viernes, junio 29, 2007

Estimado Sr. Bush, de Gabe Hudson


Gabe Hudson estuvo en la guerra del Golfo Pérsico, aunque nunca entró en combate. Los relatos del presente libro, muy polémico en EE.UU. por su actitud crítica y sarcástica, están basados en historias que vivió él y que le contaron sus compañeros.
Son 7 relatos y una magnífica novela corta, Notas desde un búnker de la Autopista 8, que ya tuvimos oportunidad de leer en uno de los dos volúmenes de la antología de McSweeney's. Casi todas las historias están protagonizadas por soldados que han perdido la chaveta de regreso al hogar, o que están afectados por las armas biológicas, o que tienen una visión en mitad de un combate y deciden desertar. Los mejores son los siguientes:
La curación en mi caso: tras la guerra, un joven vuelve a su barrio, pero ya no es el mismo por culpa del Síndrome del Golfo; se le ha caído el pelo, su visión de la realidad está distorsionada y se mete en líos con la pandilla local.
Travestido: es el testimonio de otro ex combatiente convencido de que el alma de su hija muerta lo ha ayudado a escapar de sus captores y luego se le ha metido dentro. Por eso se traviste cuando su mujer no está.
Estimado Sr. Bush: un hombre escribe una carta a George Bush padre, y le pide que ayude a volver a su esposa a casa. Le ha abandonado, dice, porque le ha salido una oreja en el torso.
Eso lo dijiste tú, no lo dije yo: a una anciana ciega le comunican que su hijo ha fallecido en combate y que llevaba una carta en un bolsillo. Pero nadie quiere leerle a ella esa misiva. Así que ofrece una recompensa para que alguien lo haga. En la carta, escrita por la novia del soldado, se encuentran todas las respuestas; incluso de su muerte.
Notas desde un búnker de la Autopista 8: un tipo tiene una visión de George Washington, así que carga a hombros a un compañero al que acaban de volarle un brazo y se refugia en un búnker abandonado por el enemigo. Allí habla de las cartas que su padre, veterano de Vietnam, le ha escrito para convencerle de no ir a luchar.

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Un cronista del diario en el que colaboro habla de alguien en estos términos: “(…) miembro del Consejo Superior de Seguridad nuclear, técnico de Area de APS y factores humanos, subdirección general de tecnología nuclear (…)”, y añade que el individuo en cuestión está escribiendo un guión para el cine. Leo el nombre del individuo, que aquí omito, y me llegan ecos del pasado. Este mismo tipo, que tantos títulos acumula en la crónica, era el chivato de mi clase en segundo de EGB, el que el maestro dejaba en la tarima para que vigilase a sus compañeros, y el que luego, cuando el profesor regresaba preguntando quiénes habían hablado durante su ausencia, soltaba con una letanía aprendida de memoria mi apellido, el de mi primo y el de un amigo. Nos señalaba con el dedo índice. Y el maestro, ducho en capones franquistas, nos castigaba. Y no siempre la acusación del palomo tenía fundamento. Pero ya ven: los chivatos y los pelotas siempre llegan alto.

Los Stones reconquistan Madrid


Fuente y foto: El País
[Nota: mañana y pasado, en un par de artículos, os hablaré de este grandioso concierto]

La residencia

Una de las claves del género de terror es poner a los personajes en situaciones raras o inesperadas, en mordernos allá donde no lo esperábamos. En darle un cuchillo al más inocente en apariencia. Nadie se espera que sean los críos quienes den pasaporte a los adultos en la terrorífica “¿Quién puede matar a un niño?”, culpable de algunas de mis pesadillas de infancia; nadie se espera que una señora que consume novela rosa cobije dentro a una psicópata, como en “Misery”; nadie se espera el intercambio de roles de los torturadores de “Hostel 2”; ¿y qué decir del abuelo matarife de la primera versión de “La matanza de Texas”, momificado y con un mazo en la mano que, se supone, debe romper la nuca de la víctima?; ¿y de los niños ávidos de crueldades que comparecen en la estupenda novela “La chica de al lado”? Podríamos seguir dando ejemplos hasta aburrir al personal. Cuando lo insólito irrumpe en el terror, la obra da más miedo. Cuando el verdugo es quien se convierte en víctima y el carcelero en preso y el policía en abusador y el niño en un monstruo y la señora en una desequilibrada con hacha y soluciones drásticas. Eso siempre garantiza el miedo.
Una novela de terror es la que hemos leído en una noticia aparecida en la prensa después de emitirse un reportaje de cámara oculta en “El programa de AR”. Al parecer, en una residencia de ancianos de Alcobendas, o sea, en Madrid, el tercer piso ofrece una imagen digna de un filme de terror. Ancianos atados a las sillas, babeando por culpa del exceso de medicación, dormidos sobre los platos de comida. Ancianos amarrados a sus camas, o implorando para que les cambien el pañal, o con marcas de moratones. Una planta sin higiene, atufada por la suciedad y los vómitos. Con viejos medio desnudos o, en algún caso y según cuentan, con gusanos comiendo de sus heridas. Una redactora, provista de cámara oculta, subió hasta la tercera planta, donde se encontró con este nido de horrores: personas a quienes les han robado la dignidad. Pero el punto más espeluznante no lo ofrecen esos hombres y mujeres medio abandonados y en pésimas condiciones de salud, sino la empleada. La empleada que ríe con sadismo cuando un anciano cae redondo o cuando les obliga a tragarse la pastilla. Ahí es donde reside el terror que el género busca: en lo insólito, en lo inesperado. En “Alguien voló sobre el nido del cuco” uno se esperaba que los pacientes dieran miedo al espectador y luego sucedía lo contrario: eran los celadores quienes asustaban y, sobre todo, la directora que actuaba con mano dura y no dudaba en emplear los medios más brutales para subsanar la conducta errática de los enfermos. Se supone que, en una residencia de ancianos, el encargado de cuidarlos debe tener catadura de ángel, igual que lo tienen algunas enfermeras cuando uno está ingresado en un hospital. En esta residencia de Alcobendas ha ocurrido lo contrario con esta empleada.
El relato de los periódicos se me antoja bastante sádico. No necesito acudir a las imágenes grabadas por Telecinco. Aunque una imagen valga mil palabras, a veces mil palabras poseen la ventaja de permitir que nuestra imaginación vuele. Y a menudo vuela demasiado alto. Tampoco necesito buscar esas imágenes por no tragarme nada de “El programa de AR”, un producto diseñado para marujas (y en el que participan, según tengo entendido, cuatro o cinco petardos de la escena del corazón). No es la primera vez que tenemos noticia de cosas parecidas: pensiones sometidas al desequilibrio de sus dueños, residencias donde tratan a los ancianos como animales de carga y cosas así. El género de terror, ya digo.

jueves, junio 28, 2007

¡Let's Spend The Night Together!


Citas. 47


A lo largo de la historia, los pueblos que han tenido más éxito han sido siempre los que mejores cuentos han sabido contar, porque son los que saben cómo modificar la realidad con un relato que justifique sus instintos más crueles y su deseo de supervivencia. Nuestros ancestros, esos mentirosos, esos cuentistas, han dado a América un mecanismo con el que sentirse moralmente justificada cuando hace lo mismo que cualquier otro país: asesinar, conquistar, propagar su población, generar ingresos y lujos. América, que se denomina a sí misma piedra de toque de la libertad, llegó a esta tierra y mató a los nativos americanos que vivían aquí antes que nosotros. América, que se denomina a sí misma piedra de toque de la libertad, compró africanos a los holandeses y los encadenó.

Gabe Hudson, Estimado Sr. Bush

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Alguien, en un periódico, escribe que ciertos asesinos deben estar “en un establecimiento carcelario”. Pero, ¿qué coño es eso? Sorprende lo que llegan a inventarse en la prensa. Si recurrimos al diccionario, un establecimiento puede ser un lugar donde se ejerce una actividad comercial, industrial, profesional…; una fundación de una entidad o negocio; o una forma de vida y fortuna de una persona. Salvo que aceptemos que la condena por un crimen es una forma de negocio industrial, poco podemos hacer con tan desafortunada frase. Tirarla a la basura, si acaso.

