jueves, enero 31, 2013

La escoba del sistema, de David Foster Wallace


David Foster Wallace, uno de mis autores favoritos, escribió esta novela a los 23 años y la publicó dos años después. Basta abrirla por cualquier página y leer algunas frases para cerciorarse de una evidencia: es la obra de un genio prematuro. Nadie, salvo DFW y unos pocos elegidos más, pueden escribir de ese modo a esa edad, con un dominio absoluto de la prosa, el estilo y la estructura narrativa. Su precocidad es asombrosa, y los rasgos de genio estallarían por completo en su obra maestra, La broma infinita, su segunda novela.

La escoba del sistema es un libro muy divertido, plagado de pasajes rocambolescos y de personajes estrafalarios (obsérvense, por ejemplo, los nombres, donde el autor ya nos transmite sus intenciones: Neil Obstat, Rick Vigorous, Norman Bombardini, Candy Mandible, Stonecipher Beadsman, Mindy Metalman, Concarnadine Beadsman…), y donde encontramos a una cacatúa llamada Vlad el Empalador que termina saliendo en televisión a las órdenes de un predicador, a un tipo cuyo propósito consiste en engordar cuanto pueda para llenar el mundo con su espacio, a un grupo de ancianos que desaparece misteriosamente del asilo, a un editor que suele contarle a su novia los relatos más sensacionalistas y extraños que recibe en su empresa o un psicoanalista aún más maniático y retorcido que sus pacientes, entre otros muchos personajes.

Para ilustrar toda esta locura y seguir el camino de su heroína y protagonista, Lenore, que trabaja de operadora telefónica y se enfrenta a diversas crisis, Wallace abarca diferentes géneros que proporcionan un ritmo fantástico a la obra: tenemos las confesiones en primera persona del editor, enamoradísimo de Lenore; tenemos extensos diálogos (a veces sin acotaciones) en los que al principio resulta discernir quién es quién; tenemos transcripciones de las sesiones de psicoanálisis, precedidas (aquí sí) de los nombres de quienes hablan, algo que recuerda a una obra de teatro; tenemos una narración clásica en tercera persona; tenemos relatos insertados en algunos capítulos, a veces contados por el editor y a veces transcritos tal cual, sin intermediarios; tenemos “grabaciones” de los shows televisivos; y tenemos un par de saltos atrás en el tiempo, como los flashback de las películas (el lector debe fijarse en el primer capítulo, que cobra su verdadera importancia y su función casi al final de la novela, con lo que el autor demuestra que la vida da muchas vueltas y que a veces los caminos requieren tiempo para cruzarse de verdad).

En todas estas subtramas hay algo que predomina sobre el resto: la importancia que DFW le confiere al lenguaje: el lenguaje del pájaro que imita a quienes le rodean, el lenguaje de los empresarios, el lenguaje de los doctores, el lenguaje de los estudiantes, el lenguaje de los reverendos… Por eso reproduce con tanta fidelidad el habla de distintas personas, como ya habíamos comprobado en sus reportajes, en sus crónicas, en sus relatos; si los hablantes cometen torpezas en sus parloteos, el autor las incluye. Podemos afirmar, si no lo dijimos antaño, que el oído del autor es prodigioso, y su talento para transmitirlo en la narrativa o en la crónica periodística es la señal de la presencia de un maestro, de un hombre que maduró antes que otros escritores de su generación. DFW utiliza la oración larga, la frase corta, el monólogo, el diálogo, la descripción… lo que sea, en beneficio de la historia. En suma: un libro hilarante que nos engancha desde el principio, magníficamente traducido por el propio editor de Pálido Fuego. Un extracto de la narración de Rick Vigorous (y, aquí, un capítulo completo):

