había visto unos cuantos episodios sueltos. O debería decir de las dos series, pues tenemos “Lucky Luke” y “Las nuevas aventuras de Lucky Luke”. He empezado por esta última, de la que dispongo de nueve capítulos. En televisión no pierde nada, incluso podríamos aventurar que en ciertos pasajes gana; lo cual no sucede con Astérix: las películas nunca llegan a estar a la altura de los tebeos. Así que ahora, cuando me apetece, paso ratos deliciosos viendo la serie de dibujos de este pistolero colorista, de sombrero blanco, pañuelo rojo, chaleco negro, camisa amarilla y vaqueros azules, y su caballo hablador. La serie, como las viñetas originales, abunda en detalles gloriosos, esos pequeños detalles que también convierten a Astérix y a Mortadelo en lo que son, obras impecables: malvados de rostro verdoso, furiosas mujeres que persiguen a sus maridos con el rodillo de amasar, indios dispuestos a negociar, tahúres profesionales de cuyas mangas siempre brota una cascada de ases, orondos rancheros con dentadura de caballo y un puro en la boca, bandidos de rasgos tan retorcidos como sus almas, mineros de barba blanca, enterradores más sombríos que los buitres que rondan sus faenas y, por supuesto, esos secundarios de lujo que hicieron leyenda en el Oeste, a saber, Calamity Jane, Buffalo Bill, Jesse James, Wild Bill Hickock, el Juez Roy Bean o Billy el Niño. Morris tomaba como modelos para algunos personajes a célebres actores, y no es difícil descubrir las perfectas caricaturas de Lee Van Cleef, Louis De Funès, David Niven, John Wayne o Jack Palance.
Nos gusta Lucky Luke porque, en un mundo repleto de tramposos, asesinos, ladrones y desalmados, representa al hombre recto que busca justicia, que no se deja sobornar, que es implacable en su moral, que trata de llevar al rebaño por el buen camino. Un cowboy noble, a la manera de un James Stewart de papel. Un modelo de rectitud del que bien podrían copiar los políticos. Y nos gusta Lucky Luke porque sus aventuras las enriquecen esos villanos de caras grotescas, gestos traidores y actitudes serviles (pero sólo cuando son vencidos). Quiere decirse que el bien necesita del mal para sostenerse y sobrevivir. Sin el mal, ¿qué haría Luke?

Experto en boutades

Lo repito: es posible que Aznar sea el único hombre de más de cincuenta años al que le sienta fatal la melena. Conozco a varios padres de familia que, al cruzar el umbral de las cinco décadas, se dejan crecer el cabello. Les suele quedar bien: les hace parecer más jóvenes y con ese punto de rebeldía respetable que le falta a la juventud. No es así en el caso de Aznar. Pero zanjemos la cuestión de su melena frondosa y lacada y de su bigote tiñoso, y pasemos a cuestiones importantes. Como sus declaraciones. Ya dije que el ex presidente saltaba de vez en cuando al ruedo mediático para soltar lastre por esa boquita que alguien le ha dado y hacerse notar y darnos el trabajo hecho a quienes trabajamos o colaboramos con los medios de comunicación. Lo que ocurre con este hombre, además, es que a veces sus tonterías nos mueven a reír y, otras, obligan a la ciudadanía a cabrearse; al menos a la ciudadanía con dos dedos de frente: y el hecho de pertenecer o ser afín al Partido Popular no necesariamente comporta reírle las gracias a Aznar y mucho menos estar de acuerdo con sus descacharrantes consignas.
Aznar no falla: convoca cada poco a los medios, o los medios van tras él, y suelta una burrada. Es uno de los grandes especialistas de este país en ensuciar la prensa. Si sale hablando con su manejo de idiomas, el tejano, el inglés, el italiano, lo que sea, un manejo tan cochambroso que da lástima e incrementa las visitas al YouTube, en el fondo nos estimula la sonrisa. Pero si sale discurseando sobre el alcohol y la conducción, el voto que según él iría a los terroristas si los demás no apuestan por su partido, la guerra civil aunque luego lo niegue en las cartas al director, España (país al que pone en tela de juicio siempre que está por ahí, dando conferencias para que le vean la melena), o sobre cualquier tema en el que meta la pezuña, entonces la cosa es más seria. Hay especialistas para todo en este país. En el terreno de la política, me refiero. Aznar es un especialista en soltar boutades, así como el alcalde de Zamora (que ya abandona el puesto) será recordado en su faceta de especialista en vender puentes que no se construyen. A cada uno, lo que vale. S
on demasiadas las barbaridades dichas y cometidas por Aznar. Y seguimos así, aguantándolas. No digo, no, hombre, no, que deba estar en la cárcel. Esa situación no se la deseo a nadie. Pero tal vez deberían meterlo, durante un tiempo, en una jaula para simios. Alejada de los monos, eso sí, para que no siembre cizaña entre ellos y los pobres animales no acaben peleándose. Una vez metido en la jaula, sería por un tiempo una rara especie a la que podríamos ir a visitar. Un ejemplo de Caín, de los que ya no deberían quedar y, no obstante, abundan. Aznar, pese a que ya no es presidente, aún saca pecho y anhela ser más importante en esta campaña que el propio candidato del PP. Por si fuera poco, y para alimentar a los medios, en un mitin del otro día le declaró su amor a su mujer. En público, para que quedara constancia. Que él, Aznar, es un hombre romántico, aunque tenga pinta de mozo viejo que limpia los fusiles ante los paredones. Y, ¿qué me dicen del beso que la pareja se cruzó? Hoy esa imagen se arrastra por mis pesadillas nocturnas, esas en las que se congregan los monstruos reales, junto a la de Fraga en bañador o caminando por la calle, junto a la de Sánchez Dragó travestido en sus telediarios, junto a la de Zaplana atusándose el peinado, junto a la de Carmen Calvo en una cena literaria mientras intentaba hablar de cultura, junto a la de Pedro Ruiz durmiendo con la palabra a sus invitados. Y tantas otras. Sé que aquí he mezclado los oficios y las ideologías, pero mis pesadillas no entienden de eso.

viernes, mayo 25, 2007

25 de mayo de 1977: una fecha mítica


Fragmento de mi novela Recuerdos de un cine de barrio, actualmente agotada:
Pero sí tengo presente, en cambio, la primera obra que me dejó un recuerdo imborrable y por la que declaré mi amor perpetuo al cine.
Ocurrió en 1977, cuando entré a presenciar un filme que sería crucial en mi niñez. Sentado junto a unos pocos familiares y con la sala abarrotada, leí: “Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana”. Y luego:
La guerra de las galaxias. Era de George Lucas. Y me adentré en otro mundo. Tenía el encanto de las viejas space-operas clásicas que engullíamos en las matinales, pero con extraordinarios efectos especiales, y, por encima de todo (y esto es lo que la ha convertido en una película de culto), personajes inolvidables, ya fueran humanos, androides o seres insólitos, hijos perturbadores de la imaginación de su director. Con guiños al western, al género de capa y espada y a las obras de samuráis de Kurosawa (referencias que, entonces, desconocía), la película originó una fiebre que aún hoy perdura en las generaciones posteriores, estableciendo una nueva forma de hacer cine.

