El miércoles es Día del Espectador en el Nuevo Teatro Valle-Inclán. Dicho día de la semana la función de la Sala Valle-Inclán cuesta nueve euros; y la de la Sala Francisco Nieva, por ser más pequeña, siete euros con cincuenta céntimos. A mí me parece un precio razonable, incluso muy razonable, y supongo que al público también porque estuve el miércoles pasado allí dentro y la sala grande estaba llena, o casi llena, que siempre se nos pasa alguna butaca huérfana de espectador. Quería reservar entradas para el próximo miércoles, con intención de asistir a la obra que representan en la sala secundaria (“De repente, el último verano”, de Tennessee Williams), pero están agotadas. Es la primera vez que piso este teatro remodelado, sito en la Plaza de Lavapiés. Resulta curioso que, a un paso, convivan la cultura, los actores, la farándula y los textos dramáticos con el cartón de vino, el porro, el golferío, la reyerta y los andrajos. Pero así es. De momento, salvo las protestas vecinales de la tarde de la inauguración, la sangre no ha llegado al río, quiero decir al metro.
Fuimos a ver “Cruel y tierno”, de Martin Crimp, autor cuyo texto hace honor a las dos cualidades del título. La protagoniza una de mis actrices fetiche, la bellísima Aitana Sánchez-Gijón. Aitana S. está soberbia en su papel, como suele (aunque intuyo que, durante los dos primeros minutos, flojeó por los nervios). Es mucho más delgada al natural que en la pantalla, que ya es decir; por eso podemos afirmar que, sí, la cámara engorda un poco. Tiene los huesos frágiles, el perfil perfecto, los pómulos salientes, las mejillas levemente hundidas, como una muñeca a punto de romperse; sin embargo las apariencias engañan porque se trata de una mujer fuerte, carismática, de una pieza. En la obra sale Chisco Amado, un actor al que he admirado en el cine, sobre todo por su voz, rotunda, nasal, varonil. Otro de los intérpretes, cuyo trabajo no conocía, es Iñaki Font, que encarna al hijo de Aitana. Y luego tenemos al padre, El General, a quien da vida Gonzalo Cunill. Puedo asegurar que, en su interpretación, llevada al límite, infunde miedo en el espectador. En total, se juegan el pellejo unos doce actores.
La puesta en escena de “Cruel y tierno” es arriesgada y curiosa. Para empezar, no hay escenario al que subirse. Los actores están al nivel del suelo. El público se sienta en las gradas, que rodean a la pista por tres de sus lados, como si estuviéramos en el antiguo teatro romano. De modo que los personajes suelen quedar por debajo, y nunca más altos que el espectador. Debido a eso, cuando el público llega al patio buscando su asiento, los actores ya están dentro, dispersos entre el atrezzo, paseando por la sala mientras se concentran, o saludando a los espectadores que conocen. Cuando un actor sale de escena, si no debe cambiarse de vestuario o de peinado, se sienta entre el público, en las butacas reservadas para ellos; pero el público, al principio, no lo sabe. La protagonista, Aitana, se nos sentó delante en un momento dado, pues esta vez no logré reservar asiento en primera fila, sino en segunda. Prefiero no desvelar el argumento porque, así, quien no la haya visto se llevará alguna sorpresa. Sólo apuntar que la obra es brutal, que pone en escena varias situaciones algo violentas, y la tensión justa para que en la sala nadie se atreva a tragar saliva. Cuatro o cinco butacas más allá, y en la primera fila, estaban sentadas las actrices Irene Visedo (creo que sale en “Cuéntame”, pero yo la recuerdo de las películas) y Emma Suárez, rubia, hermosa y madura. Téngase en cuenta que para mí, mitómano hasta las cachas, ver en la misma sala a Aitana Sánchez-Gijón y a Emma Suárez supone rozar las nubes.