Bullicio

Ya me gustaría que hubiera una verbena el sábado por la noche en la plaza junto a la que vivo. Así no la habría un sábado por la mañana. Sería lo normal. Pero no, aquí es al revés. El viernes fui a una fiesta de cumpleaños en Canillejas y me acosté tarde, de madrugada, tras meternos en un taxi para regresar a casa. El sábado por la mañana me despertó un tío tocando la batería. No lo hacía mal, pero rondarían las once y yo había dormido muy poco. No puedo quejarme: a esa hora se pueden hacer esos ruidos y unos cuantos más y, como decía alguien con quien compartí piso de estudiantes, “a esa hora ya han pasado las burras de la leche”. No pude seguir durmiendo. Tampoco podía dormir mucho más, porque los mismos que me invitaron al cumpleaños del viernes me invitaron a comer en su casa el sábado. Y me esperaba un trecho hasta Canillejas.
Al pisar la plaza pude comprobar que la batería sonaba porque varios músicos jóvenes tocaban allí. No era un acto que hubieran preparado ellos solos, porque había un equipo de sonido y pancartas que anunciaban el evento. “Vive el barrio” o algo así. No encontré ni rastro del nombre del grupo, y me parecieron bastante buenos en el par de minutos que estuve de pie, junto al kiosco, viéndoles tocar. Aunque en realidad miento: no me detuve sólo a verlos tocar, sino a ver cómo bailaban tres de los alcohólicos de la plaza. Uno peinaba canas y usaba gafas. Otro se había despojado de la camiseta. El tercero, sin dientes y con el pelo muy graso, tuvo un gesto emotivo: cogió un globo que había por ahí y, con una reverencia, se lo dio a una niña que estaba en brazos de su padre, viendo el espectáculo. La escena del baile era lamentable y agradecí, como agradezco cada día que paso por la plaza, no ser alcohólico. Es una vida durísima, llena de sufridores metidos en un pozo o en el infierno. Atrás dejé el concierto. Dormí poco, pero es que aquí, en verano, es casi imposible dormir del tirón. Una noche, un martes o así, se enzarzaron dos tíos en una pelea. Un perro se puso a aullar al oírlos. Al perro lo imitaron los chuchos de la plaza y de los balcones de la calle. Estuvieron un rato aullando a la luna. Se me hizo eterno. Otra noche, hace poco, oí otra gresca. El primer verano que pasé aquí me levantaba siempre de la cama para ver qué ocurría. Ahora me basta con el oído. Lo afinas y te imaginas la escena.
Algunas mañanas, cuando ya estoy en pie y me asomo a la calle a saludar al nuevo día, uno de los alcohólicos suele tener una crisis. Nunca lo veo, pero lo oigo, y supongo que sus lamentos despiertan a quienes no madrugan. “¡Esto es una mierda!”, dice. “¡Esto es una puta mierda! ¡Ya estoy harto! ¡Mierda!” Es muy triste. El sol alumbra las calles, los pájaros cantan, las palomas dan garbeos por las aceras, la gente va a comprar el pan y el periódico, y al fondo hay un tipo harto de la vida y de la esclavitud que le impone la botella. Antes de ayer soporté una mañana prolífica en ruidos. Los hindúes hacinados enfrente, por lo general silenciosos, tuvieron una disputa doméstica. Con la ventana abierta, se dedicaron a gritar durante horas. Toda la mañana y parte de la tarde. Casi me vuelven loco. Los vecinos tocaron el timbre, protestando. Me costó concentrarme en la escritura. Y, desde que empecé este artículo, un camión mete ruido porque está limpiando las alcantarillas. Es un ruido insoportable. España es demasiado ruidosa. Te fatiga. Dice un amigo mío que observo los detalles de mi barrio como si fuera una aventura. Sí: son una aventura. La aventura de vivir. Del bullicio, de lo que oyes y hueles, de lo que miras y soportas, de lo que gustas y tocas. De lo cercano. Lo que tienes a tu alrededor es lo que vale.

miércoles, junio 27, 2007

Encyclopédie, de Philipp Blom



Philipp Blom es el autor de este notable ensayo en el que se nos cuentan los desvelos y esfuerzos de los artífices de la Enciclopedia Francesa, tarea que abarcó más de veinte años y que supuso, para sus protagonistas, un surtido de penurias: arrestos, registros domiciliarios, prisión, censura, persecuciones, polémicas, enemistades...

Los nombres unidos a la Encyclopédie van desde Diderot a D'Alembert, pasando por Rousseau, Grimm o Voltaire. El autor no oculta su admiración por Diderot, la cual contagia a los lectores. El ensayo histórico nos muestra que las cosas no han cambiado mucho desde entonces en el panorama literario (si no nos atenemos a los cambios tecnológicos): escritores que tratan de vivir de sus textos y casi mueren de hambre, encargos a tanto la estocada, editores que no pagan o tardan años en hacerlo, autores enfrentados entre sí, persecución de la Iglesia y el Estado hacia aquello que se sale de las normas establecidas por la moral y el orden público. Si alguien quiere saber más, le remito a mi artículo de hace un par de días: La enciclopedia.

Rodaje: Revolutionary Road

Ya empiezan a circular las primeras imágenes de la adaptación de Vía revolucionaria, la admirable novela de Richard Yates que Sam Mendes está rodando, con Leonardo DiCaprio y Kate Winslet como protagonistas. La leí hace años, gracias al préstamo de la Biblioteca Pública; quizá cuando la película se estrene la reediten y pueda hacerme con un ejemplar.

Alabanza por los vivos

Al hilo del artículo del lunes en el que hablaba de “Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales”, encuentro ahora un pasaje en el que el autor cuenta que Denis Diderot exhorta a elogiar la virtud siempre que la encontremos. Copio las palabras de Diderot: “¡Oh, Rousseau, mi querido y digno amigo: jamás podré dejar de elogiarte; y al hacerlo así, he sentido crecer mi afán por la verdad y mi amor por la virtud. ¿Por qué tantos discursos fúnebres, cuando se entonan tan pocos himnos de alabanza por los vivos?” Esta última pregunta es la que me interesa, y de la cual surge este artículo. Repitámosla: ¿Por qué tantos discursos fúnebres, cuando se entonan tan pocos himnos de alabanza por los vivos? Debemos plantearnos la cuestión. Me parece muy importante. Los hombres y las mujeres, todavía en este siglo, tenemos la manía de evitar los elogios hacia nuestros amigos y hacia quienes admiramos o amamos o incluso hacia quienes poseen nuestra misma sangre. Hay una especie de pudor entre un colectivo por hablar bien del prójimo, si el prójimo es tu amigo. Incluso he comprobado, en los blogs, que, si alguien recomienda el libro de un colega no faltan quienes le saltan a la yugular, acusándolo de amiguismo.
En estos tiempos aún tiene que morirse primero un tipo para que cantemos sus virtudes. Algunas personas parecen no reparar en la muerte. En que la muerte todo lo cambia. Durante años niegan los elogios y no señalan la virtud en sus allegados. Hasta que mueren. Entonces sí: entonces sus amigos preparan homenajes, sus admiradores dicen “Era una persona única, inolvidable”, sus compañeros de trabajo le dan premios póstumos, y sus familiares escriben cartas en los periódicos, en las que, de tú a tú, les dicen que los añoran y se deshacen en elogios; elogios que esas personas jamás conocerán, primero porque están muertas, y segundo porque dudo que un espíritu, existan o no el Cielo y el Infierno, se dedique a leer la prensa. La pregunta es: ¿Por qué eso no se hizo antes? Porque el elogio en vida nos da pudor, y el elogio tras la muerte parece ser un ajuste necesario con la memoria de quien se fue. Se cansa uno de ver cómo a ciertas personas se las ningunea o atraviesan una vejez en la que, tímidamente, empiezan a recibir tímidos homenajes. Pero es cuando tenemos noticia de su fallecimiento cuando se nos llena la boca y todo el mundo se apresura a escribir su artículo, su carta, su panegírico, su oración fúnebre: “Siempre fue muy grande”, “Era el mejor”, “Te echo de menos, ahora que no estás”.
Vivimos enganchados, además, a la celebración de la muerte y al homenaje póstumo. Lean los titulares, atascados de efemérides. Vivimos enganchados al pasado, sobre todo si el creador de las obras de las que se habla ha muerto: constantemente nos recuerdan los cien años del nacimiento del creador de Tintín, los sesenta años del diario de Ana Frank, los cien años de John Wayne, los veinticinco años de la muerte de Philip K. Dick, etcétera. Siempre tenemos a mano algo que celebrar, un muerto al que elogiar. Nadie se libra de este defecto. Lo cual le viene bien a los medios de comunicación para rellenar y les acomoda a las empresas: de esa forma, gracias a las efemérides, las empresas de dvd y las editoriales y las discográficas hallan un hueco para recuperar la filmografía de Wayne, las obras de Dick o las exposiciones sobre Tintín. Hubo un tiempo en el que me daba pudor escribir sobre la obra literaria de algún amigo. Ya no me ocurre. Prefiero elogiar ahora las virtudes de este o de aquel, y no hacerlo cuando sea demasiado tarde y este o aquel no puedan verlo.

