El narrador de White City es un mentiroso: Frankie Blue el Trolas, de modo que el lector nunca sabe si le está contando la verdad o sólo su verdad. Seguramente esto último. Blue, un tipo de treinta años de clase media, empieza una relación con una mujer. Pronto deciden casarse. Y Blue deberá asumir responsabilidades: tendrá que elegir, a menudo, entre ir de borrachera con sus amigos o celebrar los cumpleaños con su novia. Decisiones de esa clase, algo absurdas, pero definitivas. Tendrá que plantearse si dar el paso ya, si consagrar su vida a la pareja o volver a lo de antes, borracheras y juergas hasta que tenga treinta y cinco o treinta y seis años. Matrimonio o soltería. Pero sabe que eso, la soltería, la farra de colegas, tarde o temprano se acabará. La sociedad lo pide. De modo que Blue recuerda los mejores momentos del pasado y sus amistades mientras sopesa qué es lo que necesita. Cualquier lector que ronde la treintena se sentirá identificado con Blue, sus crisis y sus miedos hacia la certeza de que, un día, le tocará abandonar el papel de Peter Pan.
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