He disfrutado mucho con este libro, un compendio de
recuerdos, anotaciones y reflexiones de este autor italiano, del que hace poco
recomendé Escribir es un tic. Piccolo
escribe sobre cosas cotidianas, sobre asuntos y anécdotas que todos, en mayor o
menor medida conocemos, como esa cena de amigos a la que cada pareja lleva una
botella de vino que nunca se abre (y Piccolo nos aclara el destino de esos
obsequios), o de la manera en que el tiempo parece detenerse cuando estás
viendo una obra de teatro y tienes la impresión de estar atrapado, de no poder
salir. Casi todos los fragmentos se preguntan algo o bien son una especie de
fogonazos de alegría, de recuerdos que entusiasmaron al autor, de sensaciones
inolvidables que, como digo, muchos conocemos. Pero prefiero detenerme aquí y
copiar unos ejemplos:
Cuando la mujer con
la que duermo ha llegado a comprender que cada uno tiene que dormir en su lado.
Que puede abrazarse antes, o cuando nos despertamos por la mañana, pero cuando
se duerme es necesario que cada uno vaya a lo suyo. Dividiendo la cama con la
misma meticulosidad con que se trazaba la línea de división del pupitre, en el
colegio.
**
[…]
¿Por qué los niños
no repiten nunca delante de los demás las cosas extraordinarias que han hecho sólo
un minuto antes delante de sus padres?
¿Por qué, al
discutir violentamente sobre cuestiones de política, en un momento dado alguien
dice: en el fondo, estamos diciendo todos lo mismo, pero de manera diferente?
**
La primera película
al volver de vacaciones, los últimos días de agosto, cuando se perciben de
manera diferente todos los olores del cine: de las butacas, del celuloide, de
las palomitas de maíz, de los aseos.
**
Cruzar la mirada con
la del camarero y hacerle una señal con un imaginario bolígrafo moviéndose en
el aire, un gesto sin sentido que el camarero siempre comprende.
Y me gusta cuando
llega la cuenta, y hay alguien que hace la división al vuelo, aunque sea
complicada, con céntimos.
[Traducción de Xavier González Rovira]