sábado, abril 22, 2023

Días de fiesta, de Jo Ann Beard

 

Aquellos a los que nos fascinó Los chicos de mi juventud, el libro de Jo Ann Beard también publicado por Muñeca Infinita, estamos de enhorabuena porque la editorial nos trae (con traducción de Inga Pellisa) Días de fiesta, un conjunto de 9 textos misceláneos que rompen las fronteras entre el ensayo y la ficción. Aunque 7 de ellos pueden considerarse más próximos al ensayo casi puro (digo “casi” porque contienen especulaciones y conjeturas respecto a cómo se sintieron otras personas ante ciertos bretes de la vida), hay 2 en los que la autora ya nos avanza que son relatos (“La tumba de la lucha libre” y “Lo que buscas te busca a ti”), y añade: Son también ensayos, cada uno a su (secreta) manera, y los ensayos son también relatos.

Algunos son autobiográficos, por ejemplo el último, el que da título al libro, “Días de fiesta”, en el que la escritora va mezclando e intercalando líneas temporales y recuerdos para hablarnos de sus amigas, una de ellas enferma (acabaría muriendo), del primer marido (que la abandonó por otra), de sus momentos de ansiedad, de sus viajes…

En otros nos cuenta historias ajenas. Uno de los mejores es “Werner”, historia real de un hombre cuyo edificio empezó a arder… El hombre consiguió salir y se salvó, de una manera tan increíble que prefiero que el lector la descubra por sí mismo.

Otro, éste bastante duro, relata la historia que le sucedió a una mujer llamada “Cheri” (título del  relato): los padecimientos desde que enferma de cáncer, su calvario con las terapias, los efectos secundarios físicos tras una intervención quirúrgica, sus recaídas. No es que entre en muchos detalles sobre el suplicio de la enfermedad, pero Jo Ann Beard se las arregla para que sintamos la situación de esta persona: desvalida, agotada, temerosa del desgaste físico, sin esperanzas hasta el punto de contactar con el célebre doctor Jack Kevorkian (sí, el de las eutanasias: recomiendo el telefilme que protagonizaba Al Pacino). Al final de un párrafo dice la narradora:

No existir es imposible de imaginar, descubre, porque para imaginar, uno debe existir. Lo más que consigue es visualizar el mundo tal y como es, pero sin ella. E incluso así, es ella la que lo está visualizando.  

En “Cerca” nos habla de la escritura, y también de los patos a los que intenta salvar de los depredadores. Anoto un extracto:

A escribir se aprende leyendo, tanto la obra de autores publicados como de nuestros compañeros, y empleando nuestro poder de penetración y creatividad para analizar lo que leemos y averiguar por qué funciona cuando funciona y qué es lo que falta cuando no.

Jo Ann Beard tiene un don para elaborar ensayos narrativos con pinceladas de imaginación y saltos en el tiempo mediante los que enhebra un discurso en el que se conjugan los recuerdos y las reflexiones y una cercanía a las personas que, cuando se trata de gente que sufre, nos transmite todo su dolor. Por cierto, su actual marido es Scott Spencer, escritor del que Muñeca Infinita publicará en breve su novela Amor sin fin, de la que en los 80 Franco Zeffirelli hizo una adaptación protagonizada por Brooke Shields (y en la que aparecían unos jovencísimos Tom Cruise y James Spader como secundarios).



[Muñeca Infinita. Traducción de Inga Pellisa]

Trailer de Kandahar

 

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Cartel de Still: A Michael J. Fox Movie

 


En Aleteia: Super Mario Bros: La película

 

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Cartel de Stan Lee

 


martes, abril 18, 2023

El buen hermano, de Chris Offutt

 

 

Ésta es la primera novela que escribió Chris Offutt y ya es evidente su dominio de los materiales, por así decirlo: la estructura, las descripciones de los paisajes, la evolución del personaje principal, la trama, la recreación de esos tipos medio paletos que no conocen otras latitudes que su pueblo, el río y el bosque más cercanos, y sobre todo los magníficos diálogos, que serían ya mismo carne de película noir si alguien le pusiera interés y pasta.

En The Good Brother, con traducción de Javier Lucini, conocemos a Virgil Caudill cuando acaban de matar a su hermano Boyd. Otro tipo del entorno lo asesinó y nadie sabrá nunca el motivo. La ley no escrita de Kentucky dice que, si matan a alguien de tu familia, tienes la obligación de vengarlo. Porque el sheriff no hará nada, más allá de ocuparse en algunos interrogatorios. Virgil trabaja como basurero y no le guían grandes aspiraciones. Tal vez ascender a capataz, quizá casarse algún día con Abigail, poco más. Pero a su alrededor crece la presión: todo el mundo comenta que debería ejecutar a ese fulano que corre suelto por ahí, que debería vengarse ya mismo.

