jueves, julio 28, 2011

Apuntes del subsuelo, de F. M. Dostoyevski


Dice la gente que tener hijos es una carga pesada. ¿Pero quién dice eso? ¡Es la mayor felicidad que puede haber en este mundo! ¿Te gustan los niños pequeños, Liza? A mí, con delirio. Imagínate un bebé sonrosado a quien la madre está dando el pecho, ¿a qué marido no se le derrite el corazón al ver a su mujer sentada con la criatura en los brazos? Un arrapiezo coloradito y regordete que se estira y se aprieta contra ti, con sus bracitos y piececitos, con sus uñitas tan limpias y diminutas, tan diminutas que te hacen reír al mirarlas, y con sus ojitos que miran como si ya lo entendieran todo. Y mientras está mamando tira del pecho con su manecita, jugando. Se acerca el padre, se aparta el nene del pecho, se echa hacia atrás, mira al padre y ríe –sabe Dios por qué le parece tan divertido– y otra vez se vuelve para mamar. O bien, cuando empiezan a salirle los dientecitos, muerde el pecho de la madre, mirándola de reojo y como diciendo: “¿Lo ves? Lo he mordido”. ¿No es el colmo de la felicidad cuando los tres, marido, mujer y niño, están juntos?


[Traducción de Juan López-Morillas]