Mucho camino por recorrer

Internet, una de las herramientas más revolucionarias de los últimos tiempos, es sin embargo, para mucha gente, como un enigmático agujero negro. Se les escapa. Una herramienta cuyo alcance no logran entender, igual que yo no comprendo los misterios de su funcionamiento. Hagan la prueba: pongan ante su ordenador a alguien de setenta u ochenta años, conéctenlo a la red y terminará entre fascinado y receloso en cuanto le enseñen a navegar y disfrute del amplio grupo de posibilidades que ofrece. Se asombrará todavía más si quien le enseña es algún niño, su nieto por ejemplo, porque los niños saben ya navegar incluso antes de pronunciar sus primeras palabras. Nacen con una mano en el teclado y otra en el teléfono móvil. He conocido a adultos que, en principio, renegaban de la red como si fuese un demonio envuelto en los ropajes de los números, las letras, los vídeos y las fotografías. Pero luego, cuando alguien los guiaba, y aprendían a leer la prensa, a buscar documentos del tiempo de su infancia, a visitar museos en países remotos a los que nunca han viajado (pero que la visita virtual tal vez estimule para una próxima escapada), a escribirse veloces correos con otros usuarios, a consultar un dato en la hemeroteca, o a comprar cierto artículo que no vendían en su ciudad, entonces sí, entonces veneraban la red. Aprendían a verla tal como es: una biblioteca infinita que nos desborda, un monstruo de información que recorre mundos paralelos que no pisaremos jamás.
A un experto sobre “Arquitectura de la información”, Peter Morville, que acaba de estar en Barcelona, le preguntaron en una entrevista si sabía cuántos millones de páginas web hay en internet, y el hombre respondió que nadie lo sabía. Los buscadores de información rastrean, igual que sabuesos en el campo, “entre miles de millones de páginas”, pero aún debíamos tener en cuenta la red invisible, es decir, las bases de datos que aún necesitan registro, a las que aún no pueden acceder los buscadores. El cometido de este hombre, según contó en “La Vanguardia”, era el siguiente: “Me dedico a organizar la información y estructurarla de manera que la gente que consulte una web pueda encontrar fácilmente lo que está buscando”. Ya sé que, a quienes trabajan a diario con ordenadores y navegan unas cuantas horas al día, todo esto les sonará a obvio. Pero lo aclaro porque existen aún muchísimos ciudadanos que ni siquiera saben qué es una página web. Lo he comprobado con algunos familiares cuando les digo que, en internet, tengo un portal, y una bitácora, o que he publicado ciertos textos sólo accesibles en línea; sus miradas revelan que no saben de lo que hablo, que les suena a chino. Este experto que he citado, Morville, apunta que, en el futuro, será muy importante “ser accesible y localizable” en la red.
Cuando miro a la sociedad digital de información de nuestro país, y en concreto de mi ciudad, confirmo que la cosa va lenta y aún queda mucho camino por recorrer. Prefiero darles ejemplos concretos. Piensen en un tipo como yo, que vive alejado de su provincia, pero que a menudo consulta datos relativos a ella. Necesita saber qué libros se venden en las librerías zamoranas, y qué páginas antiguas podría consultar de este periódico sin moverse de casa, y a qué archivos de nuestras bibliotecas puede acceder. Sería deseable que pudiéramos leer on-line un viejo diario de hace cincuenta años. Por ejemplo. Hacia ahí debe ir la digitalización de hemerotecas y la recopilación de bases de datos. A que cada emigrante pueda acceder a esa información necesaria sin tener que viajar a su tierra. Hacia un flujo libre de datos.

jueves, mayo 24, 2007

Esta tarde, en León

De La Crónica de León:

La presentación de los libros de Sánchez Santiago y Llamas junto a la revista Camparredonda será a las ocho de la tarde en el Centro Cultural de Caja España, con participación musical a cargo de Nacho Álvarez. En el mismo participarán los autores y el responsable de Camparredonda, Gregorio González Castañón.

Los pormenores es un libro en el que Tomás Sánchez Santiago recoge esas reflexiones que a él le surgen en cualquier lugar, en un tren, paseando o dando clases. Él lo explica diciendo que «soy una especie de trapero, voy recogiendo lo que veo, lo anoto en cualquier papel y unas veces lo convierto en algo y otras veces acaba en la papelera. Las que no van a la papelera son las que han llegado al libro». Noticia completa: aquí.

Nota: aún no tengo este nuevo libro, pero ya lo he pedido a una librería leonesa.

Heath Ledger es The Joker


Días atrás encontré esta foto en una web de noticias, pero había olvidado colgarla. Pertenece al rodaje de la película The Dark Knight, secuela de Batman Begins que, por fortuna, vuelve a dirigir Christopher Nolan. Este es su nutrido reparto: Christian Bale, Heath Ledger, Morgan Freeman, Michael Caine, Gary Oldman, Aaron Eckhart, Maggie Gyllenhaal, Eric Roberts, Anthony Michael Hall, Nestor Carbonell.

