En la actualidad, programas del tipo “Gran Hermano” carecen de sentido: hoy día somos vigilados constantemente; la intimidad apenas existe, salvo si uno permanece encerrado en casa y con las persianas bajadas. Cada día estamos todos en el punto de mira de muy diversos objetivos: las fotos que nos hacen los amigos, las imágenes que nos sacan en las bodas, los turistas que graban la calle con sus cámaras y los vecinos que desde su ventana filman cualquier cosa, desde los accidentes chapuceros (un señor que tropieza, un chaval que se cae del monopatín) hasta las tragedias cotidianas (incendios, atentados, derrumbes), y también las cámaras de vigilancia de las tiendas, de los cajeros automáticos, de los bancos, de los supermercados, del metro, etcétera. Parece como si hubiera una lucha en registrar la vida diaria: de un lado, los vigilantes que velan por nuestra seguridad y la seguridad de las empresas; por otro, los ladrones y terroristas que deben radiografiar todo para sus golpes; y, por último, los ciudadanos de a pie que gustan de filmar cuanto ven. Nuestras vidas están resumidas ahí.
Hace poco descubrí un programa curioso, un servicio ofrecido al internauta por Google, ese portal imprescindible en internet con el que sus dos jóvenes creadores se han hecho millonarios y que, entre otros usos, nos permite la traducción de páginas web, la búsqueda de imágenes y documentos, la lectura de noticias actualizadas. El programa en cuestión es Google Earth, mediante el cual uno, desde su monitor, puede moverse por el planeta, como si fuera un pájaro que planea por los cielos. Las imágenes son recibidas desde los satélites y actualizadas cada poco. Las cámaras se aproximan mucho y uno puede mirar los campos de fútbol, los edificios emblemáticos y célebres, las piscinas públicas y privadas, los áticos y tejados de las viviendas. La primera vez que lo vi estuve buscando algunos lugares de Madrid, como el edificio en el que vivo y las casas de algunos amigos. Se rumorea, no obstante, que podrían prohibirlo o restringir su uso en lo sucesivo, pues se especula con que podría ser una herramienta perfecta para latrocinios y actos terroristas: con Google Earth uno puede asomarse al mundo, ver las ciudades, estudiar las calles y las casas, y los puntos estratégicos, tales como las bases militares o los edificios oficiales. La última vez que utilicé el programa, Zamora aún no aparecía, pero será cuestión de tiempo. Para quienes vivimos fuera, reducirá la nostalgia asomarse a su tierra y ver la Plaza Mayor, el Duero o los puentes. Por otro lado, estos días Google Earth está de moda porque permite ver desde el cielo, a través del ordenador, los destrozos del huracán que arrasó Nueva Orleáns.
He leído en un periódico que no se conoce con exactitud el número de cámaras que durante el día vigilan al hombre de cualquier país desarrollado. Dicen en el mismo diario que, en el metro de Madrid, habrá unas tres mil cámaras. Se observa al hombre con los satélites, con las cámaras de los estadios, de algunos trabajos, de los comercios, de las calles. Cada uno de nosotros, sin saberlo o, sin advertirlo, protagoniza a diario su propio “El Show de Truman”. El peso abrumador de esta vigilancia se nota más en ciudades como Madrid: cada vez que uno levanta la vista (comprando, caminando, viajando en metro) encuentra el ojo silencioso y algo sobrecogedor de una cámara. ¿En cuántas fotografías sale uno a lo largo de su vida? ¿En cuántos registros? ¿En cuántas cintas de cuántas cámaras? Además de vigilar nuestros pasos, ¿alguien vigila nuestras vidas? Pero luego no sirve de nada: a los terroristas sospechosos de serlo nunca los cogen antes de sus atentados porque, se dice, no hay pruebas.