En esas primeras páginas comprendemos su agobio y conocemos a su hermano asesinado, Boyd, por las palabras que otros le dedican: es ese gran personaje de la narrativa (literaria y cinematográfica) al que tardamos en ver, como Kurtz en Apocalypse Now, o a quien nunca conocemos de primera mano porque al entrar en la historia ya está muerto, como la madre de los personajes de Mientras agonizo. Offutt consigue erigir un gran personaje, pendenciero, audaz, hablador, aventurero, como un Neal Cassady de los 90, sólo utilizando las palabras y los recuerdos de otros.

En un momento de la novela Virgil decide marcharse sin comunicárselo a nadie y cambiar de aires, también de identidad. Escondido en Montana, apuesta por cambiarlo todo, por renunciar a quien era y convertirse en otro: un nombre distinto, otros documentos, sin pasado, sin amigos, sin familia. Un entierro de su anterior yo. Con esto empieza también la extrañeza: aprende cómo es esa especie de muerte simbólica y renacimiento, lejos de su tierra y de sus seres queridos. En este nuevo paisaje afronta el frío, la nieve, la soledad, la falta de charla de sus habitantes.  

Y en esa región conoce a un grupo de tipos obsesionados por las armas, atentos a las conspiraciones del gobierno y defensores de una libertad que empieza por el derecho a estar armado y a establecer la supremacía de los hombres blancos, actitudes con las que Virgil (ahora convertido en Joe) no está de acuerdo. Éste es otro de los grandes aciertos del libro. Porque aquí Offutt está retratando a los que luego se convertirían en esos votantes de Trump que esgrimen armas y que entraron en el Capitolio con banderas, disfraces y maneras violentas. Hombres de ideas equivocadas que repudian a los extranjeros y que sólo piensan en defenderse con rifles y pistolas. La clase de tipos que John G. Avildsen retrató de manera eficaz en su filme Joe (Tarantino explica muy bien la película en su libro de ensayos). Como suele decirse: de aquellos polvos vienen estos lodos. Aquí va un trozo del parlamento de Virgil ya convertido en Joe, víctima del desarraigo y la añoranza:

Es como si mi mundo tuviese un agujero por el que se hubiese escapado la vida. Ya no puedo caminar sobre una tierra que se conoce mis pies de memoria. Echo de menos acercarme al arroyo y divisar mi cerro natal, aguardando mi regreso. Echo muchísimo de menos estar en el bosque. Recolectar ginseng y setas. Llevo un año sin ver luciérnagas, sin ver el rocío. Aquí los colores no varían mucho. Los cerros persisten en un verde oscuro, en invierno se vuelven blancos y luego vuelta a lo oscuro. No hay pájaros cantores ni chotacabras. Podría zamparme piscinas de sopa de alubias con pan de maíz. Echo de menos la carne de cerdo como no te puedes hacer una idea. Creo que por aquí nunca han oído hablar de los puercos.
Pero, sobre todo, echo de menos a mi familia. A mamá. A Sara y a todos los demás. También a Boyd, aunque esté muerto. No dejó rastro en este territorio. Por aquí solo está vivo en mi cabeza.




[Sajalín Editores. Traducción de Javier Lucini]  

Next Goal Wins: primer cartel

 


Jeanne du Barry: 2 carteles

 



En Aleteia: El misterio de la lanza sagrada

 

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Mauro Muñiz Urquiza ("Don Mauro") (1964 - 2023)

 


Hypnotic: 2 carteles

 



Cartel de The Boogeyman

 


Marta Agudo (1971 - 2023)​

 


jueves, abril 13, 2023

El hombre de la bata roja, de Julian Barnes

 

 

¿Es injusto empezar por la bata, en vez de por el hombre que la lleva? Pero la bata, o más bien su representación, es como recordamos hoy al hombre, si es que lo recordamos. ¿Cómo se habría sentido a este respecto? ¿Aliviado, divertido, una pizca insultado? Depende de cómo interpretemos su carácter desde nuestra distancia.

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El arte dura más que el capricho individual, el orgullo familiar, la ortodoxia social; el arte siempre tiene al tiempo de su parte.

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Un dandi necesita los ojos de los demás del mismo modo que un gran orador necesita oyentes.

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Hay un momento en que se produce un cambio en la naturaleza de la fama literaria. Hasta entonces, un escritor famoso era un escritor que se hacía famoso escribiendo. Wilde fue el primero en concebir la idea de hacerse famoso antes y ponerse a escribir después. Hacia finales de 1882 solo era “aún” un poeta menor y un conferenciante asiduo. Pero también era famoso en dos continentes y en consecuencia estaba en el mejor momento para una carrera literaria.

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Mi primer encuentro con el doctor Pozzi ocurrió por medio de la formidable imagen de Sargent. La etiqueta en la pared me informó de que era ginecólogo. No me había topado con él en mis lecturas sobre el siglo XIX francés. Después vi en una revista de arte que “no solo era el padre de la ginecología francesa, sino también un incorregible adicto al sexo que habitualmente intentaba seducir a sus pacientes femeninas”. Me intrigó esta evidente paradoja: el médico que ayuda a las mujeres pero también las explota. El hombre de ciencia que proporciona consuelo y alivio del dolor físico y mental y cuyas técnicas innovadoras salvaban vidas femeninas, que auxiliaba a un mayor número de pacientes pobres que ricas, pero que en su vida privada se comportaba como una caricatura de un francés refinado.

