lunes, agosto 31, 2009

Tiempo de errores, de Mohamed Chukri



Al llegar la tarde, me vence el hambre. Estoy desfallecido y siento mareos, el corazón me late fuertemente. Las calorías de la comida que me dan en al escuela se consumen antes de caer la noche. El kif acrecienta mi hambre, pero se hace indispensable para embriagar mi pena y mi miseria. Casi nunca llego puntual al desayuno que nos dan en el comedor de la escuela, antes de entrar en clase. No duermo bien, por el hambre y el frío, porque me paso la noche rascándome la piel mugrienta y los cabellos sucios, y deambulando por las calles. ¡Cuando los afortunados se recogen, yo empiezo mis noches de infortunio! Mis compañeros me suelen guardar un trozo de pan que me como con agua y con rabia. La ciudad está a un cuarto de hora de camino. En los días de invierno aumenta mi desesperanza. Por la tarde voy a un centro de beneficencia. ¡Otro cuarto de hora caminando! No estoy inscrito oficialmente en el comedor. El encargado, por caridad, me da un bocadillo untado en salsa con una tira de carne o grasa, o unas sardinas fritas.
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A medio camino entre la infancia miserable de El pan desnudo y la vida sin carencias de Rostros, amores, maldiciones está Tiempo de errores, libro en el que el propio escritor, Mohamed Chukri, a los 20 años, decide irse a estudiar a Larache. Durante las vacaciones regresa a Tánger y a sus noches plagadas de putas y alcohol. Cuando llega a la escuela apenas sabe leer y escribir. Pero con el tiempo llegaría a concebir El pan desnudo. Por ello es toda una proeza su ejemplo: un escritor habituado a pasar hambre, a tener piojos y a dormir en chabolas se convirtió en uno de los grandes (y malditos) de la literatura. Creo que, de las tres, ésta es la obra que más me ha gustado del autor. Porque el ejemplo del protagonista es loable, porque empieza a descubrir la literatura, porque comete esos errores que acabarán forjando su carácter. ¿Por qué no reeditan a Mohamed Chukri?

Segundo cartel de The Limits of Control


Manos

Iba por la C/ Santa Isabel, de camino a La Central del Reina Sofía, y pasé por delante de la fachada del Colegio de Médicos de Madrid. En la parte superior está la famosa pancarta que aconseja lo siguiente: “No beses, no des la mano, di hola”, como medidas de prevención de la gripe A. Durante los minutos posteriores tuve la visión de una sociedad futura y totalmente aséptica, similar a las distopías de algunos clásicos del cine y la literatura, con gente que llevaba máscara como los japoneses para evitar contagios, con ciudadanos de comportamiento casi gélido en las presentaciones para no chocar las manos ni darse besos, con personas haciendo la compra sólo por internet para esquivar las enfermedades que podrían coger en el supermercado al rozarse con otros individuos, con tipos que ya no iban al bar ni al café de tertulia porque preferían hablar por chat y protegerse de los riesgos. Una sociedad en la que tocarse o ir de alterne por ahí, en la noche, podría ser considerado un delito. Quien fuera efusivo en sus abrazos y en sus manoseos sería el leproso, el tío con el que nadie quiere ir.
No sería raro que acabáramos más o menos así, entre los miedos que nos meten los gobiernos, los consejos de los organismos de salud, los virus nuevos que seguramente salen de los experimentos de laboratorio y la alarma a la que nosotros mismos contribuimos al creer a pies juntillas cada palabra que nos venden los medios y los que mandan en el mundo. Parece una exageración, pero se empieza por ahí. Se empieza cambiando una costumbre por otra, se empieza alterando nuestros hábitos de un día para otro. Antaño era impensable que los hombres heterosexuales se besaran en la boca al verse, y he aquí que a veces veo a hombres con novia que dan “picos” de saludo a sus amigos. Parece que durante las misas los fieles renuncian a darse la mano “fraternalmente”, o eso he leído. A mí se me antojaba una costumbre horrible, no por contagios ni nada de eso, sino porque me costaba chocar los cinco con un fulano al que no había visto en mi vida y que quizá fuera un cabrón. Las costumbres están cambiando y puede que, de aquí a unos años, dar la mano a alguien sea tan escandaloso como si le tocaras el culo sin conocerlo. Caminamos hacia esas sociedades descritas en libros como “1984” y películas como “Minority Report”, donde te condenan antes incluso de cometer el delito. Sociedades frías, higiénicas en exceso, donde todo es digital y donde el contacto se hace mediante ordenadores y teléfonos móviles, con cada rincón vigilado por cámaras, donde la única libertad posible y el único refugio están en el interior de uno mismo. Vuelvan a ver “El show de Truman”, que yo revisé hace poco. Nuestra vida individual puede llegar a parecerse a la de Truman Burbank, un producto “fabricado” por una empresa para el goce de los espectadores.
Ahora nos aconsejan lavarnos las manos con frecuencia. Y por esa razón, mientras caminaba, también pensé en Philippe Ignace Semmelweis, considerado “el precursor clínico de la antisepsia”. A aquel médico húngaro del siglo XIX lo retrató bien Louis-Ferdinand Céline en su tesis de medicina, publicada en el libro “Semmelweis” (Marbot Ediciones). Este hombre fue motivo de escándalo en su tiempo cuando, investigando las numerosas muertes de las parturientas de un hospital, recomendó a quienes las asistían en el parto que se lavaran las manos antes de tratarlas. Entonces lo repudiaron, pero, tras su muerte, acabó demostrándose que tenía razón. Su medida era simple, pero efectiva. Yo, por cierto, me lavo 1.000 veces las manos al día. No es por contagios. Es una manía. Pero nunca se sabe.

domingo, agosto 30, 2009

Un relato de Bukowski


Hoy, en El País Semanal, incluyen este relato de Charles Bukowski. Lo anuncian así: "(...) el último de los inéditos en español que ‘El País Semanal’ ha ofrecido este verano a sus lectores". Pero, como ya apuntó en su momento Patxi Irurzun en Hank Over, este relato NO estaba inédito en español. Unos cuantos lo leímos hace meses en un pequeño librito ilustrado que publicó la editorial Nórdica (arriba, la portada). La única diferencia es la traducción: la de Nórdica la hizo M.ª José Chuliá García; la del periódico, Eduardo Iriarte, dado que el texto se incluirá en el libro de próxima publicación Fragmentos de un cuaderno manchado de vino (Relatos y ensayos inéditos 1944-1990), en Anagrama. Repetimos: NO es inédito. Al César lo que es del César. Hay que aclarar estas cosas.

Próximamente: Let's Get Lost






Está a punto de estrenarse en España, con 20 años de retraso, este documental sobre los últimos días del cantante y trompetista Chet Baker. Dirigido por Bruce Webber, fue nominado al Oscar en el 89 y está considerado uno de los mejores documentales de la historia de la música. Chet Baker, un grandísimo músico, fue machándose con la heroína, como puede comprobarse en la última imagen y en otras famosas fotos suyas. Todos los carteles que he encontrado me gustaban. Para ver el trailer y buscar más información, os recomiendo esta web.

Cartel de Capitalism: A Love Story


Este es el cartel, bastante horrible, del nuevo documental de Michael Moore.

Nombres cambiados

Cuando cursaba 1º de BUP en el Instituto Claudio Moyano conocí a un alumno que luego fue uno de mis mejores amigos. Durante los días iniciales del curso, cuando los profesores pasaban lista, éstos leían mal los apellidos de este alumno. Unos mentaban primero el segundo apellido; otros los decían en orden, pero cambiando el primer apellido por otro que sonaba parecido. De aquello surgió un cachondeo general y esperábamos el repaso de los nombres como una válvula para las risas. Nunca supimos el porqué de esos errores, que agotaban al alumno teniendo que levantar el brazo en cada clase para corregirlos. Tal vez, al rellenar las fichas, escribió con mala letra y cada uno de los docentes descifró los datos como pudo. Cuando a uno le confunden el nombre o el apellido, al principio se enfurece. Si el error es frecuente, acaba calmándose, termina por aceptarlo con humor y sana resignación. Eso le sucedió a mi colega: fue pasando de la sorpresa y el enojo a la flema y la costumbre.
En mi caso particular, estoy en la segunda fase, es decir, la de la costumbre, la flema, la aceptación. Me lo tomo con humor y con deportividad. Soy uno de esos españoles que deben cargar con la maldición del nombre compuesto. Si van a tener un hijo pronto, no lo castiguen con un nombre compuesto. Además de horrible, obliga a la gente a escoger uno de los dos nombres y nunca te llamarán por el que te gusta (por llevar ellos la contraria, desde luego). Y siempre da lugar a confusiones y a equívocos. Uno de los primeros que padecí fue cuando se publicó un libro en Zamora en el que colaborábamos varias personas. El coordinador general del volumen colectivo tenía una buena y una mala noticia que darme. La buena era que, en la contracubierta, sólo nos mencionaban a mí y a otro colaborador: “los elegidos”. La mala era que alguien se había liado y yo aparecía como “Miguel”. A partir de entonces me ha sucedido con frecuencia. En un blog en el que colaboro de vez en cuando, el encargado de asignarnos las fechas individuales de actualización se dirige a mí en los correos electrónicos como “José Manuel”. La primera vez se dio cuenta de la confusión y pidió disculpas. Le dije que no pasaba nada, que me ocurría a menudo. No sé si por eso o por olvido, siempre me llama “José Manuel”. Ni siquiera me molesto en sacarlo de su error. Un lector de Bilbao, a pesar de cruzarnos varios e-mails, y a pesar de incluir mi firma al final de cada correo que escribo, suele llamarme “José Luis”. A veces me ocurre incluso con personas con las que estoy hablando, cara a cara. Se refieren a mí como “Juan Manuel”, “Miguel Ángel”, “Miguel”, “José Miguel”… Por eso, cuando acabo de conocer a alguien y me dice: “Parece que cada persona te llama por un nombre o un mote, ¿cómo quieres que te llame yo?”, respondo: “Llámame como te apetezca”. Es así de fácil. No vale la pena molestarse porque entonces uno nunca terminaría de corregir a la gente. En el fondo me da igual. Yo sé quién soy, y con eso basta o debería bastarme. Quizá esto, ahora que lo pienso, empezó antes: cuando, en la infancia, mis abuelos maternos equivocaban mi nombre con el de los demás nietos, ya que éramos muchos los que rondábamos por su casa. Tal vez me resigné entonces.
Si confunden nuestros nombres en el papeleo sí es para cabrearse. Se conocen casos de gente obligada a pagar las facturas que pertenecían a otro que había muerto. O confusiones legendarias que te hacen odiar a muerte la burocracia. Algunas personas equivocan adrede el nombre para cabrear a sus enemigos, como hacían Cela y Umbral con evidente maestría. Fuera del papeleo, a mí ya ni me molesta.

sábado, agosto 29, 2009

El cine italiano según Scorsese


Carátula del documental del que hablo en el artículo de hoy.