martes, junio 26, 2007

La otra mitad/No ficción


Ayer compré el libro-reportaje de Jacob A. Riis titulado Cómo vive la otra mitad. El propósito de Riis fue escribir un libro repleto de datos verídicos para que los lectores conocieran el modo de vida de los pobres, los vagabundos, los bohemios, los currantes, los golfillos de ciertos barrios sucios y aislados de Nueva York. Quiso, en definitiva, que la otra mitad de N.Y. conociera la verdad. Parece que el libro tuvo éxito y contribuyó, en cierta manera, a cambiar las cosas.
Ese mismo día, al hilo de una interesante reflexión en el blog de Ana Pérez Cañamares, David González explicó en los comentarios del post las razones para escribir una "Poesía de No Ficción". Recojo el texto con el permiso de D.G. y lo incluyo aquí. Quizá quede un poco oculto entre la maraña de comentarios, y a mí me gustaría que no se perdiese, ya que es muy bueno. Y guarda mucha relación con la realidad y con Jacob Riis, autor de la foto de arriba. Allá va (he corregido un par de errores que se deslizaron, posiblemente fruto de la prisa, y sé que a David no le parecerá mal):
Recuerdo que a veces, a la cárcel, venía una, no sé como llamarla, delegación a ver cómo vivíamos los presos y recuerdo que siempre le mostraban a esa delegación celdas especialmente preparadas para la ocasión, presos modelo y cosas así... Y recuerdo que cuando curraba en una fábrica del metal, venían delegaciones de ingenieros o grupos de estudiantes y a veces, cuando llegaban el taller estaba en silencio porque, no sé, ese día no había nada que hacer y recuerdo al perito decirle al encargado que avisara a los gruístas para que movieran las grúas de un lado a otro “para que se oyera ruido y pareciera que trabajábamos...” Todo esto es ficción y esa ficción es lo que veían los visitantes de la cárcel o los de la fábrica y eso es lo que contarían luego: qué bien viven estos hijos de puta de los presos o como trabajaba aquella gente, las grúas no paraban... Bien, esto es ficción, ficción que hace daño, un daño irreparable a la humanidad, como ya he dicho... Si habéis llegado aquí y os preguntáis: ¿qué cojones tiene que ver esto con la poesía?, os diría lo que dijo el crítico Manuel Rico y cito de memoria: “si dentro de cien o doscientos años, alguien bajara a este planeta y quisiera, a través de la poesía, saber qué sucedió realmente en nuestra sociedad no se enteraría para nada de que hubo guerras, hambre, niños explotados, mendigos tirados por la calle...” Es decir, uno de los valores de la POESIA DE NO FICCIÓN es que con el paso del tiempo, deja de ser poesía para convertirse en historia... en la auténtica historia de los de abajo, porque la otra Historia, la que nos enseñan en el cole, es la de los de arriba: reyes, inquisidores, emperadores... Pensad en esto: aparte de Espartaco, ¿conocéis el nombre de algún esclavo más que salga en los libros de Historia?
O, como acabo de enterarme ahora: han editado un libro de poemas escrito por los presos de Guantánamo que el gobierno EEUU está tratando por todos los medios de silenciar y en el que se cuentan, de manera poética, las asquerosas y humillantes condiciones de vida de los presos de Guantánamo a los que, además, no se les permite poseer papel ni bolígrafo, así que tratad de imaginar cómo los escribieron... Si llegados a este punto todavía no entendéis la diferencia entre poesía de ficción o poesía de no ficción, seguid leyendo esos hermosos poemas de amor, de un amor que a lo que parece, y sólo hay que echarle un vistazo al mundo, es más falso que una moneda de dos caras... O seguid leyendo hermosos poemas sobre la belleza de bosques, flores, arbolitos y pajaritos que, a lo que parece también, pronto no quedará ni uno solo... Seguid leyendo ficción hasta que un día la realidad llame a vuestra puerta, porque llamará, de una forma u otra llamará, y cuando eso suceda que ese dios (un ente de ficción) vuestro, el que sea, os coja confesados… Porque a los que leemos o escribimos POESÍA DE NO FICCIÓN, nos cogerá preparados, dispuestos a plantarle cara y a presentarle batalla...
David González

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La madre viste, lava, peina y acicala al niño antes de enviarlo de excursión de aprendizaje al colegio, o sea, a la vida. Cuando él ha partido y la puerta se cierra, ella tiembla. Reza para que no le suceda algo malo, para que no lo molesten ni lo insulten. Lo mismo que hago yo, cada mañana y desde hace ya varios años, con las palabras que envío ahí fuera, a esa exposición pública que siempre corre el riesgo del escarnio y la tragedia.

Falta espíritu y falta calidad

Como suele ocurrir por estas fechas, tengo ganas de ir unos días a Zamora. A todos nos encantan las Ferias y Fiestas de San Pedro. Pero olvidaba que mi ciudad no cambia. Que las fiestas son cada vez peores y que falta un sentimiento colectivo de diversión, que para eso se hacen las fiestas: para que el personal se relaje un poco y se divierta, que ni es malo ni es pecado. Las ganas, sin embargo, casi se me quitan: pero iré igualmente, dado que uno necesita visitar de vez en cuando al gato y a la familia. Casi se me quitan por cuatro cosas que me han contado del fin de semana pasado, metida ya la ciudad en pleno jolgorio de San Pedro (lo de “jolgorio” es un decir). En primer lugar dicen que la policía, dadas las protestas de los vecinos, fue a clausurar la verbena a las doce de la noche del sábado. Esto parece de chiste. Una ciudad en plenas fiestas y acude la policía a cerrar el chiringuito. En sábado. Situaciones similares ha vivido uno. Recuerdo, hace unos años, un concierto de rock que celebraban en La Marina. En fin de semana. Y mucho antes de las doce mandaron a la policía a bajar el volumen porque molestaba a los vecinos. En segundo lugar me dicen que ahora hay peñas por ahí, en San Pedro, en un intento joven y refrescante de darle un poco de colorido a la ciudad, cada vez más gris y apagada. Pero que también la policía ha ido tras ellas, argumentando que no pueden trasladar carros por las zonas no peatonales, que no pueden cantar de noche en la calle, que no se puede beber en la vía pública y no sé cuántas cosas más. Que conste que los policías reciben órdenes y supongo que a ellos no les hace ninguna gracia disolver las reuniones. Pero esto empieza a heder a represión. En vez de avanzar, en Zamora retrocedemos.
Aparte de esto, coincidirán conmigo en que las Ferias y Fiestas de San Pedro no valen mucho, actualmente. Esto lo hemos criticado tanto que ya ni merecería la pena mencionarlo, pero lo voy a hacer de todos modos. El programa continúa en su línea: es una mera acumulación de folclore, deporte y cuatro conciertos para contentar a los amantes del flamenco, del pop, del rock y del heavy, y principalmente muchos, muchísimos campeonatos, como si el resumen de la vida fuera luchar por el éxito; algo de eso hay, pero no debería ser lo único. El mismo programa durante años: que si los fuegos artificiales, que si el ganado autóctono, que si los pasacalles, que si el padel, etcétera. Hay una evidente falta de imaginación. Es un programa que aboga por la cantidad y el espejismo, en vez de por la calidad. Y recuerda al pavo con el que visitó George W. Bush una vez a los soldados. Era un pavo lustroso, gigante, que se le salía de la bandeja al presidente. Luego nos dijeron que el pavo era de mentira, pura ilusión, puro artificio, ficción para contentar a los ciudadanos que leían el periódico. Este programa de fiestas es idéntico: mucha grasa y poca carne.
Pero aún queda una reflexión. Aunque la hemos repetido hasta la saciedad, conviene volver sobre ella. No basta con que el programa de fiestas de una ciudad tenga calidad y cantidad. Se necesita un espíritu festivo. Lo pueden encontrar en cualquier barrio de la ciudad, donde saben divertirse a lo grande en sus fiestas. Lo pueden encontrar en cualquier pueblo zamorano. Lo pueden encontrar en otras ciudades. Y, sobre todo, lo pueden encontrar en Benavente, durante sus Fiestas del Toro Enmaromado. Allí sí saben divertirse. Me dan envidia. Allí salen todos los vecinos a la calle, se divierten durante unos días, hay peñas y pandillas y en las verbenas bailan hasta las abuelas. Y, que yo sepa, nadie protesta.

lunes, junio 25, 2007

Tura Satana







Tura Satana es Varla. Atuendo negro. Ojos rasgados. Bailarina exótica. Conductora suicida. Luchadora de kárate. Risa de bruja. Fría y seductora. Explosiva y psicópata. Hielo y fuego. Todo eso y mucho más es lo que se disfruta en Faster, Pussycat! Kill! Kill!, el clásico de mi adorado Russ Meyer, que ha inspirado a tantos artistas: aquí encontramos las expresiones "como un guante de seda forjado en hierro" que sirvió a Daniel Clowes de título para su cómic y el "hijo número 1" que utilizó Quentin Tarantino en sus dos últimas películas. Tura Satana construye un personaje mítico, una de las mejores perras del cine.

La enciclopedia

Me encuentro inmerso en la lectura de un ensayo histórico sobre los esfuerzos y calamidades que acarreó la preparación de la Enciclopedia Francesa. Lo ha publicado Anagrama, acorde con su buen gusto editorial y sus criterios. Su autor es Philipp Blom, y se titula “Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales”. No me gusta la novela histórica, y por eso mismo me gusta este volumen. Lo que nos cuentan es verdad, y no necesita de los afeites propios de la ficción. Uno se lo devora como si fuera una novela. Es mejor que una novela. Cada capítulo va precedido de una entrada de aquella Enciclopedia en la que tantos años y energías invirtieron sus protagonistas: el escritor y filósofo Denis Diderot, el matemático Jean D’Alembert, además de dos grandes pensadores como fueron Voltaire y Jean-Jacques Rousseau, entre otros. “La verdadera historia de la Encyclopédie comenzó con una pelea a puñetazos”, nos cuenta Blom. Y recrea el París del siglo XVIII, con sus cargamentos de madera apilados a las orillas del Sena, las prisiones en las que cada recluso recibía dos velas diarias, las calles atestadas de barro, basuras, excrementos y animales muertos. A sus autores les costó veinticinco años sacar adelante la dichosa Enciclopedia. Las entradas y los artículos que iban preparando eran contrarios a los poderes del Estado y la Iglesia, lo cual les supuso amenazas, detenciones, censuras e incluso temporadas en la cárcel. Fue la gran aventura intelectual de aquella época, el esfuerzo titánico de unos escritores convertidos en héroes. Contra viento y marea, casi dejándose la piel en el camino, dieron a luz a un proyecto jalonado de riesgos.
En “Infamous” (“Historia de un crimen”), otra versión cinematográfica sobre las investigaciones de Truman Capote para escribir “A sangre fría”, el personaje de Lee Harper, la autora de “Matar a un ruiseñor”, dice algo así: cada vez que uno escribe, muere un poco. Tomando esta referencia, me imagino a Diderot y a D’Alembert exhaustos tras escribir miles de artículos en veinticinco años. Apenas llevo leídas cien páginas del ensayo de Blom, pero Diderot ya me parece un hombre ejemplar. Por desgracia he olvidado casi todo lo que me ensañaron en las clases de filosofía, que fue una de mis asignaturas favoritas en el bachillerato. Por eso los actos y las enseñanzas y los pensamientos y las vicisitudes de Diderot y Rousseau se me antojan nuevos en este momento. Me ha emocionado un pasaje en el que Blom nos cuenta que, en los primeros días de su encarcelamiento por escritura subversiva, Diderot utilizó un palillo como pluma, y fabricó una tinta compuesta de vino y hollín. Con esa mezcla, dado que le fue prohibido el recado de escribir en su celda, redactó la “Apología de Sócrates” en los márgenes de un libro con el que le habían permitido acompañarse. Lo cual me recuerda a uno de los filmes a los que, de vez en cuando, necesito volver: “Quills”, donde nos presentan a un Marqués de Sade encerrado en el manicomio de Charenton, capaz de escribir con vino, con sangre y hasta con sus propias heces. Blom nos dice que Diderot sólo llevaba peluca en los casos obligatorios, que jamás subía a un carruaje y que su cometido principal era ganarse la vida mediante la escritura. Era un bohemio de los de entonces. Un hombre en lucha contra el conservadurismo.
Una lectura, pues, apasionante. Me han dado ganas de comprar “Jacques el fatalista”, la novela de Diderot, en parte inspirada por el célebre “Tristram Shandy” de Laurence Sterne, que también leeré algún día. Es un placer aventurarse en los esfuerzos de aquellos amanuenses. Tomen nota de este libro, “Encyclopédie”.

