miércoles, agosto 31, 2022

El cártel, de Don Winslow

 

 

Se convirtió en su propio blues, en un fracasado de TomWaits, en un santo de Kerouac, en un héroe de Springsteen bajo las luces de la autopista estadounidense y el brillo del neón. En un fugitivo, un aparcero, un vagabundo, un vaquero que sabe que se le acaba la pradera pero sigue cabalgando porque no le queda otra cosa que hacer sino cabalgar.

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A excepción de su matrimonio y de los años que estuvo criando a sus hijos, Art Keller era un solitario, un marginado. Su padre era anglosajón y no quería un niño medio mexicano. Siempre tuvo un pie en ambos mundos, pero nunca los dos en el mismo. Criado en Barrio Logan, San Diego, tuvo que luchar por su mitad gringa en UCLA, tuvo que demostrar que no estaba allí por discriminación positiva.

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-Esto no es un juego –afirma Ana.
-No, es una guerra –responde Jimena–. La misma guerra de siempre.
Pablo lo entiende. Es la guerra entre los poseedores y los desposeídos, entre los poderosos y los desamparados. Los poderosos tienen poder para infligir sufrimiento; los desamparados solo pueden soportarlo.
Su única arma es la vergüenza, si es que los poderosos saben lo que es eso.

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Para Pablo, la frontera sí existe.
Como una realidad y como un estado de ánimo.
Para empezar, la realidad es que la frontera es la razón de ser de los cárteles. Si no hay frontera, no hay beneficio ni plaza. No hay violencia.
Por otro lado, la frontera es la razón por la que existen las
maquiladoras. El mercado de consumo más grande del mundo se encuentra dos kilómetros al norte, al otro lado de esa frontera. Con lo cual ¿qué mejor lugar para fabricar esos bienes de consumo?
Ahora es China, pero el afloramiento de las
maquiladoras cambió el paisaje de Juárez para siempre, creando las grandes colonias en las que la gente que puede encontrar trabajo lucha por sobrevivir con un tercio de lo que ganaba antes. Su pobreza los convierte en objetivos del reclutamiento de los narcos, y su desesperación en clientes de su producto.
Y su vida vale poco.
Esa es la realidad.  


[RBA Libros. Traducción de Efrén del Valle]

Cartel de White Noise

 


Trailer de TÁR

 

 

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Charlbi Dean (1990 - 2022)

 


Confess, Fletch: primer cartel

 


En Aleteia: Cine clásico: Campo de sueños

 

 

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Empire of Light: primer cartel

 


Melissa Bank (1960 - 2022)

 


Trailer de Pinocho

 

 

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Nicholas Evans (1950 - 2022)​

 


Cartel de Dead for A Dollar

 


Anne Heche (1969 - 2022)

 


Three Thousand Years of Longing: nuevo cartel

 


Wolfgang Petersen (1941 - 2022)​​

 


Don't Worry Darling: 2 carteles

 



jueves, agosto 11, 2022

Ser amigo mío es funesto. Correspondencia (1927–1938), de Joseph Roth & Stefan Zweig

 

 

Y luego no sé qué hacer. Ya no puedo trabajar tanto para el periódico. Planeo amplios proyectos y, sin embargo, no tengo de qué vivir si no escribo artículos.

Joseph Roth (1928)

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Ya no voy a ningún sitio, ya no doy conferencias, me asusta la idea, después de treinta años de literatura, de tener que ser un escritor fértil y versátil durante veinte años más, de modo que probablemente me escaparé una temporada, quiero volver a los veinticinco años y viajar, al Cáucaso tal vez, si es posible a la India (por segunda vez). Ya no vivimos en aquellos apacibles tiempos en los que los escritores podían callar diez años; hoy, la mala memoria de la gente exige continuidad en la producción, el grifo del agua eternamente abierto, y vuelvo a anhelar cambios, interrupciones, metamorfosis.
[…]
Si me permite un consejo fruto de la experiencia, hay que sentar la cabeza lo más tarde y ser lo más despreocupado posible, también en literatura. Es mejor ser olvidado que convertirse en una marca, mejor ser menos leído y celebrado, ¡pero libre!

