Zamora vuelve a alzarse sobre sus murallas y, así, otra de sus noticias recorre los informativos nacionales. Noticia de una tragedia, por supuesto. Sólo de ese modo podemos ser célebres, estar en boca de todos o, al menos, de unos cuantos. Los materiales de los que se compone dicha noticia contienen palabras que suelen sentirse confortables en las páginas de sucesos: disparos, sangre, ajuste de cuentas, etnia gitana, drogas, extranjero, negro, huida. Provienen de las informaciones oficiales, pero también de los rumores. Son palabras muy acostumbradas a pasearse por las crónicas húmedas de sangre. La noticia ya la conocen: dos tiros en la cabeza de un chico gitano, de veintitantos años, que iba a buscar a su familia a una hamburguesería. En pleno centro de la ciudad, a media tarde (las agujas del reloj, dicen, ya pasaban de las ocho), a unos metros del edificio donde viví hace años.
Sin embargo, lo que suele preocuparnos en estos casos es la posibilidad de haber estado allí un minuto antes, o de haber presenciado los hechos. De pensar que pudimos ser testigos. Y la sospecha de que, con el cuerpo cerca del suceso, se escapara hacia nosotros una bala, o que jamás nos repusiéramos del shock propio de toparnos con un delito de sangre, al observar en directo y sin tapujos un tiro a quemarropa. Uno de mis amigos acababa de pasar dos minutos antes por el lugar de los hechos. Incluso oyó los tiros desde su casa. La gente que merendaba en la hamburguesería confundió las detonaciones con el ruido de los petardos. En navidades esto ocurre continuamente: las noches de fiesta las atraviesan los chavales con sus estampidos de pólvora barata, y a veces no sabemos si el estruendo proviene de un petardo, de un revólver o de una bomba. Cualquier día veremos a los niños poniendo cartuchos de dinamita para demostrar su júbilo navideño. Estas noticias, aquí se ha dicho ya, nos obligan a retroceder en el tiempo, a sopesar posibilidades. ¿Qué hubiese ocurrido si hubiera pasado por allí dos minutos después? ¿Me crucé con el autor de los balazos? ¿Cambia mi estimación del escenario tras lo ocurrido?
La gente se sobrecoge y tiene miedo. Porque el tiroteo a bocajarro no sucedió en barrios marginales o apartados, lejos de la clase media y alta; no sucedió en Las Llamas, ni en El Rabiche, ni en alguno de los bosques de la periferia, ni en un garito de mala muerte. Ocurrió en la calle que separa un parque céntrico, el de La Marina, y dos establecimientos muy visitados: un videoclub y una hamburguesería. Durante unos días habrá perjuicio para sus dueños, pues los clientes atemorizados se impiden a sí mismos volver a esos escenarios. Pero, con suerte, el miedo se calmará: está escrito que los tiroteos y otras tragedias pueden ocurrir en cualquier lugar, a cualquier hora del día, en el momento más inesperado. De lo contrario no serían disparos entre bandas y entre justicieros, sino tiro al plato. La ciudad, con su pálpito sosegado, con su ritmo de otro tiempo (de un tiempo antiguo, en el que no caben las prisas), con su bienestar de provincia donde se vive bien, tiene no obstante, y de vez en cuando, estos arranques de violencia: homicidios, robos, maltratos conyugales, asesinatos, violaciones, abusos sexuales, cuchilladas, peleas a la puerta de las discotecas, tiroteos en los clubes de alterne. Como en todas partes, como en todos los lugares donde conviven los hombres. Pero en Zamora, templada y apacible, estas tragedias suenan más alto, precisamente por su condición de ciudad donde, a priori, nada ocurre.