Su viaje a Italia

En la última secuencia de “El cine italiano según Scorsese” (título original: “Il Mio Viaggio In Italia”), el director de “Taxi Driver” afirma que una de sus intenciones a la hora de preparar este documento era transmitir a los jóvenes su pasión por el cine clásico de Italia. Los insta a que, como él, vean esas cintas y aprendan. Esos filmes inspiraron parte de sus trabajos y se nota en el análisis que hace a partir de las obras de unos cuantos maestros: Roberto Rossellini, Vittorio De Sica, Luchino Visconti, Federico Fellini y Michelangelo Antonioni. Me parece la introducción apropiada para quien quiera aventurarse en unas cuantas películas no americanas. Hoy día sólo se ven, sólo se estrenan (con las lógicas excepciones en salas de versión original) filmes producidos en Estados Unidos. A mí me apasiona el cine yanqui. Pero de niño vi muchas producciones francesas, italianas, rusas, alemanas… Y a veces intento recuperar esa tradición. Para quien sólo se alimente de largometrajes en lengua inglesa, el viaje a Italia de Martin Scorsese es un gran comienzo para ampliar horizontes.
Encontré “Il Mio Viaggio In Italia” en Fnac. No sabía que lo dirigió el propio Scorsese, además de protagonizarlo y de ser su narrador. Es un documental de cuatro horas, dividido en cuatro partes o capítulos, que el director hizo para un canal de televisión italiana. Se trata de un hombre que, al igual que Quentin Tarantino o Steven Spielberg, en las entrevistas propaga su amor incondicional al cine, merced a su verborrea y a su sabiduría. No he visto todas las películas que aquí destripa. Muchas de ellas se me escaparon, o no pude verlas. Pero me ha hecho mirar con ojos nuevos las que ya conocía. En diez minutos y con las escenas clave, Scorsese te cuenta “Senso” o “Los inútiles”. Unos días antes de meterme con este documental, revisé “La Dolce Vita”. Esta vez la entendí mejor, porque es una obra que admite varias lecturas: el vacío existencial, la búsqueda de un hueco en la vida, la incomunicación, la decadencia… Marcello (encarnado por Marcello Mastroianni, siempre elegante, varonil y estiloso) es un reportero que se mueve entre los miembros de una aristocracia vacía y banal, llena de hombres y mujeres que sólo saben darse al exceso y a la orgía. Por si alguien no lo sabe, de uno de los fotógrafos del filme, el personaje llamado Paparazzo, surgió el término “paparazzi”. Resulta interesante comprobar cómo Fellini filma a estos “paparazzis”: como si fueran moscas en continuo movimiento, acosando a la carne que quieren devorar. Scorsese también analiza “8 y medio”, obra maestra que pude ver como reposición en un cine de Salamanca, en mis años de universidad.
La pena es que, de Fellini, sólo cita tres obras. Pero no olvidemos que, en esta incursión, Scorsese habla de las películas que le influenciaron para dirigir. Y se nota que quien más le apasionó fue Rossellini: “Roma, ciudad abierta”, “Stromboli”, “Paisá”, “Umberto D”… Cautiva su mirada sobre “Te querré siempre”, con Ingrid Bergman y George Sanders. Me pregunto por qué no he visto ese filme que parece tan fascinante. En su recorrido no falta una de mis cintas favoritas, pieza clave del neorrealismo: “Ladrón de bicicletas”, de Vittorio De Sica. Sólo he visto la versión doblada, que incluye una voz en off a modo de epílogo que no estaba en el original y que impuso el franquismo para darle esperanza a su desesperanzador final. No me cansaré de verla. Su protagonista, visto de lejos, con su traje y su sombrero, su cara angulosa y su cuerpo delgado, se parece un poco a mi abuelo materno en sus fotos de juventud. Esa es otra de las razones por las que amo esta película.

Creatura nº 43


Entrevista del Kebran a Pedro Juan Gutiérrez, textos de Noemí Benito, los rockeros y sus fotos de la escuela y mucho más: aquí.

viernes, agosto 28, 2009

La Dolce Vita


He vuelto a ver La Dolce Vita, de Fellini, esta vez en VOS. Sigue manteniendo su embrujo, su pasión, su fuerza. Es como una novela en imágenes, con sus capítulos y su multitud de personajes. Es una película a la que jamás se comerá el tiempo. En cuanto baje de precio, me compraré 8 y medio, otra obra maestra. Pongo este cartel que no conocía y en el que salen mis criaturas preferidas: la mujer y el gato.

Portadas exquisitas


Of Kids & Parents, título inglés de O rodičích a dětech, de Emil Hakl. Publicada en España por Melusina como De padres e hijos.

Trailer de The Men Who Stare at Goats


Gran reparto para esta comedia: George Clooney, Ewan McGregor, Kevin Spacey, Jeff Bridges, Stephen Lang, J. K. Simmons y Robert Patrcik. Trailer: aquí.

Segundo cartel de Agora


Y este es mucho mejor que el primero, porque se ve de frente a Rachel Weisz, una de mis actrices favoritas. En la web oficial puede verse el segundo trailer y acceder a más fotos y carteles.

En septiembre

Menos mal, ya quedan sólo unos días para que termine agosto. Lo estoy deseando porque agosto en Madrid, adonde he vuelto esta semana, es una tortura. Lo comentaba el otro día con un familiar: la capital es insoportable en julio y agosto, pero una gozada en otros meses, especialmente entre septiembre y diciembre. La oferta cultural es tan amplia que uno puede entretenerse cada día, ya sea pagando o sin pagar o ambas. Y nunca hace el mismo frío que en mi tierra, cuyos inviernos son durísimos y más largos que aquí. Cuando estoy alejado de casa, disfruto el mes de agosto. Lo disfruto porque no paro, porque viajo aunque sea poco, porque no faltan un par de días en los que merodee junto al agua, y el agua me hace olvidar las noticias y los blogs y los correos electrónicos. En cambio, en agosto y en casa me desespero porque el buzón del portal siempre está vacío. Porque cuesta conciliar el sueño con tanto calor. Porque miro en internet las próximas novedades literarias y me desespera que ninguna de ellas salga en agosto, que las editoriales las pospongan todas para septiembre, y al final septiembre es uno de los meses en los que más novedades hay en las librerías. Porque echo un vistazo a los próximos estrenos y, salvo tres o cuatro excepciones, las distribuidoras reservan las mejores películas para septiembre y octubre. Porque los conciertos que quiero ver también caen a partir del próximo mes. Porque voy a sitios a los que suelo acudir con frecuencia y están cerrados por vacaciones.
Estos días me dedico a anotar los libros que saldrán en septiembre. Cuando llegue el momento y esos títulos lleguen a las mesas de novedades, no compraré tantos. Haré una especie de criba e iré seleccionando. Es imposible comprarse y menos aún leer todo lo que uno quiere. La semana pasada leí, en “Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas”, una de las conversaciones que mantuvieron los escritores Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán, y en la que hablan de Philip K. Dick. Yo admito haber leído poco a Dick. Alguna novela, algunos relatos sueltos. Bolaño y Fresán me contagiaron su entusiasmo por los cuentos de Dick. Quiero decir que ni siquiera tenía pensado comprar sus historias cortas y ambos hablan de ellas con un fervor tan contagioso que ya he anotado los “Cuentos completos” de Philip K. Dick en mi lista de libros pendientes. La mala noticia es que son cinco volúmenes y cuestan unos 22 euros cada uno. Sumen, pues. Tal vez me los compre en septiembre o me los compre dentro de unos meses porque es mucha pasta de una sola vez.
Los mejores planes se dejan para septiembre. ¿Cuándo podremos vernos? En septiembre. ¿Cuándo estrenan la última de Quentin Tarantino? En septiembre. ¿Cuándo publican el segundo volumen de “Mi primera película”? En septiembre. ¿Cuándo estrena Mario Crespo su cortometraje? En septiembre. ¿Y la obra de teatro en la que sale Violeta Pérez? Cuándo va a ser, hombre: en septiembre. ¿Cuándo viene Leonard Cohen a Madrid? No sea usted pelma, ya se lo he dicho: en septiembre. “New York, I Love You”, “Funny People” y “Adventureland” se estrenan en ese mes. Y la reedición ampliada de la “Historia argentina” de Rodrigo Fresán saldrá entonces, aunque su nueva novela se publica en octubre, que es otro mes privilegiado. Y ese libro misceláneo de ensayos y relatos inéditos de Charles Bukowski, que lleva por título “Fragmentos de un cuaderno manchado de vino”, se edita en septiembre. ¿Y sabes qué es lo bueno, amigo? Todo lo que también se estrenará o publicará en ese mes, pero aún no se ha anunciado. Lo que aún no sabemos. Lo que ignoramos. Las sorpresas.

