El otro día hablaba, aquí, de la manera en que el mundo se rige por el dinero aunque un alto porcentaje de los internautas haya escogido el amor como la palabra más bella del castellano. De algún modo hoy vuelvo a ese tema. Siempre he pensado que, a quienes les tocaba el premio gordo de la lotería gracias al azar y a la fortuna, iniciaban desde el día de cobro una vida distinta, de ricos, sin sobresaltos, dedicándose a viajar por el mundo durante años, gastando la fortuna en su propio beneficio y en inversiones que aumentasen el rendimiento del dinero. Creía que, una vez bañados en billetes de banco, los agraciados con el premio entraban en el territorio blando de la felicidad (considero blando el territorio de la felicidad porque es inseguro e inestable, sometido a caprichos y a vaivenes, mientras el de la tristeza suele ser terreno firme, en el que uno puede caer, se lo proponga o no). Pero acabo de leerme un fascinante cuento, acerca del tema, que procura al lector mucha reflexión. La suerte de ganar un premio gordo jugando a la lotería me parece, ahora, distinta. En el cuento referido el dinero no es un alivio, sino una carga, una cruz, toda vez que, en cuanto sobran los billetes, la sombra de la codicia es alargada.
Se titula “Ricos”, y se incluye en un libro de relatos de un autor gigantesco, pues su talento resulta enorme. El libro es “Alguien que me cuide” y el escritor se llama Richard Bausch. Leyéndolo me parece advertir indicios de otros escritores con maestría en la ejecución de textos breves: Tobias Wolff, Raymond Carver, Stephen Dobyns, Charles Baxter. “Ricos” nos cuenta lo que le sucede a un hombre, Mattison, empleado de una fábrica de Coca-Cola, casado pero aún sin hijos, desde el instante en que decide comprar un cupón de lotería y gracias a él gana dieciséis millones de dólares. El fenómeno de la fortuna resulta doble porque nunca antes ha jugado. Decidido a que su vida no cambie al amasar tantos millones, se niega a abandonar su empleo en la planta de producción de Coca-Cola y destina grandes cantidades a la beneficencia. Pronto repara en que todo el mundo quiere más. A partir de ahí, a su alrededor se alojan la envidia y la codicia. Envidia y codicia por parte de familiares y amigos. Su padre le pide dinero para un coche. Sus hermanos quieren dinero para empezar nuevas vidas o satisfacer viejos caprichos. Su mujer le insta a que, dado que le compró un vehículo a su padre, adquiera también coches para los padres de ella, uno para cada uno porque están separados. Aunque a regañadientes, les va concediendo el dinero. Pero todos quieren más. En el trabajo algunos compañeros le miran mal, o hacen chistes a su costa; otros compañeros le revelan sus problemas, añadiendo que, con una pequeña ayudita monetaria, podrían empezar de nuevo en otra ciudad. Aquellos a quienes da una negativa se enfadan con él. En una cena familiar los parientes hablan de dinero, piden más dinero, exigen más dinero, discuten y se pelean, se lanzan indirectas, y Mattison, llegado a ese punto, sabe que se ha vuelto más infeliz desde que ganó el premio.
Desconozco qué les ocurre a las personas que, en la vida real, se vuelven ricas tras ganar en un juego de azar. “Ricos” demuestra cómo el dinero es un motor que altera cualquier vida sencilla, y la llena de culebras y de odios. Pero no me extrañaría que las circunstancias fuesen parecidas a las de este relato. Que, por cierto, recuerda a un viejo de cuento de Carver en el que el protagonista, dado que es el único que trabaja en la familia, recibe peticiones de dinero de sus padres, de su ex mujer, de sus hijos, y debe mantenerlos con su sudor. Pero todos quieren más.