domingo, junio 24, 2007

Dave Dee, Dozy, Beaky, Mick & Titch


En Death Proof dos personajes hablan de este grupo. Luego, en una de las escenas fundamentales de la película, escuchan uno de los temas, que aparece recogido en la banda sonora original. El caso es que nunca había oído hablar de este grupo. Acabo de escuchar sus Greatest Hits y me han inyectado vitalidad para el resto del día.

Portadas exquisitas


8, libro de memorias de Amy Fusselman. Inédito en España.

Un rumor absurdo

A los responsables de algunos medios de comunicación les entusiasma lanzarse sobre los rumores y convertirlos en noticia sin cotejarlos primero. Parece que lo primordial es difundir una noticia que venda, aunque sea falsa. Si la noticia vende, ¿qué importa el resto? Esto se huele uno, a juzgar por una información que salió publicada el jueves en bastantes periódicos nacionales; no sé si saldría también en radio y en televisión. La saga de Indiana Jones, y en concreto su cuarto capítulo, está ocasionando una nutrida sarta de rumores, a veces patéticos y delirantes. En varios periódicos se especuló el jueves con que Jim Broadbent, ganador de un Oscar por “Iris”, y al que recordamos por su participación en “Gangs of New York”, podría ser el elegido para encarnar al padre del doctor Jones en sustitución de Sean Connery. Incluso uno de los titulares era atrevido: “Indy tendrá un padre más joven que él”, aunque en el texto especificaban que eran meras especulaciones.
Broadbent, en efecto, es más joven que Harrison Ford, lo cual, por otra parte, tampoco sería un problema, ya que Indiana Jones pertenece al cine, a la ficción, y no a la realidad, y en la ficción todo es posible. Piensen que Sean Connery le saca sólo doce años a Ford e hizo el papel de su padre. Es decir: estamos ante una información que, de ser cierta, no sería descabellada porque, en las películas, por si no lo saben, emplean maquillajes, apósitos, trucos, pelucas, calvas postizas y demás maravillas que pueden transformar a un viejo en un joven, a un negro en un blanco o a una mujer en un judío viejo con barba, como demuestran en la serie de televisión “Ángeles en América”, en la que Meryl Streep aparece, en el primer episodio, haciendo de hombre; y les aseguro que da el pego. Pero es que, por otro lado, la información es errónea. Me explico: el día antes de que los periódicos publicasen este rumor salió una noticia en las páginas de cine norteamericanas, y anunciaban, sí, que al casting de Indiana Jones se había incorporado el bueno de Broadbent. Y añadían que Broadbent iba a interpretar a “un profesor de Yale”. Punto. Bastaba con leerse la noticia original, en inglés, en vez de tirar de rumores. Por si esto fuera poco, el propio George Lucas anunció unas semanas antes de comenzar el rodaje que, en vista de la retirada de Sean Connery del proyecto, lo iban a solucionar haciendo una reescritura rápida del guión. Las superproducciones funcionan de ese modo. Cada pieza del engranaje está prevista y, si a última hora falla el actor y deciden retirar al personaje, se suprimen sus secuencias. Recordemos que algunos de los mejores filmes de todos los tiempos han ido cambiando su guión a medida que progresaba el rodaje o en las postrimerías del montaje, haciendo que aparecieran o desaparecieran secundarios según los caprichos del director o de los productores. Lo saben quienes han trabajado con Coppola y Malick. Además, Steven Spielberg y George Lucas no son tan estúpidos como para sustituir a Connery. Es mejor eliminar su papel.
Recordemos que la cuarta parte de Indiana Jones sigue sin título definitivo, a la hora de escribir estas líneas. Y que su reparto se ha ampliado; a Harrison Ford se ha unido gente con talento: Cate Blanchett, Ray Winstone, John Hurt y Shia LaBeouf, un muchacho que al principio no me convencía para una cinta de aventuras, hasta que lo vi en “Memorias de Queens”. Lo hará muy bien, no me cabe duda. La página de noticias de cine a la que recurro siempre, por cierto, se llama “Comingsoon.net”. Lo digo para cuando se topen con rumores chuscos.

sábado, junio 23, 2007

MundoLavapiés en Francia

Exposición del proyecto. A partir del 4 de julio.

Citas. 46



Amar a alguien cuando no se puede obtener nada de esa persona; eso es amor.
Richard Matheson, El hombre menguante

En el Día de la Música

Día de la Música. Mi gente me llama para ir a escuchar el concierto gratuito que celebran en Chueca. Cuatro grupos: Mastretta, Martín Buscaglia, Miqui Puig y su banda El Conjunto Eléctrico y la Fundación Tony Manero. No estoy muy interesado en ninguno porque faltan sólo unos días para asistir al que podría ser el mejor espectáculo del año: The Rolling Stones, y los teloneros Jet y Loquillo y Los Trogloditas. Jagger y Richards quieren contentarnos después de la que nos jugaron el año pasado. Ahora sólo falta que no vuelvan a colgarnos. A Jet los vi hace poco en Madrid. A Loquillo lo escuché en un concierto de Zamora, cuando yo cursaba mis primeros fracasos en el instituto. Tras su directo, un amigo y yo nos lo encontramos sentado en una terraza de La Marina. Mi amigo se acercó y le pidió un autógrafo. Loquillo, sin despeinarse, dijo: “Niño, ¿mañana no hay colegio?” Y nos quedamos planchados, mudos y sin autógrafo. Es cierto que mi colega era bajito y que en el fondo éramos unos críos. Pero se nos esfumó la ilusión con una frase. No nos ha importado. Loquillo y sus muchachos siguen tocando de maravilla y estoy deseando volver a escucharlos.
Volvamos al principio. Me llama mi gente y, aunque no estoy interesado, decido ir, por hacer algo distinto y pasar la tarde del jueves. Nada más llegar a la Plaza de Vázquez de Mella donde tocan los cuatro grupos, en el orden que he mencionado, se nos acerca una pareja a preguntar qué y quiénes van a cantar. Y, de paso, piden un pitillo. Observo a la pareja. Al tío le faltan los dientes superiores, va sin afeitar, como yo, y gasta una catadura de navajero que echa para atrás. Hay malicia en sus ojos y, al mirar a la pequeña mujer que va a su lado, comprendo por qué. La mujer tiene la cara hecha un Cristo. Pómulos partidos, un ojo morado y una herida recién cosida junto a la nariz. Heridas frescas. Una pareja del abismo. Todos coincidimos en que, seguramente, el hombre ha sido quien le ha partido la cara a su acompañante. Nos acercamos al escenario tras reclutar unas cervezas en un bareto en el que ya había tapeado alguna vez, y que resulta demasiado caro para lo cutre que es. Cerca del escenario hay un gnomo vagabundo y ebrio. Los hombros desnudos, el pelo sucio, la barba harapienta. Se parece al Mono Borracho. Pero apuesto cualquier cosa a que no sabe kung fu. En todos los directos gratuitos, en todas las verbenas de ciudad grande o pequeña y de pueblo, siempre hay un hombre feliz, borracho y desastrado que baila solo y estimula el cachondeo del respetable. Cuando se va, un tipo joven con barriga y michelines se quita la camiseta y hace su danza de bailarín con porro en la boca. Es una especie de Maciste de barrio. Yo no sé por qué, para desesperación del público femenino, en los conciertos sólo se desnudan los hombres feos, sudados y con sobrepeso. Al menos es lo que se estila en los directos a los que acudo.
Puig canta un viejo tema de Los Sencillos. Pero ya no es lo mismo. A Puig lo vi la otra tarde en un cine. Siempre que voy al cine me encuentro, entre los espectadores, a gente del espectáculo. Hace unos días coincidí con Luis Tosar y Marta Etura, dos de los mejores intérpretes de este país, en una sala próxima a casa. Al pie del escenario, cerca de nosotros, hay dos actores: Alberto San Juan y Julián Villagrán. Lo curioso es que cuatro días antes había visto la película que protagonizan juntos, “Bajo las estrellas”, donde los dos hacen un papelón, cada cual a su manera. Me hubiera gustado felicitarles por el trabajo, pero me vence la timidez. No me gusta incordiar. De todo lo que escucho, Mastretta son quienes más me convencen. Y así pasamos la tarde.

viernes, junio 22, 2007

El regreso de Indiana Jones


El rodaje empezó hace unos días. Esta es la primera foto que hemos podido ver.
Fuente: ComingSoon

