Hace algún tiempo recomendé aquí Zombi. Guía de supervivencia, escrito por Max Brooks, hijo de los actores Mel Brooks y Anne Bancroft. Un libro con el que disfruté desde la primera a la última página. Una guía seria, tan reforzada por datos, teorías y estadísticas que te la acababas creyendo.
Su segundo libro, Guerra Mundial Z, también logra ese nivel de realismo, aunque parezca una paradoja por cuanto narra un mundo apocalíptico dominado por hordas de zombis, de salvajes y de locos. Si la guía era una especie de ensayo de ficción, aquí Brooks apuesta por la novela pura y dura. De nuevo se sirve de la narración fragmentaria para contar los hechos: mediante entrevistas del autor con un montón de gente de todas partes del mundo (políticos, militares, artistas, antiguos internautas, directores de cine, héroes de guerra, enfermos, agentes, profesores, marineros…). Cada uno de ellos aporta su visión, cuenta el lado de la guerra o de la invasión o de la llegada de la paz desde su punto de vista. Así, y gracias a los testimonios en forma de entrevista y, en muchos casos, de monólogo, Brooks brinda un mosaico perturbador y muy creíble, dados los datos que maneja. Si uno sustituye a los zombis descritos por humanos atacados por un virus, el resultado da miedo. Los no muertos del libro recuerdan un poco a los de 28 días después y su secuela, aunque no son tan veloces. Una novela, en suma, muy entretenida, que la productora de Brad Pitt espera llevar en breve al cine. Aunque, si tuviera que elegir, me quedo con la Guía de supervivencia (también hay un cómic, de momento en inglés, y tiene una pinta estupenda; primeras páginas: aquí).
Así funcionaban los zetas, ¡aumentaban sus filas al acabar con las nuestras! Y sólo funcionaba en esa dirección: si infectas a un humano, se convierte en zombi; si matas a un zombi, se convierte en un cadáver. Nosotros sólo podíamos debilitarnos, mientras que ellos podían fortalecerse.
Todos los ejércitos humanos necesitan suministros, pero aquel ejército no; ni comida, ni munición, ni combustible, ¡ni siquiera agua para beber y aire para respirar! No había líneas logísticas que cortar, ni almacenes que destruir. No podíamos rodearlos y dejarlos morir de hambre, ni dejarlos pudrirse en el árbol. Si encerrabas a cien zombis en una habitación y volvías tres años después, seguían siendo igual de mortíferos.
Resulta irónico que la única forma de matar a un zeta sea destruirle el cerebro, porque, como grupo, no tienen nada parecido a un cerebro colectivo. No había liderazgo, ni cadena de mando, ni comunicaciones, ni cooperación de ningún tipo. No tenían un presidente al que asesinar, ni un cuartel general blindado que poder destruir con precisión quirúrgica. Cada zombi era una unidad autómata y automatizada, y esa última ventaja era lo que de verdad resumía todo el conflicto.
Su segundo libro, Guerra Mundial Z, también logra ese nivel de realismo, aunque parezca una paradoja por cuanto narra un mundo apocalíptico dominado por hordas de zombis, de salvajes y de locos. Si la guía era una especie de ensayo de ficción, aquí Brooks apuesta por la novela pura y dura. De nuevo se sirve de la narración fragmentaria para contar los hechos: mediante entrevistas del autor con un montón de gente de todas partes del mundo (políticos, militares, artistas, antiguos internautas, directores de cine, héroes de guerra, enfermos, agentes, profesores, marineros…). Cada uno de ellos aporta su visión, cuenta el lado de la guerra o de la invasión o de la llegada de la paz desde su punto de vista. Así, y gracias a los testimonios en forma de entrevista y, en muchos casos, de monólogo, Brooks brinda un mosaico perturbador y muy creíble, dados los datos que maneja. Si uno sustituye a los zombis descritos por humanos atacados por un virus, el resultado da miedo. Los no muertos del libro recuerdan un poco a los de 28 días después y su secuela, aunque no son tan veloces. Una novela, en suma, muy entretenida, que la productora de Brad Pitt espera llevar en breve al cine. Aunque, si tuviera que elegir, me quedo con la Guía de supervivencia (también hay un cómic, de momento en inglés, y tiene una pinta estupenda; primeras páginas: aquí).
Así funcionaban los zetas, ¡aumentaban sus filas al acabar con las nuestras! Y sólo funcionaba en esa dirección: si infectas a un humano, se convierte en zombi; si matas a un zombi, se convierte en un cadáver. Nosotros sólo podíamos debilitarnos, mientras que ellos podían fortalecerse.
Todos los ejércitos humanos necesitan suministros, pero aquel ejército no; ni comida, ni munición, ni combustible, ¡ni siquiera agua para beber y aire para respirar! No había líneas logísticas que cortar, ni almacenes que destruir. No podíamos rodearlos y dejarlos morir de hambre, ni dejarlos pudrirse en el árbol. Si encerrabas a cien zombis en una habitación y volvías tres años después, seguían siendo igual de mortíferos.
Resulta irónico que la única forma de matar a un zeta sea destruirle el cerebro, porque, como grupo, no tienen nada parecido a un cerebro colectivo. No había liderazgo, ni cadena de mando, ni comunicaciones, ni cooperación de ningún tipo. No tenían un presidente al que asesinar, ni un cuartel general blindado que poder destruir con precisión quirúrgica. Cada zombi era una unidad autómata y automatizada, y esa última ventaja era lo que de verdad resumía todo el conflicto.
.
[Traducción: Pilar Ramírez]