viernes, septiembre 06, 2024

El percherón mortal, de John Franklin Bardin

 

 

Uno de los mejores rescates del año. Cuando era chaval e iba con frecuencia a la biblioteca de mi ciudad, estuve dándole vueltas a los libros de John Franklin Bardin y leí alguno de ellos (no estoy seguro de cuál, puede que fuera El final de Philip Banter porque rodaron una película al respecto). Con los años y mi traslado a Madrid vi en las librerías de saldo varios ejemplares de Bardin, como fue el caso de los de otros grandes pero poco conocidos del género negro, y pienso en Marc Behm o Jerome Charyn, pero siempre aplazaba las compras. No sé por qué, pues en cambio sí fui pillando algunos títulos baratos de los otros dos autores. Supongo que las ediciones no me convencían. Ahora que Impedimenta, con su habitual edición exquisita, ha reeditado uno de ellos, me he apresurado a comprarlo y leerlo. Y espero que acaben rescatando los otros títulos de la trilogía (el mencionado Banter y Al salir del infierno).

El percherón mortal es una novela acojonante, llena de inventiva y de giros continuos e inesperados. Ninguna sinopsis le hace justicia porque caería en demasiados spoilers, y una de sus virtudes es cómo te sorprende en cada capítulo. Comienza, como es habitual en el género, con un tipo que acude al despacho de alguien… sólo que esta vez no es un detective privado sino un psiquiatra. El cliente quiere que le trate porque le suceden cosas tan extrañas que duda de su juicio. El psiquiatra, George Matthews, se implica hasta que se ve metido hasta el cuello en el caso.

No se puede contar mucho más. Mencionemos algunos de los elementos que conforman la novela: cicatrices, torturas, enanos, amnesia pasajera, caballos que cuestan una pasta, identidades perdidas o que se cruzan… Dos extractos:     

-Puedo entenderlo perfectamente –dijo–. Como sabes probablemente, algunos criminólogos sostienen que muchas personalidades criminales pueden deberse a desfiguraciones físicas. Las cicatrices producen crímenes.

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Ahora sabía quiénes eran mis enemigos, aun cuando no supiera por qué eran mis enemigos.



[Impedimenta. Traducción de César Aira]

Cartel de The Thicket

 


Cartel de Memoir of a Snail

 


Alain Delon (1935 - 2024)

 


Cartel de A Complete Unknown

 


En Aleteia: Desperation Road

 

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Gena Rowlands (1930 - 2024)

 


Cartel de Megalopolis

 


jueves, septiembre 05, 2024

Palabras efímeras, de Paul Léautaud

 

Gustan todas las mujeres que tienen un rostro parecido al de la mujer amada. Son antipáticas todas las mujeres que tienen el rostro de la mujer con la que se han sufrido chascos.

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Se ama menos cuando uno se siente amado, igual que se ama más cuando uno descubre que le aman menos de lo que se imaginaba.

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Fácilmente podríamos enamorarnos de todas las mujeres que se parecen a la mujer que amamos.

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Nada como la lectura de los malos escritores para aprender a escribir bien.

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Hace ya tiempo que tengo esta opinión, desde la juventud, y no sé si la he anotado en alguna ocasión: un escritor no debe tener diccionario. Cualquier búsqueda de una palabra, incluso en caso de que sea necesaria, es un atentado contra lo natural. Debe escribirse con las palabras que uno conoce, que uno tiene en la cabeza, que acuden de manera natural.

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Desconfíen de un escritor que ha hecho su carrera sin pedirle nada a nadie y que, con más de cincuenta años, aún no ha sido condecorado. Seguramente no es más que una mente perversa, y peligrosa.



