Es el tema de mayor actualidad o el tema más candente, como acostumbran a decir los reporteros. Hoy España también se divide en tres grupos: los que han leído “El Código Da Vinci”, los que no pudieron terminarlo y los que no lo han leído. Me temo que quienes no lo hemos leído somos una minoría. Pero, incluso perteneciendo al tercer grupo, se acaba hablando del asunto. De muestra, este artículo, y los artículos de otros columnistas, los reportajes de los periódicos, los especiales de los suplementos dominicales y de las cadenas de televisión. Especialmente resulta patético el caso de estas últimas: sacan de debajo de la alfombra programas sobre códigos, películas de templarios, series de misterios, etcétera. Esta columna viene al pelo por si a alguien le importa mi opinión respecto a esta moda de templarios y códigos, que lo dudo. Sobre todo porque ni he visto la película ni he leído la novela. De momento, soy un apestado, no voy a la moda, no viajo en el carro de la actualidad. Pero quiero anotar por qué no he abierto el libro y por qué iré a ver la película. Vamos a ello, pues.
Algunos lectores se niegan a abrir el código de marras por esnobismo. Consideran que ellos nunca se aventurarán en las páginas de un libro mal considerado por la crítica y, así, desisten de echarle un vistazo, de hojear el principio, de mirar las cubiertas donde supongo que cuentan el argumento. Pero esa no es mi razón para no haberlo leído: al fin y al cabo uno también conoce libros malos y se los ha tragado de principio a fin y no ha sufrido indigestiones ni dolores ni pérdida de neuronas. El único problema de una mala novela es que, mientras la lees hasta el final, desaprovechas el tiempo destinado a conocer una buena novela. No es mi caso, ya digo, lo del esnobismo. Algunos lectores, independientemente de que el libro contenga calidad o no (aunque esto siempre es subjetivo), dan la espalda al código éste porque es la fiebre que consume a las masas. Dicen: “Si todo el mundo lee tal libro o ve tal película o sigue tal serie, yo no haré lo mismo. Seré diferente”. Dicha argumentación hace que se pierdan joyas, porque no siempre el público lector o espectador se equivoca; no lo digo yo, lo revelan los premios, la crítica, los entendidos y el tiempo. El tiempo, por ejemplo, ha sido justo con “Blade Runner”, la obra maestra que, en su estreno, no fue alabada por todos los críticos y tampoco por todos los espectadores. Dudo que nadie niegue, hoy, que es uno de los mejores filmes de la historia. Luego están los lectores que conocen el código de marras y lo detestan. Lo detestan, dicen, por su endeble prosa; o sólo por tratarse de un best-seller; o porque invierte la historia y se inventa patrañas. Esos tampoco son mis casos porque, insisto, no lo he leído ni lo he tenido en las manos.
Mi razón para no leer la novela está más allá de esas consideraciones, y es muy simple, y hasta creo que habrá una o dos personas que compartan mi gusto o manía: por lo general, no me atraen las novelas con misterio histórico. Templarios, códigos, cuadros con enigma, etcétera. Sólo me interesan si se apartan de la estructura hueca que suelen exhibir y me cuentan algo de la condición humana. Por eso me gustaron “El club Dumas”, “La tempestad”, “La tabla de Flandes” o “El nombre de la rosa”. “La sombra del viento” no estuvo mal, pero repito que el género no me interesa mucho. En cuanto a la película, sí iré a verla, un día de estos. Por razones obvias: las películas con misterio histórico sí me atraen, y participan Tom Hanks y Paul Bettany, y la dirige Ron Howard, autor de obras simpáticas. Ah, y porque la Iglesia Católica, con tanto escándalo, le ha añadido el morbo justo para que uno desee verla.