La madre viste, lava, peina y acicala al niño antes de enviarlo de excursión de aprendizaje al colegio, o sea, a la vida. Cuando él ha partido y la puerta se cierra, ella tiembla. Reza para que no le suceda algo malo, para que no lo molesten ni lo insulten. Lo mismo que hago yo, cada mañana y desde hace ya varios años, con las palabras que envío ahí fuera, a esa exposición pública que siempre corre el riesgo del escarnio y la tragedia.
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