[Ediciones Versal. Traducción de Joan Riambau Möller]


The End: primer cartel

 


Cartel de 2073

 


Edna O'Brien (1930 - 2024)​

 


Nightbitch: 2º cartel

 


En Aleteia: Horizon, capítulo 1

 

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John Mayall (1933 - 2024)

 


Joker: Folie à Deux: varios carteles

 





viernes, julio 19, 2024

Los violentos: puntos de venta

 

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La novela también está disponible en otros puntos como 

Fnac Callao o Bajo el Volcán, que no aparecen en Todos Tus Libros.



lunes, julio 15, 2024

Shelley Duvall (1949 - 2024)

 


¿Hay alguien ahí?, de Peter Orner

 

Estoy solo en el garaje con un montón de libros. No hay un solo lugar en las baldas. No me queda otra opción que apilarlos. En realidad, se supone que vivo en el apartamento de arriba, pero la mayor parte de mi tiempo estoy aquí abajo en lo que llamo, sin tanta ironía, mi oficina. Nuestros exvecinos solían grabar pornografía amateur en este espacio. Cuando se mudaron, dejaron unos focos tan potentes que si llegara a olvidarlos encendidos de noche, la casa se prendería fuego. Yo me siento aquí, bañado por la luz, a mirar estas pilas de libros que me van a sepultar vivo cuando llegue el gran terremoto que tanto anuncian y pienso: terremoto o no, voy a estar muerto antes de que pueda leer un cuarto de los libros guardados aquí abajo. De esto no hay dudas. Quizá si lo digo en voz alta podré creerlo. Voy a estar muerto antes de que pueda leer una cuarta parte de los libros guardados aquí abajo. Eso deja al menos a tres cuartas partes de los libros sin leer. Me suena lógico medir la vida en libros que uno no ha leído. Todas esas experiencias que no tendremos, los lugares a los que no iremos, las personas que nunca vamos a conocer. Sin embargo, por si acaso, le he pedido a mi familia que me entierre con una buena biblioteca.



[Chai Editora. Traducción de Damián Tullio]

Trailer de The Substance

 

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En Aleteia: El reino animal

 

Aquí

Cartel de Lee

 


Trailer de Gladiator II

 

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viernes, julio 05, 2024

Los violentos: prólogo y primeras páginas

 


Mi novela Los violentos. Una historia de Lavapiés (Bunker Books) ya está disponible en papel y en ebook: aquí. Y el prólogo de Mario Crespo y las primeras páginas, en este enlace.

Cartel de Faye

 


Cuchillo, de Salman Rushdie

 

Hay cosas que se pierden en el pasado, donde terminamos todos, la mayoría de nosotros olvidados.

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El lenguaje también era un cuchillo. Podía cortar el mundo en dos mitades y revelar su significado, su funcionamiento interno, sus secretos, sus verdades. Podía cortarlo para pasar de una realidad a otra. Podía destapar tonterías, abrir los ojos a la gente, crear belleza. El lenguaje era mi cuchillo. Si a mí me hubieran pillado inesperadamente en una pelea con armas blancas, puede que este hubiese sido el cuchillo que podría haber usado para defenderme y atacar. Podría ser la herramienta que utilizaría para rehacer y recuperar mi mundo, para reconstruir el marco en el que mi imagen del mundo volvería a estar colgada de la pared, para así hacerme cargo de lo que me había pasado, hacerlo mío.

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Recordé que en su momento me pareció que la fetua podía acabar conmigo, en cuanto escritor, de dos maneras diferentes: si empezaba a escribir libros “atemorizados”, o si empezaba a escribir libros “vengativos”. Ambas opciones destruirían mi independencia y mi individualidad y me convertirían en un títere. Yo ya no sería yo, sino la víctima de la fetua. Así pues, el único camino, la única manera de sobrevivir como artista, era entender el sendero literario en el que yo estaba, aceptar el viaje que yo había elegido y continuar por ese camino. Eso supuso un gran esfuerzo de voluntad. Y ahora me hacían otra vez la misma pregunta. ¿Quién era yo? ¿Y podía seguir siendo el de antes?



