El jefe de vestuario hizo una magnífica caracterización del personaje, tomando como referencia al protagonista de El extranjero de Albert Camus. Siéntese, Señor Travelier, pronunció con dulzura la maquilladora: veinticinco años, boina parisina, ojos pardos y limpios, sonrisa con especias, facciones bonitas, rodillas de porcelana rusa, un piercing de alpaca en la nariz y abalorios en el cuello, fecundable, no demasiado inteligente; un monumento a la carnalidad y al éxtasis al que sólo le faltaban las ligas de Jessica Lange en El cartero siempre llama dos veces, experta en horóscopos y felaciones, dientes perlados para mordisquear orejas y prepucios, y un vestido en el que se adivinaba un cuerpo fibroso bronceado en Boca Ratón, Florida, en las últimas vacaciones con su último novio, unos pechos liberados de la tiranía del sujetador y un sexo algebraico: todo lo que un hombre del siglo XXI podía desear.
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