Stefan Zweig (1929)

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A toda prisa y por si le tranquiliza: ¡no sobrevalore de esa manera la mierda impresa! Es totalmente indiferente, por desgracia totalmente indiferente, qué se escribe de y sobre nosotros en este mundo. Los pocos que están al corriente lo saben todo. Los demás son ciegos o sordos. ¿Aún no lo ve usted? La palabra ha muerto, los hombres ladran como perros. La palabra ya no tiene ningún significado, es decir, ninguno actual. También aparece en Mois una entrevista mía de la que se deduce que soy un antisemita. No me importa. En tres días una palabra, incluso verdadera, se la ha llevado el viento. No digo ya una falsa. Ya no hay “opinión pública”, todo es inmundicia.

Joseph Roth (1933)

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Ahora hay que aprender a vivir solo y odiado, pero no pienso responder con odio.

Stefan Zweig (1933)

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No puedo trabajar sin anticipos, desde que empecé a escribir. Es un gran pecado, pero aún es mayor cometer una especie de suicidio y no escribir nada. Tengo cuarenta y un años. Durante quince he comido pan a secas. Luego vino el pan con mantequilla. Luego vino la guerra. Luego vinieron diez años de subsistencia. Luego vinieron los anticipos. Periodismo. Trabajo repugnante. Humillación. Dieciséis libros. Al cabo de cinco años, el “éxito” –unido a desgracias privadas, o sea, ninguno–. Préstamos, ser engañado. Hitler. Siempre preocupaciones por los demás.

Joseph Roth (1935)

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Tengo que corregir las pruebas de mi libro y me encuentro en la fase de insatisfacción. Bueno, veremos qué tal sale.

Stefan Zweig (936)    



[Acantilado. Traducción de Joan Fontcuberta y Eduardo Gil Bera]

The Stranger: primer cartel

 


Próximamente: El libro de las casas

 

 

De Andrea Bajani. En Anagrama.

Cartel de The Banshees of Inisherin

 


Trailers de The Menu

 

 

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Cartel de Triangle of Sadness

 


jueves, agosto 04, 2022

Steiner o las cosas que hacíamos en Checoslovaquia, de Martin Fahrner

 

 

En algunas reseñas sobre Steiner... se ha mencionado el nombre de Ota Pavel (también publicado en Sajalín) y algo de ello hay: quizá ese tono entre humorístico, alegórico y un tanto tierno, que logra conferirle tallas míticas a deportistas, a padres normales y a ciudadanos de a pie. En el libro de Martin Fahrner, que supongo en gran medida autobiográfico, se nos presenta la vida de su protagonista entre finales de los 60 y finales de los 80, es decir, su infancia y su adolescencia en un entorno en el que, como muy bien simboliza la ilustración de cubierta de Guido Sender, no era raro ver en Checoslovaquia un tanque frente a un individuo vestido de jugador de fútbol, como si ya las piezas militares formaran parte del paisaje igual que las farolas.

Fahrner convierte a su Steiner en un muchacho que idolatra a sus padres, que habla más de su familia que de él mismo, y así nos compone el retrato familiar. Un padre que juega al fútbol como profesional y trabaja en los muelles de carga; y una madre que trabaja en la planta de oftalmología de un hospital. Padre y madre se quieren pero se acabarán separando. Mientras tanto, Steiner irá descubriendo su falta de destreza en algunos deportes, aunque también las zonas que se le dan bien y en las que podría despuntar: el teatro, la escalada, el trabajo artesanal en un taller… Para contar todo esto, Fahrner no sigue una línea cronológica: prefiere ir y volver entre el presente y el pasado, a la manera de los flashbacks cinematográficos, terminando el libro con uno de los recuerdos de infancia en los que marchita las grandes esperanzas de su padre cuando participa en una carrera de esquí de fondo. Fahrner refleja perfectamente esos fracasos que todos hemos sufrido cuando éramos niños y nuestros padres, durante un tiempo que no tardaría en agotarse, adquirían a nuestros ojos categoría de héroes. 2 fragmentos:   