jueves, agosto 27, 2009

Majareta, de John Waters


John Waters es el Rey del Mal Gusto. Incluso él mismo alude a esa etiqueta. Yo no he visto todas sus películas ni creo que lo haga nunca: me horrorizó tanto ver a Divine a punto de engullir una mierda de perro (nunca vi la escena completa) que sólo me interesa su filmografía desde el momento en que se "amansa" un poco, es decir, a partir de Hairspray. Su libro Majareta, que necesita una reedición urgente, y que lleva por subtítulo Las obsesiones del autor de "Pink Flamingos", reúne varios de sus textos escritos para las revistas. Waters salta de sorpresa en sorpresa: entrevista a Pia Zadora, su "actriz de cine cutre favorita"; nos guía por Los Ángeles, donde entre otras cosas nos descubre que existe un museo sobre Russ Meyer; confiesa que va disfrazado a los cines donde ponen películas de arte y ensayo, uno de sus placeres culpables; incluye un divertido relato sobre las 101 cosas que odia y otro sobre las 101 cosas que ama; cuenta anécdotas sobre la época en la que fue a una cárcel a dar charlas a los presos; habla de William Castle y sus trucos para promocionar sus estrenos; o analiza Yo te saludo, María, la película de Godard que causó tanta polémica en su día (yo recuerdo que mi abuelo, entonces, recibió numerosas llamadas anónimas de gente que le amenazaba por si se le ocurría proyectar la película en el cine). Waters posee talento para la escritura y un sentido del humor y de la cultura popular que empuja a devorar sus artículos. Sólo a un tipo tan retorcido y depravado como él podría ocurrirle esto:
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Mi primera experiencia de “enrolle” en Hollywood ocurrió cuando intenté que me contratasen como director para un filme sobre La conjura de los necios, un libro que me había gustado mucho y el único proyecto por el que me he interesado que no he escrito yo mismo. La reunión pareció ir bien y el productor me escuchó atentamente, pero no he vuelto a saber de él. No me dio nunca el “no” oficial. Hasta un año después no me imaginé el porqué. Le había entregado un ejemplar del libro que incluía una foto mía junto a un asesino que había matado a mucha gente al que conocí a causa de mi incansable interés por la psicología anormal. Desgraciadamente, ese sujeto había matado a uno de los mejores amigos del productor. Sentí vergüenza. ¡Claro que no conseguí el empleo!

Segundo cartel de Five Minutes of Heaven


Las cosas del marujeo

Estaba en la sala de espera de la consulta del médico. Había unas ocho o nueve personas allí, en un espacio pequeño. Un silencio casi sepulcral, sólo mitigado por el sonido de la máquina de aire acondicionado. En esas circunstancias nadie se atreve a hablar porque cuanto diga será oído por cada uno de los que aguardan su turno. Yo creo que en las grandes ciudades a la gente le da un poco igual porque quizá no vuelvan a verse las caras. Pero estábamos en Zamora y allí nos conocemos todos y luego todo se sabe, etcétera. Me sonó el móvil, que había olvidado apagar, y cada cabeza se giró para mirarme. Respondí en voz baja: “Estoy en la consulta del médico. Luego te llamo”. Después puse el teléfono en la opción de silencio.
En esas estábamos, aburridos, esperando, y empezamos a hojear las revistas del marujeo que había en la mesita. Me repatean esas revistas por varias razones, pero del motivo principal hablaré en el tercer párrafo. Encontramos un reportaje sobre Aznar, que siempre se las arregla para estar en la brecha, sea en la prensa rosa o en la prensa seria o en los telediarios o en los reportajes de televisión y casi siempre acompañado de la polémica. Me pareció ver que en el titular mencionaban a Aznar como “un abuelo cañón”. El ex presidente estaba en una playa con sus nietos. En bañador. Y comparaban su estado físico en las fotos actuales con el de las fotos de otros veranos. Me hizo mucha gracia porque es cierto que Aznar se ha puesto cachas. Alguien me dijo el otro día: “El problema es que esa cara no pega con ese cuerpo”. Y entonces recordé a Ned Flanders, ya saben, el vecino repipi de Homer Simpson. Ned Flanders es un tipo religioso y conservador, muy repeinado, con gafas y un enorme mostacho. Viste siempre con jerseys de pico y con mucha corrección, la que corresponde a un tipo de derechas que acude puntualmente a misa. En un viejo episodio nos sorprendían porque Flanders se despojaba de la camisa para enseñarnos un cuerpo de atleta, con chocolatina en el abdomen y músculos por doquier. Un torso fibroso. Un cuerpo que no pegaba con esa cara. Pues con Aznar pasa igual. Y, como Ned Flanders, es una caja de sorpresas. Luego se divisaba al ex presidente en una boda, sujetando un abanico enorme y dándose aire. Su gesto y su mirada, a pesar de la musculatura o del abanico de folclórica, siguen siendo siniestros. En eso no ha cambiado.
Luego llegamos a esos reportajes en los que los famosos posan dentro de sus casas. El titular suele ser de este pelo: “Fulanita nos abre las puertas de su mansión”. Se trata de viviendas en parajes exóticos. De propiedades enormes que incluyen numerosos dormitorios, piscina, parque, gimnasio, bar, jardines, pista de tenis, salones donde caben multitudes. Pero lo peor no es eso. Lo peor no es que alguna gente viva tan bien, porque algunos quizá se lo merecen después de años de trabajo o de hacer mucho dinero en la música o en el cine. Lo peor es cuando sacan a petardos/as. A gente sin currículum. Que no ha hecho nada en la vida. Que ha tenido un golpe de suerte casándose con algún ricacho o ricacha envejecidos, o ha cobrado una herencia. En concreto, vi el reportaje de una actriz española de la que apenas recuerdo dos películas, una de ellas bastante mala, porque no cuenta con muchos más títulos en su filmografía. Esta es la diferencia entre un lector de literatura y un lector de marujeo. El primero busca historias que le demuestren que otros hombres lo pasan peor que él, que otros seres soportan mil padecimientos. El segundo busca historias de personas inalcanzables, que viven entre joyas y lujos. El primero busca realidades. El segundo busca sueños.

miércoles, agosto 26, 2009

Rostros, amores, maldiciones, de Mohamed Chukri


Hoy es un día importante para mí: acabo de conseguir un ejemplar de Tiempo de errores, el libro de Chukri que me faltaba. He revisado mis archivos y compruebo que en este blog le dediqué una reseña a El pan desnudo, pero no a Rostros, amores, maldiciones (aunque escribí sobre el mismo en un artículo). Para celebrar la compra y hasta que lea el libro, os dejo con un fragmento de Rostros…:
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Fati está a cargo de la caja del bar y es la acompañante preferida de los clientes, una astuta embaucadora cuando le conviene. Sabe lo que dice. Me contó que a sus pies se rindieron, en momentos de flaqueza y locura, muchos rufianes y necios, mártires de la nada, pobres y ricos. Ella es la puta, y se lo dicen abiertamente o a sus espaldas. Pero no le importa y se alegra, al ver a esos hijos de mala madre suspirar por ella en silencio, mientras cuentan sus hazañas mediocres y ella finge escuchar con gran interés sus palabras vacuas y absurdas. Los hace sentirse importantes. Es lo que la distingue de las demás chicas del local: su inteligencia, su juego, sus tretas de seducción. Por eso atrae la admiración de los clientes. Los enloquece y enajena. Pero ella también tiene sus momentos bajos y de impotencia, cuando tiene que aceptar su papel de sumisión, sirviendo a esos borrachos. A veces, se la ve con un rictus en los labios, tragando saliva con dificultad, ante la violencia de algún energúmeno que llega con un mal día a cuestas, y se presenta con la futura canallada bailándole en los ojos desorbitados.

John Quade (1938 – 2009)


Me entero por El País de la muerte de este actor que trabajó varias veces con Clint Eastwood. Para mí siempre será Cholla, el mítico y ridículo jefe de las Viudas Negras, la banda de moteros de Duro de pelar y La gran pelea. Mis colegas y yo siempre nos reímos mucho recordando a Cholla y su frase: ¿Por qué yo, Señor? Haces a los hombres del barro. Y a los míos los haces… ¡de la mierda!

Enemigos públicos


Me fascina Michael Mann. Es uno de los grandes directores del cine contemporáneo. Sus películas abogan por un universo de hombres duros, caracterizados siempre por alguna obsesión: el robo, la caza de criminales, la libertad a cualquier precio, la perfección en su trabajo. En Public Enemies hay que fijarse en su maestría a la hora de colocar y mover la cámara: siempre filma desde lugares insospechados, desde rincones originales, ofreciendo planos majestuosos y cargados de tensión, aunque muchas veces sólo enfoque los rostros o los cogotes. En esta película, además, la cámara suele estar muy por debajo de los torsos, en planos contrapicados que potencian la altura metafórica de esas leyendas del star system del crimen en los años 30: John Dillinger, Baby Face Nelson, Harry Pierpont, Pretty Boy Floyd, Frank Nitti... Al talento de Mann hay que sumar un extensísimo reparto, en el que destacan Jonnhy Depp, Christian Bale, Marion Cotillard y Stephen Lang. Aquí vuelve a contarnos la historia real de otras obsesiones: las de los gángsters de Chicago por robar bancos y escapar de la cárcel y las de los agentes encargados de atraparlos. Con el tiempo, Mann se convertirá en un clásico.
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Lo único que se le puede reprochar a Enemigos públicos es su incapacidad para emocionar al espectador, algo que sí conseguían Heat, Collateral o The Insider (El dilema). Quizá por apostar más por la acción que por los diálogos, quizá por recortar el papel de Cotillard en la mesa de montaje, lo cierto es que uno, aunque disfruta de cada secuencia, sólo se emociona en el último tramo. No sé si esa frialdad ha sido buscada adrede por el director. A John Dillinger lo mataron a la salida de un cine; pudo haber sido peor: pudieron haberlo matado antes de entrar. Yo creo que a él le hubiera gustado esta película.