Ahora el cielo retumba con risitas crueles. Ahora que es evidente incluso para mí que tengo un hijo que le da a la expresión “fruto de mis entrañas” un rango de significado completamente nuevo, que estoy aquí y hago lo que hago cuando hay algo que hacer, cuando me siento vacío y bajo la vista y me encuentro un agujero en el pecho y espío, en el bolso de poliuretano abierto de Lenore Beadsman, entre las aspirinas y las pastillas de jabón de hoteles y los boletos de lotería y esos ridículos libros que no significan nada en absoluto, con el corazón en un puño, ¿qué voy a decirle a Rex Metalman y a Scardale y a las orugas del césped y al pasado, excepto que no existe, que ha sido obliterado, que las pelotas de fútbol nunca ascendieron a cielos fríos, que mi salario desaparece en un agujero negro, que un hombre puede y debe renacer en algún punto, o quizá en varios?


[Traducción de José Luis Amores]

Hoy, en Madrid


Dos carteles de Treachery



Trailer de Somebody Up There Likes Me




Trance: nuevo cartel


miércoles, enero 30, 2013

El paseante de cadáveres, de Liao Yiwu


Me encantan los libros de entrevistas y éste lo es. Liao Yiwu retrata China como sólo lo saben hacer los grandes: metiendo su bisturí entre los ciudadanos, para ofrecernos un retrato plural del pueblo, y por eso desfilan por este volumen emigrantes, terratenientes, compositores, campesinos, embalsamadores, proxenetas, mendigos, condenados a muerte, ladrones, presidiarios, espiritistas, maestros de pueblo e incluso gente que cuenta historias de canibalismo. En cada capítulo o reportaje Yiwu escribe una escueta introducción, y luego pasa a la entrevista en estilo directo, sin trampas: preguntas y respuestas, y todos sabemos que el buen entrevistador es el que sabe sacar jugo de su entrevistado. El autor lo logra. A veces hasta molesta o incomoda al tipo sometido al interrogatorio, lo que proporciona jugosos careos entre ambos. Aquí van tres muestras de lo que cuentan los elegidos por Yiwu:

Cuando Mo Erwa y los niños se calmaron, Wang encendió una de las lamparillas con una cerilla y, con la claridad, descubrió que Mo había cavado un agujero en el suelo de la cocina y lo usaba como hornilla. La olla se había volcado y los trozos de carne estaban esparcidos por el suelo. Wang le preguntó: “¿De dónde ha sacado la carne?”, y Mo respondió: “Acabamos de cocer a nuestra hija de tres años”.
[Del reportaje-entrevista “Canibalismo en tiempos de hambruna”]

**

ZHANG: […] Hubo una vez uno al que le dieron un cuchillazo en el corazón y se quedó con los ojos mirando más allá de sus órbitas. Presioné durante un buen rato pero no conseguí metérselos, así que se los tuve que recolocar con alicates. Sus dientes estaban tan apretados con tanta fuerza que ni con un cuchillo conseguí abrirle la boca y al final tuve que recurrir a un abridor de latas.
LIAO: Vaya tarea.
ZHANG: Sí. Sobre todo la de abrirle la boca. En cuanto le metí el cepillo de dientes, salió un nido de gusanos, la lengua se le había podrido. El olor era tan fuerte que tuve que salir fuera para respirar aire fresco. Al final le cepillé los dientes con cuidado y le impregné un conservante antigérmenes como si estuviera limpiando un cuarto de baño y no arreglando un cadáver […].
[Del reportaje-entrevista “El embalsamador”]

**

Así que decidí seducir a esa furcia. Esa vez fui yo quien fue a buscarla. Una vez en su casa le puse droga en su vaso de agua y, en cuanto se la bebió, quedó paralizada, momento que aproveché para meterle dos pimientos enteros por la vagina, luego se la cosí con hilo quirúrgico. Primero experimenté orgulloso el sabor de la venganza, pero después, caí en la desesperación y terminé entregándome a la policía voluntariamente. Así es la vida.
[…]
Quienes han pasado por la cárcel acaban comprendiendo que no hay nada comparable con el amor de una madre, sobre todo si eres un preso condenado a estar muchos años. Primero es tu mujer la que acaba dejándote, los hijos vuelan y la gente te olvida. La única persona que se acuerda de ti y que viene a visitarte es tu madre.
[Del reportaje-entrevista “El adicto al sexo”]


[Traducción de Leonor Sola Comino]

Próximamente: La hora violeta


De Sergio del Molino. En Mondadori.

