Día de la Música. Mi gente me llama para ir a escuchar el concierto gratuito que celebran en Chueca. Cuatro grupos: Mastretta, Martín Buscaglia, Miqui Puig y su banda El Conjunto Eléctrico y la Fundación Tony Manero. No estoy muy interesado en ninguno porque faltan sólo unos días para asistir al que podría ser el mejor espectáculo del año: The Rolling Stones, y los teloneros Jet y Loquillo y Los Trogloditas. Jagger y Richards quieren contentarnos después de la que nos jugaron el año pasado. Ahora sólo falta que no vuelvan a colgarnos. A Jet los vi hace poco en Madrid. A Loquillo lo escuché en un concierto de Zamora, cuando yo cursaba mis primeros fracasos en el instituto. Tras su directo, un amigo y yo nos lo encontramos sentado en una terraza de La Marina. Mi amigo se acercó y le pidió un autógrafo. Loquillo, sin despeinarse, dijo: “Niño, ¿mañana no hay colegio?” Y nos quedamos planchados, mudos y sin autógrafo. Es cierto que mi colega era bajito y que en el fondo éramos unos críos. Pero se nos esfumó la ilusión con una frase. No nos ha importado. Loquillo y sus muchachos siguen tocando de maravilla y estoy deseando volver a escucharlos.
Volvamos al principio. Me llama mi gente y, aunque no estoy interesado, decido ir, por hacer algo distinto y pasar la tarde del jueves. Nada más llegar a la Plaza de Vázquez de Mella donde tocan los cuatro grupos, en el orden que he mencionado, se nos acerca una pareja a preguntar qué y quiénes van a cantar. Y, de paso, piden un pitillo. Observo a la pareja. Al tío le faltan los dientes superiores, va sin afeitar, como yo, y gasta una catadura de navajero que echa para atrás. Hay malicia en sus ojos y, al mirar a la pequeña mujer que va a su lado, comprendo por qué. La mujer tiene la cara hecha un Cristo. Pómulos partidos, un ojo morado y una herida recién cosida junto a la nariz. Heridas frescas. Una pareja del abismo. Todos coincidimos en que, seguramente, el hombre ha sido quien le ha partido la cara a su acompañante. Nos acercamos al escenario tras reclutar unas cervezas en un bareto en el que ya había tapeado alguna vez, y que resulta demasiado caro para lo cutre que es. Cerca del escenario hay un gnomo vagabundo y ebrio. Los hombros desnudos, el pelo sucio, la barba harapienta. Se parece al Mono Borracho. Pero apuesto cualquier cosa a que no sabe kung fu. En todos los directos gratuitos, en todas las verbenas de ciudad grande o pequeña y de pueblo, siempre hay un hombre feliz, borracho y desastrado que baila solo y estimula el cachondeo del respetable. Cuando se va, un tipo joven con barriga y michelines se quita la camiseta y hace su danza de bailarín con porro en la boca. Es una especie de Maciste de barrio. Yo no sé por qué, para desesperación del público femenino, en los conciertos sólo se desnudan los hombres feos, sudados y con sobrepeso. Al menos es lo que se estila en los directos a los que acudo.
Puig canta un viejo tema de Los Sencillos. Pero ya no es lo mismo. A Puig lo vi la otra tarde en un cine. Siempre que voy al cine me encuentro, entre los espectadores, a gente del espectáculo. Hace unos días coincidí con Luis Tosar y Marta Etura, dos de los mejores intérpretes de este país, en una sala próxima a casa. Al pie del escenario, cerca de nosotros, hay dos actores: Alberto San Juan y Julián Villagrán. Lo curioso es que cuatro días antes había visto la película que protagonizan juntos, “Bajo las estrellas”, donde los dos hacen un papelón, cada cual a su manera. Me hubiera gustado felicitarles por el trabajo, pero me vence la timidez. No me gusta incordiar. De todo lo que escucho, Mastretta son quienes más me convencen. Y así pasamos la tarde.