Cartel de Law Abiding Citizen


Con Gerard Butler y Jamie Foxx. Dirige F. Gary Gray.

Portadas exquisitas


Rework, de Jason Fried y David Heinemeier Hansson. De próxima publicación en EE.UU.

Los Pelambres

Uno de los rincones por los que hacía tiempo que no pisaba es la playa de Los Pelambres de mi ciudad. El otro día fuimos por allí, a cenar al merendero del mismo nombre y a disfrutar de las vistas. Una buena hora para acercarse es entre las ocho y media y las nueve de la noche, cuando el sol se está poniendo y uno se libera un poco del calor y puede observar el río Duero en el crepúsculo. Fuimos caminando, que es la manera más adecuada de ver el agua, los patos, los chavales que empiezan el botellón, los bolardos de bronce del Vía Crucis en la Avenida del Nazareno de San Frontis y los coches que pasan con recién casados dentro. Era sábado y, por tanto, había muchas bodas y novios haciéndose fotos. Miré hacia las aguas. No sé si es una impresión mía, pero me parece que el Duero a su paso por Zamora aún está más sucio, más negro y con más mierda que nunca. Y ya es decir. Porque siempre lo he visto atorado de porquería. Pero lo de ahora es de Libro Guiness de los Récords.
Cruzamos al otro lado. Por suerte, encontramos una mesa libre desde la que poder disfrutar del río, del cielo a medida que se hacía de noche y de las Aceñas de Olivares y de la muralla y de La Catedral y de las iglesias con cigüeñas recortándose en lo alto; había tantas que nos acordamos de “Los pájaros”. Creo que nunca había cenado en Los Pelambres. Tienen, entre otros manjares no aptos para quienes siguen dietas ligeras, tortilla de patatas, pimientos, cachuelas, embutido, mollejas, callos… El pan que ponen es de verdad, no de ése que parece de plástico y que comentaba el otro día en este rincón. Pan de pueblo, con sabor y sustancia. Poco después de sentarnos y pedir encendieron las luces que alumbran las Peñas de Santa Marta, uno de mis rincones favoritos de la ciudad. La vista desde “Benidorm” es privilegiada. Algo que no se paga con dinero, como se suele decir. Agradecí, además de los paisajes, la falta de ruido alrededor. Sólo se oía el rumor de las charlas de otros comensales.
Por la mañana yo había comprado El País para leer el suplemento cultural Babelia. Los sábados también incluyen El Viajero, pero no siempre lo miro. A veces ni lo abro. Los suplementos y revistas de viaje suponen para mí un tormento, porque muestran rincones del planeta que no sé si podré visitar algún día. Aquella mañana de sábado, sin embargo, me dio por abrir El Viajero y, más o menos hacia la mitad, vi dos páginas completas de publicidad (pagada por el Ayuntamiento, supongo, aunque no figuraba) sobre la ciudad. El título: “Zamora, a los pies de su castillo”. Seis fotografías y un texto que aún no he leído entero, por pereza, porque es extenso. Viene alguna imagen del Museo de Baltasar Lobo, en el que al final no entré, y a cuya ubicación Tomás Sánchez Santiago, con su lucidez y talento habituales, dio un buen palo en “Vuela el bronce”, su artículo del viernes pasado en este periódico. Lo que más me gustó es la predicción de un merchandising que podría ensuciar el nombre del escultor con pins y pisapapeles. Tomás siempre nos ofrece una perspectiva crítica y con ciertos apuntes irónicos que cabrea a los maulas. A propósito de mi ciudad, he encontrado otro blog que hace referencia a varios desmanes municipales: “Zamora en verde”. Pueden verse muchas fotografías que demuestran cómo es mi lugar de origen, o sea, pleno de aciertos y de chapuzas. Aciertos como El Castillo, la iluminación de la muralla o las Aceñas. Chapuzas como la falta de puentes nuevos, algunas plazas de trazado ridículo o poco funcional y lo de Lobo. Por citar varios ejemplos.

martes, agosto 25, 2009

The Hangover


Admito que The Hangover (conocida en España por el infame título de Resacón en Las Vegas) presenta situaciones exageradas y a veces poco creíbles, y que parece dirigida por un chiflado (y Todd Philips lo está: dirigió las alocadas Road Trip y Starsky & Hutch), pero es muy entretenida y sus creadores la han construido como si fuera una especie de novela de detectives. Los tres protagonistas se despiertan a la mañana siguiente de una despedida de soltero sin saber qué hicieron la noche anterior y sin saber dónde está el novio, que va a casarse en unas horas. Y poco a poco, hablando con testigos, siguiendo los rastros y las pistas, tirando del hilo, van reconstruyendo el puzzle de su desmadre. Me he despertado a menudo, tras una borrachera, sin saber qué hice en las horas previas ni cómo he llegado a casa; así que comprendo muy bien a los protagonistas. Todd Philips incluye algunos guiños paródicos a películas rodadas en la misma ciudad: Casino, Rain Man, Very Bad Things o Leaving Las Vegas. E incluye algo que para mí es lo más divertido del filme: durante los créditos finales podemos ver las fotos que muestran la brutal parranda que los cuatro colegas se montan en esas horas que no recuerdan. Ah, y vayan memorizando el nombre de este actor: Zach Galifianakis.

Tercer cartel de New York, I Love You


Teaser de Inception


La nueva película de Christopher Nolan. Hay muchas ganas de verla. Aquí.

Un poema en La Fanzine


Normalmente, cuando me citan en otros blogs, suelo dar las gracias por mail a quienes lo hacen. Salvo si me ponen a parir; aunque, si dan la cara, si el bloguer no se oculta bajo el anonimato, lo respeto, porque dar la cara, tener valor, no esconderse, es lo que de verdad importa. Estuve fuera unos 10 días y se me acumulan los agradecimientos, así que esta vez (y sin que sirva de precedente) voy a dar las gracias aquí a quienes me han citado o han colgado un poema o comentado algún artículo en los últimos días: La Fanzine (que llevan Patricia Maestro y Adriana Bañares), David González, Adriana Bañares again, Vicente Muñoz Álvarez, mi próximo editor Tito Expósito, Gsús Bonilla, Batania, Joaquín Piqueras, Ángel Rodríguez, Luis López, Manolo D. Abad, Argénida Romero, Hank Over (Vicente y Patxi) y, por supuesto, a Pepe Pereza, que tiene siempre en su blog la portada de mi poemario conjunto con Javier Das. Gracias a todos. Y perdón si se me pasa alguien.

Cartel de Tenderness


Lago

Viernes por la mañana. Últimas horas en Sanabria. Busco mi recodo favorito del Lago. La suerte es propicia: no hay nadie. Ni una sola persona. Ni gañanes dando la lata ni muchachos haciendo la cabra ni familias ensuciando el paraje con desperdicios. Ni cotillas ni mirones. Es lo que estaba esperando. Y se cumple. Alcanzo cierta paz. No corre el viento. Me meto en el agua. He olvidado en Madrid las sandalias cangrejeras, que tanto servicio me hicieron el año pasado. Al meter los pies en el Lago y caminar sobre rocas y piedrecitas, me hago daño. Avanzo con ese ritmo tembloroso y eléctrico que caracteriza a Chiquito de la Calzada. El agua ya no está helada como cuando era un chaval y me llevaban a acampar al camping del Folgoso. Pero sigue estando fría.
En seguida regreso a la toalla. Sigo con el libro de ensayos de David Foster Wallace, que voy paladeando despacio. Leer textos de DFW, que contienen párrafos larguísimos y digresiones y apostillas y notas al pie y notas dentro de esas notas, se lleva mejor en un entorno así. Quizá hace años hubiera cogido una novela de terror o de aventuras para leer en la orilla. Ahora no es así. Las lecturas más difíciles hay que dejarlas para los lugares con poco ruido, tranquilos y pacíficos. Es algo que acabas aprendiendo. La lectura de DFW es fluida aunque no lo parezca. Uno de los ensayos versa sobre el humor de Franz Kafka, del que casualmente he metido un libro en la maleta. En Sanabria leo a Kafka y a Foster Wallace. Me tumbo en la toalla. De vez en cuando levanto la cabeza y miro el entorno. Hay tanta calma que una rana enorme, a sólo un metro o metro y medio, se dedica durante media mañana a hacer maniobras para almorzar. El único ruido que hago es el de pasar páginas y eso no es bastante para asustarla. Alterno la lectura con vistazos al anfibio y su método de caza. En poco rato se zampa tres o cuatro insectos, de esos que caminan sobre el agua (no sé si se llaman arañas acuáticas). Espero que nadie me escriba, después de leer este artículo, para proponerme: “Yo te puedo llevar a sitios donde puedes observar a las ranas”. No es que me interesen tanto. El anfibio aparece y me dedico a contemplar su caza y ahí acaba la historia. Como digo, a ratos vuelvo al libro. Cuando el año pasado, en septiembre, DFW se suicidó, no sabíamos (o al menos yo lo ignoraba, y creo que ese desconocimiento fue general) de sus otros intentos de suicidio. Le escribió a su mujer, antes de ahorcarse, una carta de dos folios. Probablemente nunca la conozcamos, nunca se haga pública, y probablemente sea una obra maestra de la literatura. Basta comprobar su capacidad de análisis de la sociedad, sus observaciones siempre puntillosas y con toques de humor, su manera de meter el bisturí en cada situación, persona o cosa que estudia y convierte en literatura, para sospechar que será una joya. Una joya triste, amarga.
A propósito de esta zona, en un reportaje del diario El País del dos de agosto de este año situaban a Puebla de Sanabria en León. No me lo invento. Mencionaban a una mujer que había estado tres años “como guardia rural en Puebla de Sanabria (León)” (sic) y eso me lleva a preguntarme qué estaban haciendo quienes deberían cotejar los datos y comprobar la veracidad de los mismos. Por si alguien no lo sabía, Sanabria está en la provincia de Zamora. Sigo con la lectura. Entre ranas, libros, insectos, piedras y agua, recuerdo que la noche anterior he bebido sidra sanabresa. Nunca antes la había probado y me gustó. Pese a ser yo mismo quien la escanció en el vaso. Aún así, creo que no lo hice mal del todo. (Dos días después de mi regreso, la Sierra de la Culebra ardió; y lo lamento de veras).