[Random House. Traducción de Luis Murillo Fort]

Robert Towne (1934 - 2024)

 


En Aleteia: Eric

 

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Cartel de Trap

 


Ismaíl Kadaré (1936 - 2024)

 


lunes, julio 01, 2024

La luna en el arroyo, de David Goodis

 

Una de las alegrías de este año es que en Sajalín hayan recuperado a David Goodis, que suele ser carne de librería de saldo. Esta novela es formidable por su retrato de los barrios bajos y el modo en que sus habitantes están atrapados en un territorio del que no pueden salir, lo que crea un clima de asfixia y fatalidad. Aquí nos cuenta la historia de un William Kerrigan, estibador dividido entre el pasado (su hermana muerta), el presente (su actual novia) y el futuro (su futura mujer). Un estilo seco, sobrio, muy americano.

Dos fragmentos (y las primeras páginas: aquí):

Kerrigan levantó el vaso.
-Buena suerte, Johnny.
-Eso no existe –dijo el hombre–. Es toda mala. –Sonrió mirando el vaso de whisky y le dio un buen lingotazo. Le costó tragarlo, soltó un improperio mientras tosía e intentaba no asfixiarse. Puso fin al ataque de tos con otro lingotazo. Mientras tragaba, cerró los ojos. Luego volvió a sonreír.
-¿Tú también te sientes solo? –preguntó.
-A veces –contestó Kerrigan.
-Yo siempre me siento solo. –Dejó de sonreír y se quedó mirando fijamente el whisky que le quedaba–. He estado en todas partes, he hecho de todo y he conocido a todo el mundo. Y ahora me siento solo.
-A lo mejor necesitas una mujer –aventuró Kerrigan.

**

Para Kerrigan, la constatación de aquella realidad fue como un mazazo que lo devolvió a la tierra, donde se llamaba al pan, pan y al vino, vino. Se miró el cuero roto de los zapatos de trabajo y los callos de las manos y pensó: “Más te vale espabilar y poner los pies en la tierra”.




[Sajalín Editores. Traducción de Diego de los Santos]

Trailer de Flight Risk

 

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Mother, Couch: 2º cartel

 


En Aleteia: Arthur

 

Aquí

Red One: primer cartel

 


Cartel de The Union

 


viernes, junio 21, 2024

Donald Sutherland (1935 - 2024)

 


Después de Claude, de Iris Owens

 

Iris Owens es un “descubrimiento” fabuloso. Entrecomillo porque aquí no la conocíamos y ella murió en 2008 y este libro es de los años 70. Lo primero que me sorprendió, porque lo ignoraba, es que fue amante de Alexander Trocchi (el famoso escritor yonqui que publicó El libro de Caín y La insurrección invisible de un millón de mentes).

Owens escribió esta novela con ese pulso ácido, lleno de observaciones con sorna y mala leche, que podemos encontrar también en Dorothy Parker, Nora Ephron o Fran Lebowitz… pero yo juraría, puede ser que porque tengo recienta la lectura, que Iris Owens es más cañera que ellas. La novela que nos ocupa no es un libro de trama o argumento, es más bien una historia sobre personajes, casi como una obra de teatro que transcurre en apenas dos o tres habitaciones. A la protagonista, Harriet, la abandona su novio francés, harto de ella y de sus suspicacias y de sus observaciones brutales. Mejor dicho: la invita a irse de su piso. Veremos también a Harriet hablar con una vecina y con una amiga. No traga a ninguna de ellas. En realidad tampoco a su novio. Pero se niega a ser abandonada, quizá por el miedo a la soledad. También asistirá a una cena en parejas en la que detesta a los comensales. Casi en cada línea, y por supuesto en cada réplica, la narradora las mete dobladas. Juro que os reiréis.

Hacia la mitad de la novela se traslada al Hotel Chelsea, donde el libro da un vuelco porque conoce a unos cuantos hippies (o algo parecido) cuyo segundo líder (el otro permanece en un refugio, como un Charles Manson en la sombra) tiene el magnetismo suficiente para engatusarla, igual que ha hecho con otras jóvenes que parecen formar parte de una secta. Repito: un gran descubrimiento.



[Muñeca Infinita. Traducción de Regina López Muñoz]

En Aleteia: Un cielo de plástico

 

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Cartel de A Real Pain

 


Cartel de Speak No Evil

 


Anouk Aimée (1932 - 2024)​​​