Leemos en la web del diario El País este titular respecto a un escalofriante informe: “El 59 % de los adultos aprueba pegar alguna vez a sus hijos”. Dentro del titular entrecomillan “alguna vez”. Aún más dura suena la primera frase de la noticia: “Me duele más a mí que a ellos”. Suponemos que la habrá dicho algún padre violento, en su descargo. El informe ha sido elaborado por Save The Children, ONG que ha hecho su estudio hablando con padres e hijos de España, Latinoamérica y Asia. Pero eso no es todo: un 47 % de los muchachos encuestados admite que sus padres tienen derecho a pegarles. Un suponer: tal vez los padres son jóvenes, nuevas generaciones, que por lo que se ve son las peores. Peores que la generación precedente, digo. Ya saben, ese modelo de padres jóvenes que van al supermercado en chándal, y que llenan el carro mientras la mujer le arrea un sopapo al hijo delante de la cajera y los compradores; por supuesto, no estoy generalizando: he visto familias de ese pelo. No son todas, claro. Si no, el futuro se llenaría de psicópatas a los que pegaron mucho de pequeños. Pero se ven unas cuantas, por la calle o en el súper. También da miedo otra evidencia: en las encuestas algunas personas suelen soltar una mentira, dicen justo aquello que no hacen. De ahí, se deduce que serán más los padres que peguen a sus hijos y callen.
Pero continúan los escalofríos. Encima de esta noticia hallamos otro titular que no estimula precisamente nuestra confianza en el hombre y en lo que el hombre le está haciendo al mundo: “Hallados once niños discapacitados encerrados en jaulas en Ohio”. Las jaulas medían un metro de alto por uno de ancho. Los culpables eran un hombre y una mujer que habían recogido en adopción a los chicos. No me resisto a copiar este párrafo: “Las puertas de las habitaciones a su vez eran bloqueadas con objetos pesados para que los niños no pudieran escapar. Los menores carecían de sábanas, mantas o almohadas”. Según los dos responsables, un psiquiatra les recomendó que los niños durmiesen en jaulas. Creían, pues, que estaban haciendo el bien, como sin duda creen que están haciendo los padres que sueltan sopapos a sus hijos. Una vez, en la peluquería (una peluquería para ambos sexos), una señora hablaba de sus retoños y dijo: “Un bofetón a tiempo siempre viene bien”. Como no estaba inmiscuido en la conversación, sólo pensé, con tristeza: “Esta pobre mujer ha olvidado su infancia”.
La cosa no se acaba: estamos en las páginas de sociedad, que siempre contienen miga. Más abajo, otro titular relacionado con niños: “Detenida en Jaén una pareja por prostituir a sus dos hijas menores”. Según el alcalde de la localidad en cuestión, un pueblo de Jaén, los progenitores tenían un bajo nivel económico y cultural. Esperamos que esa no sea la excusa de la pareja para alquilar los cuerpos de sus hijas. No hay excusa posible. Sólo las mentes enfermas son capaces de tales vilezas. Prosigamos, porque encima de éste hay otro titular: “España se sitúa a la cabeza de la OCDE en jóvenes que no superan el bachillerato”. No nos dicen si a esos muchachos los pegaban o si a algunos de ellos los prostituyeron. Pero eso no es todo, amigos: encima de éste, otro titular dice que aumenta en este país el número de bandas juveniles con prácticas mafiosas, a imitación de las pandillas de origen latinoamericano. El modelo comenzó al sur de los Estados Unidos; de ahí pasó a Centroamérica; ahora entra en España. El último titular asegura que hay listas de espera en los centros de internamiento de menores. ¿Creen que está todo relacionado? Sumen dos más dos.