lunes, agosto 24, 2009

Cartel de Sin Título


Cortometraje de Mario Crespo. Más datos: aquí.

Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas, de Andrés Braithwaite (Selección y edición)


-¿Padeces de vacío postparto literario?
-No, para nada. Lo que detesto es el postparto comercial, ya que me obligan a hablar de una novela que hace tiempo escribí y a la que ya he olvidado. Y encima me obligan a defenderla. Si ganara cuatrocientos millones en la lotería se enterarían. Se acabaría la escritura. Sólo escribiría poesía, cuatro o cinco poemas perfectos, eso sí. Vivir es un milagro irrepetible y en cambio escribir es algo bastante jodido. Si un escritor escribe prosa, que es lo más aburrido de la escritura, es por dinero. Además, lo más maravilloso de la literatura es ser lector.
-¿Piensas en el lector mientras escribes?
-No, a veces pienso en algunos lectores determinados, generalmente amigos, aunque no van a leer lo que escribo hasta que aparezca publicado. Mis manuscritos sólo los lee mi mujer, porque ella me lo pide, y mi editor.
-¿Te molesta compaginar el oficio de escritor con otras actividades paralelas?
-Mucho. La respuesta literal tendría que ser ésta: “Sí, mucho. Es un coñazo”.

Primer trailer de Avatar


Trailer de la nueva película de James Cameron: aquí y aquí.

Cartel japonés de Shutter Island


Una breve ruta

El par de días que estuve en Sanabria, si bien dormí de lujo y sin sobresaltos como he contado, no tuve demasiada suerte. Para empezar, llevé un módem usb de Movistar para conectarme a internet y ver el correo electrónico y enviar los artículos y obtuve cobertura durante sólo diez o quince minutos. Los demás intentos fueron vanos y una pérdida de tiempo, y aún no sé por qué me dio tantos problemas. La primera mañana, el Lago estaba en calma y no había brisa ni viento. No vi bañistas alrededor, lo cual para mí es síntoma del baño ideal. Cinco minutos (o quizá menos) después de plantar la toalla en una roca empezó a hacer frío. Viento y agua revuelta. Demasiado aire fresco para estar en bañador. Ni siquiera fue posible leer. Yo estaba tratando de leer “Gran Hijo Rojo”, un reportaje que publicó David Foster Wallace en la revista Premiere y que aparece incluido en el libro “Hablemos de langostas”. Me estaba divirtiendo mucho con las anécdotas y observaciones de DFW, pues dicho texto analiza el cine pornográfico norteamericano desde la perspectiva de una entrega de premios de esa industria y el autor no deja títere con cabeza porque todo es demasiado kitsch y hortera para el sentido común. Pero tuve que abandonar la lectura y decidimos dar una vuelta en coche por Sanabria.
Fuimos a ver la ermita de Nuestra Señora de La Alcobilla. Por fuera, porque estaba cerrada. No había nadie por allí y pude disfrutar unos minutos de la serenidad y el silencio de la zona. Lo más interesante de ese entorno son los enormes castaños que rodean la iglesia. Cuando digo “enormes” debería decir “descomunales”. Se trata de castaños centenarios. Parecen gigantes encargados de custodiar la ermita. Algunos de ellos están huecos por dentro y en su interior podría caber una persona. Me recordaron a Lewis Carroll y “Alicia en el País de las Maravillas”, y a esos agujeros de árbol por donde Alicia entra a otro mundo en el que las reglas cambian. Pensé, también, en Tim Burton. Estos castaños le encantarían, con esos troncos retorcidos y voluminosos y esas ramas que parecen los brazos de Polifemo. Pasamos con el coche por otros pueblos: San Justo (que precede a La Alcobilla), Coso, San Ciprián, Cerdillo, Trefacio. Me gustó mucho Coso, aunque no paramos el vehículo. Las calles son tan estrechas que no sabíamos dónde dejar el coche. Todos estos pueblos de callejuelas angostas, de casas viejísimas hechas de piedra y tejados de pizarra son alimento para la vista. Al pasar por cada aldea siempre se divisaba a alguna de esas ancianas ataviadas de negro y tan viejas como el siglo, esas mujeres fuertes a las que sólo podrá vencer el tiempo porque ya lo intentaron el hambre, la guerra y la enfermedad, sin conseguirlo.
Por la tarde, un poco antes de anochecer, fuimos hasta Ribadelago Viejo, que yo llevaba muchos años sin visitar. Queríamos ver el homenaje a las 144 personas que perecieron en la inundación del 59. La escultura de una mujer rural y protectora con su hijo en brazos las recuerda, y también los nombres y apellidos de quienes se ahogaron aquella noche de enero de hace cincuenta años, inscritos debajo de la escultura de Ricardo Flecha. Caminamos un poco por el pueblo y vi merodear a los gatos. Mirando hacia el cañón del Tera, intenté imaginar lo que significa oír el rugido de las aguas de la presa rota. Escucharlas en la noche, destrozando a su paso casas, árboles, personas y animales. Escuchar el sonido de la muerte, una muerte terrible, que ahoga en sus brazos a un pueblo y se lleva para siempre a tantas familias. Es demasiado espantoso y muy difícil de imaginar.

domingo, agosto 23, 2009

Chacun Son Cinema (A cada uno su cine)


La película compuesta de 33 cortos dirigidos por 35 cineastas de todo el mundo. Más datos: en el artículo de hoy.

35 directores

Una noche de la semana anterior en Sanabria, después de cenar, estuve mirando a ver qué ponían en televisión. Nada bueno. La cosa empeora al ser verano: demasiadas reposiciones y programas insoportables. Recordé entonces el ordenador portátil y el disco duro externo que llevo en los viajes. En ese disco tengo guardadas algunas películas para casos como éste. Suelen ser filmes de esos que ya no pasan en la tele y que, para colmo, aún no han salido en dvd. Y también tres o cuatro de esos títulos que no se estrenan en España en salas comerciales. Son como películas con cierta aura de malditismo. La única manera de conseguirlas es tirar de la mula. Miré en mi repertorio de archivos, buscando alguna rareza que aún no hubiera visto. Y la encontré.
“Chacun Son Cinema” es una suma de cortos o una película hecha de capítulos individuales de tema común, como prefieran. El proyecto nació para conmemorar el sesenta aniversario del Festival Internacional de Cine de Cannes, sin duda el mejor festival del Séptimo Arte del mundo. Y está dedicado a la memoria de Federico Fellini. “Chacun Son Cinema”, aunque no se haya estrenado aquí o yo no tenga conocimiento de ello, se conoce en castellano por “A cada uno su cine”. La película lleva incorporado un subtítulo kilométrico que traduzco como: “O esa pequeña sensación en el cuerpo cuando las luces se apagan y la película comienza”. 35 directores de diversos países dirigieron 33 cortos de homenaje al cine, en general, y a Cannes, en particular. Y los 33 cortometrajes (hay dos parejas de hermanos que dirigen a la vez), cada uno de ellos en torno a los tres o cuatro o cinco minutos de duración, conforman la película. Cito algunos: Wim Wenders, Bille August, Ken Loach, Alejandro González Iñárritu, Roman Polanski, David Cronenberg, Walter Salles, Theo Angelopoulos, Gus Van Sant, Wong Kar Wai. Las piezas de estos autores forman un mosaico de homenaje que me hizo disfrutar muchísimo la otra noche.
En esta clase de proyectos suele haber de todo. Desde piezas sublimes hasta historias banales. Ni siquiera los más grandes están siempre a la altura. Es el caso de, por ejemplo, Jane Campion y Michael Cimino. Me decepcionaron sus cortos. No me dijeron mucho y no encontré un homenaje redondo. Para mí, los mejores cortos de “Chacun Son Cinema” son los intimistas. Aquellos que, sin grandes alardes ni efectos y sin marear al personal, inscriben en imágenes su historia de amor con el cine. Es el caso de “Diario de un espectador”, en el que Nanni Moretti habla, sentado aquí o allá, de películas que ha visto solo o con sus hijos, asociadas siempre a anécdotas. O el de Claude Lelouch: la historia de una familia a través de las veces más memorables en que han ido al cine. Esto es: cuando los padres del director se conocen; cuando la mujer está embarazada; cuando llevan al muchacho a ver una película, etcétera. Iñárritu cuenta en un solo plano la anécdota de una chica que sufre en el cine. Vemos su rostro mientras llora ante la pantalla. A la mayoría de los directores de este proyecto se les notan las señas de identidad. Los créditos aparecen tras cada corto y muchas veces adiviné quién estaba detrás de la cámara. Cualquier cinéfilo reconocerá los mundos personales de Aki Kaurismaki, Zhang Yimou, Ken Loach o Lars Von Trier. Uno de mis favoritos es el de Takeshi Kitano, en el que el único espectador de un cine ruinoso flipa cada vez que la proyección se corta. O el de Andrei Konchalovsky, que muestra una sala antigua en la que la taquillera ve una y otra vez “8 y medio”, de Fellini, mientras al fondo una pareja se da un escandaloso revolcón. Obligatoria para cinéfilos.

sábado, agosto 22, 2009

Lo nuevo de Michael Haneke: The White Ribbon

De momento, aquí tenemos el cartel. Su estreno se está retrasando bastante.

