Supe de Nick Tosches gracias a la entrevista que le hace Lydia Lunch en Medidas desesperadas. Tratándose de Lydia, sólo podía ser un autor molesto y provocativo. Así que busqué su libro más famoso y, aunque en apariencia parece la típica novela de misterios, no lo es en absoluto y, además, en su interior aguardan las sorpresas.
Por un lado tenemos la historia de un sicario que reune casi todos los vicios y perversiones, un redomado hijo de puta sin escrúpulos y con muy pocos remilgos, y que es uno de los personajes más sádicos que he encontrado en la literatura; esta parte tiene algo de novela negra y es muy entretenida. Por otro, el autor incluye algunos bosquejos de la historia de Dante: a ratos, estos pasajes me aburrieron. Y luego está la tercera línea argumental, la más extensa y, para mí, la más interesante: la historia del propio Tosches, pero la de un alter ego, en realidad, que confiesa asuntos inconfesables y en los que se mezclan la ficción y la autobiografía (a la manera de Bret Easton Ellis en Lunar Park). Aunque al principio desconciertan, luego esas tramas se van uniendo: un mafioso pide al escritor y al sicario que recuperen el manuscrito original de La Divina Comedia en Italia, manuscrito que se consideraba perdido o inexistente, y que, además, Tosches lo valore. Para cerciorarse de su autenticidad.
Una vez terminada la lectura, te das cuenta de lo que ha hecho Nick Tosches: ha camuflado un libro sobre un hombre roto, herido y desesperanzado, con la estructura de una novela de misterio. Pero lo que prevalece es lo otro, lo primero, la historia feroz de ese narrador que no cesa de soltar cañonazos en cada página, o que habla del gran Hubert Selby:
Yo tenía diecinueve años, no faltaba mucho para que naciera mi hija, cuando me pagaron por primera vez por escribir. Antes de eso, mi amigo Phil Verso era el único con el que compartía todo lo que escribía. Nos conocíamos desde el octavo curso, antes de la publicación del libro que me daría lo que Moby Dick no había conseguido, el libro que me despertó, me liberó y me inspiró: Última salida a Brooklyn, de Hubert Selby, Jr. Entonces yo tenía quince años, y Selby, que se convirtió en un querido amigo, siguió muchos años después despertándome, liberándome e inspirándome de un modo que tenía poco o nada que ver con la escritura. De los tres escritores vivos a los que considero grandes (los otros son Peter Matthiessen y Philip Roth), es Selby aquel cuyo arte y cuya alma llegan más alto, y es a él a quien más respeto, como escritor y como hombre.
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Sólo los artistas trabajan de verdad por su familia y sus descendientes, y se debe a que ellos en persona nunca llegan a ver un puto cheque. A los artistas no les pagan por horas. No les pagan por semanas. No les pagan por mes. No les pagan por año. Les pagan a modo póstumo. En vida no hay nada: ni siquiera un anticipo, ni siquiera el gesto de un diez por ciento.
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No es que lo que hacemos en vida nos mate. Lo que nos mata es lo que no hacemos.
[Traducción de Carlos Lacasa Martín]