miércoles, agosto 29, 2012

Cómo escribir relatos, de Ring W. Lardner



Ring Lardner me parece un escritor excepcional, dotado de una fina ironía que empuja a devorar sus relatos sin respiro, y sin embargo no es muy conocido en España. Años atrás, en Acantilado, editaron el volumen titulado A algunos les gustan frías, que contenía diez cuentos. Está en mi biblioteca en un lugar de honor. Ahora, en Zut Ediciones, acaban de publicar Cómo escribir relatos, y sólo tres de los textos figuran en ambos libros.

Cómo escribir relatos no es una guía para escritores ni un manual de autoayuda ni nada por el estilo, aunque sirve de aprendizaje para cuentistas. Simplemente, es una antología hecha por el propio Lardner, que recopiló así varios cuentos dispersos en revistas. Su intención era dar “una serie de pautas para perfeccionar la técnica del relato breve”, y qué mejor manera que ofreciendo algunos de sus textos… Se supone que, en el encabezamiento correspondiente a cada cuento, Lardner explica los pormenores de cada uno de ellos, analizando cómo los escribió y demás; y aquí es donde brilla primero su humor, ya que se aparta de lo establecido y en esos introitos nos resume sinopsis que no guardan relación con lo que sigue, o incluye comentarios como éste, que abre el célebre relato “Campeón”: Una muestra de relato de misterio. El misterio es cómo llegó a publicarse. Por supuesto, la historia no tiene nada que ver con misterios; Lardner era un cachondo.

Uno de mis favoritos es el que daba título al volumen de Acantilado, aquí traducido como “Hay quien las quiere frías”: es la hilarante correspondencia entre un hombre y una mujer que sólo se han conocido durante media hora; una de las particularidades es que el tipo escribe mal, sin apenas comas y con parrafadas en las que chapurrea lo que siente por ella. Divertidísimo. “Alibi Ike” es otro de los mejores: el relato sobre cómo el narrador conoce a un individuo que para todo tiene una excusa o una mentira, y la manera en que siempre lo acorralan con interrogatorios y descubren sus trampas depara al lector unas cuantas risas. “Mi compañero de cuarto” nos describe al clásico fulano insoportable al que tienen que aguantar sus compañeros del equipo de béisbol, un tío lleno de manías y de rarezas capaz de desquiciar a cualquiera que comparta techo con él. “Diario de un caddy” es el dietario breve de un muchacho de 16 años, que escribe esas entradas sobre su puesto de caddy porque quiere aprender a escribir artículos para el futuro; el estilo trasnochado y sin apenas comas es parecido al de “Hay quien las quiere frías”, lo que indica que a Lardner le encantaban estos personajes estrafalarios y dotados de una verborrea imparable, como la enfermera del divertido “Se ruega silencio”, que no para de hablar con un paciente del hospital pese a que el doctor ha dicho que no se le dé conversación para que repose sin sobresaltos.

En total, nueve relatos y un prefacio del propio autor. Muy recomendables. Os dejo con el principio de “La luna de miel de las bodas de oro”, en la que el narrador tiene la fea costumbre de llamar “mamá” a su esposa, algo más frecuente de lo que parece:

Dice mamá que cuando echo a hablar no hay quien me pare, y yo contesto que sólo puedo echar a hablar cuando ella se va y tengo que aprovecharme como sea. La verdad es que en una reunión de cuáqueros no nos dejarían entrar ni a ella ni a mí, pero, como yo le digo siempre, ¿para qué nos habría dado Dios una lengua si no quisiera que la usáramos?, a lo que ella me responde que desde luego no nos la dio para que dijéramos siempre lo mismo, como es mi caso, que sólo hago que repetirme. Y yo le digo:
-Vale, mamá, cuando se trata de gente como tú y yo, con cincuenta años de casados, ¿puede esperarse que lo que se diga suene a nuevo? Lo que pasa es que puede ser nuevo para los demás, porque no hay nadie entre ellos que lleve tantos años a mi lado.
Y entonces ella dice:
-Seguro que no, seguro que no hay quien te pudiera soportar tanto tiempo.
-Pues –le digo– a ti se te ve bien.
-Quizá –me dirá entonces– pero antes de que me casara contigo se me veía mejor.
Y es que con mamá no hay quien pueda.   
    

[Traducción de Juan Bonilla]