Mercado en Orense

A principios de esta semana fui a pasar unos días a Sanabria. Estaba a punto de anochecer al entrar en El Puente y nos quedamos allí a tomar algo. Sentado en una terraza, bebiendo una tónica, al fresco, pude recuperarme por fin de los calores brutales que he sufrido durante el mes de julio y la mitad de agosto en Madrid y Zamora. Los primeros días en mi ciudad dormí bien. Una de las noches, en cambio, me desperté ardiendo de calor. Lo contrario sucede en Sanabria. El martes, mientras nos envolvía la noche, empezó a refrescar. Cenamos unas raciones y, una hora y media después y sentados en otra terraza, lamenté haber dejado la chaqueta dentro del equipaje. A la mañana siguiente desperté tras dormir casi ocho horas de un tirón, sin sobresaltos nocturnos ni el bochorno propio de las ciudades. Necesitaba ya una noche así: aire fresco y ausencia de sonidos en la calle. Orense dista una hora y media, más o menos, en coche, de El Puente. Aquella mañana fuimos a dar una vuelta por allí y a comer, dado que yo nunca había puesto un pie en esa ciudad o, si lo había hecho, no lo recuerdo. Tal vez fuera de niño, pero esos viajes apenas cuentan.
En Orense me dio tiempo a caminar por la parte antigua de la ciudad. Por su casco viejo, que goza de una próspera vida comercial, como me explicaron a medida que paseábamos por sus calles, repletas de tabernas donde sirven ribeiro y albariño y pulpo a la gallega. Esa clase de bares y tascas con solera, junto a las que vi pubs de copas para la gente joven. Mientras me asaba de calor, vi restaurantes, tiendas y cafeterías, además de los bares mencionados. No muy lejos de la Plaza Mayor están las fuentes de As Burgas. Los turistas merodeaban por allí haciéndose fotos y leyendo el cartel con la composición química del agua, que proviene de las termas de los romanos. Unas cuantas mujeres metían las manos y se las lavaban y se mojaban repetidas veces la cara, el cuello y los brazos. Un par de ellas se despojaron de las sandalias y se lavaron los pies. Yo metí un dedo en uno de los chorros de una de esas fuentes. Quemaba. Alguien rellenó una garrafa. Supongo que, tras unas horas en el frigorífico, el agua será muy beneficiosa para la salud y para combatir la sed. Había una pequeña piscina, pero unas vallas impedían el acceso al público. La estaban restaurando. Observé los jardines, bien cuidados, y la Virgen del Carmen metida en un recodo de la pared, y pensé que, a ciertas horas (cuando disminuyera el tráfago de curiosos y viajeros), podría ser un lugar adecuado para la reflexión.
A unos metros de esta zona se encuentra el Mercado de Abastos. Durante el ascenso por las escaleras uno comprueba que es un sitio muy literario. Porque al mercado lo rodean numerosas casetas pequeñas donde los comerciantes venden ramos de flores, plantas, frutas, verduras, pescados, carnes y embutidos, quesos, churros, pan y pasteles. Vi algunos ejemplares de pan redondo, o “de pueblo”, de esos con miga densa y corteza crujiente, que nada tienen que ver con lo que venden en muchas panaderías ahora. Los panes que uno encuentra por ahí parecen estar hechos de aire. En Sanabria compré un pan de los auténticos, que por sí solo podría alimentar a dos familias numerosas. Esas casetas del mercado de Orense, abigarradas y sencillas y funcionales, sugieren varias historias. Allí podrían ambientarse cuentos sobre vendedoras pobres o sobre hombres que se enamoran de la frutera de al lado. Me pregunto si han rodado alguna película en el exterior del Mercado de Abastos. Tendré que mirarlo. Tras una caña y una comida sabrosísima, regresamos a Sanabria.

viernes, agosto 21, 2009

Cartel de Up in the Air


Protagoniza George Clooney. Dirige Jason Reitman. Son dos garantías.

Para navegantes

Esta semana he estado en Zamora, Orense y Sanabria y algunos pueblos de la provincia, y he tenido que hacer milagros para conectarme. Hoy tuve problemas de conexión y no pude actualizar el blog y ni siquiera pude mandar el artículo dentro del plazo fijado cada día. Esta vez lo envié tarde, pero al menos lo conseguí, casi al borde del infarto. Se me acumulan correos sin responder, agradecimientos por las menciones y bitácoras que no he podido leer. Me pondré al día el próximo lunes. Buen verano para todos (lo que queda de él).

Barato, barato

En el Bayadoliz de Balborraz, garito al que he acudido con frecuencia en los últimos días, el botellín de Heineken te sale a un euro. Para quienes vivimos fuera, ese precio es un lujo. No te digo lo que cuesta una Heineken en Madrid. Me dio por observar la lista de precios de las botellas de cerveza y estaban por el estilo: un euro, dos euros y por ahí, siendo la más cara la Judas, una cerveza riquísima. No obstante, estaba por los tres euros o los tres euros con cincuenta céntimos, si mal no recuerdo. Allí, en ese bar, vi un cartel que no había visto antes y que me llamó la atención. Es una parodia de las advertencias que vienen ahora en los paquetes de tabaco (“Fumar puede matar”, etcétera), y pone: “Zamora provoca adicción”. Me gustó. Me parece un lema adecuado para promocionar la ciudad. Y lo bueno del lema es que no explica por qué, no da razones y así el turista tiene que encargarse de averiguarlo. Bajo esa frase se encierran una propuesta y una incógnita.
Desde luego, esa adicción no obedece sólo a cuestiones de precios. Pero hoy estamos hablando de precios. En estos tiempos es inevitable. En la actualidad, incluso la gente que va mejor vestida que tú te para por la calle para pedirte un euro. Ni siquiera te piden ya diez o veinte céntimos, no. La gente va a lo grande: un euro, por la patilla. Tal vez porque hemos olvidado su equivalente en pesetas. En mi ciudad no pasa tan a menudo, pero en Madrid es difícil dar un paso sin que te asalten para pedirte dinero, fuego, dinero, tabaco, dinero. Hace unos días estuvo por Zamora una de mis primas, que vive en Italia, y se trajo a su novio, un buen tipo que es italiano, que tiene un gran corazón y que siempre me proporciona ratos de humor y conversaciones agradables. Este italiano suele venir aquí dos o tres veces al año y no suele perderse la fiesta de Nochevieja. La otra noche nos dijo que iba a intentar convencer a algunos de sus colegas italianos para que se vinieran a pasar la Nochevieja a Zamora. Porque, entre otros motivos, sabía que iban a alucinar cuando supieran que una copa, en algunos bares, te sale a cuatro euros o a cuatro con cincuenta. A mediados de agosto estuvimos en una terraza de Madrid tomando unas claras con limón junto a unos colegas, y al final nos cobraron cuarenta y tantos euros. Nos dieron ganas de preguntarle al camarero: “Oiga, ¿qué hemos roto?”, pero la culpa es nuestra por olvidar que allí te clavan en muchos sitios.
En ocasiones, cuando vamos a tapear por mi ciudad o cuando cenamos en los bares, todo lo paga una sola persona. “¿Cuándo te debemos?”, suele preguntarle alguien. Y la respuesta invariable es: “Nada, hombre. Con estos precios os invito yo a todos. Esto es baratísimo”. Esto me empuja a recordar las bodegas de El Perdigón. Llevo bastantes años sin ir y tendré que remediarlo una noche de estas. Allí te dabas un atracón de carne, ensalada y chorizo por cuatro perras. Ignoro los precios actuales de las bodegas del pueblo, pero ya digo que hace tiempo que no voy. Para los próximos meses tengo previsto hacer dos o tres viajes al extranjero y sé que me van a clavar cada vez que pida un café o una cerveza. Y ya no te cuento si me da por pedir una copa. Recuerdo las copas de Londres y de Estrasburgo. Te sirven lo que llaman “el trago”, que es alcohol servido en un vaso de dimensiones ridículas porque el que te soplan una pasta gansa. Son copas como para pitufos. Y en realidad lo que estás pagando es el hielo y el refresco, porque licor apenas te echan.

jueves, agosto 20, 2009

Primera foto oficial de Avatar


El escritor inconcluso


Un perfil de D.T.Max (traducción de Diego Salazar) en la revista Etiqueta Negra n.º 173. Aquí.