Aquel doble homicidio

En “Zodiac”, el último y extraordinario filme de David Fincher, hay tres o cuatro secuencias que ponen los pelos de punta, a pesar de que la película está principalmente construida sobre las investigaciones de dos reporteros y de dos policías, un poco a la manera de la inolvidable “Todos los hombres del presidente”. Fincher ha unido dos géneros, el criminal y el periodístico, para ofrecer una obra única. En esas secuencias vemos al asesino del Zodiaco cometer sus crímenes. En la primera de ellas, antes de los créditos iniciales, una pareja aparca su coche en el claro de un bosque, para proseguir su cita nocturna. Es evidente: habrá sexo. Entonces irrumpe un vehículo que les deslumbra con sus faros. Al volante, un solitario. No saben si es un acosador o un perturbado. Lo que no hace la pareja es salir pitando. La secuencia, a mí, me trajo un par de desagradables recuerdos nocturnos, de antaño, en los bosques de Zamora, que prefiero no airear aquí. Baste decir que nosotros sí salimos pitando. En dos ocasiones.
Si la primera me remitió a mis años de adolescencia, otra de las secuencias me ha arrojado de bruces a la infancia. Se la cuento. Y no se preocupen, que no desvelo nada: el asesino del Zodiaco existió y se ha escrito ya mucho sobre él (y lo han reflejado en varias cintas, como “Bullit” o “Harry el Sucio”). La secuencia es ésta: una pareja de jóvenes está echada a la orilla de un lago. Es de día. En el paraje reina ese silencio que precede a las tragedias. La chica ve a un hombre caminando hacia ellos. Va embozado y sujeta una pistola. Al cinto lleva un enorme cuchillo y un par de rollos de cuerda. Tras apuntarlos, les pide las llaves del coche, les ata las manos a la espalda y después los asesina. Todo este pasaje me ha recordado la época en que yo acababa de cumplir diez años. Entonces (a partir de aquí, reduzco la mayoría de los nombres a iniciales), M. M. Q., alias “El Quintas”, sorprendió a una pareja en la Isla de las Pallas, en el entorno de Los Tres Árboles de mi ciudad. Los mató; luego lo detuvieron e ingresó en prisión. Tras ver “Zodiac”, que recrea un crimen tan brutal y parecido, decidí buscar algunos datos que me refrescaran la memoria. En “Asesinos”, el Diccionario Espasa de Francisco Pérez Abellán y Francisco Pérez Caballero, aquel señor tiene el dudoso mérito de aparecer reseñado. Pero la ficha contiene algún error: el doble homicidio lo cometió en enero del ochenta y tres, y no en abril, como cuentan en el manual. Copio aquí el “Relato de los hechos” de “Asesinos”, y sustituyo los nombres por iniciales para no despertar antiguos fantasmas: “La pareja contemplaba los patos desde la orilla del río Duero cuando fue sorprendida por M. Los dos jóvenes zamoranos se quedaron paralizados al verse apuntados por la escopeta repetidora del asaltante y no opusieron resistencia alguna. Incluso el muchacho se aprestó a entregar las 1.100 pesetas que llevaba encima. El agresor les ordenó que se arrojaran al suelo y les ató las manos con una cuerda de plástico. Acabó con ellos de uno en uno. Primero empujó a A. al río y la golpeó con un palo hasta que se ahogó. Acto seguido se dirigió hacia M. y lo estranguló con una bufanda”. Yo recuerdo otro dato: al chico lo enterró en la ribera.
Las víctimas tenían dieciocho y diecinueve años. “Zodiac” me ha hecho recordar ese año. Aún era un crío y la sensación de horror y angustia que se apoderó de una ciudad tranquila como Zamora penetró en todos los rincones. Viví mucho tiempo con miedo. Miedo a frecuentar bosques, a caminar solo por ahí, a ir a la orilla del río. Quienes son más jóvenes que yo, por fortuna no vivieron esa pesadilla, o no la recuerdan. Aquí he tratado de contársela, a grandes rasgos.

miércoles, mayo 23, 2007

Fin de semana con Raymond y Tess, por Manuel Rico


Manuel Rico ya ha podido leer las galeradas de Carver y yo, el libro de Tess Gallagher que, con traducción de Jaime Priede, editará Bartleby en septiembre. El post resulta interesante y esclarecedor. Copio un par de fragmentos y os invito a leer el resto en su blog:
En la lectura que he realizado estos dos días de Carver y yo, una lectura sin otra servidumbre que la del placer de la literatura de un sábado y de un domingo grises y lluviosos, he sorprendido en sus páginas una doble virtud: es la crónica de Tess -y, en parte, de Raymond Carver- sobre la zona de intersección en que la vida y la muerte conviven y dialogan. La mirada de la amante sobre el amado, sobre un amado que inevitablemente y en un plazo muy corto desaparecerá del mundo de los vivos. Con sus manías, con sus lecturas, con sus pasiones (Chejov, siempre Chejov), con sus miedos, con la permanente amenaza del alcohol abandonado una década antes, con su maniática aplicación a corregir poemas y relatos (...)
El volumen contiene algunas fotografías que he visto por vez primera: Ray con Tess, Ray con Richard Ford, Ray vestido de smoking, Ray con su editor italiano. Fotografías en las que vemos a un Carver que, a veces, se oculta tras unas gafas oscuras como si huyera de la desolación; o que sonríe vagamente, como si observara en algún lugar no demasiado lejano el vuelo de la enfermedad o de la muerte (...)
Post completo: aquí [Vía Noticias Bartleby].

Esta tarde, en Oviedo


En Planeta Tipo (c/ Picasso, número 4, Oviedo). 19:00 horas. Única presentación en Asturias del poemario Algo que declarar, con la presencia del autor, David González, y de Sofía Castañón.

El peor de los infiernos

Detesto comer viendo el telediario nacional. Ayer, sin embargo, un poco harto de las repeticiones de capítulos de Los Simpson, que me sé de memoria, puse un telediario. Me bastaron apenas cinco minutos para cambiar de canal, para asquearme y que germinara la idea de este artículo. Dieron una noticia que luego no he podido encontrar en los periódicos. Pusieron unas imágenes que mostraban a varios soldados norteamericanos en Irak. Se estaban divirtiendo a costa de los niños de algún poblado. Una diversión cruel. En algunas escenas ofrecían una propina a los muchachos. Si la memoria no me falla les ofrecían un dólar. Pero los muchachos tenían que ganarse el dólar peleando entre ellos. Dándose de tortas y de puñetazos. Como si fuesen cachorros de gladiador entregados a la locura que provoca la guerra.
En otra imagen veíamos cómo la chiquillería trotaba detrás de uno de los jeeps o camiones de los soldados norteamericanos allí destinados. El premio consistía en una botella de agua. También los convencían para cantar un tema sobre la necesidad de bombardear Irak. Los niños, ya lo sabemos, se contagian en seguida. No les hace falta mucho para que imiten lo que piden los adultos. En otra de las imágenes, al pasar el jeep o el camión junto a una cuneta por la que deambulaban las ovejas, les arrojaban bengalas a los animales, quemándoles la lana. Luego, claro, se reían del atemorizado pastor. El gobierno norteamericano, dado que estas imágenes ya están circulando por la red, ha querido a toda prisa lavar la imagen que dan sus chicos. El informativo de sobremesa que estaba viendo puso ese lavado de cara: alegres soldados que les entregaban a los niños cajas envueltas en papel de colores que contenían regalos. Todo muy bonito, ideal para enmascarar la realidad que afecta a unos cuantos. Porque no todos los soldados, supongo, contienen esa rabia interior que explota entre los niños, las ovejas, los pastores, las mujeres. El locutor del informativo terminaba el reportaje diciendo esta frase: “Esta es la denigración a la que llegan algunos por aburrimiento”. Se equivoca. No es el aburrimiento lo que empuja a unos cuantos hombres a provocar peleas a puñetazos entre niños, bajo la promesa de un miserable dólar al ganador. Es la crueldad propia del ser humano y de quienes caminan a diario por un escenario bélico. El aburrimiento puede empujar a las partidas de cartas, al tiro al blanco o a contar chistes y viejas anécdotas. No a humillar a los desfavorecidos. Eso sólo lo permiten la crueldad del hombre, su deseo de someter al más débil, su necesidad de alimentarse un rato de su pequeña parcela de poder.
No hace falta decir que las primeras víctimas de los conflictos son siempre los niños. El enemigo los asesina o los humilla. Su gente los utiliza como soldados. En la retaguardia los emplean en la fabricación de explosivos. Encuentro este titular: “Grupos insurgentes utilizan niños para fabricar bombas en Irak”. Bajo el mismo, estos dos subtítulos: “Miles de menores trabajan en talleres por cinco dólares al día fabricando explosivos” y “Los insurgentes amenazan a sus familias para que les entreguen a los menores”. No me extraña que luego veamos esas imágenes en las que un crío empuña un kalashnikov en los brazos y sostiene un cigarrillo en los labios. Son los adultos quienes los transforman en víctimas, en esclavos, en máquinas de matar, en bestezuelas que ni siquiera saben lo que hacen. ¿Se puede imaginar un infierno peor, más crudo e inhumano? Ser un niño en la guerra, en estos países, o una mujer a la que terminan lapidando es probablemente el peor de los infiernos.

