David Fincher, director de “Seven”, “The game” y “El club de la lucha”, prepara la adaptación de una novela gráfica titulada en España “Torso. El descuartizador de Cleveland”. Es probable que la película tarde en estrenarse un año, o así. Pero investigo acerca de dicha novela gráfica, o cómic en un único volumen de tapa dura: el título me es familiar. Al ver la portada española lo recuerdo: lo he visto en una librería de saldos. Sus autores son Brian Michael Bendis y Marc Andreyko. “Torso” cuenta las investigaciones de Eliot Ness para atrapar a un asesino en serie. Voy a esa librería de saldos, en la que dedican una parte del local a los tebeos, en busca de un ejemplar. Lo quiero leer porque la historia y los dibujos (negros, misteriosos) me atraen, y no sólo porque Fincher lo incluya en sus próximos proyectos.
También quiero comprarlo antes de que la demanda crezca. Cuando anuncian la adaptación de alguna de estas historietas gráficas se obtienen dos situaciones: durante el rodaje se agotan todos los ejemplares; después, cuando se aproxima la fecha de estreno, se reedita, y es posible que los editores suban el precio, le coloquen otra portada o una pegatina, y cambien el formato. “V de Vendetta”, de Alan Moore, es uno de los últimos casos: lo compré mientras rodaban la adaptación; ahora lo han reeditado con un tamaño de lápida y cuesta más caro. Suelo guiarme, en cuanto a los cómics, por su conversión en películas. A este respecto, “V de Vendetta” es una maravilla: sus páginas poseen algo de papel atrapamoscas, pues, en cuanto uno posa los ojos sobre ellas, ya no puede soltar el tomo. Busco, pues, este “Torso”. Repaso con la mirada tantos cómics, tebeos, novelas gráficas, libros sobre dibujantes y biografías varias, que se me nubla la vista. Abro algunos volúmenes, miro las viñetas y el trazado de los dibujos. Suelo buscar historias sórdidas, sucias, sangrientas, raras, no aptas para menores, con argumentos y personajes propios de novela negra. Me duele que el cómic esté tan devaluado en ciertos círculos culturales. La mitad de los que hoy venden encierran mayor calidad que muchas de esas novelas-con-misterio-templario que se encaraman a la cima de las listas de best-sellers. Aparte de llevarme esta obra de Bendis, compro tres libritos de Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte y Julio Llamazares. Los denomino “libritos” porque ésa es su naturaleza: una nueva colección (Mini Letras) que recoge selecciones de relatos o de artículos de distintos autores. Los cojo porque, con el tiempo, estos tomos serán una rareza. Pese a su precio (dos euros), me molesta de dichos cuadernillos, de unas sesenta páginas, su tipo de letra: demasiado grande, indicada para ancianos y cegatos.
Al salir de allí, decido ir a una de las grandes librerías, de varios pisos y guardianes en las puertas, con la intención de escudriñar las mesas de novedades. A los diez segundos de poner el pie en el local pasa lo de siempre: uno de los guardias de seguridad se me pega al culo. Es una de las razones por las cuales detesto estas librerías, aunque compre en ellas. No les basta con colocar en las puertas los detectores, que pitan si uno se larga sin pagar: además, ponen a hombres-perro que custodian los anaqueles y desconfían de uno. Es posible que el hombre que está a un palmo de mí, observándome mientras hojeo los ejemplares, no haya leído nunca un libro. Por eso pensará que todos los lectores visten gabardina, peinan canas y requieren gafas. En cuanto avistan a alguien más o menos joven, con el pelo crecido y chupa de cuero, lo olfatean. Por eso no puedo estudiar el volumen a mi antojo, leer con calma el argumento y las páginas iniciales. Por eso no puedo concentrarme.