Fotos de Death Proof






Grindhouse: Death Proof

El jueves asistí al pase de prensa, en el Cine Palafox de Madrid, de “Death Proof”, la nueva película de Quentin Tarantino que acompaña al “Planet Terror” de Robert Rodríguez en ese programa doble titulado “Grindhouse”, que aquí, en España, se estrenará por separado. Como me suponía, el filme es un festival de guiños y homenajes al cine y a la música. Un divertimento absoluto de principio a fin. Tarantino ha hecho su película de serie B, trufada de persecuciones, hombres rudos, chicas con camisetas ajustadas, rock a todo trapo y argumentos que van al grano, elementos habituales en esos largometrajes que veíamos en nuestra infancia, en las matinales o en las sesiones continuas de los cines de barrio, sentados en butacas desvencijadas y llenas de quemaduras de cigarrillo. Para ajustarse a la realidad de esas encantadoras salas, que proyectaban copias magulladas por la repetición y abundantes en cortes y en rayas verticales, el director ha envejecido el celuloide para dar la sensación de que las bobinas han sido maltratadas por el uso y el tiempo, e incluye varios saltos de una escena a otra: ya saben, cuando veíamos un coche circulando por la carretera, se producía un corte brutal y en la siguiente escena el vehículo se había esfumado, y luego el público pitaba y llamaba de todo al empleado de la cabina. No sé si los espectadores despistados, esos que sólo van a ver comedias románticas y superproducciones de Hollywood, sabrán que esos pocos tajos están hechos a propósito en “Grindhouse”.
Fiel a las consignas de las películas de sesión continua, hechas para consumir palomitas y pasar un rato divertido, el argumento es simple (pero, tranquilícense, no voy a desvelar sus claves): Stuntman Mike, que podría traducirse como Mike el Doble o, mejor, Mike el Especialista, es un psicópata macarra que se dedica a cazar chicas jóvenes y guapas. Las persigue con su coche para asesinarlas. Conduce un siniestro Dodge “a prueba de muerte” (de ahí la expresión “death proof”), es decir, un vehículo utilizado por los dobles, durante los rodajes, para realizar las escenas arriesgadas y salir indemnes. Stuntman está interpretado por Kurt Russell, un guiño a los títulos míticos del actor en colaboración con John Carpenter: “Elvis”, “La cosa” o “1997: Rescate en Nueva York”. Aparte de Russell y su rostro envejecido con canas y cicatrices, el reparto despliega un plantel de bellezas: Rosario Dawson, Vanessa Ferlito, Mary Elizabeth Winstead, Rose McGowan o Sydney Tamiia Portier, por citar algunas. Y sin olvidarnos de una incorporación sorprendente: Zöe Bell, la doble de Uma Thurman en “Kill Bill”, que aquí se interpreta a sí misma e interviene en una secuencia de infarto.
Son múltiples las referencias que Tarantino incluye aquí y allá, y pueden aparecer en forma de cartel, en mitad de un diálogo, en la leyenda de una camiseta o en el modo de rodar ciertas escenas: “Vanishing Point”, “Mad Max”, “La chica de rosa”, “Hooper, el increíble”, “Faster, Pussycat! Kill! Kill!”, las producciones de J. L. Romero Marchent. Todo esto lo combina Tarantino con su habitual mano maestra: su talento para los diálogos cotidianos, su habilidad para el reciclaje y para convertir lo vulgar en exquisito, su manera única de filmar la acción y las conversaciones y su capacidad para descolocar al espectador poniendo a sus personajes en atolladeros y situaciones en las que uno no esperaba verlos envueltos. Los gángsters de “Reservoir Dogs”, que hablaban alrededor de una mesa, son sustituidos aquí por chicas que conversan sobre hombres y sexo o sobre si llevar o no una pistola. “Death Proof” es un canto a la serie B, al cine de antes, hecho con trucajes baratos y sin ordenador. Una gozada.

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En un estanco, mientras el hombre nos despacha, la mujer dice a un cliente que ellos soportaron una época en la que ya no podían más, que les atracaban con navaja, con cuchillo, con pistola… No oigo el final de la historia. Pero puedo imaginarla.

jueves, junio 21, 2007

Miguel Ángel Martín: portada para Hank Over


Próximamente: Hank Over (Resaca)


Me dice Vicente Muñoz Álvarez que el libro de homenaje a Charles Bukowski en el que colaboramos unos cuantos está listo y a punto de entrar en el horno. De momento, ya tenemos el título, Hank Over (Resaca), y la lista de autores. Atención a la nómina de participantes:
Hernán Migoya / Miquel Silvestre / Raúl Núñez / Eva Vaz / Montero Glez / Vicente Luis Mora / David González / Sergi Puertas / Alfonso Rabanal / Karmelo Iribarren / José Angel Barrueco / José Daniel Espejo Balanza / Nacho Abad / Vicente Muñoz Álvarez / Lluis Pons Mora / Javier Marroquín / Agustín Fernández Mallo / Josu Arteaga / Pablo Casares / Kike Babas / Kike Turrón / Ana Pérez Cañamares / Nacho Escuín / Pablo G. Bao / Kutxi Romero / José Manuel Vara / Lucas Rodríguez / David Murders / Manuel Vilas / Roxana Popelka / Salvador Gutiérrez Solís / Sor Kampana / Angel Petisme / Safrika / Patxi Irurzun / Abel Dellbrito

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De regreso a casa pasamos cerca de un colmado hindú. En la puerta, estrépito de expositores volcados y revoltijo de bolsas y cajas al caer al suelo. Un mozo huye a la carrera de la tienda, provocando una estampida de perdiz asustada. Tras él, sombra justiciera, otro mozo, el que atiende el negocio. Los reflejos me ayudan a esquivar el tren veloz que forman antes de que nos puedan arrollar. El fugitivo y su perseguidor corren calle abajo, en sus facetas de ladrón y agraviado. Pero la carrera, cuando los vemos una y otra vez perseguirse por callejuelas, como el perro y el gato, pronto se parece a una comedia de enredos. No lo es, sin embargo. Sólo es la vida peligrosa y canalla de mi barrio.

Amigos y vecinos

Dos de mis amigos vienen a vivirse al barrio. Ambos son zamoranos y ahora habitarán un piso de Lavapiés. Aún no han empezado la mudanza, así que sólo conozco el lugar por referencias: el edificio se encuentra a unos cinco minutos a pie, minuto arriba minuto abajo, si los cálculos no me fallan. Me sentará bien tener cerca a un par de colegas. Casi todo el personal que conozco en Madrid vive alejado del centro, y para ir a visitarlos toca tirar de metro, taxi o autobús. A pesar de los conflictos diarios que asolan al barrio, nunca me he visto envuelto en situaciones graves. La única vez que estuvieron a punto de endurecerme el pellejo a golpes fue porque iba a casa y topé con disturbios en los que la policía se puso a arrearle los lomos al personal. Lo conté en su momento: me libré de milagro. Aunque quizá no fue un milagro, sino mi manera de actuar con sentido común en circunstancias en las que hubiera querido echarme a correr. Uno tiene la sangre fría cuando menos se lo espera. Un escritor me preguntó hace poco por qué no me mudaba de zona, dada la degradación del barrio, pero le dije que a mí Lavapiés me encanta. Que, de momento, ni hablar.
En el barrio viven o vivían unos cuantos paisanos. Desde que estoy aquí me he cruzado con gente a la que conozco de vista: a la puerta de una cafetería, en una calle, en el kiosco de la plaza. Gente que paseaba antaño por las aceras de mi ciudad, y que ahora vive por aquí. Se nota en seguida cuando alguien habita un barrio o sólo está de paso, mirando a su alrededor con la atención que prestaría un turista. Reconozco sus caras al verlas, pero no soy capaz de encajarlas en ningún sitio. Nos suele pasar a todos, aunque tengamos buena memoria (pero la mía anda algo maltrecha): podemos hablar cada noche con nuestro barman de cabecera, o conversar todas las mañanas con el frutero, o intercambiar recetas y sonrisas con la farmacéutica que nos atiende cuando andamos enfermos, y un día, si nos tropezamos con cualquiera de ellos en un semáforo no somos capaces de reconocerlos fuera de su entorno. Sabemos que los conocemos de vista o de estar con ellos de palique, pero al quitarles la barra o el mostrador que los separaba de nosotros y al despojarlos de su entorno, nos cuesta situarlos. Uno va por el metro, se cruza con alguien o lo ve de lejos y se pregunta: “¿De qué me suena ese tipo?” Tras darle muchas vueltas, lo encaja: le pone un mostrador o una bata blanca o un trapo para humedecer la barra, y entonces sabe dónde suele encontrarlo. Con esos zamoranos que he visto de vez en cuando me pasa igual: si los viera en mi ciudad natal, sabría al punto quiénes son. Fuera de su entorno sólo sé de dónde provienen. Me parece que incluso en mi calle vive un antiguo amigo de mi familia. Si nos cruzamos por Lavapiés o por La Latina, nuestro saludo mutuo contiene siempre esa sorpresa que supone la incursión de lo insólito en la rutina.
Este barrio conjuga lo cañí con la inmigración, lo viejo y lo nuevo, lo pintoresco y lo exótico, y esa es una de sus virtudes. Un día puedes salir y ver una reunión de africanos tocando los tambores y, otra tarde, puedes asistir atónito a un espectáculo de bailarinas y música clásica que celebran en la plaza, justo al lado de los alcohólicos y los parias. Puedes ver a un grupo de facinerosos desgastando la esquina de un cruce y observar cómo pasa, al lado, una viejecita con las bolsas de la compra que va a su aire. Son estampas que te descolocan, como ver a una abuelilla entrando al cine a tragarse la secuela gore de “Las colinas tienen ojos” (y la vi en una sala de Montera). Es el encanto del lugar. Así que les doy la bienvenida a mis nuevos vecinos.

miércoles, junio 20, 2007

Para el alivio de insoportables impulsos, de Nathan Englander


La casa despide un olor peculiar, un aroma característico. El rabino tiene trece hijos, y ése es el olor. El ciclo continuo de las necesidades cotidianas. Siempre hay alguien comiendo o cagando, poniéndose unos calcetines o quitándoselos. Pero no es blanca como el pabellón del hospital. Ni estéril y artificial. Aquello es la vida real, con los olores que la acompañan.

