miércoles, septiembre 30, 2009

Tim Robbins y “1984”

Llevaba unas semanas preguntándome cómo adaptaría Tim Robbins un clásico de la literatura futurista del calibre de “1984”, novela extraordinaria de George Orwell sobre el recorte de la privacidad, los fascismos y El Gran Hermano. ¿Cómo se adapta un texto que tal vez requiera múltiples cámaras de televisión, escenarios grises y sofocantes de ciencia-ficción y demás entramado, que ya conocemos por el libro de Orwell y/o el filme de Michael Radford (recordemos: con John Hurt y Richard Burton)? La respuesta la tuve, por fin, el domingo pasado, donde asistí a un pase de la obra en el Teatro María Guerrero de Madrid. Dirección del actor y director Tim Robbins, al frente de “The Actor’s Gang”. Adaptación de Michael Gene Sullivan. Protagonizada por sólo seis actores, entre los que debo citar a Cameron Dye por su intenso trabajo y porque soporta el peso de la obra al interpretar al protagonista, Winston Smith. Esta versión empieza en el momento en que lo detienen por mantener relaciones sexuales con una mujer, desarrollar ideas propias y escribir cosas contrarias al régimen en su diario. El atrezzo es sencillo, pero funcional. A raíz del hallazgo del diario, los otros personajes tiran del hilo y recrean la historia de amor de Winston con Julia.
En los teatros puede suceder lo imprevisible. Y la otra noche sucedió. Dado que los actores hablan en inglés, proyectaron bandas de subtítulos en castellano. A mitad del primer acto, los subtítulos desaparecieron por un error técnico. Los actores no se enteraron y los del público no protestamos, pero era difícil coger los matices en otro idioma. No sé cuánto tiempo transcurrió así, hasta que una voz (en castellano) pidió disculpas al público: iban a interrumpir la obra hasta que solucionaran el fallo. Los actores, que no entendían lo que estaba pasando, no se salieron de sus personajes, se quedaron inmóviles hasta que la regidora salió a pedirles la retirada. Con dignidad, en silencio, salieron y aplaudimos. El fallo convirtió la representación en algo muy emotivo. Me explico: tras una parada de, no sé, tal vez quince o veinte minutos, la voz volvió a oírse. Dijo que se había solucionado el problema técnico y que los actores iban a representar de nuevo toda la parte que no habíamos entendido, es decir, desde la mitad del primer acto. Y salieron y lo hicieron exactamente igual, lo repitieron con el mismo entusiasmo y la misma intensidad. Trabajaron más que otra noche. Tuvieron el talento para retroceder unas cuantas páginas. A mí me pareció asombroso. Un esfuerzo que supimos valorar con aplausos y ovaciones de varios minutos al final de la obra.
Durante el rato de los aplausos, el mismísimo Tim Robbins salió a saludar porque las ovaciones no se acababan. Y nos pusimos en pie. Gritos de “bravo”, silbidos, más aplausos. Yo estaba en primera fila y juro que Tim Robbins se detuvo justo delante de mí, a un paso del borde del escenario. Se trata de un hombre gigantesco, no sé si medirá dos metros. Allí mismo, a un metro, estaba el director de “Pena de muerte”, el actor de “Cadena perpetua”, “El gran salto” y “Mystic River”, el tipo que está casado con una de las mejores y más atractivas actrices de Hollywood, Susan Sarandon. Yo, mitómano hasta la médula, pegué un bote cuando lo vi salir de entre bambalinas: campechano y sonriente, emocionado y agradecido, haciendo guiños de complicidad al público, mirándonos directamente a los ojos, con su estatura gigantesca de cineasta enorme, de hombre comprometido política y socialmente. Hizo reverencias, no dejó de sonreír, se le veía tan satisfecho y tan orgulloso como cuando ganó el Oscar. Un gran director, una gran obra y un broche mágico.