Hace poco tuve la oportunidad de acudir al recital de unos cuantos magníficos poetas, entre los que se encontraban Jorge Riechmann, Antonio Orihuela, Pedro Flores y Vicente Muñoz Álvarez, entre otros. Estábamos a fin de mes y no me quedaba un céntimo, así que no pude comprar ninguno de sus libros. Ahora, por fin, he leído Parnaso en llamas, el último libro de Vicente Muñoz.
Es un poemario admirable en el que se respira la soledad, la nada de los días que van pasando, el tiempo que nos erosiona con lentitud y firmeza (40 años de naufragios / no han sido bastante / para sofocar / la llama de mi corazón), el aire marchito de las promesas rotas o de los sueños que no se cumplieron, algunos apuntes sobre la ciudad nocturna, el desguace, un bareto de barrio o esa gran pincelada sobre el viaje a la escuela en la infancia (Cogía el autobús a las ocho / y con los ojos entornados / contemplaba el rostro espectral / de la ciudad dormida: / funcionarios y obreros / dirigiéndose cansinamente al trabajo / los últimos tristes borrachos / los primeros coches del día). También caben, por supuesto, la lucha contra el sistema o las terribles fantasías sobre los cadáveres y la muerte (Durante algunos días / piensas en la soledad / de su cuerpo / consumiéndose en lo oscuro / en el proceso extraño / de su descomposición). Al final del todo, subyace cierta aceptación y el convencimiento de que el poeta no debe abandonar la lucha (concienciarse / escribir con sangre / impedir que la poesía / se convierta en algo inútil / cargarla de pólvora / y apuntar certero al blanco). Vicente no sólo no la abandona, sino que nos sigue ofreciendo el oro de su palabra.