Nos levantamos esta semana con un nuevo escándalo en Zamora. Desde fuera, estas cosas, las observamos con una mezcla de resignación, pena y cachondeo. El escándalo atañe a las obras de la calle Santa Clara. Dijeron que iban a poner pavimento de granito de Sayago y no han mentido en eso, pues nos cuentan que, efectivamente, hay granito de Sayago, esa gran tierra en la que uno, incluso, hunde algunas de sus raíces. El problema, la polémica, el chiste, viene de que parte de ese granito lo han comprado en China. No quisiera mostrar acritud, pero Sayago nos queda cerca y China no sé yo, para mí tengo, oiga, que nos cae un poco a trasmano. El concejal de la cosa se defiende aludiendo que lo importante no es la procedencia del material, sino que éste cumpla las características técnicas del contrato. En ese caso, amigo, si lo que importa es el cumplimiento, y no la procedencia, preferimos que pongan en el Ayuntamiento a unos cuantos chinos haciendo el papel de concejales, pues son más trabajadores que cualquier español, y no sólo cumplen los requisitos de trabajo y esfuerzo, sino que los superan. Igual otro gallo nos cantaba. Estaría bien que el concejal de marras fuera a los pueblos de Sayago y les dijera a los paisanos, a la cara, que da lo mismo el granito de allí que el de otra punta del mundo. Pero debe saber, antes de hacerlo, que los sayagueses somos huesos duros de roer, de mollera sólida y sobrado orgullo.
Siempre que hay escándalos por obras municipales, en cada ciudad española, acaban saliendo a flote los fraudes, las especulaciones, el mamoneo, las argucias para sacar tajada y ahorrarse unos euros. No sé, de momento, en qué parará todo esto, ni qué intenciones hay detrás. Lo que sé es que no debemos sorprendernos. Al fin y al cabo, en el Ayuntamiento siguen haciendo lo de siempre, o sea, darnos rata por liebre. Cuando anuncian que, en las Ferias y Fiestas de San Pedro, van a venir a tocar los grupos más punteros y más caros, los mejores del panorama musical, es sólo un cebo para que aplaudamos, ya que al final no suelen fichar a los que habían prometido, sino a otros, con menos prestigio y, sobre todo, menos caché. Cuando proclaman que nos van a dejar las plazas y los parques preciosos, y muy funcionales, las obras resultantes jamás están a la altura; nos quitan los árboles, nos despojan de las sombras, cultivan cuatro hierbas que forman una especie de jardín artificial, ponen bancos para que dos o tres jubilados se lean el Abc y les cambian los columpios a los niños. La promesa previa nunca se parece a la realidad posterior. Venden humo y se quedan tan anchos. Como con el famoso badén de la Avenida de Portugal, entre otros casos. Pero tampoco es culpa suya: es una de las condiciones de casi todos los políticos. Prometer una cosa y cumplir otra. En este sentido, y salvando las distancias, esa actitud política recuerda ligeramente a las promesas que los maltratadores hacen a sus mujeres, con la finalidad de que éstas vuelvan junto a ellos. Juran que cambiarán y, cuando ellas regresan a casa, lo único que se cambian es el peinado. Eso es vender humo.
Mientras tanto, mientras en la provincia sus habitantes tragan carros y carretas, el alcalde y sus muchachos se van a Galicia, a reunirse con dirigentes del PP de Orense y Pontevedra, y exigen juntos al Gobierno central que agilice o acelere las obras del AVE, que uniría Galicia con Madrid, pasando por Zamora. Muy bien, nos parece perfecto, ese interés. Pero sabemos de sobra que es otra cortina de humo para que los ciudadanos dirijan la vista a otro lugar, y así la mirada del pueblo no enfoque los fracasos municipales y las chapuzas habituales.