Mañana, en Valladolid

Copio y pego:

Jueves, 21 de junio, a las 20:00 horas, en el Salón de Actos de Caja España, Plaza de España, 13, Valladolid. Presentación de los libros de Ámbito Ediciones:

  • Para entender las murallas de Ávila, de María Cátedra y Serafín de Tapia
  • El último Delibes y otras notas de lectura, de Santos Sanz Villanueva
  • Valladolid y sus comarcas, de Amando Represa

Intervendrán en el Acto Fernando Manero, Amando Represa, Santos Sanz, Serafín de Tapia y Julio Valdeón. Por la mañana, a las 11.30h, habrá una rueda de prensa en el Hotel Imperial.

Pase de prensa: Death Proof


Mañana, jueves, a las 10, asistiré al pase para la prensa de Death Proof, la última película dirigida por Quentin Tarantino, que hace poco se vio en Cannes. Lamentablemente no se estrenará en los cines de España hasta el 31 de agosto. Recordemos que Death Proof era el segundo segmento de Grindhouse, un homenaje de Tarantino y Robert Rodríguez a los programas dobles de los cines de barrio, y que también incluía el episodio Planet Terror, firmado por Rodríguez. Pero, al parecer, en muchos países de habla no inglesa han decidido estrenar los dos segmentos por separado. Con la ventaja de que, así, cada filme tendrá más metraje.

Me hubiera gustado ver primero Planet Terror, pues en Grindhouse es la encargada de abrir el fuego. Pero no voy a perder la oportunidad de ver lo nuevo de Tarantino. Ya os contaré. Si alguien quiere estar al día de las noticias del mundo de este director, le remito al blog Tarantinospain. Muy recomendable.

El que se reinventa

Le otorgaron a Bob Dylan el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y aquí aún no lo habíamos comentado. Podría haberlo recibido Ferrán Adriá, pero por fortuna no ocurrió así. Y no tengo nada contra los cocineros, sino todo lo contrario. Tampoco tengo nada contra Adriá. Pero ya saben de mi devoción por Dylan, que ha sido de todo en esta vida: rebelde, músico, actor, poeta, dios, demonio, pianista, leyenda, juglar, compositor, guionista, director y no sé cuántas cosas más. A pesar de cuanto digan sus enemigos, es uno de los grandes artistas de nuestro tiempo. Es un individuo que supo reinventarse a sí mismo, que ha travesado tantas facetas que se nos olvidan. Su proceso de reinvención es continuo. Lo dijo Ray Loriga, uno de los más lúcidos seguidores del músico: “Creo que ha tenido que soportar la carga de ser dios en la época en la que estaban muy necesitados de dioses, como fueron los sesenta. Y, además, tuvo el coraje para dejar de serlo. Dylan lleva años intentando dejar de ser Bob Dylan”. Cuando sale a relucir el nombre de Dylan, siempre hay alguien que le reprocha un gesto o que le tira una flor. Como eso de cantar ante el Papa. A mí no me parece mal, pero es una de las decisiones más controvertidas de su carrera, y la que quizá más le critiquen sus admiradores. No me parece mal que un señor demuestre su catolicismo mientras no me abrase a mí o dañe a terceros.
A Bob Dylan le han dado el Príncipe de Asturias, pero sospechamos que le deja indiferente. Sería una actitud lógica en él. Yo supongo que llega un momento en la vida en que todo te da igual, especialmente los premios, que en la vejez sirven de poco, salvo para recordarte que tienes demasiadas arrugas y caminas despacio hacia la extinción. No recuerdo si fue Fernando Fernán Gómez quien dijo que los premios que llegaban en la madurez no servían de nada, pero que habrían servido de mucho en la juventud, cuando uno pasa hambre y no ha alcanzado un estatus. Hay creadores que están más allá del bien y del mal. Por muchos premios que le den o le nieguen a Dylan, dará lo mismo: hace décadas que entró en la Historia. Basta con ir a uno de sus conciertos: aún está en forma y su banda y él son puro nervio. Basta con ponerse esa joya, que guardo en vinilo: “Pat Garret & Billy the Kid”. Basta con ver el videoclip de “Jóvenes prodigiosos”, en el que suena “Things Have Changed”, una de sus mejores canciones de los últimos tiempos, que le hizo ganar el Oscar. Basta con pasar una tarde viendo el “No Direction Home” que rodó Martin Scorsese. Basta con ver la cantidad de películas que incluyen sus temas en la banda sonora. La cantidad de músicos que lo han imitado, plagiado, homenajeado y versionado. Las letras de tantos temas.
La concesión del premio a mí me parece muy bien, como me parecieron las de, por ejemplo, Woody Allen o Paul Auster. Pero he leído estos días lo que opina la gente en los foros, en las bitácoras y en los artículos de prensa y parece que a muchos les ha sentado como un tiro. Los que le odiaban tienen una razón más para acrecentar su resentimiento. Los que le adoran dicen que no se merece este, sino el Premio Nobel. Y luego hay una facción, que es la misma que ahora ataca a Paul Auster, pero que le veneró hace años. Me explico: Auster pasó de ser un escritor para la minoría silenciosa a ser un novelista para la mayoría bulliciosa, y luego le dieron el Príncipe de Asturias, lo cual hizo que aquellos que le alabaron en los comienzos se hayan vuelto contra él y renieguen de su obra. Algo similar está ocurriendo con Bob Dylan. A veces un premio es un inconveniente. Pero a Dylan le dará lo mismo.

martes, junio 19, 2007

Gratitud


David González ha escrito este post, que le agradezco mucho, ya que no estoy acostumbrado a que hablen/escriban de mí, salvo para darme palos ocasionales. También ha colgado Zapatos, el texto con el que colaboro en Palabras como velas encendidas. Espero que ambos os gusten.

Del asesinato considerado como una de las bellas artes, de Thomas De Quincey


Un clásico. Con sentencias humorísticas como esta de: Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse.
El libro se divide en tres partes: primeramente, dos artículos en los que, con un humor deliciosamente macabro e inmoral, De Quincey aborda el tema del asesinato visto desde el lado estético. Una vez se ha consumado el crimen, dice, y cuando ya no existe manera de impedirlo, podemos analizar sus términos como si el asesino hubiera intentado ejecutar una obra de arte. O sea, el crimen perfecto.
Pero es su tercera parte, el Post Scriptum escrito casi 30 años después del primer artículo, donde De Quincey se revela como un maestro. Abandona la ironía para relatar los asesinatos perpetrados por John Williams y los hermanos M'Kean, que aterrorizaron a la sociedad londinense. Háganse cargo: hombres emboscados en la sombras, nieblas que envuelven las calles, personas que se libran de la muerte por unos minutos, muchedumbre deseosa de linchar a los criminales. Magnífico.

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Acabo de descubrir que no sólo mi cara y mi edad se acercan a la vejez: también mi voz. Por teléfono, una señorita me llama para solucionar, de una vez por todas, la confusión de un pedido de la Casa del Libro. Tras comprobar que los datos postales son correctos, me dice: “¿De acuerdo, señor?” Señor. Por teléfono ya sueno a señor. Ay.

