
-Sobre Jim Thompson: Cuando Jim Thompson murió en 1977, a los 70 años, tras más de cincuenta trabajando como escritor profesional, todas y cada una de sus veintinueve novelas estaban descatalogadas.
-Sobre David Goodis: Todas las mañanas, Goodis se retira a su cuarto y se pone a trabajar, sale solamente para almorzar y hacer una siesta, y vuelve al trabajo hasta última hora de la tarde. Su madre, que le prepara el almuerzo a diario, es la guardiana del tiempo de su hijo y dice a todo aquel que lo llama que "David está trabajando". Él jamás habla de su trabajo, salvo para decir cosas como "necesito terminar lo que estoy haciendo para Fawcett" o "hoy he tenido un día duro".
-Sobre Chester Himes: No es que sea triste, es incomprensible que no haya ediciones vivas de esos libros. Se trata de algo con lo que un escritor debe contar, por supuesto, viendo a menudo cómo lo mejor de su obra desaparece bajo las olas; aprende a vivir con ello. Pero le abate como ninguna otra cosa que le pueda suceder, algo que sabía muy bien Chester Himes, autor de Si grita, suéltale y El fin de un primitivo. "Se requiere muy poco para destruir a un hombre", escribía Artaud; "sólo necesita la convicción de que su trabajo es inútil".