Detesto comer viendo el telediario nacional. Ayer, sin embargo, un poco harto de las repeticiones de capítulos de Los Simpson, que me sé de memoria, puse un telediario. Me bastaron apenas cinco minutos para cambiar de canal, para asquearme y que germinara la idea de este artículo. Dieron una noticia que luego no he podido encontrar en los periódicos. Pusieron unas imágenes que mostraban a varios soldados norteamericanos en Irak. Se estaban divirtiendo a costa de los niños de algún poblado. Una diversión cruel. En algunas escenas ofrecían una propina a los muchachos. Si la memoria no me falla les ofrecían un dólar. Pero los muchachos tenían que ganarse el dólar peleando entre ellos. Dándose de tortas y de puñetazos. Como si fuesen cachorros de gladiador entregados a la locura que provoca la guerra.
En otra imagen veíamos cómo la chiquillería trotaba detrás de uno de los jeeps o camiones de los soldados norteamericanos allí destinados. El premio consistía en una botella de agua. También los convencían para cantar un tema sobre la necesidad de bombardear Irak. Los niños, ya lo sabemos, se contagian en seguida. No les hace falta mucho para que imiten lo que piden los adultos. En otra de las imágenes, al pasar el jeep o el camión junto a una cuneta por la que deambulaban las ovejas, les arrojaban bengalas a los animales, quemándoles la lana. Luego, claro, se reían del atemorizado pastor. El gobierno norteamericano, dado que estas imágenes ya están circulando por la red, ha querido a toda prisa lavar la imagen que dan sus chicos. El informativo de sobremesa que estaba viendo puso ese lavado de cara: alegres soldados que les entregaban a los niños cajas envueltas en papel de colores que contenían regalos. Todo muy bonito, ideal para enmascarar la realidad que afecta a unos cuantos. Porque no todos los soldados, supongo, contienen esa rabia interior que explota entre los niños, las ovejas, los pastores, las mujeres. El locutor del informativo terminaba el reportaje diciendo esta frase: “Esta es la denigración a la que llegan algunos por aburrimiento”. Se equivoca. No es el aburrimiento lo que empuja a unos cuantos hombres a provocar peleas a puñetazos entre niños, bajo la promesa de un miserable dólar al ganador. Es la crueldad propia del ser humano y de quienes caminan a diario por un escenario bélico. El aburrimiento puede empujar a las partidas de cartas, al tiro al blanco o a contar chistes y viejas anécdotas. No a humillar a los desfavorecidos. Eso sólo lo permiten la crueldad del hombre, su deseo de someter al más débil, su necesidad de alimentarse un rato de su pequeña parcela de poder.
No hace falta decir que las primeras víctimas de los conflictos son siempre los niños. El enemigo los asesina o los humilla. Su gente los utiliza como soldados. En la retaguardia los emplean en la fabricación de explosivos. Encuentro este titular: “Grupos insurgentes utilizan niños para fabricar bombas en Irak”. Bajo el mismo, estos dos subtítulos: “Miles de menores trabajan en talleres por cinco dólares al día fabricando explosivos” y “Los insurgentes amenazan a sus familias para que les entreguen a los menores”. No me extraña que luego veamos esas imágenes en las que un crío empuña un kalashnikov en los brazos y sostiene un cigarrillo en los labios. Son los adultos quienes los transforman en víctimas, en esclavos, en máquinas de matar, en bestezuelas que ni siquiera saben lo que hacen. ¿Se puede imaginar un infierno peor, más crudo e inhumano? Ser un niño en la guerra, en estos países, o una mujer a la que terminan lapidando es probablemente el peor de los infiernos.