Dice la gente que tener hijos es una carga pesada. ¿Pero quién dice eso? ¡Es la mayor felicidad que puede haber en este mundo! ¿Te gustan los niños pequeños, Liza? A mí, con delirio. Imagínate un bebé sonrosado a quien la madre está dando el pecho, ¿a qué marido no se le derrite el corazón al ver a su mujer sentada con la criatura en los brazos? Un arrapiezo coloradito y regordete que se estira y se aprieta contra ti, con sus bracitos y piececitos, con sus uñitas tan limpias y diminutas, tan diminutas que te hacen reír al mirarlas, y con sus ojitos que miran como si ya lo entendieran todo. Y mientras está mamando tira del pecho con su manecita, jugando. Se acerca el padre, se aparta el nene del pecho, se echa hacia atrás, mira al padre y ríe –sabe Dios por qué le parece tan divertido– y otra vez se vuelve para mamar. O bien, cuando empiezan a salirle los dientecitos, muerde el pecho de la madre, mirándola de reojo y como diciendo: “¿Lo ves? Lo he mordido”. ¿No es el colmo de la felicidad cuando los tres, marido, mujer y niño, están juntos?
[Traducción de Juan López-Morillas]