martes, mayo 22, 2007

Zodiac


Grandísima película de David Fincher, uno de sus mejores trabajos. Han intentado venderla al público como una especie de Seven 2 (así lo apuntaban en Imágenes de Actualidad), y no tiene mucho que ver, salvo que en ambas hay asesinatos. Zodiac está más cerca de Todos los hombres del presidente y otras películas de los 70 que del cine de Fincher. Impecable el trabajo del director, de los actores, del guionista, que ha sembrado de referencias cinematográficas el texto: Bullit, Harry el Sucio, El Malvado Zaroff...

Leyendo a Tomás Sánchez Santiago

Ayer empecé Calle Feria, el libro que nuestro amigo Tomás Sánchez Santiago ha estado escribiendo durante años. Sólo llevo 100 páginas, pero debo admitir que su lectura es una delicia. Gustará a cualquier amante de la buena literatura, pero sobre todo deleitará a quienes han vivido en Zamora. Está ambientado en los años 50. Apunto algunos nombres que he ido encontrando entre sus páginas, todas ellas repletas de evocaciones y documentos recopilados por el autor: la calle del Riego, la Avenida de la Feria, La Llave (trasunto de El Candado), la Tercera Caída, los excombatientes, Camuñas, la censura oficial, la derechona, San Torcuato, los cines Arias Gonzalo, Ramos Carrión y Valderrey (luego convertido en el Pompeya, eje en torno al que giraba mi primer libro), las críticas cinematográficas del periódico escritas por un tal Mature (un personaje increíble), el pianista Miguel Berdión, el aire gris de la dictadura, los comercios abigarrados de Riego y Feria... Todo eso y mucho, mucho más, en esta novela de relatos que Tomás por fin entrega a la imprenta.

Cruzaron al otro lado

Procuro seguir a diario las noticias sobre el Festival de Cine de Cannes, que, a juzgar por la calidad de las películas que allí suelen presentarse, es posiblemente el mejor certamen de cine del mundo. De niño estuve en Cannes, pero no durante el festival, así que es una espina que aún tengo clavada. Cada dos o tres días entro en un blog francés en el que cuelgan noticias, vídeos, trailers, fotografías y carteles de las películas exhibidas en el Festival de Cannes.
Allí han proyectado “Chacun son cinéma”, filme coral que han rodado treinta y cinco directores, a la manera de esa pequeña delicia que fue “Paris, je t’aime”. Cada uno de ellos homenajea al cine en cortos de tres minutos, según hemos leído. A la conferencia de prensa acudieron muchos de los participantes de esta pieza de homenaje. Como digo, estaba viendo las fotos de los asistentes, entre ellos Takeshi Kitano, Atom Egoyan, los Coen, Claude Lelouch y Gus Van Sant, cuando leí un pie de foto en el que ponía: “David Cronenberg, Alejandro González Iñárritu, Michael Cimino et Olivier Assayas” (los acentos son míos, así como la eñe). Tras leer los nombres me fijé en la foto. Al principio creí que el redactor se había equivocado, pues reconocí todas las caras salvo la de Cimino, un director con muy pocas películas en su filmografía, que empezó con pie firme y maestro (“Un botín de 500.00 dólares”, “El cazador”, “La puerta del cielo”, “Manhattan Sur”) para luego caer en obras más bien vulgares (“El siciliano”, “37 horas desesperadas”). En lugar de Cimino había una mujer delgada y con unas gafas de sol que le tapaban media cara. Recordé, tras estudiar la imagen con detenimiento, que hace tiempo se rumoreó que ansiaba un cambio de sexo. Busqué noticias y, en efecto, Michael Cimino es ahora una mujer, que vive en Francia y escribe libros. La noticia me ha dejado de piedra, porque identificaba a Cimino, a causa de sus películas, con uno de esos hombres duros a los que ha retratado. En sus filmes siempre hay tipos de piedra, violentos y heterosexuales, interpretados por Clint Eastwood, Robert De Niro, Mickey Rourke o Christopher Lambert. Es como si nos dijeran, mañana, que Steven Seagal se ha cortado los testículos en el quirófano: nos costaría creerlo.
La búsqueda de la noticia me ha conducido, casi sin querer, a Larry Wachowski, uno de los hermanos Wachowski, célebres por escribir, producir y dirigir la trilogía de “Matrix”. Según parece, Larry o Laurence es ahora, también, una mujer. Y se llama Laurenca. ¿Me sorprendió? Por supuesto que sí. También cometí el error de identificar a los directores con sus personajes de cuero negro, especialistas en partir caras o en poner las suyas para que se las rompa el enemigo. He visto las fotos y no hay duda: Cimino y Wachowski ya son mujeres. Esto nos confirma que las apariencias engañan. Al final de esta búsqueda, y ya metido en rumores y en noticias morbosas, topé con otra historia sobre el director Lee Tamahori. Tamahori tiene un par de películas reseñables: “Guerreros de antaño”, sobre los maoríes, y “Muere otro día”, la mejor cinta sobre James Bond hasta que se estrenó esa maravilla que es “Casino Royale”. Tamahori fue detenido el año pasado. Lo acusaron de prostitución. Leo en un periódico: “Vestido de mujer y con peluca, se ofreció a realizarle una felación a un agente vestido de paisano a cambio de dinero. El realizador, de 55 años, será acusado formalmente el día 24, y se arriesga a seis meses de cárcel y una multa de mil dólares”. Llámenme ingenuo, pero después de ver los dos títulos citados, no me lo esperaba. Cada cual es libre de hacer con su cuerpo lo que le apetezca. Pero me sorprende.

lunes, mayo 21, 2007

Portadas exquisitas


Adverbs: A Novel, de Daniel Handler, con ilustración de portada de Daniel Clowes. Inédita en España.

