Ya lo he dicho: cada vez que voy a Zamora ha surgido algún cambio en la fisonomía de la ciudad. Los cambios son más rápidos y más oportunos que mi capacidad de asimilarlos. Tiendas que cierran y otras que abren, bares que reforman (como el Berlín, cuya remodelación no conocía hasta ahora) y bares que desaparecen (El León de Oro), nuevos comercios e inauguración de obras. Aparte de los mencionados, divisé al cruzar la Plaza Mayor un restaurante de kebabs. Queda al lado del Ayuntamiento. Como no tenía referencias de momento no he entrado, pero me han dicho que los kebabs de allí son buenos: lógico, pues me pareció ver que, tras el mostrador, curraban árabes o turcos (en principio, desconfío de un kebab hecho por un español, así como desconfiaría de una tortilla de patatas cocinada por un ruso). En mi próxima visita cenaré allí; y tengo curiosidad por saber cómo funciona el negocio porque, asumámoslo, en mi tierra hay un excedente de población racista.
Elegí este último fin de semana para ir a la ciudad por una sencilla razón: la apertura del nuevo Popanrol. Los socios del Popanrol de Los Herreros, antaño conocido como Bar Kaos, dejarán el local a principios del año próximo. Y ya se han trasladado a la calle Arcipreste, muy cerca de la Iglesia de San Ildefonso. El nuevo garito ocupa el lugar del antiguo y original Café Aureto. La pena es que los más jóvenes no conocían la calle ni tampoco ese bar, una de las cunas de la intelectualidad: aún recuerdo el Aureto con sus paredes forradas de anaqueles que contenían libros. También es una pena que al personal haya que explicarle con pelos, señales y mapas la ubicación de esa arteria, la de Arcipreste, sin duda una de las calles más hermosas del casco viejo y, si me apuran, de toda la ciudad. Angosta. Enigmática. Inolvidable con niebla o con lluvia. Con sabor a leyenda. Como esa leyenda que yo ignoraba y me contaron mis amigos cuando entramos en el nuevo Popanrol: en esa calle, al parecer, suele o solía aparecer la silueta de un fantasma. Alguien dijo que quizá era una mujer y otros comentaron que no estaban seguros.
El garito ha quedado de lujo y contiene el espíritu que los socios habían inculcado al viejo Kaos, o sea, pop y retro, con sabor británico; sólo que ahora lo han multiplicado por cinco. La bola de luces y espejos ya no gira en Los Herreros, pero sí en el nuevo local y en esta nueva etapa. Paredes rojas en la entrada, sofás en plan Central Perk, una barra amplia, taburetes, alguna máquina de juegos, etcétera. Las paredes que hay detrás de los sofás rojos resultan alucinantes, como si nos hubiéramos inmiscuido en alguna escena propia del cine de los sesenta. Por allí pululaba todo el personal que cada noche de viernes y sábado se veía por el otro bar, pero con la ventaja de no sufrir los apretujones. Mucha gente conocida y amable y algún enemigo de añadidura, dado que en todo cocido se encuentra algún garbanzo negro. Llegamos a las doce de la noche del viernes, tras comenzar la ruta en el Avalon. Abrieron con un cóctel de cava y mucha ilusión. A partir de ahora, sospecho que tras el Avalon y antes de Los Herreros pasaremos por aquí. Sin renunciar al viejo Popanrol o Kaos, por supuesto: sea lo que sea de él, salvo si pinchan techno o rollos del estilo. Lo que me divirtió sobremanera, aparte de la decoración, la música y las caras conocidas, fueron las especulaciones de la gente, colegas míos incluidos: “Yo creo que va a funcionar”, “Yo creo que no: está lejos de la Plaza”, etcétera. Pues yo me huelo que sí: la hostelería cuenta con mucho público en Zamora y cada bar posee su clientela fija.