La asociación de comerciantes de Zamora pretende, mediante una campaña que utiliza los cebos de la calidad y la proximidad, atraer a los compradores portugueses a la provincia. Que vengan a la ciudad y compren, que la conozcan y gasten, que nos visiten y se dejen los cuartos. A mí esto me parece bien y no seré quien lo discuta; ni yo ni nadie. La campaña va destinada, principalmente, a los habitantes de Tras Os Montes, tierra serena, montaraz, bellísima y, a lo que me supongo, no muy visitada por los zamoranos (antaño eran más los que cruzaban la frontera para ir de compras que quienes la atravesaban para hacer turismo). Sobre esa región portuguesa existe un libro inolvidable, titulado así, “Tras Os Montes”, escrito por mi admirado Julio Llamazares en la piel de un viajero, un poco a la manera de otro libro necesario, el “Viaje a la Alcarria”. Para la campaña se destinan quince mil euros, aunque la cantidad del presupuesto la anoto sólo para quienes quieran tener conocimiento de la misma, que a mí el argumento de los presupuestos y de las subvenciones me hastía.
Comento la campaña y la noticia porque nos sirve para hablar hoy de Portugal. Parece que esa captación de clientes parte del hecho (no probado con estudios), o más bien de la sospecha, de que en los últimos tiempos aumenta el número de compradores portugueses que cruza la raya y viene a comprar a Zamora. No seré yo quien lo niegue. No obstante, he de admitir que esto jamás lo había oído. Desde la niñez uno albergaba dos sospechas: que los portugueses, de visitarnos, lo hacían como viajeros y turistas que vienen a conocer la tierra; y que los zamoranos, en nuestras visitas al otro lado, íbamos con la pretensión única de comprar toallas y ropa barata. “Vamos a Portugal esta tarde”, decían unos. “¿A qué?”, preguntaban otros. “A comprar toallas y pantalones”, era la respuesta. Por fortuna esa exclusividad mercantil está desapareciendo, lo cual debemos agradecer a gente como Julio Llamazares, gente que visitaba la tierra y conocía a nuestros vecinos y desmentía los topicazos, los rumores y las falsas impresiones. Cuando hoy preguntas acerca de los desplazamientos al país portugués, son más quienes dicen que quieren conocer la tierra y moverse por Lisboa o Braganza que quienes van sólo de compras. Alguien me dijo una vez que los españoles vivimos de espaldas a los portugueses; juntos y próximos, pero sin mirarnos a la cara. Años atrás asistí a algunas conferencias y encuentros hispano-lusos, como espectador y oyente, y también a alguna cena con portugueses, y tomé conciencia de ese alejamiento. En la actualidad hay zamoranos que perciben la distancia y se ponen a estudiar el idioma, para remediarlo. Sin embargo en las escuelas siempre se obstinaban en enseñarnos inglés, para que supiéramos chapurrear cuatro frases el día en que viajáramos a Londres.
Durante la celebración de La Noche de Max Estrella, cuyos pormenores aquí relaté, me presentaron al director de la Feria del Libro de Valladolid. “¿Eres de Zamora, entonces?”, inquirió. “Sí, de Zamora”, respondí, con ese orgullo pesimista que nos sale a quienes vivimos fuera (orgullosos de nuestras raíces y de nuestro pasado, pero apesadumbrados por la certeza de saber que es una tierra que empobrece o no levanta cabeza). “Bilingüe, ¿no?”, quiso saber mi interlocutor. “¿Perdón?” “Digo que allí sois bilingües, por aquello de la proximidad con Portugal. Habláis dos idiomas, ¿no?”. No lo decía en broma; lo preguntaba acaso con ingenuidad. “Pues no, la verdad es que no”, contesté. Pero aquello me dejó tundido. Me hubiera gustado decir: “Sí, manejo español y portugués; me adiestraron bien en el colegio”.