Al crecer, me di cuenta de que con frecuencia mi padre estaba ausente por las noches. Luego volvía contentillo, como decía mi madre. Claro que ella, que se quedaba en casa esperándolo, no estaba precisamente contentilla y no era raro que me despertaran sus gritos en mitad de la noche.
Una mañana, después de una bronca tan fuerte que mi padre debió juzgar que era imposible que no la hubiera oído, me lo explicó todo. Me dijo que no salía de cervezas por las noches así, sin más. Todo lo contrario, realizaba una importante misión que mi madre no podía comprender porque carecía de alma de deportista.
Ame describió cómo por las noches se juntaba con los otros jugadores de su equipo en la cervecería El Túnel, en la esquina de la plaza, para, juntos, subir la moral del equipo.

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Pasaron los años, muchos años. Y cuando las ráfagas de viento fueron demasiado fuertes, mi madre ni pudo evitar bajar al suelo. De pronto, veía que mi padre, al mirarla, ya no tenía esa chispa en los ojos que ella nunca olvidaría, que con frecuencia no estaba en casa incluso los días que no tenía ni partido, ni campeonato, ni concentración, ni entrenamiento. Veía que ya no era una mujer joven. Mi madre no terminaba de comprender dónde estaba el error y por qué, de buenas a primeras, se hallaba en ruinas todo aquello que debía haber durado para siempre. Se acercaba inconscientemente las manos a la nariz como si sospechara que aún pudieran oler a los animales de aquella casa a la orilla del río Moldava y se las lavaba con jabón una y otra vez.




[Sajalín Editores. Traducción de Enrique Gutiérrez Rubio]  


En Aleteia: Los perdonados

 

 

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Crimes of the Future: nuevo cartel

 


Ticket to Paradise: primer cartel

 


lunes, agosto 01, 2022

El alma del mar, de Philip Hoare

 

 

El autor inglés Philip Hoare escribió 3 obras relacionadas con el tema marítimo, todas ellas publicadas por Ático de los Libros: Leviatán o la ballena, El mar interior y El alma del mar. Leí la primera en 2010, la segunda en 2013 y acabo de leer la tercera en estos días, en 2022.

El alma interior es tan fascinante como las anteriores. O puede que más, dado que las historias reales que aquí entrelaza con sus experiencias visitando playas, puertos y acantilados atañen, casi todas, a gente de la literatura: Henry David Thoreau, Ralph Waldo Emerson, el almirante Nelson, Lord Byron, Percy y Mary Shelley, William Shakespeare, Elizabeth Barrett Browning, Herman Melville, Sylvia Plath, Oscar Wilde, Wilfred Owen & Stephen Tennant & Siegfried Sassoon (los tres aparecen en la nueva película de Terence Davies, Benediction, que aún no he visto), incluso gente más contemporánea como David Bowie y Stanley Kubrick.

La bibliografía que maneja Hoare es exhaustiva, exquisita: se ha leído biografías, memorias, novelas, poemarios, compendios de correspondencia… Gracias a esa documentación nos va contando anécdotas que, en su mayoría, suceden en Gran Bretaña y en Nueva Inglaterra. Los temas que atañen a todos estos artistas abarcan la guerra, los naufragios, los juicios por inmoralidad, las hambrunas, las emigraciones, los suicidios, la pérdida de manuscritos… Un poco a la manera de Sebald, incorporando citas, imágenes, reflexiones y experiencias, pero de manera quizá menos académica, Hoare ha construido un libro, insisto, fascinante: un recorrido por la Historia que resulta ameno y adictivo. No falta, en esta suma de artistas inspirados por el mar, la historia de los antepasados de Hoare. El agua, en manos de Hoare, se convierte no sólo en el símbolo de algo esencial, necesario para la supervivencia y el bienestar, sino en motivo de inspiración para la poesía, para la narrativa, incluso para el acercamiento de algunos filósofos. ¿Cuál de los 3 libros debería leerse el posible lector? Sin duda: los 3.  



[Ático de los Libros. Traducción de Joan Eloi Roca]

Cartel de Edén

 


See How They Run: nuevo cartel