Fragmento de mi novela Recuerdos de un cine de barrio, actualmente agotada:
Pero sí tengo presente, en cambio, la primera obra que me dejó un recuerdo imborrable y por la que declaré mi amor perpetuo al cine.
Ocurrió en 1977, cuando entré a presenciar un filme que sería crucial en mi niñez. Sentado junto a unos pocos familiares y con la sala abarrotada, leí: “Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana”. Y luego: La guerra de las galaxias. Era de George Lucas. Y me adentré en otro mundo. Tenía el encanto de las viejas space-operas clásicas que engullíamos en las matinales, pero con extraordinarios efectos especiales, y, por encima de todo (y esto es lo que la ha convertido en una película de culto), personajes inolvidables, ya fueran humanos, androides o seres insólitos, hijos perturbadores de la imaginación de su director. Con guiños al western, al género de capa y espada y a las obras de samuráis de Kurosawa (referencias que, entonces, desconocía), la película originó una fiebre que aún hoy perdura en las generaciones posteriores, estableciendo una nueva forma de hacer cine.
Ocurrió en 1977, cuando entré a presenciar un filme que sería crucial en mi niñez. Sentado junto a unos pocos familiares y con la sala abarrotada, leí: “Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana”. Y luego: La guerra de las galaxias. Era de George Lucas. Y me adentré en otro mundo. Tenía el encanto de las viejas space-operas clásicas que engullíamos en las matinales, pero con extraordinarios efectos especiales, y, por encima de todo (y esto es lo que la ha convertido en una película de culto), personajes inolvidables, ya fueran humanos, androides o seres insólitos, hijos perturbadores de la imaginación de su director. Con guiños al western, al género de capa y espada y a las obras de samuráis de Kurosawa (referencias que, entonces, desconocía), la película originó una fiebre que aún hoy perdura en las generaciones posteriores, estableciendo una nueva forma de hacer cine.