Gaseosa disipada

Tras unas semanas de suspense conocimos el rumbo de la alcaldía de Zamora. Hemos tenido tres días para digerir los resultados y madurar las opiniones. Había tres posibilidades, y los calificativos que les pongo son, por supuesto, a priori, pues luego la política depara innumerables sorpresas: la buena (pacto de IU-PSOE-ADEIZA), la mala (pacto de PP-ADEIZA) y la regular (gobierno en minoría del PP). Al final salió la regular, o sea que Miguel Ángel Mateos, en giro esperado para algunos e inesperado para la mayoría, decidió votarse a sí mismo, con lo cual quedó la alcaldía en manos de Rosa Valdeón. Tenemos, por tanto, dos cambios significativos: un nuevo rostro en la dirección del Ayuntamiento y, por primera vez en la historia de esta ciudad, el cargo lo ocupa una mujer, lo cual es un paso adelante en una provincia conservadora y machista como la nuestra. Enhorabuena por ello. Esperemos que Valdeón no se apunte al carro de las cacicadas, culpable de muchos de los males que asolan a Zamora. De momento a sus aduladores les ha dado una alegría próxima al orgasmo, si me apuran.
Mateos ha decidido que todo siga como antes, es decir, que continúe gobernando el PP, después de pegarse bailes de tanteo con unos y con otros. Pero, según he leído y escuchado por ahí, ha cavado su propia tumba (en el plano político, se entiende), al menos de cara a sus votantes, aunque también por parte de quienes no le votaron. Es decir, que le están cayendo palos de todos los lados: de la izquierda, la derecha, el centro y hasta del apuntador. Decían en “El bueno, el feo y el malo” que el mundo se divide en dos clases de personas: los que sostienen el revólver y los que cavan (la tumba), y lo decían al pie de la letra pero se puede tomar también en sentido metafórico, es decir, quienes ostentan el poder y mandan y quienes pierden y obedecen. Por otro lado en esta ciudad, una vez más (y van…), hemos hecho el ridículo. Eso es lo que se ha visto desde fuera, desde otras tierras. Ya lo advertían los medios de comunicación el viernes: Zamora era la única capital que aún no había establecido un pacto veinticuatro horas antes de formarse el Ayuntamiento. Siempre tocamos la misma canción. Tras el tiempo de espera y los nervios que acarreó la incertidumbre se aguardaba algo distinto, un giro político que se ha quedado en nada o, como hubiera dicho mi abuelo, resultó ser una gaseosa disipada. La gaseosa parecía que nos iba a salpicar a todos, pero al abrirla se comprobó que estaba sin gas, sin fuerza. No dio lo que se esperaba.
Uno de los mayores problemas de ADEIZA es que no ha tomado partido por nada, ni por la derecha ni por la izquierda, y se dice que, quienes no toman partido, resultan sospechosos. Sin embargo, al no decantarse por una u otra opción le ha entregado el poder al Partido Popular. Quiere decirse que, incluso escurriendo el bulto, a no querer se toman decisiones. No hay peor postura, en política, que aquella que conduce a cabrear a los votantes. Lo tendrá difícil Miguel Ángel Mateos para recuperar su imagen de cara a la ciudad y al electorado, y me duele porque a mí siempre me ha parecido un hombre cabal. La moraleja de este asunto, que ha deparado litros y litros de tinta y aún deparará muchos más, es que en Zamora no puede darse un cambio radical (como en el programa ese, tan patético), un poco de oxígeno. Visto lo visto, no se producirá jamás. Como dice un amigo mío (otro exiliado, claro): “En el fondo nos viene bien que Zamora siga siendo una especie de asilo sin futuro. Así, cuando nos jubilemos, volveremos a vivir allí y será la ciudad ideal para nuestra vejez”.

lunes, junio 18, 2007

White City, de Tim Lott


Podría calificarse esta novela de cruce entre el retrato de amigotes de Trainspotting, de Irvine Welsh, y la crisis del paso hacia la madurez de Alta fidelidad, de Nick Hornby. Tim Lott está a medio camino: no es tan duro como Welsh ni se aferra tanto a los emblemas culturales.

El narrador de White City es un mentiroso: Frankie Blue el Trolas, de modo que el lector nunca sabe si le está contando la verdad o sólo su verdad. Seguramente esto último. Blue, un tipo de treinta años de clase media, empieza una relación con una mujer. Pronto deciden casarse. Y Blue deberá asumir responsabilidades: tendrá que elegir, a menudo, entre ir de borrachera con sus amigos o celebrar los cumpleaños con su novia. Decisiones de esa clase, algo absurdas, pero definitivas. Tendrá que plantearse si dar el paso ya, si consagrar su vida a la pareja o volver a lo de antes, borracheras y juergas hasta que tenga treinta y cinco o treinta y seis años. Matrimonio o soltería. Pero sabe que eso, la soltería, la farra de colegas, tarde o temprano se acabará. La sociedad lo pide. De modo que Blue recuerda los mejores momentos del pasado y sus amistades mientras sopesa qué es lo que necesita. Cualquier lector que ronde la treintena se sentirá identificado con Blue, sus crisis y sus miedos hacia la certeza de que, un día, le tocará abandonar el papel de Peter Pan.

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Me escribe Julio Valdeón Blanco. Siempre es una alegría recibir noticias suyas. Julio vive en Nueva York y es corresponsal de El Mundo. Combate a diario con las palabras y no abandona la escritura, a pesar de las granadas injuriosas con las que les han bombardeado a él y a su familia. A Julio le han hecho mucho daño pero, como los grandes, ha sido capaz de recomponerse y seguir peleando. Ambos compartimos una frase mítica: “If they move... kill 'em”. Probablemente sus enemigos no sabrán traducirla: no les exijamos, también, que sepan a qué película pertenece.

Qué leer

Mi amiga Ana Pérez Cañamares, escritora y poeta que compone admirables versos inéditos que espero vean pronto la luz (o no tan inéditos: algunos de ellos se pueden leer en su blog), se preguntaba un día en su bitácora, y lanzaba la pregunta a sus lectores: “¿Cómo decidís cuál es el siguiente libro que vais a leer, una vez terminado el que tenéis entre manos?” La cuestión no es baladí, al menos para quienes somos lectores diarios y compulsivos. Puede que sea una tontería para quienes jamás abren un libro y no tienen que preocuparse de esas cuestiones, pero allá ellos. El caso es que le he dado muchas vueltas a la pregunta. Pero no sabía cómo responderla porque los caminos para elegir la próxima lectura son, para mí, casi inescrutables. No siempre obedecen a un patrón, y precisamente por eso mismo cada vez me cuesta más elegir el siguiente libro que voy a leer. Nadie rige mis lecturas: en la bitácora de El Lector Sin Prisas, que pertenece al grupo editorial de este periódico, tenemos libertad para escoger los libros que reseñamos, lo cual nos aleja felizmente de las imposiciones y servidumbres de los suplementos culturales y de las críticas remuneradas.
Pongamos de ejemplo un viaje. Un viaje tan simple como irme a Zamora a pasar el fin de semana. Tardo más en escoger las lecturas que en hacer las maletas. Porque los interrogantes se acumulan: ¿Llevo sólo una novela, para no cargar demasiado? ¿Y si la termino y me quedo sin lectura el sábado por la tarde, cuando las librerías ya están cerradas y no puedo surtirme de nuevos títulos? ¿Debería acompañar esa novela de un cómic, lectura más apropiada o liviana para la resaca habitual del domingo en mi ciudad? Pero, supongamos que incluyo en el equipaje ese cómic y esa novela, y que, como soy lector caprichoso, al entrar en casa sólo me apetece leer un cuento, o un ensayo. Al final, la maleta se llena de libros, en previsión de lo que pueda pasar: novela, cuento, cómic, poesía. He comprobado que, por lo general, durante esos fines de semana en mi tierra me devoro casi todo el racimo de lecturas con las que me aprovisiono. Leo al llegar, el viernes por la noche. Y el sábado, al levantarme. Y luego, tras la sobremesa. Y otro rato antes de salir. Y en ese plan. La última vez que subí a un avión sabía que en mi destino de apenas dos días no iba a leer una línea. Pero era importante asegurar la lectura del viaje de ida y vuelta en avión, porque es lo único que me distrae del vértigo y del pánico a volar, que me acarrea sudores fríos en el despegue y la escritura mental de mi testamento. Una novela muy profunda no ayudaría a la distracción. Algo muy ligero, tampoco. Un compendio de cuentos, menos, pues cabe la posibilidad de tener que interrumpir la lectura de un relato al aterrizar y no retomarla hasta el trayecto de regreso. Al final opté por la solución más óptima: novela negra. Fácil de digerir, más profunda de lo que creen, entretenida y plagada de sorpresas.
A veces opto por leer el último libro comprado. Pero entonces me compro otro, y otro, y el que tenía pensado leer el lunes pasado lo empiezo un mes después. Un día iba a leer “White City”, de Tim Lott. Un poco antes encontré, muy barato, “Twelve”, de Nick McDonell. Así que McDonell venció a Lott. Pero no me gustó mucho. Quise volver a Lott, pero reeditaron “Historias de Londres”, de Enric González, y me decidí por éste. González me llevó a comprar uno de Thomas De Quincey, pero luché y conseguí leer primero a Lott. Sin embargo, ahora que pensaba leer a Flann O’Brien y a Adam Thirlwell, me llegan noticias de un escritor polaco muy interesante: Adam Zagajewski. Y recibo un pedido de libros. Y vuelvo al dilema.

domingo, junio 17, 2007

Angeles en América


Gran serie, dividida en seis capítulos con una duración total de casi seis horas. Con un reparto increíble en el que, como se ve arriba, algunos actores interpretan a varios personajes. Y tiene dos cameos: los de Simon Callow y el gran Michael Gambon. Basada en la obra teatral de Tony Kushner, aborda el tema del sida en los años 80. Dirigida por Mike Nichols y ganadora de un montón de premios, entre ellos el Globo de Oro para Al Pacino, Meryl Streep, Jeffrey Wright y Mary-Louise Parker. Salvo un escollo: las escenas del ángel, a pesar de estar encarnado por Emma Thompson, resultan un tanto excesivas y cargantes. Página oficial: aquí.