Bardem triunfa en Cannes


De El País:
En la plaza cinematográfica de Cannes, el festejo de este sábado en la feria de la Palma de Oro ha dejado como triunfador al diestro actor Javier Bardem por su papel en No Country for Old Men, de los hermanos Coen, que no han cuajado un filme redondo pese a hacer una gran faena.
No Country for Old Men, una violenta cinta de Joel y Ethan Coen, ha sido calificada por varios periodistas como la mejor obra de ambos hermanos estadounidenses en el último decenio. Basada en la novela del mismo título del escritor estadounidense Cormac McCarthy, esta crónica de una persecución implacable en la frontera entre EE UU y México está protagonizada por Josh Brolin, Tommy Lee Jones, Kelly Macdonald y un apabullante Javier Bardem, que ha sido recibido con una ovación en la rueda de prensa tras el pase.
Seguir leyendo: aquí.

Recorte de libertades

He aquí un asunto que debería preocuparnos: el recorte de las libertades, cuyas tijeras empuña el gobierno, el gobierno del presente, pero que también sostuvo el gobierno del pasado y, si no lo remediamos cuanto antes, el gobierno del futuro. El tema lo ha vuelto a sacar hace unos días Esther Tusquets en un artículo titulado “Demasiadas cosas prohibidas”, alertando de la creación de una atmósfera asfixiante. No puede uno hacer nada sin que el gobierno de turno lo vigile. Está uno cansado de este continuo recorte de libertades. Hoy todo está prohibido, o recomiendan no hacer esto o lo otro, o aluden al consejo de los expertos (como si los expertos tuviesen siempre la razón), o te bombardean para que lleves una vida sana, moral y físicamente hablando, para dejar un cadáver saludable a la posteridad, un cadáver bonito que pueda salir en las postales de las tiendas de turismo. Pero no sólo el gobierno elegido: también algunos periodistas, desde sus tribunas, nos jalean todo el santo día con los perjuicios del alcohol, el tabaco, el sexo fuera del matrimonio, la comida rica en grasa, la falta de ejercicio, etcétera. Y nosotros, como bobos, a veces repetimos la consigna. Leí el otro día en un periódico que llamaban “nuevos alcohólicos” a los jóvenes que viven con sus padres y se emborrachan los sábados. ¿Hemos olvidado que el alcoholismo supone una dependencia constante de la botella? Esos son borrachos de fin de semana. Alcohólicos de verdad son los que veo a diario en mi plaza: sólo empinan la botella y beben y beben, no hacen otra cosa. Me parece grave tachar de “alcohólico” a un chaval.
Fíjense en la narrativa literaria y cinematográfica de ciencia-ficción: nos presenta siempre un futuro gris, transparente de tanta moralidad, tanta erradicación de vicios y pecados, de malas costumbres, un futuro aséptico en el que los ciudadanos son, en realidad, cadáveres ambulantes. Sólo me ha gustado una imagen visionaria: el futuro que presentan en “Blade Runner”. Sin embargo, incluso un futuro sucio y lluvioso como el de “Blade Runner” incorpora sus desventajas: los cabezas de turco son los replicantes (una especie de androides) con sentimientos. Siempre habrá alguien a quien perseguir. Echen un vistazo a “Minority Report”, película para la que Steven Spielberg congregó a los mejores futuristas del mundo, para que le proporcionaran una visión: cómo seremos dentro de unos años. La imagen da miedo, y lo peor es que algunos de los hallazgos increíbles del film están empezando a ponerse en práctica. Caminamos hacia nuestra propia extinción a través del recorte de las libertades, hacia una vida tan saludable que da asco. El otro día estuve viendo “Equilibrium”, poco conocida película en la que, para erradicar las guerras y la violencia, el gobierno de turno obliga a los ciudadanos a tomar diariamente una medicina que anula la capacidad de sentir. Al no sentir odio, ni amor, al no poder cabrearse ni llorar, la gente no se pega y los países no se declaran la guerra. Pero, ¿qué logran a cambio? Nada: una sociedad dormida, abúlica, aletargada, sin pasiones, sin lágrimas ni risas. Una basura. Pero una basura limpia, claro, llena de autómatas que no dan problemas a los gobiernos.
Cuando no es el Papa quien nos aconseja, son los ministros de sanidad, o los expertos que un día descubren que es perjudicial comer pizza y, unos meses después, te dicen que no, que la pizza es buena, que debemos comerla una vez por semana. Lo peor es que, detrás de todas estas reglas, estos consejos, estas prohibiciones, siempre hay dos palabras temibles: intereses y dinero. De nosotros depende si seguir o no el camino que conduce a una sociedad de borregos.

domingo, mayo 20, 2007

Citas. 42


¿Por qué todos queremos ser artistas? No hago otra cosa que conocer a gente de mi edad que escribe, toca un instrumento, canta, rueda una película, pinta, compone. ¿Buscan la belleza o la verdad? Pura excusa. Sólo quieren ser famosos. Queremos ser famosos porque queremos ser amados. Queremos ser amados porque estamos heridos. Queremos tener sentido. Servir para algo. Decir algo. Dejar huella. No morir. Compensar la falta de significado. Queremos dejar de ser absurdos. Hacer hijos ya no nos basta. Queremos ser más interesantes que el vecino. Y él también quiere salir por la tele. Es la gran novedad: nuestro vecino también quiere ser más interesante que nosotros. Todo el mundo tiene envidia de todo el mundo desde que el Arte se ha vuelto totalmente narcisista.
Frédéric Beigbeder, Windows on the World

Comentarios

Siguiendo el ejemplo de mi colega, el poeta y escritor David González, he decidido suprimir la opción de los comentarios. Él dijo una vez que su blog era su casa y nadie tenía derecho a entrar en su casa a insultarle. La aparición de un viejo troll en los comentarios, tras unos meses de ausencia, me ha motivado a tomar esta decisión (y sospecho que ha vuelto tras mi ataque a Esperanza Aguirre). Creo que el anonimato es el refugio de los cobardes, y estos fulanos sólo me hacen perder el tiempo. Por eso invito a este señor anónimo, y a quienes sean de su cuerda, a que me escriba un correo para insultarme, o, mejor, que me diga esas cosas a la cara, si tiene huevos (que lo dudo). No es difícil encontrarme. El próximo fin de semana estaré en Zamora, en mi tierra, y todo el mundo sabe qué bares frecuento. Así pues, allí nos vemos. ¿Tendrá valor?
PD: Si algún lector quiere comentarme algo, ya conoce mi dirección de correo electrónico.