El rechazo

Un amigo me pasó hace meses su primera novela. Inédita, todavía. Luego la envió a una editorial y se puso a esperar el veredicto, que es algo que requiere armarse de una dosis de paciencia infinita. Uno puede pasarse incluso más de medio año esperando la sentencia de los lectores que tienen contratados en las editoriales. Es posible que luego, tras ese tiempo comiéndose las uñas mientras aguarda, los editores le manden una carta de rechazo, una carta tipo en la que suelen asegurar que ese repudio no obedece a falta de talento o de comercialidad, sino a que los planes de la editorial están completos, o que no se ajusta a sus requerimientos porque no publican manuscritos de tal o cual género. Meses después, mi colega recibió su primera carta de rechazo y me escribió para contármelo y me pareció entender que iba a dejar la novela abandonada en el cajón, que ya no quería intentarlo más. Rápidamente le escribí un correo para aconsejarle que no lo hiciera, que no se desanimara, que a veces los libros tardan décadas en editarse. Todo el mundo tiene cartas de rechazo editorial. Desde quienes nunca llegaron a publicar en vida hasta quienes unos años después fueron reconocidos como genios.
Unos días después, leyendo “El viento ligero en Parma”, un libro de ensayos y artículos de Enrique Vila-Matas, encontré un texto titulado “Ay, mi estimado señor”, que habla precisamente de eso, del rechazo editorial. El título del artículo alude, según explica Vila-Matas, a una carta que recibió Oscar Wilde cuando se negaron a publicar “El abanico de Lady Windermere”. El editor decía: “Mi estimado señor, he leído su manuscrito. Ay, mi estimado señor”. Creo que cualquiera que se dedique a escribir, sobre todo si es novel o principiante, debería leer este artículo de Enrique Vila-Matas porque confiere seguridad, proporciona consuelo y da algunos ejemplos de célebres negativas editoriales. En el texto encontramos frases como ésta: “El rechazo es una amarga realidad de la profesión de escritor”. O ésta otra: “Cada día hay cientos de personas deprimidas porque les han devuelto un manuscrito”. O las siguientes: “Muchos escritores inéditos porque han visto rechazados sus manuscritos creen que los que publican libros viven felices lejos del rechazo. Y sin embargo no es así ni muchísimo menos, no hay un solo escritor reconocido que no sea cosido a rechazos a lo largo de toda su carrera”.
A propósito de esto, me traje de Madrid, impreso en varios folios, un extenso y estupendo reportaje sobre David Foster Wallace, de quien en septiembre se cumple un año de su suicidio. Dicho reportaje salió publicado en la revista “Etiqueta Negra”, y en el blog de “El boomeran(g)” se puede descargar una copia del mismo en pdf. Dado que son demasiadas páginas, preferí imprimirlo y leer uno o dos folios de vez en cuando. Pues bien, en ese texto, titulado “El escritor inconcluso”, escrito por D.T. Max y traducido a nuestro idioma por Diego Salazar, se cuentan algunos de los rechazos y fracasos de Foster Wallace. Dichas negativas no ayudaron mucho, que digamos, a un hombre joven al que la depresión solía acorralar. Pero ahí no acabó todo, pues cuando logró publicar sus dos primeros libros, algunos críticos los despacharon con críticas negativas. A eso hay que sumar el afán de superación que tuvo siempre DFW, quien pensó que no estaba alcanzando los objetivos propuestos. Estos dos artículos, el de Max y el de Vila-Matas, animan y por eso me parecen importantes, entre otros motivos. Del rechazo se aprende. Te obliga a ser más fuerte. Te enseña a resistir.

miércoles, agosto 19, 2009

Otro cartel de New York, I Love You


Las piedras y los paisajes

Las piedras cuentan historias. Ojalá yo supiera leer cuanto dicen. Dos o tres personas me habían aconsejado que, si iba a ver El Castillo de Zamora, lo hiciera antes de las ocho o las nueve de la noche. Porque, a partir de entonces, la afluencia de gente es tan grande que la visita llega a hacerse incómoda, como siempre que la muchedumbre toma las calles o los museos. Y eso es lo que hice: seguir el consejo al pie de la letra. Fui a las siete de la tarde. A esa hora aún prevalece un calor insoportable, pero hay que pagar ese pequeño precio si uno no quiere agobiarse. Admito que me ha fascinado la obra de restauración: tanto los jardines como El Castillo lucen ahora en todo su esplendor, y me han venido numerosos recuerdos mientras visitaba la parte de fuera. Como digo: ojalá yo supiera leer la historia que se oculta tras cada huella de cada piedra. Le gustaría a uno tener esa facultad que poseen algunos personajes del cine y la literatura fantástica, que cuando tocan a otras personas les transmiten una visión instantánea y siempre dolorosa del pasado o del futuro. Le gustaría a uno posar la mano sobre una piedra de la muralla y que le transmitiera una lluvia de secuencias de otros tiempos. La piedra nos da serenidad, nos reconforta y es un enigma.
Los columnistas de este periódico han escrito ya de la restauración del Castillo, y lo han hecho bien y han hablado de presupuestos, de historia, de política, y yo llego tarde y me encuentro con que no tengo nada que aportar porque los demás lo han contado todo. De modo que me quedan mis impresiones: la sacudida de recuerdos, la oleada de placer estético y el sabor de lo bien hecho mientras recorría el interior de esta fortaleza. Si tuviera que elegir, me quedaría con dos vistas extraordinarias: la de los muros del Castillo desde los jardines y la de la ciudad desde la torre más alta del Castillo. Pero especialmente me sedujo la segunda porque ahora, desde allá arriba, se obtiene una visión casi completa de Zamora. Un panorama fascinante para quien se ha criado aquí. Un tramo del río. El Campo de la Verdad. Los jardines y las murallas. La Iglesia de San Isidoro, donde se divisan las cigüeñas en su nido, esas vigilantes del cielo. La Catedral y el cimborrio. El bosque de Valorio, que tanto necesita que lo acondicionen y lo cuiden. El edificio siniestro de los Ministerios, que ahora no recuerdo si lo llamaban “el ataúd” o “el féretro” o “la tumba”. Los tejados. Los paisajes. Las nubes y el sol. Supone una alegría y un orgullo asomarse al foso, otrora un pozo repleto de basuras y detritus. Antaño no parecía un foso, sino uno de esos vertederos donde lo mismo echan envases y objetos viejos que animales muertos. Tienen en el foso, por cierto, una pequeña jaula. Pero la vista no alcanza a ver qué hay en su interior, y de momento permanece como un misterio para algunos de nosotros. Las esculturas de Baltasar Lobo, junto a la piedra restaurada, logran que se potencie la magnificencia de los muros y, a su vez, las piedras ennoblecen las obras.
A la entrada del Castillo un guardia nos prohibió acceder con latas, porque íbamos bebiendo Coca-Cola para no deshidratarnos. Lo imaginaba y lo comprendí. Porque la gente ensucia mucho y nunca se sabe quién puede tirar la lata al suelo o quién la guardará para arrojarla a una papelera del exterior. Luego, paseando por el interior, me enfurecí: encontré en el suelo del Castillo un envase, una bolsa de comestibles y un par de colillas. Siempre habrá guarros, por desgracia es inevitable. Volveré a disfrutar del Castillo en otoño y de noche, porque me ofrecerá una visión distinta. Lo haré aunque tenga que pagar entrada; no me quedará otro remedio.

martes, agosto 18, 2009

El viento ligero en Parma, de Enrique Vila-Matas


He hablado antes del dolor de cabeza de ayer, ese dolor que no me impedía pensar. Pero no he dicho que me impedía escribir, que es algo, para mí, siempre dramático. Detesto mis resacas, a las que llamo paréntesis. Lo bueno de las resacas reside en el momento en que estás desaparecen y uno -como yo esta mañana cuando he comenzado a redactar esta conferencia- vive la impagable sensación de volver a nacer. Esa sensación de bienestar sólo puedo tenerla habiéndome encontrado previamente mal. Y para encontrarme mal tengo que beber y sufrir después la resaca. Es un círculo cerrado. Mi caso, en resumidas cuentas, es éste: sin paréntesis, no hay escritura.

