Ring Lardner me parece un escritor excepcional, dotado de
una fina ironía que empuja a devorar sus relatos sin respiro, y sin embargo no
es muy conocido en España. Años atrás, en Acantilado, editaron el volumen
titulado A algunos les gustan frías,
que contenía diez cuentos. Está en mi biblioteca en un lugar de honor. Ahora,
en Zut Ediciones, acaban de publicar Cómo
escribir relatos, y sólo tres de los textos figuran en ambos libros.
Cómo escribir
relatos no es una guía para escritores ni un manual de autoayuda ni nada
por el estilo, aunque sirve de aprendizaje para cuentistas. Simplemente, es una
antología hecha por el propio Lardner, que recopiló así varios cuentos
dispersos en revistas. Su intención era dar “una serie de pautas para
perfeccionar la técnica del relato breve”, y qué mejor manera que ofreciendo
algunos de sus textos… Se supone que, en el encabezamiento correspondiente a
cada cuento, Lardner explica los pormenores de cada uno de ellos, analizando
cómo los escribió y demás; y aquí es donde brilla primero su humor, ya que se
aparta de lo establecido y en esos introitos nos resume sinopsis que no guardan
relación con lo que sigue, o incluye comentarios como éste, que abre el célebre
relato “Campeón”: Una muestra de relato
de misterio. El misterio es cómo llegó a publicarse. Por supuesto, la
historia no tiene nada que ver con misterios; Lardner era un cachondo.
Uno de mis favoritos es el que daba título al volumen de
Acantilado, aquí traducido como “Hay quien las quiere frías”: es la hilarante
correspondencia entre un hombre y una mujer que sólo se han conocido durante
media hora; una de las particularidades es que el tipo escribe mal, sin apenas
comas y con parrafadas en las que chapurrea lo que siente por ella. Divertidísimo.
“Alibi Ike” es otro de los mejores: el relato sobre cómo el narrador conoce a
un individuo que para todo tiene una excusa o una mentira, y la manera en que
siempre lo acorralan con interrogatorios y descubren sus trampas depara al
lector unas cuantas risas. “Mi compañero de cuarto” nos describe al clásico
fulano insoportable al que tienen que aguantar sus compañeros del equipo de béisbol,
un tío lleno de manías y de rarezas capaz de desquiciar a cualquiera que
comparta techo con él. “Diario de un caddy” es el dietario breve de un muchacho
de 16 años, que escribe esas entradas sobre su puesto de caddy porque quiere
aprender a escribir artículos para el futuro; el estilo trasnochado y sin
apenas comas es parecido al de “Hay quien las quiere frías”, lo que indica que
a Lardner le encantaban estos personajes estrafalarios y dotados de una
verborrea imparable, como la enfermera del divertido “Se ruega silencio”, que
no para de hablar con un paciente del hospital pese a que el doctor ha dicho
que no se le dé conversación para que repose sin sobresaltos.
En total, nueve relatos y un prefacio del propio autor. Muy
recomendables. Os dejo con el principio de “La luna de miel de las bodas de oro”,
en la que el narrador tiene la fea costumbre de llamar “mamá” a su esposa, algo
más frecuente de lo que parece:
Dice mamá que cuando
echo a hablar no hay quien me pare, y yo contesto que sólo puedo echar a hablar
cuando ella se va y tengo que aprovecharme como sea. La verdad es que en una
reunión de cuáqueros no nos dejarían entrar ni a ella ni a mí, pero, como yo le
digo siempre, ¿para qué nos habría dado Dios una lengua si no quisiera que la
usáramos?, a lo que ella me responde que desde luego no nos la dio para que
dijéramos siempre lo mismo, como es mi caso, que sólo hago que repetirme. Y yo
le digo:
-Vale, mamá, cuando
se trata de gente como tú y yo, con cincuenta años de casados, ¿puede esperarse
que lo que se diga suene a nuevo? Lo que pasa es que puede ser nuevo para los
demás, porque no hay nadie entre ellos que lleve tantos años a mi lado.
Y entonces ella
dice:
-Seguro que no,
seguro que no hay quien te pudiera soportar tanto tiempo.
-Pues –le digo– a ti
se te ve bien.
-Quizá –me dirá
entonces– pero antes de que me casara contigo se me veía mejor.
Y es que con mamá no
hay quien pueda.
[Traducción de Juan Bonilla]