The Lone Ranger: nuevo cartel


Blake Butler y el bruxismo


Por esa razón he dejado imprudentemente que mis muelas del juicio se me machacaran, haciendo un sonido de trituración que algunas noches me hace permanecer en vela y otras me despierta, al igual que algunos hacen crujir sus molares durante las horas nocturnas. Esta afección, que se conoce por el nombre de bruxismo, es una de las formas más comunes de emisión auditiva involuntaria derivadas del insomnio, en la que el sujeto aprieta los dientes con tanta fuerza que llega a destrozárselos, estropeando su sonrisa. Además de los síntomas que suelen acompañar a los trastornos de sueño, el bruxismo se vincula a personalidades agresivas o a personas que reprimen su ira. Dado que sucede durante el sueño, el bruxismo es difícil de detectar si no es por síntomas externos como mordeduras en el tejido de la lengua, dientes resquebrajados, erosión inusual de dientes o encías, dolores de cabeza, dolor de mandíbulas, etcétera. 


Blake Butler, Nada. Retrato de un insomne

Cartel de Leviathan


Cartel de The Place Beyond the Pines


La nueva película del director de Blue Valentine. El reparto incluye a Ryan Gosling, Bradley Cooper, Eva Mendes y Ray Liotta.

Trailer de War Witch


martes, enero 29, 2013

lunes, enero 28, 2013

Little Boy Blue, de Edward Bunker


Estamos ante un libro de Ed Bunker, lo que siempre garantiza la lectura de una gran novela. Little Boy Blue, considerada su favorita por el propio autor, también lo es. Aquí ya no compartimos páginas con ex presidiarios ni con atracadores, sino con un niño, que puede ser el retrato inspirado en Bunker. Un niño cuya trayectoria se pierde desde el principio y, tras un tropiezo, inicia una carrera precoz por reformatorios, hogares de acogida, hospitales, correccionales y prisiones. Alex Hammond, así, se convierte mediante sus robos en tiendas, sus peleas y enfrentamientos, sus asaltos a ciudadanos, en el germen del que nacen los grandes delincuentes. Ya de niño es un tipo duro, capaz de enfrentarse a quien haga falta y de pegarle un tiro a un adulto si lo atrapan en pleno robo. Por eso la novela describe un mundo áspero, turbio, plagado de dureza y de junglas con barrotes en las que sólo sobreviven los más fuertes.

Uno de los aspectos que más me han llamado la atención es que Max Dembo (el protagonista de su libro No hay bestia tan feroz) aparece en un par de pasajes, como personaje secundario. Y me llama la atención no sólo por el autoguiño de Bunker hacia su obra, sino porque pensaba que Dembo era un trasunto del propio Bunker, y luego pensé que Hammond también era un álter ego del propio Bunker, y el encuentro de los dos me descoloca completamente pero al mismo tiempo me entusiasma: es en esos pasajes donde realidad y ficción se dan la mano y donde el desdoblamiento del escritor en dos personajes similares obtiene sus mejores frutos. Os dejo con dos extractos de este libro, lleno de rabia y dotado de una gran fluidez narrativa: 

Lo que vio le provocó miedo y repugnancia, miedo ante lo inusual, repugnancia ante las monstruosidades semihumanas. No sabía que Pacific Colony era un hospital estatal dedicado prácticamente a los deficientes mentales. En dicha categoría se incluían aquellos a los que escondían en las alas de maternidad, a los que no se dejaba ver en las cunas tras el cristal. Constituían más bien vergüenzas escondidas en vez de niños. Aquellos representaban la pequeña minoría que sobrevivía a la infancia, aunque pocos madurarían. Las caras redondas y vacías de los afectados por una deficiencia extrema resultaban bonitas en comparación con cráneos sin ojos, o con ojos colocados junto a orejas deformadas, o con cabezas hinchadas o cabezas de alfiler demasiado pequeñas para contener un cerebro. Para Alex, estos resultaban mucho más horrendos que los locos de Camarillo.