La revolución de los medios

Estaba viendo un telediario, a pesar de mi aversión a las tropelías que suelen cometer sus responsables cuando utilizan el lenguaje políticamente correcto y lleno de eufemismos, cuando dieron la noticia de un robot creado por japoneses a imagen y semejanza de un niño. Cobija hasta treinta y seis expresiones faciales, entre ellas el fruncido de ceño, la sonrisa y el miedo. Pone los pelos de punta, como sucede con todo lo que es inanimado con apariencia de animado: las muñecas antiguas de porcelana, las figuras de cera bien hechas y cosas así. Antes veíamos a los robots en las películas y, aunque nos gustaban, no dejábamos de reírnos por lo bajo, con cierto cachondeo y con cierta incredulidad, y ahora los vemos ya en los telediarios, poniendo caras raras o sirviendo desayunos a sus creadores o haciendo ruiditos espeluznantes. Nadie se creía que el hombre pudiera volar, ni que el mundo pudiera conectarse al mismo tiempo a través de los ordenadores, ni que pudiéramos charlar con un 3-PO. Pero todo es posible, salvo evitar la muerte y, de momento, resucitar (digo “de momento” porque, cuando el mundo se vaya al carajo en su totalidad, igual entonces sí resucitamos).
Fui un lector adolescente de ciencia-ficción. La saga de “Dune”, de Frank Herbert. Las “Tropas del espacio”, de Robert A. Heinlein (no me atreví a ver la película, por si se hubieran pasado con las traiciones al espíritu del libro). Y su novela “Viernes”, que me sedujo y me asqueó al mismo tiempo. “El fugitivo” y “La larga marcha”, ambas de Richard Bachman, pseudónimo de Stephen King. Algunos relatos de Isaac Asimov, etcétera. Y un olvido imperdonable que un día de estos subsanaré: Philip K. Dick, de quien sólo conozco “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” Una de las últimas novelas del género me la prestó un amigo, y no estaba nada mal: “Clones”, de Michael Marshall Smith. En cualquier caso, es un género que abandoné hace tiempo. Y aquí es donde quiero enlazar con el robot del principio de este artículo: ahora la ciencia-ficción que yo leo, aunque esa ficción se va convirtiendo en realidad, está en el apartado de “Tecnología” de los periódicos.
Procuro estar al tanto de dicha sección, y a diario leo noticias a las que me cuesta dar crédito. Casi todos los caminos conducen o pasan por la red, por internet. Directores de cine que esquivan la censura gracias al YouTube, ese extraño mundo paralelo que llaman Second Life, sensores digitales que facilitan el tránsito de fotografías hasta el ordenador sin recurrir al flash, sonido holofónico, noticias sobre el gran cambio de la sociedad española (basado en la revolución tecnológica). Palabras raras o en otro idioma, a cuyo manejo nos empezamos a acostumbrar: Google, chat, widget, geek, iTunes, weblog, cookie, firewall, banner, pop-under, webmaster, dialer, spyware, spam, blogger, postmaster, etcétera. Palabras que a mi madre probablemente le sonarán a chino. Pero que ahí están. A veces uno utiliza media docena de estos términos y cuando los escucha alguien que no está acostumbrado a la informática o a navegar por la red, cree que hablamos en otro idioma o que nos hemos vuelto locos. Al hilo de este tema, el viernes vi en YouTube (¿dónde, si no?) un curioso cortometraje rodado por un italiano. Se titula “Prometeus. La revolución de los medios”, y nos cuenta, en poco más de cinco minutos, cómo el mundo ha avanzado gracias a la comunicación virtual, y especula con lo que podría pasar en el futuro, de aquí a cincuenta años. Un futuro dominado por Second Life, Amazon y Google.

sábado, junio 16, 2007

Citas. 45


El amor a los amigos es un poco como el amor a tu padre y tu madre. Se supone que está ahí, pero no lo sabes con seguridad hasta que uno de ellos la palma o algo así. El amor a los amigos y los padres sólo se manifiesta con su ausencia, mientras que con las mujeres, si la cosa marcha, lo sientes, lo notas sin la menor duda, un pequeño calambre, una pequeña punzada, en el centro del pecho.
Tim Lott, White City

En Huertas

De vez en cuando me place dar un paseo por Huertas, o sea, el Barrio de las Letras de Madrid y, al salir de allí, encaminarme hasta la Plaza Mayor, con esa sabrosa estampa en la que se mezclan los guiris y los conserjes y camareros con modos y costumbres aún de la España cañí. Pasear por el Barrio de las Letras, primero calle abajo y luego calle arriba, depara muchas satisfacciones. Entre ellas, leer el principio de las placas que le han puesto a Miguel de Cervantes o a mi paisano León Felipe. Digo el principio porque contienen textos demasiados extensos, y cuando lleva uno cuatro líneas se cansa y se va. No es lo mismo leer en casa, sentado en el sofá, pasando páginas, que leer de pie, bajo la furia del sol de estos días, que tamborilea con sus dedos en la cabeza, y con todo el jaleo urbano, que impide la concentración. Cuando uno vuelve por la calle, de regreso, hacia arriba, donde se conjugan esos bares para extranjeros a los que clavan al cobrarles un tinto y una ración de calamares, es conveniente mirar hacia el suelo para leerse otra vez los fragmentos de obras de literatos que brillan en los adoquines. En esas tascas, con tumultuosa y alegre decoración ibérica, los turistas se sienten a gusto porque pueden ver de un vistazo la reunión de los tópicos españoles: la cabeza disecada de toro, la fotografía de una vieja gloria del toreo, el autógrafo de una folclórica o de un artista que pasó por allí en los tiempos del dictador, la efigie de escayola de algún santo patrón, el cartel de un partido de fútbol de esos que hicieron historia. Tienen vermú de grifo y huele a aceitunas.
El otro día me fijé, dando un paseo por esas calles, en el menú que, escrito a mano, está expuesto en algunos escaparates. Con una caligrafía exacta, aunque demasiado rudimentaria, como si lo hubiese escrito un niño que ha crecido antes de tiempo y se ha vuelto formal, reproducen platos que uno desconocía y recetas de cócteles y brebajes que suenan muy bien al oído. En las librerías de antigüedades nunca me atrevo a entrar, pues sospecho que no tendré suficiente dinero para comprarme ejemplares tan añejos y bien conservados, y me conformo con curiosear el muestrario polvoriento del escaparate y más allá, es decir, al fondo de la tienda, donde siempre hay algún librero, solitario, sentado y entretenido en lo suyo, que nos recuerda al Geppetto de “Pinocho”, la película de dibujos animados. No falta algún ocioso comiéndose un bocadillo en un banco, o un tipo que pide limosna de rodillas, ni un desesperado que bebe como si el Apocalipsis fuera mañana mismo.
Desde allí me gusta ir hasta la Plaza Mayor. La otra tarde, después de descifrar esos menús a mano del Barrio de las Letras, quise dar una vuelta completa por los soportales. A la puerta de los restaurantes los camareros ofrecen a los guiris una mesa en las terrazas o en el interior de los establecimientos. A mí no me la ofrecieron, quizá porque notan que no soy un extranjero o que estoy avisado. No me pasa así en mi barrio, donde subir la calle Lavapiés se convierte en un continuo rechazo de las invitaciones a tomar asiento en las terrazas de los garitos hindúes. En la Plaza Mayor, ahora que hace buen tiempo, florecen las sombrillas y las terrazas. Me fijo, de pasada, en todos esos pintores que se ofrecen a hacer la caricatura o un dibujo al carboncillo. Para demostrar su pericia, tienen algunos lienzos junto a las fotografías y postales de donde han sacado el modelo para dibujar a tal o cual actor de Hollywood. La mayoría son muy malos, meras fotocopias a lápiz. Pero es una de las cualidades del encanto de estos lugares, embrujados de sentimentalismo cañí.

viernes, junio 15, 2007

Los pormenores, de Tomás Sánchez Santiago


He dedicado unos días en el blog a este libro por varias razones, más allá de la amistad.
En primer lugar, me parece una joya, tanto en el fondo como en la forma; está repleto de hallazgos y de chispazos gloriosos de literatura, y además la edición contiene dibujos, esbozos, fotografías, incluso una etiqueta firmada por el autor y dos o tres muestras de objetos, como el envoltorio de una magdalena o un botón con su hilo. Pero no ensombrecen la escritura.
En segundo lugar, me temo que la tirada es corta, limitada, y no resulta fácil conseguir ejemplares. Lo ha publicado un editor independiente, en León, y de momento sólo pude encontrarlo aquí.
En tercer lugar, porque creo que Tomás Sánchez Santiago es, posiblemente, el escritor más dotado de este país junto a, por ejemplo, Julio Llamazares (buen poeta, buen escritor, buen ensayista, buen articulista). Se meta donde se meta, Tomás sale bien parado y deja tras de sí un rastro de perfección. Tomemos nota de los géneros en los que ha escarbado en los últimos años: el libro de vistazos y anotaciones (Los pormenores, 2007), la novela (Calle Feria, 2007), la poesía (El que desordena, 2006), el ensayo (Zamora y la vanguardia, 2004), el cuento (la separata Los cocineros se aburren a las cinco, 2004), el artículo periodístico (Salvo error u omisión, 2003). Eso sin contar sus ediciones críticas de Los cuadernines de Delhy Tejero (2004) o la Antología poética de Antonio Gamoneda (2007). Si no me creen, prueben con cualquiera de ellos. El problema es que, como ocurre siempre, tendremos que esperar a que algún cabecilla de Babelia o El Cultural diga que sí, que sus libros son magníficos, y entonces sus obras se conviertan en un éxito de ventas y él aparezca en todos los suplementos, lo que, sin duda, incomodaría demasiado a Tomás, partidario del silencio y del secreto.
En fin, ahí está este último libro, un conjunto de anotaciones breves, pensamientos, aforismos, pequeñas historias y reflexiones. T.S.S. se fija siempre en lo pequeño, en lo que no hace ruido: en los comercios antiguos, en los hombres de oficio callado, en las orillas de los ríos, en los personajes anónimos... Y no descarta, por supuesto, el ataque sarcástico a los poderes establecidos.

12

Llaman al portero automático. Cuando el hombre sube a casa y le abro la puerta, me trae un pedido de la Casa del Libro. Se supone que es Para el alivio de insoportables impulsos, de Jonathan Englander, que llevo meses buscando. Le pago, cierro la puerta y abro el paquete. En su interior no está lo que esperaba, sino una novela rosa: Sólo trabajo, de Nora Roberts. Llamo para reclamar y me dicen que lo solucionarán, que todo obedece a una confusión en los pedidos. Reprimo el insoportable impulso de abroncarles, y callo. Nora Roberts… Eso sí que podría ser insoportable. Pero, de momento, me falta el alivio.