Estamos ante uno de los libros más extraños que uno haya leído. Pese a su aspecto de novela (no es novela, ni ensayo, ni una recopilación de cuentos) su autor nos cuenta, en sus propias palabras, una mapa cronológico de la caída libre y los avatares de un hombre: Brautigan viaja y mantiene encuentros con amigos y relaciones con mujeres y lo va anotando todo en una especie de diario. La mujer infortunada del título apenas aparece, pero su fantasma deambula por el corazón de libro: de ella sólo conoce el lector que era alguien que se ahorcó en una casa en la que termina viviendo, por alguna razón desconocida, el escritor.
Brautigan no es el clásico viajero: sus observaciones se refieren a cosas como los encuentros que le hubiera gustado tener con chicas en los supermercados, o la descripción de un solitario zapato de mujer en un cruce de carreteras; cuando va a islas exóticas nunca aterriza en las playas ni habla del sol y el turismo, sino que visita los cementerios. Lo que al final queda es un diario raro en el que un hombre relata lo poco que le sucede, pero sobre el libro planean siempre las sombras de la soledad, la muerte y el suicidio: la desaparición de la suicida, la soledad terrible del protagonista, la muerte próxima de una amiga que se consume de cáncer.
Richard Brautigan, uno de los iconos de la contracultura de los sesenta en Estados Unidos, se suicidó un año después de terminar la escritura de Una mujer infortunada.