Sin rumbo definido

Son las nueve menos cuarto de la mañana de un lunes y yo camino por las calles de Zamora. Me acabo de levantar. A esa hora sólo están abiertas las cafeterías. Y algún establecimiento de dueño madrugador. Da gusto pasear a esa hora porque es el único momento del día en que no hace tanto calor. Corre una brisa fresca mientras atravieso la Plaza de Alemania, cruce de caminos por donde siempre hay algo de viento. Unas pocas personas van al trabajo, aunque se nota que media ciudad está de vacaciones. Pasear así, con esta libertad, quizá con las manos en los bolsillos, solitario y pensativo, es una actividad por la que en otros países puede detenerte la policía. Le ha pasado a Bob Dylan. Lo he leído en el periódico. Estaba en un pueblo de Nueva Jersey, esa ciudad tan bien retratada en “Los Soprano” y de la que suelen decir en las películas que es algo parecido al infierno. Dylan iba andando por ahí, según describe la prensa: “(…) se encontraba dando un paseo solitario bajo la lluvia por las calles de la localidad costera de Long Branch cuando la policía le detuvo”. Lo cual suena a poesía, y me refiero a ambas: la frase del reportero y el acto de un Dylan sin acompañantes que camina bajo el aguacero en un sitio donde nadie más lo hace o no lo hace en soledad. El cargo del agente para arrestarlo es que paseaba sin rumbo. Los vecinos vieron a un viejo sin afeitar y llamaron a la poli. Era Dylan. Creyeron que era un vagabundo. Esa noticia es breve, pero es un poema, contiene el recorte de las libertades y contiene una anécdota sobre uno de los mejores músicos de la historia. En Europa, Bob Dylan es eterno candidato al Premio Nobel. En USA lo detienen “por pasear sin rumbo definido”.
Cuando llego a la Plaza Mayor son las nueve menos cinco y las calles también están aquí mojadas, como en esa historia de Long Branch. No ha llovido. Es sólo el camión que riega las aceras y el asfalto y los refresca. Me fijo en que no está la calesa con caballos que suelen tener a disposición de los turistas junto a la sucursal de Caja Duero. No me parece mala idea, pero tiene un inconveniente: que apesta a orín y a bostas. Los excrementos quedan recogidos en una especie de bolsas que tienen los animales atados junto al culo, como si fueran pañales. Al pasar cerca de Los Herreros me acuerdo del fin de semana, cuando recorrimos la calle entera y me fijé en la gente. Me sentí como si fuera el abuelo de los chavales que frecuentaban los bares. Había demasiadas tribus urbanas y muchos tipos que ni siquiera se han afeitado por primera vez. De la mitad de la calle para abajo parecía aquello la salida del instituto.
Me acordé también de lo poco que he parado en casa el fin de semana. Y, aún así, no sé cómo, he conseguido leerme un libro. Bien es cierto que no era muy extenso: en torno a las doscientas páginas. Hablando de libros, el domingo encontré una entrevista con Leonard Cohen en un magazine y anunciaban la publicación de un volumen titulado “Palabras, poemas y recuerdos de Leonard Cohen”, de cuya edición se ha hecho cargo Alberto Manzano. Tras mi caminata, busco el libro por internet pero no encuentro rastro. Lo publicará Alfabia, editorial que ha traducido hace poco tres fabulosos cuentos de Junot Díaz en un formato similar al del cuaderno moleskine. A mí me interesa mucho Leonard Cohen y por eso tengo ya la entrada para su concierto de septiembre en Madrid. Con setenta y tantos años sigue fascinando al público: lo ha hecho en ciudades como Vigo y León. El primero disco que escuché de él fue “I’m Your Man”. Y todavía es mi favorito de los suyos. Cohen también es viejo, igual que Dylan. Esperemos que no lo arresten por pasear.

lunes, agosto 17, 2009

The Wire


Escuchas telefónicas

Hay un diálogo en la magistral serie norteamericana “The Wire” que resume su esencia. Dos policías de la secreta están sentados en un coche, vigilando a los camellos de Baltimore. Dos bandas rivales empiezan una pelea. Los amos de la zona salen con bates de béisbol y golpean a los intrusos. Carver, el policía negro, pregunta a Herc, el policía blanco: “¿Sabes por qué nunca ganaremos esta guerra?”, y Herc dice: “¿Por qué?”, y Carver responde: “Cuando ellos lo hacen mal, les dan una paliza. Cuando nosotros lo hacemos mal, nos dan pensiones”. Este diálogo, como digo, resume el espíritu de una serie de la que acabo de ver la primera temporada, semanas después de recomendármela unas cuantas personas con buen criterio. Y lo resume porque “The Wire”, que significa literalmente “El cable” o “El alambre” y es el término que utilizan para las escuchas telefónicas, analiza lo arduo que es el trabajo policial. Cuando se acercan a la corrupción política, los superiores tratan de apartar a sus chicos del caso. En la primera temporada hay un episodio escrito por el novelista George Pelecanos. En posteriores temporadas hay capítulos escritos por gente competente en la novela policíaca como Dennis Lehane o Richard Price. El creador es David Simon, un tipo que trabajó durante años como periodista y se pateó las calles. Como pregonaban en un reciente reportaje de El País Semanal, una de las claves de Simon es el realismo. Mucho de lo que cuenta lo ha vivido o se lo han contado polis y camellos.
“The Wire” comienza con la obsesión malsana del detective Jim McNulty (Dominic West) por atrapar al capo Avon Barksdale (Wood Harris) y a Stringer Bell (Idris Elba), su mano derecha y el cerebro de varias operaciones que incluyen tráfico de droga, blanqueo de dinero, asesinatos y tapaderas de un montón de negocios. McNulty está tan volcado en su trabajo y en su búsqueda que llega a tomar decisiones inmorales, como la de pedir a sus hijos, dos críos, que sigan por un mercado a uno de los traficantes. Del detective protagonista dice un personaje: “Ese tipo lleva metido el trabajo en el estómago como un cáncer”. La serie nos muestra el día a día de un equipo de agentes secretos. Cómo tratan de lograr permisos para poner escuchas en los teléfonos públicos. Cómo vigilan a los “dealers” desde las azoteas y les hacen fotos. Cómo manipulan a los detenidos para que canten. Cómo manejan a los soplones para que sigan dándoles información. Cómo se las ingenian para sortear las trabas judiciales y políticas que les impiden resolver los casos de una forma más rápida.
Resulta muy interesante la relación de poder que vemos en la jerarquía de mandos. Si McNulty va a ver a un juez para que le consiga permisos de escucha, el juez se lo cuenta a los superiores del poli, y éstos van abroncando a quienes están en el escalón inferior, de modo que cuando el chaparrón alcanza a McNulty llega cargado, porque, como dice uno de los polis, “la mierda siempre cae hacia abajo”. Muchos críticos han señalado que es la mejor serie de la historia porque muestra “la vida social, política y económica de una ciudad americana con la amplitud, la precisión observadora y la visión moral de la mejor literatura” (extraído de EPS). En “The Wire” me caen mejor los personajes negros que los blancos. De los blancos tal vez sólo se salva el protagonista, a pesar de sus numerosos defectos. Entre los negros, destaco la tensión interpretativa del teniente Daniels (Lance Reddick), la sabiduría de Freamon (Clarke Peters) y el magnetismo de Stringer (Idris Elba). Después del verano seguiré viendo las otras temporadas. Me ha enganchado. Es una serie grandiosa.

domingo, agosto 16, 2009

Cartel de Amelia


Basada en la vida de Amelia Earhart. Con Hilary Swank, Richard Gere y Ewan McGregor. Dirige Mira Nair.

Pasión y enfermedad

En el momento de hacer las maletas, como ya he apuntado aquí en alguna ocasión, la tarea que más tiempo me ocupa es la de seleccionar los libros que me llevaré durante unos días. La literatura es una enfermedad y con esto me refiero a estar poseído por la necesidad de la lectura o por la necesidad de la escritura o por ambas. La otra tarde, sentados en una terraza en la que nos asediaban los pedigüeños y los repartidores de publicidad, lo comentaba con unos amigos: que leer es como una enfermedad. Una adicción. Llega un punto en la vida de un lector en el que pasa de coger el libro en sus ratos de ocio a coger el libro en cualquier oportunidad. Cualquier instante es favorable para abrir el libro y refugiarnos en sus páginas: cuando alguien enciende la tele, cuando estamos a la orilla del lago o del mar o de la piscina, cuando en las sobremesas la gente se pone a dormir la siesta, cuando viajas en el metro, etcétera. Una de mis manías consiste en no salir fuera de la ciudad sin, al menos, un libro. Entre mis colegas aún se recuerda aquella excursión a las Cascadas de Sotillo, en Sanabria, en la que, mientras otros cargaban con mochilas y macutos durante el ascenso, yo llevé dos bolsas. Una contenía un libro. La otra, un bocadillo. Hubo burla por esto; pero cuando, terminado el almuerzo, el personal se tumbó a sestear, yo abrí mi libro y me dispuse a leer. Aproveché mi tiempo, que es de lo que se trata.
Siempre me ha parecido sorprendente esta actitud. Si alguien se fuma un pitillo cada media hora, nadie dice nada, está aceptado socialmente, nadie se asusta. Si alguien se toma una copa cada hora o cada cincuenta minutos, nadie lo comenta. Si, en cambio, llevas un libro a una excursión y lees unos fragmentos en cuanto tienes oportunidad, te consideran loco. No han faltado ocasiones en que algunas personas me preguntaran qué sentido tiene leer. ¿Para qué lees?, preguntan. En lugar de extenderme en explicaciones, sé que ahora podría recomendarles la lectura de “Fahrenheit 451”, pues allí están todas o casi todas las respuestas. Aunque sería inútil aconsejarle a alguien que se niega a leer que busque las respuestas a sus preguntas dentro de un libro.
Volvamos al equipaje. Repaso la lista de títulos de mi biblioteca y elijo en función de lo que últimamente necesito. Uno va por rachas en la lectura, por temporadas. Durante una temporada lees más cuentos. En otra, te da por las entrevistas. Quizá más adelante te interese la novela negra, o estés atravesando un mes en el que sólo necesitas poesía. Repasé mis últimas lecturas antes de apilar los libros que me llevaría en la maleta. Siempre echo más títulos de los que podré leer. En prevención. Puede ocurrir que uno caiga enfermo lejos de su biblioteca. Que padezca una gripe y, por la fiebre, tenga que guardar reposo unos días. En ese caso, necesita lecturas a mano. Encargarle a alguien que vaya por ti a la librería acaba siendo un engorro para todos. Así que lo mejor es prevenir y llevar más libros. Por si acaso. Decía unas líneas más arriba que repasé mis últimas lecturas. Vi que lo que me interesa en estas semanas son, esencialmente, aquellos libros que hablan de otros libros y de otros escritores. La metaliteratura. Me interesan estos días (y no es la primera vez, pero ahora alcanza la categoría de adicción) los libros que recopilan artículos, los artículos que hablan de otros escritores, las búsquedas de las costumbres de otros escritores, caso de “Kafka va al cine”, los ensayos que te empujan a buscar otros títulos, caso de “Cómo hablar de los libros que no se han leído”, que, a pesar de su título, incita a la lectura y ofrece ejemplos gozosos de otros libros. Esto es una pasión y una enfermedad.