Esa manía terrible

Dado que también soy lector de blogs, y me interesan mucho más las opiniones literarias y cinematográficas de los lectores y espectadores corrientes, es decir, las que no pertenecen a los críticos al uso de los suplementos y las revistas especializadas, me molesta terriblemente una moda muy perniciosa para las obras artísticas, nacida en la red y ejercida, casi siempre, por jovencitos que aún no han echado su primer polvo. Consiste ésta en criticar una obra, generalmente un libro o una película, y a veces un disco, sin haberlos leído ni visto ni escuchado. Con rabia, despedazan en sus blogs la obra en cuestión, y dicen que no esperan nada de la misma. Sólo han topado con un póster, o con un trailer, o leído la contraportada de un libro, o incluso sólo el índice, y ya destrozan el filme o la novela. Me parece prematuro y muy atrevido juzgar cualquier obra basándose sólo en prejuicios y suposiciones. Aunque todos, alguna que otra vez, hemos pecado de esto: yo mismo supuse que la serie “Cuenta atrás” sería una bazofia por incorporar en su reparto a un pésimo actor, pero tuve que tragarme unas cuantas escenas para cerciorarme de mi acierto casual.
Esta manía se me antoja peligrosa. Porque puede convertirse en el origen de la crítica que luego, en las páginas oficiales, nos espera. El origen de la crítica del futuro, se entiende. Imaginen que ese muchacho, que en su bitácora despedaza una película sin haberla visto aún, alcanza el día de mañana el rango de crítico de una revista. Mal vamos, entonces. Y no es raro. Cuando, en el pase de prensa de “Apocalypto”, se me sentó al lado un periodista con toda la barba que se comportó durante la proyección como si fuese un crío en una matinal, pensé que, de muchacho, habría sido uno de esos sabelotodos que juzgan la trayectoria de un artista sin afrontar primero su obra. Todos, insisto, tenemos prejuicios. Hace años me negaba a ver “American Pie” y “Scary Movie” y sus secuelas, hasta que alguien me convenció para verlas en dvd y lo agradecí: pasé ratos muy agradables. Pero, a pesar de esos prejuicios, nunca me dio por escribir una crítica sin haberlas visto.
Aún más perniciosa que la moda de poner a parir libros que no se han leído ni películas que no se han visto es la tendencia general de la manada, que apoya al susodicho sin haberse enfrentado, tampoco, a la obra en cuestión. Así, no es raro encontrar en los comentarios de otras bitácoras las siguientes declaraciones: “Estoy totalmente de acuerdo con tu análisis. Aunque no he visto aún la película”. O: “Un razonamiento estupendo. Tienes razón. Yo sostengo lo mismo. Así que tampoco me leeré el libro”. Una crítica nacida de la ignorancia es peligrosa, lo puede ser a largo plazo, aunque en la red no haya cortapisas y casi todo esté permitido. Fuera del terreno de internet, compruebo desolado que esta manía afecta a mucha gente. A veces sostengo largas discusiones con algunos de mis amigos. Por ejemplo, yo digo que tal filme merece la pena, porque lo he visto y me gustó, y uno de ellos me lo rebate, me lo discute, ataca al reparto o al director. Finalmente, suelo preguntar: “Pero, oye, a propósito, ¿has visto la película?” Y me responde, invariablemente: “Bueno, aún no. Lo cierto es que no la he visto. Pero me huelo que no me va a gustar”. Ah, no la ha visto. Acabáramos. Y pienso: “No hay más preguntas, señoría”. Y, fuera del ámbito de mis amistades, me ha ocurrido a mí con mis libros y algunos miembros de mi familia. A veces he preguntado a algún pariente: “Pero, ¿leíste mi libro?” Y responde: “No, ni pienso hacerlo. Sospecho que no me va a gustar”.

sábado, mayo 19, 2007

Palabras en la nieve [Un filandón], de Varios Autores


Filandón (según el Diccionario de la RAE): 1. m. León. Reunión nocturna de mujeres para hilar y charlar.
Se agrupa en este libro la propuesta de tres autores vinculados a León: Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez y José María Merino. Cada uno de ellos ofrece quince estupendos microrrelatos, que desprenden ese viejo sabor de las historias contadas en los pueblos, junto a la lumbre, mientras las mujeres hilaban. Gran parte de estos cuentos pertenece a la narrativa fantástica, con hombres que se caen a pozos y envían notas sobre el mundo que ahora habitan, personas que tardan en darse cuenta de su condición de muertas, fulanos que viven otras vidas o a quienes todo el mundo supone otra identidad y azares perturbadores. Muchos de estos cuentos ya los conocía, aparecieron en otros libros de los autores. Gustarán al lector de microrrelatos (yo también lo soy). Copio aquí uno de Mateo Díez, uno de sus más célebres cuentos:
LA CARTA
Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolio y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.

Más sobre los pasajes

Después de escribir sobre los pasajes cubiertos de París, menos conocidos para los turistas y los viajeros de lo que sería necesario, me dieron un reportaje de un tal Emmanuel Tresmontant, que les invito a buscar en la red. Constituye, en efecto, una adecuada guía para conocer la historia de estos comercios y disponer de una agenda de nombres y direcciones. Tresmontant señala: “Estos pasajes cubiertos, antepasados de los actuales centros comerciales, datan de primeros del s. XIX y están situados en la margen derecha del Sena, aproximadamente entre el Palais-Royal –al lado del Louvre– y los grandes bulevares”. Y, un poco más adelante: “A cubierto de las intemperies, el barro y los coches, estos pasajes permitían a los comerciantes exponer sus mercancías y a las damas de la "buena sociedad" pasear sin mezclarse con la plebe, además de ofrecer a los peatones un práctico atajo para pasar de un barrio a otro”.
El documento contiene datos de gran interés. El poeta Gérard de Nerval solía frecuentar el Café de l’Epoque de uno de los pasajes. Existe una tienda de pipas cuyo dueño mantiene un caprichoso horario de apertura al público: cuando “le vienen ganas”. En uno de estos pasadizos se encuentra la editorial Lemerre, que, según la guía, publicó los primeros poemas de Paul Verlaine. También se ubica allí Grévin, un museo de cera que data de 1882. Cuando pasamos ante la fachada del museo, entre los cortinajes de detrás de uno de los cristales de la entrada asomaba la cabeza de un muñeco, tan realista que me dio un susto de muerte. Me hicieron una foto al lado de la figura, mirando hacia ella, sólo separados ambos por el cristal: la he enseñado a algunas personas y creen que se trata de un hombre auténtico, de carne y hueso.
En nuestra visita, los comercios de esta zona estaban cerrados por ser domingo, con la excepción de algún café, una pastelería y un par de restaurantes. Lo cierto es que se me hizo la boca agua mirando a través de los escaparates. Había tiendas de filatelia, de coleccionismo, de antigüedades, de papeles y periódicos y cartas viejas, de miniaturas, de postales, de cine y de libros, de muñecas antiquísimas, de soldados de plomo, alternándose en el espacio con restaurantes, tabernas y teterías. He leído en alguna parte que existen todavía unos veintiún pasajes. Creo que el secreto de los mismos, la clave de su funcionamiento actual, es que no han renunciado a su atmósfera vetusta, como si uno se metiera en un escenario de otro siglo, y que las reformas y las restauraciones han sabido aplicar la medida justa para no robarles ese carácter antiguo, en el que incluyen comercios nuevos. Dentro, además, no suelen venderse las prendas y libros y muebles de moda, sino al contrario: es una especie de rastro, un museo de glorias polvorientas en las que, si se introduce el coleccionista y echa un vistazo, hallará inauditas joyas. Por lo general, los pasajes y las modernas galerías de nuestras ciudades deprimen un poco. Uno pasea por ellas y sólo ve desidia, negocios obligados a poner el candado para siempre, abandono y una decoración neutra, que consiste en paredes blancas y suelos y techos desprovistos de personalidad. En los pasajes cubiertos de los que hablo sucede lo contrario, y por eso quiero insistir en este punto: si alguien viaja unos días a esa ciudad, le recomiendo la visita a este escenario de cúpulas, mosaicos, escaparates, lámparas, reliquias, grabados y fotos en blanco y negro. Termino con el consejo de Tresmontant: “Si viene a París, no deje de dedicar un día a descubrir algunos de estos vestigios de un París burgués y rococó. Algunos de ellos además han sido restaurados de forma exquisita”.

