jueves, enero 24, 2013

La mosca, de Slawomir Mrozek



Había leído algunos (muy pocos, dos o tres) cuentos de este autor polaco por ahí, en la red, pero no había comprado ninguno de sus libros. Empiezo por La mosca, quizá el más conocido. Es una maravilla. La capacidad de Mrozek para fabular, para entretejer metáforas en las historias breves, para burlarse de la política y otros órdenes sociales, para inventarse situaciones disparatadas y fantásticas es soberbia. Esa burla casi siempre está presente en los relatos, tan afilada que nos obliga a sonreír, como por ejemplo al final de “El milagro económico”, cuando el narrador dice: Contrato personal y amplío la oficina. Queda por aclarar en qué va a consistir mi actividad. Pero eso no es problema, me lo dirán los expertos en márketing. Lo más importante es que haya clientes.

Las historias de Mrozek provocan adicción, y es ejemplar su sentido de la síntesis y de la elipsis. Pero lo mejor es demostrarlo, no con mis alabanzas, sino con dos de sus cuentos:

LA MOSCA

Me estaba molestando una mosca. Yo la espantaba, pero ella volvía, así que la volvía a espantar. Finalmente, me dijo:
-Conque no, ¿eh? Vale, esperaré a que…
Se apartó un poco y se posó sobre un perro muerto.
-¿A qué? –pregunté.
No contestó. Y yo no insistí, temiendo conocer ya la respuesta.


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EL CINÉFILO

Fui al cine a ver una película histórica. En principio, salvo las de romanos –salen tías en pelotas–, no me gustan las películas históricas, sin embargo, en el cartel había una guillotina y a mí eso de las herramientas afiladas en acción me atrae. Lo que más me mola es cuando cortan a la gente con una sierra, sobre todo si es mecánica, aunque también una guillotina tiene su punto.
El título era Luis XVI. Luis, un nombre normal, mi primo se llama Luis, pero ¿y ese apellido? Yo qué sé. El tal Luis seguro que era un analfabeto y firmaba así.
La peli no empezó nada mal. Mucha lanza, bayoneta y sable, pero yo esperaba la guillotina. Y ya estaban a punto de cortarle la cabeza a un rey, cuando un tipo se me sienta delante y me tapa la pantalla.
-Oye, tú, mueve la cabeza a la derecha o a la izquierda, que no veo nada –le dije.
Y, en vez de moverla, el tío se la cogió de las orejas, tiró hacia arriba, se la quitó del cuello y se la puso en las rodillas. De nuevo tenía buena visibilidad, pero ya de qué servía, si la escena de la guillotina se me había pasado. Me perdí el mejor momento de toda la peli, y todo por culpa de ese paleto.
Yo, a gente como ésa, no la dejaría pisar el cine.



[Traducción de Joanna Albin]