**

En unas semanas cumpliría quince años y ya era un apartado, un leproso de la era moderna. No tenía familia, los fríos calvinistas de los que había huido hacía horas desde luego no eran su familia. Había acumulado un largo expediente del que no podría escapar. Sus opciones estaban gravemente truncadas de antemano. Pertenecía a los bajos fondos y le habían cerrado con llave la puerta al otro mundo.


[Traducción de Zulema Couso]

Próximamente: Intento de escapada


De Miguel Ángel Hernández. En Anagrama.

Trailer de The Sweeney


Trance: dos nuevos carteles



domingo, enero 27, 2013

Lincoln



Steven Spielberg ha dirigido la que, probablemente, sea una de sus películas más serias, maduras y reflexivas. Se trata de un buen filme que, sin embargo, si no eres capaz de entender los entresijos de la política norteamericana de antaño, te deparará un sinfín de bostezos (algo que a mí me sucedió). Algunos aspectos me gustaron mucho y otros no me gustaron. Siempre digo que Spielberg puede tener varias obras flojas, pero nunca malas (aunque es cuestión de gustos, supongo). Su control del cine es absoluto, y por eso es obligatorio, para el cinéfilo, no perderse ni una de sus películas. A continuación, lo que me entusiasmó y lo que me repateó:

A favor: principalmente la dirección de Spielberg, que a menudo filma a Lincoln medio de espaldas, como si fuera un enigma inalcanzable, o lo sume en sombras, o parcialmente iluminado. Y también la puesta en escena: ver, por ejemplo, esos magníficos planos en los que el director “imita” algunos cuadros, caso de los momentos en que los partidarios y abogados republicanos se apiñan en torno a una mesa para hablar, o esas veces en las que el presidente está sentado, con los brazos caídos o con los codos apoyados en la mesa… Después de encontrar esa influencia de la pintura del siglo XIX he buscado un poco de información y, para que vean que no son locuras mías, Spielberg reconoce haber visto montones de cuadros de la época, fundamentalmente de Vermeer, para inspirarse y crear una luz y una atmósfera similar. También me gustó la recreación que hace Daniel Day-Lewis (con un físico clavado, gracias sobre todo a las prótesis y al maquillaje) porque convierte a Lincoln en una especie de hombre misterioso y espectral, un individuo tranquilo que pierde pocas veces los papeles porque confía en su criterio y en su intención. Sally Field y, sobre todo, Tommy Lee Jones, también están espléndidos. En cuanto a cameos y secundarios, algo que a mí me entusiasma en el cine, por ahí desfilan Lukas Haas, Dane DeHaan (la revelación de Chronicle), Hal Holbrook, David Strathairn, James Spader, John Hawkes, Tim Blake Nelson, Jared Harris, Joseph Gordon-Levitt, Jackie Earle Haley, Michael Stuhlbarg (para los despistados: Un tipo serio, Boardwalk Empire), Joseph Cross, Bruce McGill o incluso Walton Goggins (al que acabamos de ver como Billy Crash en Django Unchained).

