Debes dejar tus
palabras en el coche.
Dentro no te
servirán de nada,
porque es sordo
el dolor de quien
llora a un padre.
Simplemente acércate
a ella
disimulando el miedo
a su desamparo
y abrázala. Procura
que con cada gesto
tuyo sienta
que aún hay vida en
su cuerpo exhausto,
que no está sola en
un mundo
apuntalado, siempre
amenazando
con derrumbarse
sobre nosotros.
Cuando te vayas,
no te sientas
culpable por regresar a una casa
sin ausencias.
Tampoco des las gracias
a nadie por ello.
Tú estarás en su
mismo lugar algún día.
Jacob Iglesias, Horas
de lobo