lunes, agosto 20, 2012

Reencontrados


Cada semana acumulo libros: los que compro, los que me regalan, los que encuentro tras años de búsqueda, los que me pasan los amigos escritores, los que necesito para documentarme, los que me envía gente a la que no conozco o me los hacen llegar por intermediarios… Esa frecuencia me empuja a montar pilas o torres de volúmenes, y unos van ocultando a otros con rapidez. No es raro que, en agosto, sea ya incapaz de encontrar en mi biblioteca un libro comprado o recibido en junio. No es broma. De hecho, hay obras que quiero leer, y que sé que tengo, y no consigo dar con ellas en la maraña de títulos. Lo peor es que, a veces, esos volúmenes que quedan atrapados bajo otros son lecturas mediadas. Hace unos días me dio por revisar varias pilas de ésas; no sé cuántas habría, tal vez unas ocho o nueve torres de unos veinticinco libros cada una. Y encontré títulos que ya debería haber leído y otros que tenía a medio leer. Tres de ellos figuran aquí abajo, para que conste en acta.  

El poema del hombre muerto, de Fernando Bolzoni



LXIV

Perpetua desolación
En la perturbación tintineante
En el Jesús descrucificado
En sus bolsillos monedas
Una de cada país
Alaridos en el aire
Sabe que el demonio está cerca
El demonio le vigila
Obsesionado con su visita
Ingresa en un pabellón psiquiátrico
Solo las pastillas le olvidan
Y el único milagro es
No saber quien es.

**

CVII

Amanecí con la demencia detrás de los ojos
Sobrevolando las nubes
Recorriendo las profundidades de la tierra
Con mi enrevesado pensamiento
Tragué todo el agua de los océanos
Y lo escupí sobre las estrellas
Donde aprendimos a vivir
Y donde dejamos de morir
Para nada. 

**


PervertiDos. Catálogo de parafilias ilustradas, de Varios Autores




Manos, pechos, ojos
[Eduardo Moga]

Las manos amasaban minuciosamente los grandes pechos de mi mujer: oprimían sus estribaciones de pétrea gelatina, pellizcaban los bulbos rosados que los coronaban, se emborrachaban de su piel lustral, desquiciada por el peso. Luego, apresándolos por debajo, los envolvían como a calabazas maduras, y los besaba, los mordía, los besaba.
Y yo, sentado en un rincón del dormitorio, con las piernas cruzadas, lo contemplaba todo, sintiendo cerca ya el orgasmo.

**

La presencia por la ausencia, de Sofía Serra Giráldez




LA LUZ DE TU CAMISA

No me atrevo a decirte cuánto te echo de menos,
cómo me sostienen enjaezadas bajo mis pupilas estas pestañas que se anudan ya a tu gesto,
común beso sobre tu húmeda frente,
soñando bajo tu verbo que los días no terminan,
ni alumbran vistosas las farolas hasta que tu mirada se posa sobre el nombre escrito
en verso de la compañera que ocupa tu camastro.
¿Hablamos?

Servimos bajo el mismo mantel la leña que nos hogara,
alumbramos nuestra piel levemente indispuesta,
suscitada por la caricia invisible de tu mano
sobre la mía y mi espalda.
Pienso, bebiendo bajo tu cuello, que no querría más luz
que la que desprende tu camisa.