En contra: cuando supe de este antiquísimo proyecto del director creí que se trataría de un biopic, y me parecía interesante. Sin embargo la película se centra en los últimos años de Lincoln y en su propósito de abolir la esclavitud, y ahí reside para mí el punto débil de la película, pues por regla general el espectador no americano (y, por tanto, no familiarizado con el tema) no se entera de la mitad y cae en el tedio total. Yo me aburrí a ratos con tanto parloteo sobre votos, comisionados, demócratas y republicanos, enmiendas y demás jerga y con la espesura del guión. Y además, y según ha confesado el propio Spielberg (se puede consultar en el IMDb), en la lista de nombres que leen al final, la de los hombres que votaron Sí o No a abolir la esclavitud, durante el rodaje alteraron algunas de esas respuestas, algunos de esos No’s, para no enturbiar la reputación de los descendientes de esos hombres, que podían ver manchado su nombre con un voto negativo. Es la primera vez que me aburre una película de Spielberg, lo que significa que sigue sorprendiéndome.   

Trailer de Inside Llewyn Davis


La nueva película de Joel & Ethan Coen: aquí.

Próximamente: El Profesional


De W. C. Heinz. En Gallo Nero.

Cartel de La noche de enfrente


sábado, enero 26, 2013

Trailer de Spring Breakers




Upside Down: nuevo cartel


Cartel de Blumenthal


jueves, enero 24, 2013

La mosca, de Slawomir Mrozek



Había leído algunos (muy pocos, dos o tres) cuentos de este autor polaco por ahí, en la red, pero no había comprado ninguno de sus libros. Empiezo por La mosca, quizá el más conocido. Es una maravilla. La capacidad de Mrozek para fabular, para entretejer metáforas en las historias breves, para burlarse de la política y otros órdenes sociales, para inventarse situaciones disparatadas y fantásticas es soberbia. Esa burla casi siempre está presente en los relatos, tan afilada que nos obliga a sonreír, como por ejemplo al final de “El milagro económico”, cuando el narrador dice: Contrato personal y amplío la oficina. Queda por aclarar en qué va a consistir mi actividad. Pero eso no es problema, me lo dirán los expertos en márketing. Lo más importante es que haya clientes.

Las historias de Mrozek provocan adicción, y es ejemplar su sentido de la síntesis y de la elipsis. Pero lo mejor es demostrarlo, no con mis alabanzas, sino con dos de sus cuentos:

LA MOSCA

Me estaba molestando una mosca. Yo la espantaba, pero ella volvía, así que la volvía a espantar. Finalmente, me dijo:
-Conque no, ¿eh? Vale, esperaré a que…
Se apartó un poco y se posó sobre un perro muerto.
-¿A qué? –pregunté.
No contestó. Y yo no insistí, temiendo conocer ya la respuesta.


**

EL CINÉFILO

Fui al cine a ver una película histórica. En principio, salvo las de romanos –salen tías en pelotas–, no me gustan las películas históricas, sin embargo, en el cartel había una guillotina y a mí eso de las herramientas afiladas en acción me atrae. Lo que más me mola es cuando cortan a la gente con una sierra, sobre todo si es mecánica, aunque también una guillotina tiene su punto.
El título era Luis XVI. Luis, un nombre normal, mi primo se llama Luis, pero ¿y ese apellido? Yo qué sé. El tal Luis seguro que era un analfabeto y firmaba así.
La peli no empezó nada mal. Mucha lanza, bayoneta y sable, pero yo esperaba la guillotina. Y ya estaban a punto de cortarle la cabeza a un rey, cuando un tipo se me sienta delante y me tapa la pantalla.
-Oye, tú, mueve la cabeza a la derecha o a la izquierda, que no veo nada –le dije.
Y, en vez de moverla, el tío se la cogió de las orejas, tiró hacia arriba, se la quitó del cuello y se la puso en las rodillas. De nuevo tenía buena visibilidad, pero ya de qué servía, si la escena de la guillotina se me había pasado. Me perdí el mejor momento de toda la peli, y todo por culpa de ese paleto.
Yo, a gente como ésa, no la dejaría pisar el cine.



[Traducción de Joanna Albin]