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¿Qué induce al presente a tener ese afán de juzgar el pasado? Siempre hay neurosis en el presente, que se cree superior al pasado, pero no logra deshacerse de la persistente inquietud de que pudiera no serlo. Y por detrás de esto asoma otra pregunta: ¿con qué autoridad lo juzgamos? Somos el presente, existe el pasado: a la mayoría esto suele bastarnos. Y cuanto más retrocede el pasado, tanto más atractivo se vuelve simplificarlo. Por grave que sea nuestra acusación, nunca contesta, permanece en silencio.  



[Anagrama. Traducción de Jaime Zulaika]

Indiana Jones and the Dial of Destiny: nuevo trailer

 

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Renfield: 2 carteles

 



Pablo G. Bao (1950 - 2023)

 


Cartel de Guardians of the Galaxy Vol. 3

 


Cartel de Barbie

 


Fool's Paradise: primer cartel

 


Sangre de dragón, de Christoph Hein

 

Un pintor, que había llegado con una chica inusualmente hermosa, se puso a hablar sobre el arte.
-Ya no somos sino voyeurs –decía–, y sólo si somos voyeurs, somos artistas. Todo el otro arte está muerto, se ha acabado, mierda burguesa. El único objeto del arte que vale la pena es lo asocial, el individuo marginal. Durante siglos lo importante han sido las opiniones y los problemas de los pequeños burgueses. Falaz música de sobremesa que debía mantener a unos parásitos para que dirigiesen sus mezquinas cuitas. Sin embargo, el arte es anarquía. Es el azote de la sociedad. La única estética válida es la del horror, la medida de todo el arte es el grito estridente. Debemos convertirnos en seres asociales para darnos cuenta de lo que somos, de dónde venimos y adónde vamos. La mugre, este es mi mensaje para vosotros.

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Las mujeres, creo, se toman el sexo más a la ligera, con menos esfuerzos. De forma más natural, porque su órgano sexual es también herramienta de trabajo. Dar a luz es un trabajo. Eso impide tanto las visiones que transfiguran como las ideas angustiosas. Un comportamiento que también inquieta a los hombres porque se desvía de la norma, su norma, lo normal. Por eso lo combaten y lo castigan. Para mantener fuera de peligro el ritual de su fe, de sus ideas sobre el sexo, y afirmarlo como el único válido condenan todo lo demás que no se somete a ellos ni a sus fantasías. Un ritual necesario. Un exorcismo del miedo. Prisioneros en el mundo de sus ideas.

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Tampoco me apetecía nada conocerlo más a fondo. ¿Para qué iba yo a preocuparme de sus problemas, traumas y miedos? No me interesan los abismos ni los destinos de la gente. Ya estoy demasiado ocupada con lo que tengo que hacer, conmigo, con mi trabajo. Puedo prescribir pastillas y poner inyecciones. El resto no es asunto de la medicina. No soy un confesor. No receto consuelo. Darle ánimos a alguien me parece temerario o insincero. Yo misma tengo problemas. Sólo me interesan raras veces y bajo ciertas condiciones. En cierto sentido únicamente cuando no me controlo y me abandono. Cuando me entrego a mis estados de ánimo. De todas formas, los problemas verdaderos son insolubles. Los arrastramos con nosotros a lo largo de toda nuestra vida, ellos son la vida, y de algún modo también morimos de ellos. La generación de mis abuelos tenía un dicho para esto: “Cuando miramos un mal a la cara, deja de ser un mal”. Tengo otras experiencias. Aquello que uno teme, lo mata a uno. Para qué, pues, prestarle atención. Y ayudar a los demás no podemos de ningún modo. Esto no es cínico, sino todo lo contrario.

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En casa intenté tomar conciencia de que había cumplido cuarenta años, pero no se me ocurrió nada. No tenía importancia, nada había cambiado. Deseé que algo ocurriera, que me pasara algo, pero no podía decir qué.
En marzo se inició el horario de verano. Hubo que adelantar una hora los relojes, y en aquellos meses tal vez fue eso lo más emocionante que ocurrió en mi vida.
No me afectó. Pero de todos modos era una injerencia en el tiempo, la interrupción de un decurso imperturbable, regular. En mi vida no hay ese tipo de injerencias radicales. Transcurre con la misma absurda regularidad con que se mueve el péndulo de un reloj de pared, como el que había en casa del tío Gerhard en G. Un movimiento que no lleva a ningún sitio, que no conoce ningún tipo de sorpresas, desviaciones, horarios de verano ni irregularidades, y cuya única sensación es el inmovilismo que en algún momento se produce.  



[Saymon Ediciones. Traducción de Juan José del Solar]

Cartel de The Mother

 


Ryūichi Sakamoto (1952 - 2023)

 


Cartel de Sanctuary