viernes, mayo 18, 2007

Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, de J. D. Salinger


Este era el único libro del maestro Salinger que me faltaba por leer. Por ello fui aplazando su lectura año tras año. Esperando el día propicio o el momento en que ya no pudiera aguantar más. A partir de ahora no habrá nada nuevo, pero siempre podré releerlo, como suelo hacer con Franny y Zooey, Nueve cuentos y El guardián entre el centeno. Esta es mi visión del asunto:
-Levantad, carpinteros, la viga del tejado: Volvemos a encontrarnos a los Glass, esa familia de genios precoces. El narrador es uno de los hermanos, Buddy, quien acude a la boda del mayor, el admirado Seymour. Pero Seymour no aparece en la iglesia. Los invitados se retiran y Buddy termina metido en un coche, junto a unos cuantos desconocidos, casi todos parientes directos o amigos de la novia y, por supuesto, muy molestos con el novio desaparecido. Seymour jamás sale en el relato, pero sin duda es el protagonista, el héroe de Buddy. Esta habilidad, unida al estilo fluido, ameno, personal, humorístico, de Salinger, logra que estemos ante una obra maestra.
-Seymour: una introducción: Aquí Buddy se limita a hablar de su hermano y de sí mismo (aunque en la función no faltan alusiones a otros hermanos, como Boo Boo, Franny o Zooey). Pero no estamos ante una historia con principio, nudo y desenlace, sino ante el retrato subjetivo de un hombre. Esta introducción sirve de complemento al primer relato, pues proporciona suficientes datos sobre la fascinante y compleja personalidad de Seymour, quien se suicidaba en el cuento Un día perfecto para el pez plátano. El perfil, sin embargo, no alcanza la maestría de Levantad, carpinteros...: el estilo empleado abunda en apostillas y digresiones y su lectura se hace pesada. Pero, insisto: es el complemento ideal de la primera historia.

Mañana soleada

Mañana soleada. Día de fiesta en la ciudad. Salgo a dar un paseo y a hacer un par de recados. Un hombre duerme en el suelo, bajo el sol, torrándose despacio, igual que un filete a la plancha. La plaza rebosa de animación y de parias. Sin peleas, de momento: unos días atrás la policía acudió al lugar y tuvo que intervenir en la gresca de dos alcohólicas, una de ellas con aspecto de furcia. Un caballero, sentado en el quicio de un escaparate, abre una bolsa y saca una barra de pan y se prepara un bocadillo. Lleva zapatos amarillos, calcetines azules y pantalones oscuros. Arrugas y pelo blanco, mirada de desaliento. Abre la barra, mete dentro el embutido. Cada cual sobrevive como puede. En la calle y en el metro tropiezo con caretos electorales. Se me hace raro. No me acostumbro. En mi ciudad, cuando daba una vuelta en temporada de elecciones, veía caras conocidas en los pasquines, quiero decir: caras de gente a la que conozco en persona o de vista. Aquí, no me acostumbro a que el tipo del cartel sea alguien al que sólo he visto en la prensa y en la televisión, nunca en persona. Falta cercanía. En el metro me doy de bruces, cada poco y pegándome un susto, con el rostro de Esperanza Aguirre, que tiene el mismo sex-apple que una castaña pilonga.
Con el sol apretando las clavijas a los ciudadanos, las calles hieden a orín. Casi cada esquina del centro y aledaños está maldecida por los meados. Meados de los juerguistas, de los alcohólicos, de los ancianos con problemas de próstata, de los niños, de los perros. El sol recalienta las aceras y los vapores del orín se acentúan y suben hasta las narices. El olor es literalmente intolerable. Debe uno dejar de respirar al torcer las esquinas. Los hedores, si uno lo permite, le entran hasta dentro, hasta los pulmones y hasta el estómago, hasta el alma y el cerebro, y lo dejan turulato durante unos segundos. En las cafeterías y en los bares de tapas sí cabe un alfiler, pero le costaría horrores alcanzar la barra y pedir una ración. Todas las sillas de las terrazas parecen ocupadas. En una plaza, un señor bajito que vende mecheros, sin puesto ni mesa ni mostrador ni nada, así, a las bravas; es un vendedor al que uno se encuentra con frecuencia en los garitos y en los sitios con bullicio. No sólo expende mecheros de colores, también pega la hebra con las chicas que se encuentra. Entre la marabunta se ve a los hombres y a las mujeres vestidos de chulapos y chulapas, a los críos también. Caras famosas entre el gentío de los bares y las terrazas, como la de Aída Nosécuantos, que pasa a mi lado, con exceso de kilos, de maquillaje y de rayos uva (y no precisamente los rayos que sacuden los cogotes en la vendimia). Madrid huele a orines, pero también a calamares, a tortilla de patata, a vinagre con asaduras a la plancha, a multitud con ganas de tapear en esta mañana festiva de sol y júbilo.
Están abiertos dos o tres edificios donde venden libros y entro en ellos, de cabeza. Aún no han recibido el último libro de Tomás Sánchez Santiago, “Calle Feria”, ni tampoco el de Ray Loriga, “Días aún más extraños”. En los escaparates de las pastelerías, las pastas típicas de San Isidro, que llaman listas y tontas. Deliciosas. De regreso a mi barrio vislumbro a otro famoso entrando en un bar: Joaquín Sabina, eterno guerrero de las calles y de los tugurios, alma canalla y burlesca, voz molida por las madrugadas y las juergas, las canciones y la mala vida, que es la buena. Sabina está muy delgado, parece frágil, acaso empieza a envejecer, pero sólo por fuera, jamás por dentro. En las aceras juego a esquivar las boñigas, los adoquines sueltos, los cristales de litrona rota. El sol me aplasta. Busco refugio en las sombras del hogar.

