De regreso a casa pasamos cerca de un colmado hindú. En la puerta, estrépito de expositores volcados y revoltijo de bolsas y cajas al caer al suelo. Un mozo huye a la carrera de la tienda, provocando una estampida de perdiz asustada. Tras él, sombra justiciera, otro mozo, el que atiende el negocio. Los reflejos me ayudan a esquivar el tren veloz que forman antes de que nos puedan arrollar. El fugitivo y su perseguidor corren calle abajo, en sus facetas de ladrón y agraviado. Pero la carrera, cuando los vemos una y otra vez perseguirse por callejuelas, como el perro y el gato, pronto se parece a una comedia de enredos. No lo es, sin embargo. Sólo es la vida peligrosa y canalla de mi barrio.
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