jueves, mayo 17, 2007

De Niro y Pacino vuelven a reunirse para perseguir a un asesino en serie


De El País:
Doce años después, dos de los más grandes volverán a trabajar juntos en la gran pantalla. Robert De Niro y Al Pacino se reunirán de nuevo para perseguir a un sanguinario asesino en serie en Righteous Kill, un film independiente que comenzará a rodarse el próximo mes de agosto en Connecticut (Estados Unidos). Seguir leyendo: aquí.
[Nota: es una gran noticia, ya que en Heat apenas compartían escenas. La pena es que dirige Jon Avnet, cuya filmografía no me interesa demasiado. Por cierto, si uno lee entrevistas con ambos actores, tanto uno como el otro reconocen ser grandes amigos, y dicen que su supuesta rivalidad la ha inventado la prensa. Me lo creo.]

Portadas exquisitas


Paris, de Julien Green. Traducida en España por Pre-Textos con el mismo título.

Por La Latina

Después del acto de Arrebato Libros que comenté ayer, ese mismo sábado acudí a la llamada de unos amigos y pasé unas cuantas horas de la noche en el distrito de La Latina, pródigo en pubs, tabernas y garitos, y en el que hay un bar zamorano donde sirven deliciosas raciones, muy adecuadas a cualquier hora, ya sea durante el vermut, el tapeo o la cena. Nunca había ido a La Latina en sábado. Normalmente, es tradición ir el domingo. A cualquier hora del domingo, porque ese día siempre está repleto de gente. Suelen verse muchas caras procedentes del cine, del teatro, de la televisión. No me entusiasman los camareros de esa zona. Estoy generalizando, pero antaño tuvimos encontronazos con gente que nos servía de mal humor, o que se mostraba borde sin venir a cuento. Por fortuna, el sábado no ocurrió eso.
A mitad de noche recalamos en un garito cuyo nombre, por cierto, olvidé mirar. Allí, en ese local, disponen de un método que, quizá, podría paliar la costumbre del botellón y de los garrafones. Un método que no sé si le sale caro al comprador, pero que beneficia al consumidor en cuanto a calidad y precio. Fuimos a pedir una copa y, en vez de coger una botella grande y echarnos el trago en el vaso con hielo, las camareras tomaron botellas pequeñitas colocadas en los anaqueles que había a sus espaldas, de esas que los minibares de los hoteles cobijan en su interior. Nos dieron una botellita a cada uno, junto al vaso y el refresco. Uno mismo era quien le quitaba el precinto a la botella y vertía el líquido a su antojo. Nos llevamos dos sorpresas: la copa no era tan cara como en otros garitos de la zona; la medida de cada botella, de unos cinco centilitros, alcanzaba para dos copas. Por el precio de una bebida, pues, nos tomamos dos. Sin desconfiar. Sin el infortunio de tragar el garrafón que te deja el estómago para el pueblo. Pudiendo servirte tú mismo la cantidad: si prefieres un brebaje con poco alcohol o una bebida cargada. Sin embargo, en una de las ocasiones, al pedir otra ronda, a una de las camareras le dio por echarnos ella misma el contenido de la botella a uno de mis amigos y a mí. Es decir: nos llenó el vaso de alcohol en unas tres cuartas partes. Así que decidimos quitarle la mitad, echándola en una jarra, porque no había quien se bebiera aquello. La ginebra de la jarra nos alcanzó para la siguiente copa. Me parece que este sistema posee unas cuantas ventajas; al menos, ya digo, desde el punto de vista del consumidor. Así nadie puede quejarse de que le sirvan bebidas adulteradas ni de los precios abusivos.
Cuando voy por La Latina suelo reparar en algo curioso: en una pequeña plaza la gente suele sentarse en el suelo, a compartir una litrona o a beber de las copas pedidas en los bares. Es decir: se trata de una variante del botellón. Pero, al parecer, en Madrid sólo se le ha declarado la guerra policial a los jóvenes que merodean por Malasaña. No es raro tropezarse en otros distritos con botellones, sin que la policía pase por allí. Acaso la razón sea esta: la gente que está sentada en el suelo, por La Latina y por otras zonas, parece más tranquila o con más años a las espaldas. Pero puedo estar equivocado: es una mera especulación. Y un último apunte: en una tasca donde ponían calamares fritos, patatas al alioli y bocadillos, el encargado estuvo abroncando a su subalterno, un negro, a voces y delante de todo el mundo, por no servir con la diligencia requerida. El negro soportó el chaparrón sin proferir una queja. Me hubiera gustado ir y decirle: “Mira, hermano, no tienes por qué aguantar esta mierda. Ahí fuera hay docenas de trabajos para un tipo como tú. Ya no estamos en la esclavitud”.

miércoles, mayo 16, 2007

Algo que declarar, de David González


Subtitulado Poesía de no ficción, para que no quepan dudas, el nuevo libro de D. G. constituye otro paso adelante en su trayectoria poética. En esta ocasión el narrador sale de su tierra y contempla el mundo, desde su particular perspectiva, que siempre es sugerente (Bárbaro), que golpea y deleita (Salvavidas), que no olvida su complejo de culpa por el pasado delictivo (El cuchillo), sus ajustes de cuentas con quienes le hicieron daño (Cosa Nostra, Camorra), su afán de solidaridad (El arte de hacer bronce), su conciencia crítica (Los censores): Blanes, París, Mérida, Génova, Olimpia, Mykonos, Nápoles... También hay lugar para los paisajes nevados y las carreteras solitarias, para su entorno vital de garitos y rompeolas.
Cuando se habla de los libros de D. G. nadie (o casi nadie) alude a su talento para los poemas que hablan del amor y de la familia. Y, en mi opinión, son los más poderosos, los más difíciles de escribir: en ellos logra un equilibrio sorprendente porque apela al corazón sin recurrir a tópicos manidos, ni a flores ni otras cursilerías. En Algo que declarar hay unos cuantos: el relato El camino de regreso a casa, los poemas El rompeolas, Las cuatro reglas más elementales, Buenas intenciones o Poesía completa (probablemente mi favorito), por citar algunos. Son extensos, así que no los cuelgo: es mejor leerlos en el volumen, disfrutarlos despacio y releerlos con placer. Pero voy a copiar el poema brevísimo con el que se abre el libro, toda una declaración de intenciones. A mí me encanta:
ESTACIÓN TERMINAL
lápiz y papel
una estufa encendida
casa de poeta